Antes que nada, lector, escribo en el número 1.000 de Caras y Caretas. Soy uno de los pocos heroicos sobrevivientes en estos 19 años y medio. Me siento muy honrado de ello, casi llegando a mis mil columnas también. Ningún semanario de la historia política y cultural del Uruguay ha estado ni cerca de esa marca. Un doble mérito es que desafió la dureza de una fuerte coyuntura de crisis, y se largó al agua del mercado a mediados de 2001; era necesario para que la izquierda superara el nuevo obstáculo del balotaje, increíblemente apoyado por tantos frentistas y que ha costado ya dos elecciones: 1999 y 2019. Se mantuvo cuando la bonanza subsiguiente; y sigue como Johnnie Walker, tan campante, pese a la nueva crisis de 2013, a la asunción multicolor y a la pandemia. Superhéroe editorial y comercial, con el que mantuve, como corresponde a dos personalidades fuertes en contacto durante casi 20 años, algunas diferencias, siempre toleradas, como corresponde, a un columnista independiente y nada fácil, como quien escribe.
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Mis grandes felicitaciones por una supervivencia que no es, ni fue, ni será nada fácil, pero que se ha intentado con éxito ejemplar, con gran esfuerzo económico, financiero y comercial, fuerte convicción política y audaces remodelaciones.
Choque de etnocentrismos: uno humilde, otro engreído
La semana pasada nos ocupamos del tan interesante como doloroso hecho de la sanción a Cavani -en Inglaterra, por parte de la Federación Inglesa de Fútbol, como tal y como miembro de la Eurobol-, con suspensión por 3 partidos, presencia a un curso sobre racismo y casi 6 millones de pesos uruguayos. Todo esto porque le agradeció, a un viejo amigo en Uruguay, por redes sociales y junto a un emoji con unas manos apretadas, una felicitación suya por goles hechos por Cavani en un encuentro de la Premier inglesa, extremo calificado de racista, y peligrosa expresión y publicidad de racismo a través del deporte en una comunicación de acceso público. “Gracias, negrito”, le dijo, aparentemente con gran peligro de difusión ejemplar, tanto para la racialmente angelical Inglaterra como para un mundo virgen de racismo que podría convertirse a él leyendo lo escrito.
La sanción es un ejemplo de etnocentrismo, de imposición de una subjetividad dominante por sobre otra subjetividad dominada, hegemónica, que ignora las subjetividades de los actores del intercambio epistolar digital, impone una suculenta ($) y humillante sanción (curso), ignora su significado para los interlocutores y para su entorno sociocultural, y sobrepone un abrupto y exagerado acné garantista, de cualquier modo mejor tarde que nunca, por parte de una hiperracista e imperial nación (Inglaterra) hacia una nación que sin duda ha tenido y tiene racismo, pero mucho menos que sus sancionadores, como lo documenta ese mismo contacto mal sancionado, y múltiples hechos del pasado y presente uruguayo, deportivo y social, comparados con los racismos de su época.
De cualquier modo, tampoco puede descartarse así nomás el argumento de que, si bien hay etnocentrismo neoimperial en una Inglaterra que, como observadora, ignora el significado que los actores del contacto le dieron al mismo, imponiéndoles el significado que ellos le daban, ahí y entonces, también podría endilgársele ‘etnocentrismo’ al mismo Cavani por asumir, sin suficiente reflexión, que estaba dando acceso público a un contacto que los interlocutores no interpretaban como racista, y más bien como lo contrario, pero que otras personas y medios socioculturales podían interpretar como racistas, y, peor, como racismo con contenido ejemplarizante de tal ya que los deportistas de éxito son tomados como modelos de rol y como ‘otros significantes’ en la conformación sociocultural por la gente de esos medioambientes. En parte el propio Cavani, de motu proprio o aconsejado por sus abogados ingleses, desde el inicio pidió disculpas por su ignorancia sobre la posible malinterpretación que sus palabras podrían tener en un ámbito sociocultural, o sea sobre su posible etnocentrismo, previo al etnocentrismo de sus sancionadores.
Cavani por lo menos tuvo cierta conciencia de su posible etnocentrismo y hasta se disculpó por ello; sus sancionadores siguieron ciegos, sordos y mudos a cualquier autocrítica y crítica a su etnocentrismo; la superordinación cultural y el orgullo neoimperial a falta del perdido y añorado orgullo imperial explican la humildad de la aceptación posible de sus acciones como racistas por Cavani, a diferencia de la absoluta inconciencia inglesa sobre la suyo.
Pero, por sobre todo y más que nada, fue un episodio ilustrativo del choque de culturas, mejor de civilizaciones, diría Huntington, tan común en la historia de la humanidad, aunque cada vez más probable con la globalización, en especial de los transportes y de las comunicaciones.
Otros negritos: “Duerme, negrito” y “Upa neguinho”
La expresión ‘negrito’ nos recordó famosos temas musicales, de autoría y difusión en América Latina, en que esa palabra tiene sentidos también diversos a los contenidos y entornos en que la expresión había provocado cortocircuitos culturales tales como los suscitados por el mensaje de Cavani y sus ulteriores reacciones. Le recomendamos, lector, que oiga los temas a que nos referiremos, de fácil acceso en YouTube.
El primero es ‘Duerme, negrito’, canción tradicional y anónima de poblados de la frontera Colombia-Venezuela, recopilado y grabado por Atahualpa Yupanqui, y muy preciosamente versionado por Mercedes Sosa, Daniel Viglietti y tantos otros. Lo más interesante para nuestro tema de los diferentes significados culturales y subculturales que algo puede tener, es que, en este caso, la letra documenta un episodio de conformación de racismo en la socialización temprana de los negros, y a la vez, de denuncia de una situación en que una madre no puede darle su presencia al bebe que la necesitaría porque tiene que trabajar.
Lo más interesante de ese ejemplo de socialización temprana racista es que, al despedirse, amén de prometerle que le traerá cosas, la madre le dice que si no se duerme, “…viene el diablo blanco y ¡zas!, le come la patita, chiqui-pum, chiqui-pum, chiqui-pum…”; se pueden ver, no solo consumismo y amenaza como medios formativos, sino, más interesante aún, que el aterrorizante diablo es contrahegemónicamente blanco, al revés de toda la cultura hegemónicamente blanca (europea y filoeuropea), en que etnocéntrica y racistamente, el diablo es encarnación del mal. Y negro, claro.
Ahora, también etnocéntrica y racistamente, el símbolo icónico del mal es blanco; esa diferente iconografía es ilustrativa de socializaciones étnico-raciales conflictivas que profundizan la mutua discriminación. El folklore musical y lírico negro documentan, como antes la iconografía cultural secular de hegemonía blanca, la precoz socialización en la mutua discriminación, que los voluntaristas sermones más tardíos de los derechos humanos contrarios serán incapaces de eliminar. Cabe recordar las anécdotas antropológicas del pánico sufrido por los niños de una aldea africana en la que nunca había entrado un blanco; en cambio, ya en el siglo XX, los exús, intermediarios entre las deidades umbandistas y los fieles u operadores religiosos, son icónicamente representados como diablos negros, lo que parece ya había sido usado por los negros africanos en las plantaciones norteamericanas del siglo XIX para asustar con la amenaza de la ‘magia negra’, que disminuía la crueldad de la explotación esclavista de sus amos, así amedrentados; para ello, sus amos debían temerle a los demonios de su cultura, que eran negros y no blancos; aunque, para socializar a su descendencia, los demonios son blancos; astuta coherencia coyuntural, aparentemente paradojal; el color de la epidermis de los demonios parece depender de necesidades circunstanciales, más que de algún determinismo trascendente.
Un ejemplo significativo, aunque menos, pero que también viene a cuento de la polisemia de la expresión ‘negrito’, es el tema de Edú Lobo ‘Upa, neguinho’, de 1967, que narra, tierna y humorísticamente, la incitación a levantarse para un infante negrito que se da porrazos aprendiendo a caminar, porrazos de los que debe recuperarse por sí mismo porque son símbolos de lo que será su vida de negro. Aquí otra muestra de socialización racial endógena, aunque puede pensarse como menos específicamente racial que el imaginario diabólico blanco para los negros. En efecto, un blanco pobre también puede plantearse la inconveniencia de sobreproteger tempranamente de porrazos que sería mejor que se acostumbrara a superar sin ayuda externa (mayor necesidad de tolerancia a la frustración, de diferir gratificaciones, de sustituir catexis, diría Talcott Parsons). Aquí ‘neguinho’ es endorracial, aunque música y letra es de blancos empáticos con la negritud, que sin duda serían sancionados y, sobre todo, vorazmente multados, por los ingleses; y que pueda servir para que se tienten a oír a uno de los mayores monstruos de la música popular brasileña y mundial, que es de lo mejor de la música mundial en esa incomparablemente rica producción posterior a los Beatles y a los Stones; y que aquí se desperdició oyendo el llamado ‘rock argentino’. A Edú Lobo, aún vivo, así como a Atahualpa Yupanqui, a Mercedes Sosa, a Daniel Viglietti, racistas impenitentes: no viajen a Inglaterra, porque los custodios de los derechos humanos, pese a no ser quiénes para hacerlo, los pondrá en vereda y los civilizará como bárbaros que son. La historia se repite, la neoconquista etnocéntrica de los derechos humanos es una neocolonización más; un nuevo episodio de etnocéntrica civilización de bárbaros.