Por Germán Ávila
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La excandidata a vicepresidenta empieza haciendo el balance de la situación actual en Brasil, que determina la victoria de Jair Bolsonaro, comprendiendo que ese país está atravesando por una crisis en términos económicos, pero que considera importante entender como una crisis del sistema capitalista que tiene en Brasil unas manifestaciones particulares, donde las mismas necesidades del sistema por buscar una salida a su crisis implican respuestas aparentemente democráticas.
Manuela plantea que lo ocurrido en Brasil es que el sistema capitalista ha puesto todas sus herramientas en función de reemplazar el sistema democrático moderno, pues ya no le es útil, y coincide en que, como lo plantean varios teóricos, este momento está marcado por el fin de lo construido por la Revolución Francesa.
Esa Revolución implicó la construcción de escenarios comunes en que la política tenía sus manifestaciones propias, como los partidos, las elecciones y los espacios participativos populares como los plebiscitos o las revocatorias de mandatos; sin embargo, esos espacios se han ido deteriorando, esa ágora común ha sido superada y esa gramática común ya no existe más.
En ese marco, el debate en las pasadas elecciones en Brasil ya no estuvo determinado por lo programático como en ese escenario común ocurría. Las apuestas programáticas en función del papel del Estado no fueron lo que protagonizó la escena electoral en 2018, por eso se diluyó el papel del centro político, ese centro político no estuvo, nadie habló por él; menos aún cuando estaba en el fondo la lucha entre una propuesta profundamente neoliberal privatizadora y la apuesta por el fortalecimiento del Estado nacional.
Por otro lado, considerar que el resultado de las elecciones en Brasil se debe en forma exclusiva, o aun mayoritariamente, a los errores cometidos por la izquierda en los gobiernos, es una visión que reduce la lectura sólo a un fragmento, pues, primero es atribuirse como fuerzas progresistas un papel mucho mayor al que realmente se ha tenido en la escena del poder y, por el otro, negar las crisis del capitalismo, que terminan arrastrando todas las expresiones dentro del esquema creado por él, y eso incluye las expresiones gubernamentales y electorales.
En ese caso, el papel de las fuerzas progresistas tuvo un gran reto, pues se pueden prever las crisis, pero difícilmente se podrá prever la magnitud que van a tener. Entonces se desarrolló una unidad donde el esfuerzo de las bases fue muy superior al de los dirigentes, sobre todo en el momento del balotaje, pues las organizaciones populares tomaron un papel protagónico que superó la posibilidad de canalización de la dirigencia que, en principio, no fue capaz de medir la fuerza con que el enemigo venía y por eso no pudo proponer un escenario de unidad a tiempo para enfrentar ese proceso electoral.
El reto
Es importante para Manuela avanzar en la construcción de una propuesta de este tiempo, que aprenda, por ejemplo, de la experiencia feminista, pero que trascienda el mero debate por el cuerpo y transversalice su esencia a otros escenarios como la economía o la industria y en general la construcción de poder; una construcción colectiva e igualitaria de la realidad social que se preocupe por superar estructuralmente las profundas desigualdades en que se basa el modelo actual.
Para eso el relevo generacional es determinante, sin embargo una de las grandes consecuencias del manejo hegemónico de la comunicación ha sido que no solamente apoya los planes de la derecha, sino que construye una barrera entre la población y los escenarios de la política, levantando el imaginario de que no hay que participar en política, que los políticos son ladrones y que son espacios en que no sirve estar; esto cierra el círculo de poder y a la vez aleja un poco a las nuevas generaciones de una mayor participación en la construcción de propuestas alternativas.
Una parte importante de los jóvenes que están en las organizaciones alternativas son hijos de militantes o gente que ya estaba vinculada desde antes, pero no es fácil atraer a nuevos miembros a escenarios de participación orgánica que vayan más allá de la participación en la movilización, y a veces es fácil encontrar más jóvenes en los partidos tradicionales que en los alternativos.
Lo anterior, en un país donde las víctimas que cobra la violencia-producto de la exclusión social- son en su absoluta mayoría jóvenes y afro, es fundamental para propiciar un cambio profundo en la estructura de la sociedad. Por eso el debate de la construcción alternativa debe ser, sin duda, un debate que tenga como eje transversal la inclusión vista desde la perspectiva de la unidad programática en lo político, lo racial, lo de género y lo generacional.
Para eso es fundamental entender que la información hoy no es la misma de hace años, donde los medios de comunicación cumplían un papel determinante desde la imposición de mensajes unidireccionales a los que la sociedad asistía inerme; hoy las redes sociales tienen un peso muy superior al de ese modelo, y un gran error ha sido ver las redes como si hiciesen parte de él. Las redes sociales hoy, según Manuela D’Ávila, son una gran asamblea permanente, una asamblea en una constante deliberación de la que las fuerzas alternativas no están participando.
Esa asamblea ha construido en principio una apatía que con el correr del tiempo y, según como lo necesitaban, se ha convertido en odio, pero eso ocurrió por la ausencia de una propuesta alternativa, que se ha marginado de ese espacio y está como un espectador y no como un protagonista en esa gran asamblea permanente.
Entonces lo que está en juego en perspectiva es una disputa civilizacional, una disputa de qué tipo de sociedad resultará producto de la presente crisis del capital y sus consecuencias. Y esa disputa civilizacional se enmarca en la lucha por ganar la subjetividad de la población.
Las fuerzas democráticas se han preocupado desde siempre por mostrar de qué manera una victoria puede ayudar a resolver las necesidades objetivas de la población, y esa ha sido una bandera que no se puede dejar caer, la lucha por la comida, por la vivienda y las condiciones dignas, pero es muy importante tener en cuenta que esas ya no son solamente las necesidades que aspira a tener resueltas la sociedad.
En la batalla cultural, el pensamiento hegemónico ha logrado incorporar en el imaginario también que la gente desea otra serie de cosas que van más allá de eso, que son más subjetivas y que se representan en lo objetivo, por ejemplo, en el gusto por unos championes; es por eso que las personas cada vez se unen más a cultos e iglesias, porque están en esa búsqueda.
Por lo anterior es que el gran debate ideológico hoy, en términos de la construcción del poder más allá de la administración del Estado, tiene que ver con ganar esa subjetividad, ser capaz de pensar en la necesidad de encontrar felicidad, como en la necesidad de tener un trabajo, y que ese trabajo no termine convirtiéndose en parte de la miseria. Para Manuela, la lucha por la belleza también es importante.
El Uruguay
Manuela tiene dentro de sus afectos al Uruguay por su cercanía familiar, pasó un buen tiempo en la frontera y se ha formado con las enseñanzas en la construcción de unidad de este lado de la frontera.
Ante eso plantea que la principal enseñanza que se le debe al Uruguay es la construcción de una unidad política que va más allá de lo electoral, donde en medio de la diferencia cada postura puede hacer sus planteos sin que la estructura unitaria se vea fracturada. Eso es una gran enseñanza, sobre todo para Brasil, donde las dificultades en la construcción de esa unidad han sido tan notorias y han costado tanto en la realidad política.
Por otro lado, Manuela considera fundamental el ejemplo que pone Pepe Mujica como defensor de la necesidad de construir otros sueños; es muy importante que se trabaje por la construcción de una dignidad social, pero esa dignidad también pasa por disfrutar la vida. Es por eso que en medio de las crisis la gente se va con la derecha, porque son ellos quienes ofrecen aunque sea una ilusión de felicidad, pues el debate para la gente ya no está entre tener championes nuevos o tener salud pública, y cuando ese debate se da, muchas veces pierde la salud pública.
Manuela D’Ávila considera que el reto es enorme a partir de proponer alternativas a un sistema en crisis que busca reestructurarse sin perder los privilegios que ha logrado, y por eso busca salidas que posen de democráticas, aunque no lo sean. Para ella la tarea está en construir poder desde la alternativa de manera transversal y siendo consecuentes con la realidad actual, que pasa por la tecnología y una subjetividad cultural adversa, pero donde finalmente hay una gran esperanza.