El fin de semana pasado, los fanáticos del deporte tuvieron un atracón, pero no exento de sobresaltos y de frustraciones. A mí, desde adolescente, la gente íntima me conoce por ‘fana’, justamente, por mi fanatismo por los deportes. Y no sólo por aquéllos que practiqué muy competitivamente (básquet, fútbol, tenis), sino por aquéllos que seguí fanáticamente, local y mundialmente (atletismo, ciclismo, natación). Los últimos ‘findes’ seguí el final del Tour de France y los mundiales de natación y de atletismo, de la mano de ESPN y de TyC Sports con Bonadeo a la cabeza. Pero este último tuvimos la despedida del jamaiquino Usain Bolt, el mejor velocista de la historia, lejos; el fin del mundial de atletismo en Londres; el debut del brasileño Neymar en el Paris Saint Germain; la final del suizo Roger Federer, a sus 36 años, contra el ascendente alemán Zverev, de 20; y la primera final de la Recopa, en Barcelona, entre Real Madrid y el equipo blaugrana. Ni contemos cosas que quizás nos habrían tenido pegados a la pantalla en otros fines de semana, como los comienzos de los más importantes torneos de fútbol europeo: Juventus-Lazio en Italia, el de Holanda con el uruguayo Pereiro, la Premier League inglesa; el amistoso Argentina-Uruguay en básquet. Disminuir superposición de programaciones Es deseable, quizás hasta necesario, que los canales y las señales de cable coordinen mejor los horarios de sus eventos para que todos los fanáticos como yo, que son millones en el globo, puedan asistir. No ignoro que cada partido forma parte de una programación mayor, que muchas veces los horarios dependen de la extensión de los partidos anteriores para que quede libre la cancha prevista, que hay compromisos con países que proveen más millones de teleespectadores que otros, que hay limitaciones de luz natural, de diferenciales horarios. Explico más claramente. Pasadas las 17 horas del domingo 13 de agosto de 2017, necesitábamos tres televisores y dos señales de cable para poder ver el debut de Neymar, desde las 16 hasta 17.50, ESPN 2 y por cualquier señal; Real Madrid-Barcelona, 17 a 18.50, sólo por DirecTV; Federer-Zverev ,17 en adelante, ESPN y por cualquier señal. Entonces, sólo abonado a dos señales de cable y disponiendo de tres televisores se podía tener en pantalla todos esos eventos; y obviamente no se podían ver aun disponiendo de todo eso; claro, podrían grabarse algunos en video y verlos después. Las señales de cable y los canales mismos deben hacer algo, porque en su lucha comercial perjudican a sus abonados y perjudican sus propias programaciones; en definitiva, sus abonados y espectadores ven menos de lo que podrían de sus propias programaciones; en ese horario pico arriba referido, DirecTV competía con otras señales monopolizando Real Madrid-Barcelona frente al debut de Neymar, la final de Federer y Juventus-Lazio; pero no sé si pudo, pese a tener lo más demandado, con la totalidad de lo ofrecido por las otras señales, básicamente a partir de lo que los tres ESPN transmitían simultáneamente al clásico español. Les explico lo que hice, como ‘fana’, para poder ver lo más posible de ese mediático finde deportivo. A las 15.45 estaba, en el televisor HD del living, desde mi Nuevo Siglo y a través de ESPN 2, viendo el debut de Neymar. Pero a las 17 se me complicaba: Federer empezaba, por ESPN, su final a la misma hora que empezaba Real-Barça, pero por otra señal; y Neymar seguía en su segundo tiempo; ni con el HD del dormitorio podría verlos. Como otros findes, me fui a Resto Yi (Yi entre Colonia y 18 de Julio ), con sus 3 plasmas prontos a sintonizar deportes y contando con la gentileza y comprensión (e índole futbolera) de su personal. Me instalé frente a un televisor con el inicio del Real-Barça mientras veía, a través de un gigantesco espejo de toda la pared, como en un retrovisor, el segundo tiempo de Neymar en otro plasma; el plan era ver el final de Neymar, y luego, el final de Real-Barça y, confiando en la duración normal de los partidos de tenis, ver luego algo de Federer-Zverev en casa (para no abusar de Resto Yi); era lo más que podía hacer. Pues bien, hubo tres cambios en ese plan. Uno, la actuación de Neymar me hizo abandonar el Real-Barça y pasarme al PSG. Dos, la belleza de la trasmisión de ese partido superaba largamente la del clásico español. El piso cuadriculado y medio amarillento del Camp Nou no favorecía la estética; menos aún la enorme similitud de las vestimentas de los equipos (Real con un sorpresivo azul claro en camiseta, short y medias; Barcelona con azules oscuros y negros); no se contraponían cromáticamente, ni entre sí ni con el campo de juego. En cambio, en París, el campo era parejo, sin cuadrícula y de un verde esmeralda maravilloso; el PSG en un uniforme amarillo flúo, y el rival, Guingamp, en rojo vivo; contraste entre ambos, con el césped, una fidelidad de imagen y una filmación insuperables; no solo por Neymar, sino estéticamente, cromáticamente. DirecTV perdía la batalla ese día. Tercer cambio de planes: Federer-Zverev duró menos de lo esperado y con derrota de Federer (segunda frustración del finde junto al calambre de Bolt en la final de la posta 4×100). Ni yo ni probablemente muchos millones pudimos ver lo que queríamos; ni siquiera los futboleros pudieron ver lo que hubieran deseado; porque los competidores futboleros oscilaron entre el PSG y el clásico español en desmedro de ambas transmisiones. Hay que hacer algo para que se puedan ver los grandes eventos programados; por el bien de los fanáticos y por el bien de los anunciantes de los carísimos grandes eventos, ya que son presenciados por muchos menos de los que los podrían presenciar si no se superpusieran. Al fin de cuentas, es sólo acomodar unos minutos, quizá una hora, al interior del mismo deporte. La trágica despedida de Bolt Usain Bolt nunca había perdido una carrera en su vida; ni local ni internacionalmente, ni en mundiales ni en olímpicos; ni en 100, ni en 200, ni en postas; tiene los récords mundiales y olímpicos de todas esas especialidades; nadie ganó con tanta facilidad finales en distancias, que, por su brevedad, casi siempre suponen finales estrechos. Una personalidad extrovertida, bienhumorada, algo megalomaníaca, es cierto. Pues bien, en su despedida de las pistas, tuvo todas las desgracias que nunca había sufrido; y es una trágica injusticia histórica que lo haya padecido justamente en sus tres días de despedida. En el primero de ellos, el yanqui Coleman fue el primero en cruzar una meta victorioso con Bolt corriendo; aunque era una eliminatoria y no puede contarse igualmente que una final; pero en la final, y echando el resto, Bolt no fue siquiera segundo, fue tercero y frente a un vencedor aun mayor que él (Justin Gatlin, Estados Unidos). Pero lo peor fue en la final de la posta 4×100: en el esfuerzo extremo por remontar el tercer lugar con que Jamaica arrancaba en el tramo final, sufrió un calambre que lo dejó fuera de competencia. Y empañó definitiva e injustamente una despedida que merecía ser gloriosa. Aunque no deja de ser por ello el mejor velocista masculino de la historia del atletismo, y con mucha distancia con los demás. Neymar en el PSG parisino Cada vez más fulgurante en Brasil, cada vez más dueño del equipo y antes de sus 25 años; unas temporadas magníficas en el Barcelona, con Messi, Suárez e Iniesta como capos rivales ante el público y la prensa; una ubicación y una dinámica en la cancha que maximizaban el espacio y las llegadas de Messi y no las suyas. En el PSG podría jugar más como jugaba en Santos y en la selección brasileña si contara con jugadores de la inteligencia de Suárez, Messi e Iniesta allá. Desde allí, podía ir más directamente a buscar su inevitable trono como el mejor del mundo en el futuro. Ya es hoy el más hábil, técnico y completo jugador y el mejor de la historia; pero la prensa y la gente saben menos y precisan de más acumulación de evidencia para cambiar sus convicciones; y de la decadencia o retiro de los mejores anteriores (i.e., Messi). Pues bien, lo que jugó en ese debut en el PSG es difícil de describir en poco espacio. Se hizo dueño del equipo en un primer tiempo lleno de magia, dribbling, caños, asistencias asombrosas (a Dani Alves, a Di María, a Cavani –gol–, a Marquinhos –palo–), elegancia, fluidez, encanto visual, un jugador de Playstation que juega a otra cosa, cuya exquisitez técnica (lujosa pero útil) escapa a más de 90% de la audiencia y a más de 60% de la prensa. Hipnótico, magnético, inventivo, con placer de jugar, insuperable técnicamente, con una velocidad de reacción inigualable (es difícil hasta pegarle), una visión panorámica y una lectura del juego maduras, de ‘maestro’ ya. Promete una esperable dupla memorable con Cavani. Emocionante para quien fue deportista y es espectador; justifica con su belleza estética y su practicidad lujosa la elevación de un deporte al nivel de arte. Aunque todavía haya resentidos que lo descalifiquen como arrogante, sobrador o brasuca. Pobres, vayan al psicólogo. Salve, Neymar, rey del fútbol para los jugadores y los que saben. Ladran Sancho, pero, rápidamente, cada vez menos.
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