Dos hombres asesinaron a otro en un shopping de Paysandú luego de reducirlo durante un arresto ciudadano. Había gente mirando, pero nadie se movió.
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Los dos imputados por el asesinato de un hombre de 30 años en Paysandú fueron formalizados con la carátula dolo eventual. Es decir, lo que hicieron no lo hicieron para matarlo, pero sabían que se podía morir y siguieron. En el informe fiscal se manifiesta que el hombre podría haberse salvado si al menos le hubiesen soltado una mano para moverse y lograr que le entrara aire en los pulmones.
El material que se difundió sobre el asesinato es de alta sensibilidad. Voy a describir lo que pasó, con la necesaria advertencia para que alguien pueda saltearse el párrafo. El hombre asesinado había intentado robar una moto en la calle, lo persiguió un guardia hasta que se metió al shopping, ahí continuaron la persecución otro guardia de seguridad y un soldado; él se cayó por las escaleras mecánicas, lo agarraron, lo apretaron contra el piso, empezó a decir “el aire, el aire” y ellos le respondieron “vas a aprender a no robar más, sorete de mierda”, se dejó de mover, alguien llamó a un servicio de emergencias, y cuando llegaron, menos de 10 minutos después, estaba muerto. Mientras, algunas personas caminaban por el shopping, miraban, filmaban o, por el contrario, ignoraban la situación.
Hace menos de un mes un artista callejero fue asesinado por un grupo de 4 hombres, vecinos de la zona, en Mercedes. Había entrado al fondo de una casa a agarrar agua y llevarse un par de troncos de leña; lo encontraron y decidieron pegarle hasta matarlo. Uno de los responsables tenía una tobillera por denuncias previas de violencia.
Un poco antes, en octubre, dos hombres asesinaron con una cuchilla y un hacha a otro, que estaba imputado por una serie de robos. Un testigo contó que el hombre gritaba que iba a devolver las pertenencias, pero ellos le decían: “Te vamos a matar”.
Arresto ciudadano
El nuevo Código del Proceso Penal, aprobado en 2017, determina que una persona encontrada cometiendo un delito puede ser detenida sin orden judicial. El artículo 220 expresa que en esas circunstancias “cualquier particular podrá proceder a la detención y entregar inmediatamente al detenido a la autoridad”.
Fuentes de Fiscalía dijeron a Caras y Caretas que el texto establece claramente que lo que está permitido es el arresto, nada más: “El límite está dado por el texto. El arresto ciudadano permite detener a la persona. Más es exceso y puede configurarse delito. Por lo pronto, privación de libertad. Si además se agrede a la persona, estaríamos frente a lesiones o, en casos como el de Paysandú, homicidio”.
Durante estos dos años ha habido varios casos de arrestos ciudadanos que cumplen con lo establecido y han permitido detener a personas que estaban cometiendo delitos. Sin embargo, en situaciones como las ilustradas más arriba ha sucedido lo que normalmente se denomina justicia por mano propia, que no está amparada en la legislación (salvo en excepciones como la legítima defensa).
El malo es el otro
En la mayor parte de los casos conocemos solo el relato que se hace de los hechos, no estuvimos en el momento. De ahí que el lenguaje tenga tanta relevancia. Hay una construcción sistematizada de estos crímenes a nivel discursivo que nos aleja de una parte y nos acerca a la otra.
“Dos hombres mataron a un delincuente”. Ellos, hombres. Él, delincuente. Podrían haber escrito: “dos asesinos mataron a un hombre”, pero eso instala la idea de que el asesinado era un hombre cualquiera que, digamos, no hizo nada que pudiese justificar el asesinato, y los tilda a ellos de asesinos cuando, en realidad, son personas honestas que intentaron detener a un chorro. En el primer caso, tendemos a sentir más empatía con los dos hombres y en el segundo con el hombre. La cosa es, sencillamente, que nos identificamos con los buenos.
Otros titulares relacionados a este caso: “Guardia y militar a prisión por la muerte de un delincuente en un shopping de Paysandú”; “Un delincuente murió tras intentar fugarse en el shopping de Paysandú” / “Paysandú: detenidos los guardias de seguridad que redujeron a un ladrón y murió”.
Esa forma de enunciarnos, que se nos hace tan natural, nos posiciona. Reduce las opciones: o estamos del lado de los hombres o del lado del delincuente. Ayer leí un tuit en respuesta a la resolución judicial que decía: “El Estado sigue protegiendo delincuentes”, como si matar, a veces, no fuera un delito.
Me detengo en el lenguaje porque entiendo que nos moldea. No creo que todas las personas que estaban en el shopping mientras ocurría el asesinato piensen que está bien. Quizás a algunas ni siquiera les daba igual. O no pensaban que realmente el hombre se estuviera muriendo aunque gritaba que no podía respirar. Vivimos en un estado de anestesia general frente a la violencia. Leemos todos los días sobre abusos, violaciones, rapiñas y asesinatos. En la pantalla del celular, las palabras sobre este caso se suman a una larga lista que no para.
La brecha que se instala entre un supuesto ellos –los que dejaron de ser personas– y nosotros –los que a veces le erramos pero somos buenos– genera esto: al malo hay que castigarlo y si se muere, bueno, uno menos.
Puede parecer nimio estar hablando de lenguaje frente a tanta violencia. Pero ya se vio, para matar no hay que ser un asesino; basta con ser un ciudadano honesto preocupado por la seguridad de los suyos.
Reconocer y desactivar esos mecanismos de lenguaje con los que construimos la realidad, catalogamos a la gente y decidimos de qué lado de la mecha nos paramos es complejo. Mejor, en vez de esperar a que cambien los titulares y las campañas, leer de forma crítica. Por algo se empieza.
De campaña
Durante la campaña electoral el concepto de ciudadano honesto permeó los discursos. Votanos porque te vamos a cuidar a vos, que salís a trabajar, y no a los chorros. El Partido de la Gente, por ejemplo, tenía como una de sus 50 propuestas sobre seguridad la de “Reprimir y castigar al delincuente y defender al ciudadano honesto” (sic).
La campaña Vivir sin miedo, impulsada por Jorge Larrañaga, también jugó su papel. En el escenario público se hablaba de proteger a la ciudadanía y tener mano dura con la delincuencia, dando a entender que quien está catalogado de delincuente no pertenece a la sociedad. Allanamientos nocturnos, prisión perpetua revisable y armar una guardia militar para patrullar las calles eran algunas de las propuestas.
“Se terminó el recreo”, la frase insignia del senador electo por Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos, también se conecta con esta idea. Se repitió mucho desde el futuro gobierno que el Frente Amplio no combatió la delincuencia y que la seguridad entró en crisis en los últimos 15 años. Ahora, esgrimen, no va más.
Entre las propuestas de los distintos partidos de la coalición multicolor está la flexibilización para la tenencia de armas en manos de civiles, eliminar el proceso brutocrático de registro para la compra, instaurar una ley de presunción de legítima defensa para funcionarios policiales y guardias de seguridad privados, crear una cárcel de máxima seguridad (que para Cabildo Abierto debería ser controlada por militares).
En las propuestas y en los discursos empezó a calar la idea de represión, de penas más duras. Para ello fue necesario, además, insistir con que el país está hundido en el un escenario de inseguridad. Conocidos fueron los videos del Partido de la Gente en los que se mostraban asaltos en la calle. Esa propaganda se emitía en horario de protección al menor con una mínima advertencia de la sensibilidad del material.
Todo este clima de inseguridad y el manejo del lenguaje contribuyen a generar más violencia. A Fernando Dávila no lo mataron por una moto. Lo mataron porque la vida de las personas que delinquen, para algunos, no vale nada.