Se dice de manera general que se encuentra en Asia Central, en el sur de Asia o en Oriente Medio, pero lo cierto es que Afganistán limita con Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán en el norte, con Irán en el oeste, con Pakistán en el sureste y con China en el remoto este. No tiene salida al mar pero sí una historia muy larga y la condición de haber sido corazón de la antigua Ruta de la Seda y de las migraciones.
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La ubicación estratégica de Afganistán a lo largo de la Ruta de la Seda lo conectaba con las culturas de Asia Occidental y otras más orientales, y se le llama «el corazón de Asia» o país de enlace terrestre porque está rodeado por seis países.
Aunque no tiene contacto directo por tierra con India, la proximidad es muy grande. Tiene todo para enlazar los mercados del sur de Asia, Asia Occidental (u Oriente Medio), Asia Central y China como centro de tránsito y transporte, ya que se ubica en la encrucijada entre el mar Arábigo y la India, entre Asia Central y el sur de Asia, y ha vigilado las rutas terrestres hacia el subcontinente indio.
Fue testigo de la competencia por la influencia de los mongoles, los persas, los mogoles y los jefes tribales locales y, aunque existía como estado desde 1747, sus actuales fronteras políticas no evolucionaron hasta finales del siglo pasado (1880-1901) como resultado de la rivalidad entre la India británica y la Rusia zarista.
La historia siempre es contemporánea
Durante aquella confrontación llamada el «Gran Juego», Gran Bretaña y Rusia mantuvieron una tensa partida de ajedrez por el control de Asia Central manejando a los poderes locales como peones y protagonizaron conflictos regionales para mantener a raya a su rival, al más puro estilo de la Guerra Fría (que no es nueva ni reciente).
Iniciando el siglo XIX, la expansión zarista hacia Asia Central comenzó a alimentar la infundada sospecha entre las esferas de poder británicas de que Moscú ambicionaba la India, para lo cual estaba maniobrando diplomáticamente en Afganistán, estado limítrofe desde el cual lanzar una posible invasión.
En 1838 John MacNeill, embajador británico en Teherán exclamaba que «el que no esté con nosotros, está contra nosotros […]. Hay que asegurarse el control de Afganistán» en medio de un clima de creciente paranoia rusófoba y acalorados alegatos a favor de una guerra preventiva basados en informes manipulados (que tampoco son nuevos), 20 mil soldados de la Compañía de las Indias Orientales (la privatización de la guerra tampoco es nueva) iniciaron la Primera Guerra Anglo-Afgana (1839-1842).
Al sustituir a Dost Mohamad, un supuestamente prorruso emir de Kabul, por el gobierno títere probritánico de Shah Shujah, todo fue carcomido por un cóctel de falta de previsión, imprudencia, soberbia imperialista, intereses particulares y terquedad, que terminaron en la mayor humillación colonial desde la infringida a Alejandro Magno, siglos atrás.
Dos guerras anglo-afganas después (1878-1880 y 1919), el Imperio británico entendió lo duro que era mantener una fuerza militar sobre el terreno en un país tan particular. Poblado por una mayoría pashtún cuyo código ético, el pastúnwali, incluye los conceptos de honor, hospitalidad y venganza inevitable por cualquier fechoría, el concepto de libertad implica que ningún pashtún está dispuesto a recibir órdenes de una autoridad estatal central, Kabul en casi todos los casos.
El 19 de agosto de 1919, el país recuperó la independencia de Reino Unido y se firmó el Tratado de Rawalpindi en agosto de 1919. Desde entonces, más por mantener el control y la estabilidad interna que por su propia soberanía, las potencias externas siguieron suministrando recursos a los gobernantes de Afganistán.
Desde finales de la década de los 70, este territorio y su población han vivido un estado continuo de guerra civil, ocupaciones extranjeras en forma de invasión soviética en 1979 y la invasión liderada por Estados Unidos en 2001, que derrocó al gobierno talibán. Al estar rodeado por dos Estados nucleares (China y Pakistán), un estado nuclear en el umbral (Irán) y tener otras dos potencias nucleares en su vecindad (India y Rusia), Afganistán se encuentra en una situación difícil en la que todos los grandes actores regionales compiten para extender su influencia en la región.
Más que un corredor energético
Los vecinos Irán y Turkmenistán poseen la segunda y tercera mayores reservas de gas natural del mundo, respectivamente; la competencia por el poder y el control en la región la determina la rivalidad por las rutas de los oleoductos y los recursos energéticos. Solo los oleoductos pueden conectar a los socios comerciales e influyen en el equilibrio de poder en la lucha geopolítica.
Sin embargo, desde la ocupación occidental en 2001, los países de la OTAN han perforado hasta 322 pozos solo en la cuenca del Amu Daria y estimado que hay entre 500 y 2.000 millones de barriles de crudo y 440.000 millones de metros cúbicos de gas.
También han determinado grandes reservas de cobre, oro, mineral de hierro, cromo, gas natural, petróleo y piedras preciosas y semipreciosas.
En la década de 1990 las reservas de petróleo de la región del Caspio, adyacente a Afganistán, fueron sometidas a exageraciones en su extensión al menos en un orden de magnitud y Estados Unidos pudo haber estado buscando «una nueva Arabia Saudita» cuando decidió invadir.
Se calcula que Afganistán tiene riquezas minerales por valor de unos 3 trillones de dólares. El Departamento de Defensa de Estados Unidos indicó que en la provincia de Ghazni, al suroeste de Kabul, podría haber yacimientos de litio tan grandes como los de Bolivia, país con los mayores depósitos de litio que se conocen del planeta.
Un documento interno del Pentágono llegó a estimar que Afganistán se convertiría en la «Arabia Saudita del litio», metal y mineral estratégico utilizado en la fabricación de equipos electrónicos y aleaciones de gran resistencia utilizadas en la construcción de equipos y armamento militar.
Reservas de hierro fueron valuadas por cerca de 421.000 millones de dólares; cobre, por valor en 2010 de 274.000 millones; niobio, por más de 81.000 millones. Cabe señalar que el niobio es un metal y mineral estratégico que se usa en aleaciones de acero para fortalecerlo.
Otros depósitos de importancia en Afganistán son: cobalto, por valor en 2010 de casi 51.000 millones de dólares; oro, por 25.000 millones; molibdeno, casi 24.000 millones; tierras raras usados en la fabricación de sistemas electrónicos, magnetos para motores eléctricos de autos híbridos, en sistemas de rayos láser y en casi todos los sistemas de tecnología militar, cuyos yacimientos afganos en 2010 se calculaban en 7.000 400 millones; asbestos, en 6.000 300 millones; plata, por valor hace dos años de 5.000 300 millones; potasa, por valor en aquel entonces de 5.100 millones; aluminio, valorado en 4.400 millones.
Otros minerales hallados en Afganistán son: uranio, grafito, lapislázuli, fluorita, fósforo, plomo, zinc, estaño, mercurio, estroncio, sulfuro, talco, magnesita y caolín. En la segunda mitad de la década de los 2000, Estados Unidos tuvo que importar el 100% del niobio y las tierras raras que consumió, minerales de importancia estratégica.
Armas y drogas: la típica correa de transmisión imperial
Luego del supuesto éxito en la operación de cambio de régimen para eliminar a los talibanes en un par de meses de intervención, y tras la instalación de un gobierno respaldado por fuerzas invasoras en 2004, los talibanes empujados a Pakistán siguieron floreciendo, generando cientos de millones de dólares al año con el creciente comercio de opio, la minería y los impuestos. Ya en 2014, tras la retirada de las tropas de la OTAN, el impulso no paró hasta controlar 85% del territorio afgano.
Con un balance de 241.000 muertos en la región desde 2001, incluidos varios miles de soldados aliados, queda claro que el intento de transformar Afganistán según el modelo occidental de sociedad democrática ha sido un trágico fracaso. No para Estados Unidos, porque ese nunca fue su objetivo, como lo expuso recientemente su presidente; tampoco fue el objetivo en Libia o Irak, países que se encuentran ahora en un estado peor que antes de la intervención occidental.
Los avances tecnológicos, derivados de un complejo industrial militar poderoso en recursos y poder político, empujan al uso constante de armas que deben sacar al mercado para probar unas más nuevas y potentes. Fue así como Donald Trump multiplicó los gastos militares para descongestionar la enorme cantidad de armas que tienen en su arsenal sin utilizar; esto es esencial para la economía norteamericana.
Por otra parte, un «combustible» vital de aquella economía se vio dinamizado con dicha invasión. Tan solo en 2020 el cultivo de amapola afgana creció en más de un tercio, mientras que las operaciones antinarcóticos se desplomaron; Afganistán es la fuente de más del 90% de todo el opio ilícito del mundo, a partir del cual se fabrican la heroína y otros opioides.
Se cultiva más tierra para el opio en Afganistán de la que se utiliza para la producción de coca en toda América Latina, y se dice que la creación de la droga da empleo directo a alrededor de medio millón de personas.
En los años 70 la producción de amapola era mínima pero cuando la CIA lanzó en 1979 la Operación Ciclón que financió milicias afganas muyahidines buscando desconfigurar la invasión soviética, canalizó 2.000 millones de dólares en armas y asistencia a estos grupos a través del ISI paquistaní, su homólogo.
Camiones cargados con armas financiadas por los contribuyentes estadounidenses iban desde Pakistán y regresaban repletos de opio para las nuevas refinerías a lo largo de la frontera haciendo aumentar la adicción a la heroína más del doble en Estados Unidos.
De 100 toneladas anuales de opio en los 70, al inicio de la operación, la producción llegó a 2.000 en 1989-1990, al final, llegando a ser alrededor del 75% del opio ilícito del mundo. Esto convirtió a Afganistán en un lugar peligrosamente inestable lleno de facciones en guerra que usaban opio para financiar sus batallas por la supremacía interna. En 1999, la producción anual había aumentado a 4.000 600 toneladas y los talibanes, que habían emergido como la fuerza dominante en el país, intentaron ganar legitimidad internacional eliminando el comercio.
Sus medidas tuvieron éxito al reducir las cosechas a 185 toneladas anuales, los agricultores asustados optaron por no arriesgarse a atraer su ira, pero el 11 de setiembre de 2001, cuando supuestamente las fuerzas de Bin Laden lanzaron ataques contra Nueva York y Washington, Estados Unidos ignoró la oferta del Talibán de entregarlo a un tercero, y optó por invadir el país.
En 2008, el opio era responsable de más de la mitad del producto interno bruto (PIB) del país mientras que en Colombia, durante las épocas más intensas de producción de cocaína, este alcaloide ha llegado a representar 3% de su PIB. Actualmente la ONU estima que alrededor de 6.300 toneladas de opio (y en aumento) se producen anualmente, con 224.000 hectáreas; algo análogo a la mitad del estado Carabobo (Venezuela) sembrada con campos de amapolas.
Durante los últimos 20 años, el Talibán captó una parte significativa, pero desconocida, de las ganancias generadas por esa creciente producción de opio. El fracaso de Estados Unidos para frenarla proporcionó la mayor parte del financiamiento de las operaciones del movimiento afgano.
Afirma el periodista estadounidense Alan MacLeod que en Helmand, cerca del punto triple fronterizo entre Afganistán, Pakistán e Irán, el sistema de riego fue financiado por la Usaid, una organización que actúa como el frente público de la CIA.
Mientras tanto la población afgana sufre el efecto sanitario del narcotráfico extendido en su territorio con cifras de consumidores adultos que van desde los 900.000 en 2005 a 2,4 millones en 2015, según la ONU.
Casi uno de cada tres hogares se ve afectado directamente por la adicción, alrededor del 9% de la población adulta (y un número creciente de niños) son adictos a los opioides y un aumento en los casos de VIH, ya que los usuarios comparten agujas, según el profesor Julien Mercille, autor de Cruel Cosecha: Intervención estadounidense en el Comercio de Drogas de Afganistán.
Otros datos. Según un informe de la ONU de 2013, casi 7 millones de paquistaníes consumen drogas, y 4,25 millones requieren tratamiento urgente por problemas de dependencia. Casi 2,5 millones de estas personas consumían heroína u otros opioides. Alrededor de 700 personas mueren cada día por sobredosis. La tasa más alta de dependencia se encuentra en las provincias de la frontera afgana donde se fabrica la heroína.
El mismo estudio de la ONU señala que el 11% de las personas en la provincia noroccidental de Khyber Pakhtunkhwa consumen sustancias ilícitas, principalmente heroína.
En la última década, las muertes relacionadas con los opioides aumentaron en un 71% a nivel mundial, según las ONU.
Casi 841.000 estadounidenses han muerto por una sobredosis de drogas desde que comenzó la guerra en Afganistán, incluidos más de 70.000 solo en 2019. La mayoría de estos han involucrado opioides.
China y la geopolítica de los «intereses comunes»
China cerró su embajada en febrero de 1993 cuando los talibanes conquistaron Kabul debido a la desconfianza que le causaba la alianza con al-Qaeda y a las sospechas de que Afganistán era un centro de operaciones para los combatientes del Movimiento del Turquestán Oriental (ETIM, por sus siglas en inglés).
Sin embargo, mucho ha ocurrido desde entonces hasta el pasado 28 de julio cuando el canciller chino, Wang Yi, se reunió en la ciudad de Tianjin con una delegación talibán encabezada por Mullah Abdul Ghani Baradar, cofundador y jefe de la Comisión Política. Wang describió al grupo como “una fuerza militar y política crucial en Afganistán que se espera que juegue un papel importante en el proceso de paz, reconciliación y reconstrucción del país”.
Dos días antes recibió a la subsecretaria de Estado estadounidense, criticó la “política fallida” de Washington y reconoció públicamente a los talibán como una fuerza legítima en el conflicto afgano, hoy día se espera que reconozca a la organización islamista luego de derrotado el gobierno afgano encabezado por una virtual nulidad: Ashraf Ghani.
Desde hace mucho tiempo China ha estado tratando de distanciarse de la guerra en Afganistán, sin embargo creará una base militar en la provincia de Badakhxan al oeste de una delgada franja que se extiende entre dos cordilleras hasta la frontera de Afganistán y China llamada el corredor de Wakhan, que conecta la provincia china de Xinjiang.
Analistas destacan que los terroristas de Daesh han sido detectados en repetidas ocasiones en esta región que comparte frontera con dicha localidad china, donde hay un fuerte movimiento separatista de carácter islámico. El factor diferencial de China con respecto a otras potencias es su relación con Pakistán, cuyas fuerzas son capaces de influir en los talibanes.
El mensaje de China es que espera que los talibanes se comporten y exigirá garantías de que el grupo no volverá a patrocinar el terrorismo internacional. Si se puede cumplir este criterio, entonces hay espacio para trabajar juntos.
Beijing y los talibanes encontraron un conjunto de “intereses comunes” en los que coincidir en torno al futuro del país y el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, durante su visita a India, dijo que los talibanes corren el riesgo de crear un «estado paria», pero admitió que China puede tener un «papel positivo que desempeñar» en el país.
Según analistas el gigante asiático se ha comprometido activamente con Kabul en la construcción de la autopista Peshawar-Kabul-Dushanbe, que conectaría a Pakistán con Afganistán, incluyendo a este último en la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. También está construyendo una gran carretera a través del Corredor de Wakhan y, a través de éste, a Pakistán y Asia Central, complementando su red regional de carreteras.
Afganistán constituye una de las rutas más cortas entre China-Asia Occidental y Asia Central-Meridional. Existen varios proyectos de conectividad, como el Ferrocarril de las Cinco Naciones que atraviesa China, Kirguistán, Tayikistán, Afganistán e Irán, el Proyecto de Transporte Ferroviario Especial China-Afganistán, un cable de fibra óptica China-Afganistán. Beijing también anunció en 2017 que planeaba extender hasta territorio afgano el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC por sus siglas en inglés).
Estas infraestructuras facilitarían a China el comercio con Asia Central y la explotación de los importantes recursos minerales afganos. Para ello, China necesita un Afganistán estable y seguro.
El amplio cerco militar naval y aéreo que está construyendo el Pentágono en el arco que va de Japón a la India, del océano Pacífico al Índico, está llevando a China a estrechar lazos continentales con Rusia e Irán. Para ello debe encontrar una vía alternativa al largo y angosto Estrecho de Malaca entre Malasia y Singapur para el comercio y suministro de hidrocarburos. Esa alternativa está en construcción, se trata de una alianza energética con Rusia a través del mega gasoducto «Fuerza de Siberia», construido entre Gazprom y la Corporación Nacional de Petróleo de China.
Su participación en Irán, a través del Banco de Inversión en Infraestructura de Asia (AIIB por sus siglas en inglés), consta de 400 mil millones de dólares en energía e infraestructura, más de la mitad estarán focalizadas en la renovación de la industria petrolera y la construcción de un ferrocarril de 900 kilómetros de Teherán a Mashhad, la segunda ciudad y centro de peregrinación cercano a las fronteras con Afganistán y Turkmenistán.
La vía férrea tiene una importancia estratégica para la Ruta de la Seda. Por un lado, atraviesa Irán interconectando las principales ciudades. Entre Mashhad en el norte de Irán y la ciudad china Urumqui, capital de la Región Autónoma de Xinjiang (con 3 millones de habitantes cada una), la vía férrea o un eventual oleoducto deben atravesar Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajistán y Kirguistán. Se trata del corazón de Eurasia, el borde norte de Afganistán, Pakistán y de la disputada región de Cachemira.
A comienzos de julio pasado, el portavoz del Talibán, Suhail Shaheen, declaraba en una entrevista que «China es un país amigo y contamos con él para la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán… si [los chinos] tienen inversiones, por supuesto que garantizaremos su seguridad».
También aseguraba respecto a su posible apoyo a los uigures chinos: «Nos preocupa la opresión de los musulmanes, ya sea en Palestina, en Myanmar o en China, y nos preocupa la opresión de los no musulmanes en cualquier parte del mundo. Pero lo que no vamos a hacer es interferir en los asuntos internos de China»: con tales declaraciones buscó, evidentemente, tranquilizar a su posible socio económico.
Muchas interrogantes genera India, que apoyó al extinto gobierno de Kabul y se opuso firmemente al Talibán, su primer ministro Modi ve a Afganistán como una parte fundamental para hacerle jaque mate a Pakistán, y considera que usa a los talibanes como influencia en su contra. Nueva Delhi, a su vez, denuncia con frecuencia lo que considera una alianza entre China y Pakistán para apoyar al Talibán en la creación de problemas para la India.
Entre alianzas y amenazas
El dinamismo de los hechos en un territorio tan convulso, como se ha dicho, ha resultado ser una lectura clara, no sin sombras, del declive imperial y su arrastre de todo cuanto pueda llevarse por delante. Entre las nuevas alianzas se configura una emergente entre Pakistán, Irán y Turquía (este último miembro de la OTAN), países que mantienen sólidas relaciones comerciales y financieras con China, lo que dejaría aislada a India, que está siendo ahora el principal aliado de Estados Unidos en la región.
Por su parte, Rusia ya está colaborando con Tayikistán en la estabilización de la frontera con Afganistán de acuerdo con sus responsabilidades como miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. La alianza político-militar podría extender su influencia hasta Europa Oriental (Bielorrusia) y el Cáucaso (Armenia), convirtiéndose en una alianza contrapuesta a la OTAN, que lidera Estados Unidos.
La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que reúne a China, Rusia, las repúblicas de Asia Central, India, Pakistán e Irán, como observador y pronto como miembro de pleno derecho, se integra gradualmente con la OTSC.
Afganistán ya participa en algunos foros regionales y económicos como la Asociación de Cooperación Regional de Asia Meridional (Saarc), la Organización de Cooperación Económica (ECO) y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), pero su participación no ha sido muy eficaz, debido a la influencia de Estados Unidos.
Queda como interrogante también la amenaza del opio en la frontera turco-afgana, desde donde la heroína llega al mar Caspio y se distribuye a través de Rusia, Kazajistán y Azerbaiyán. También la estabilidad prometida por el Talibán respecto a la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, un territorio de 1,6 millones de kilómetros cuadrados poblado por la etnia uigur. Una parte de su población mantiene diferencias con Beijing alentadas por el Pentágono para contener a quien considera su principal amenaza.
Así la lucha por el futuro de Afganistán está imbricada entre de luchas geopolíticas localizadas y la urgente necesidad de intentar hacer que las cosas funcionen, nuevas páginas se escriben en la «tumba de imperios» de la que Estados Unidos aún se encuentra en proceso de retirada después de 20 años (y contando) de fracaso.
*Artículo publicado en https://misionverdad.com