La publicación por el Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad de estadísticas recientes (2017-2018) y de la serie temporal 1989-2018 originó todo tipo de debates públicos; la mayoría de ellos reveladores de la poca formación en el asunto y una flagrante parcialidad -en especial política- en la lectura e interpretación de los datos.
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Las malas interpretaciones rechinan particularmente a aquellos que sabemos del tema, pero que no respondemos ni aspiramos a clientelas políticas ni a votos futuros, ni tampoco tenemos intereses comerciales, como la prensa que privilegia las noticias sensacionales y malas. Tampoco estamos en sondeadoras de opinión que precisan tópicos sondeables ni paridades electorales infladas para generar expectativas por más sondeos. Estamos, pues, en una rara situación para tratar de desmontar las distorsionadas miradas político-periodísticas en el tema.
Es muy importante, en primer caso, tener claro que los datos útiles y comparables en el tiempo son de ‘denuncias en sede policial de hurtos y rapiñas consumadas’. No se incluyen tentativas de hurto o de rapiña, porque hace poco que se registran y no permiten comparaciones de varios años. Tampoco son crímenes registrados, porque en nuestro Estado de derecho y normativas constitucionales y legales los delitos y delincuentes son establecidos por la Justicia, no por la denuncia de parte ni por la convicción policial. Pero es cierto que son cifras que contribuyen a mejorar la aproximación a las ocurrencias no judicializadas (cifra negra), aunque pueden responder a irrealidades. Y es cierto también que ha habido un gran empuje delictivo reciente, además de desmesura en la sensación de inseguridad, que ocurre siempre, aun cuando no aumente el crimen.
Veamos, hechas estas salvedades, cómo ha sido la evolución de las denuncias de hurtos y rapiñas consumadas en el último año compulsado, en cada uno de los períodos de gobierno 1989-2018, y en el total del período. Pero que eso no lleve a pensar la pavada de que lo que pasó en cada período es responsabilidad del ministro del Interior, del presidente y del partido gobernante de turno durante cada lapso.
Antes que nada, y aunque creo que salta a la vista, los hurtos consumados denunciados se han multiplicado casi por 3 desde 1989 y las denuncias de rapiñas consumadas lo han hecho algo más de 14 veces, casi quintuplicando el aumento de las denuncias de hurtos consumados. Impresiona como temperatura de criminalidad y no solo ni principalmente como sensación desmesurada de inseguridad, aunque eso siempre ocurre dado el proceso psicosocial que lo produce.
Pese a que existen muchas otras desagregaciones a partir de los datos brutos, no tenemos en esta nota el espacio suficiente como para hacerles justicia. Solo anotemos que el crecimiento de hurtos y rapiñas mayor es en Canelones, luego en el interior no canario, y menor en Montevideo, aunque este sea el mayor cuantitativamente; quizás en parte porque hay más margen de crecimiento, quizás porque el mejoramiento vehicular, de comunicaciones y carretero facilita el acceso a zonas tradicionalmente menos vigiladas por menor densidad poblacional y de frecuencias delictivas. Otro dato de interés: las rapiñas con armas de fuego crecieron en un 70 por ciento, mientras que aquellas sin armas de fuego solo un 30.
Diez verdades antipáticas
Uno: Nunca en la historia de la humanidad hubo criminalidad cero. No se debe esperar que la haya. Tampoco evaluar cada crimen que ocurre como una tendencia alarmante y perversa, producto de ministerios incapaces y presidentes insensibles. Ni del Frente ni de ningún otro partido; aquí ni en ninguna parte ni tiempo. Es un simplismo que impide entender y actuar con un mínimo de racionalidad.
Dos: Pese a que es costumbre política, los llamados a sala y reclamos de salidas de ministros por la situación del país es otra inmadura estupidez que ignora la complejidad de los problemas y el tiempo que le lleva a la realidad constituirse como tal. Como si el estado agropecuario del país fuera forjado por el ministro de turno, o la violencia criminal por un ministro, un código o una distribución policial. Son chivos expiatorios fáciles a falta de buenos conocimientos. Y la gente se lo cree.
Tres: Los delitos son producto de una larguísima historia que desborda ampliamente el período de conducción de cualquier ministro. Solo negligencias, ineficacias, ineficiencias o errores puntuales graves justifican un llamado a sala o remoción del ministro, no el estado general de los asuntos de la cartera, grave mistificación política.
Cuatro: Los índices de criminalidad y el estado de violencia e inseguridad han sido enfrentados sin éxito desde hace 35 años, mediante medidas que tampoco habían tenido éxito en otros lugares. Ni teórica ni empíricamente es esperable, criminológicamente, que medidas como las tomadas y propuestas hasta hoy por todos los partidos y fracciones reduzcan significativamente la criminalidad, la violencia y la inseguridad. Sería un milagro que lo hubieran hecho o lo fueran a hacer, por ejemplo, las sugerencias de Larrañaga o las de Novick, ya fracasadas en todo el mundo, planteadas como valientes novedades. Tampoco las del Frente han sido muy brillantes, creativas ni ideológicamente consistentes.
Cinco: Uno de los peores errores cometidos es subordinar el ataque de las causas y motivos de la criminalidad a la prevención y represión del delito ya motivado y causado. Seguimos baldeando el agua que nos inunda sin intentar cerrar la canilla de la que brota. Con esto no proponemos dejar de prevenir y reprimir, ojo, sino hacer, vociferar y jerarquizar de modo diferente al de siempre.
Seis: Los políticos, como líderes asesorables de la comunidad, deberían decirle a la gente estas verdades en lugar de seguir hundiéndola en falsas creencias y esperanzas. Pero, en lugar de ello, de decirles como líderes lo que ignoran, prefieren alcahuetearla y seguirla electorera, populista y demagógicamente en su explicable ignorancia de la complejidad y tecnificación crecientes del mundo, privilegiando su estatus de recaudadores de votos y no de líderes ciudadanos.
Siete: La criminalidad cero y su reducción ‘ya’ son imposibles y no deben postularse ni sugerirse. Ni la mejor legislación, tribunales judiciales ni policías, acompañados de un ataque fuerte a las causas y motivos de la delincuencia lo conseguiría en plazos cortos; solo en plazos medios y largos. Y esto debería saberse, para evitar quisquillosas e histéricas quejas sin autocrítica por parte de amantes de engañosos chivos expiatorios.
Ocho: Criminalidad cero; reducciones drásticas y mágicas; códigos, policías y judicial perfectos no conseguirán mucho si no se cierra la canilla de los motivos y las causas. Y, asimismo, con toda la virtud junta, nunca se podrá hasta cero ni mucho menos ya, inmediatamente. Porque la gestación de un criminal lleva muchos años de construcción. Lo que sucede hoy se ha ido gestando desde hace mucho y por muchas vías. Los responsables de hoy seguramente no lo fueron del inicio de los procesos y trayectorias de criminalización. Aunque hay causas inmediatas, a veces, también, pero estas muchas veces se subrayan, las otras no.
Nueve: La gente debe aprender a hacer su mea culpa por su contribución a la criminogenia. No nos gusta nada aceptarlo ni queremos saber cómo lo hacemos. Nos creemos inocentes y que las drogas, grandes traumas excepcionales o entornos perversos, son los únicos factores que producen crimen y criminales. Otro grave error. Son construcciones cotidianas en que todos contribuimos, aunque con responsabilidades variables de diverso calibre.
Diez: Si los políticos y la prensa no dicen estas verdades científicas, muy estudiadas por los académicos que estudian e investigan, es porque protegen sus lucros comerciales y electorales en desmedro de la verdad para la gente y de la solución para los problemas. Porque si se decidieran a aceptar y decir estas verdades, siempre podría aparecer algún oportunista que ofrezca magia para reducir ‘ya’ los delitos y apuntar a crimen cero en el próximo período de gobierno, acompañando el coro de los temibles ciudadanos y ciudadanas de clase media baja que le gritan ‘insensibles’ por radio y TV a los que han estudiado años lo que se ignora, simplemente porque difieren de su torpe, fatua y atrevida ignorancia. Está difícil la cosa.