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Séptimo Diario

Chile: volamos muy cerca del sol

Memorias desde el futuro: un relato sobre el plebiscito de salida en Chile para los niños del mañana, al ritmo de Scorpions

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Volamos muy cerca del sol. Memorias desde el futuro: un relato sobre el plebiscito de salida en Chile para los niños del mañana, al ritmo de Scorpions.

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Si resultara que una tarde cualquiera, pero de un día no cualquiera, sino del futuro, las generaciones más jóvenes nos preguntaran ¿qué ocurrió de extraordinario el 4 de septiembre de 2022? Les responderíamos: “Pasó que perdimos. Y de una manera rotunda”.

Tras diez años de voto voluntario, el plebiscito de salida del proceso constitucional se hizo con voto obligatorio para decidir si se aprobaba o rechazaba una nueva Constitución y, así, cambiar la impuesta durante la dictadura. Queríamos deshacernos del texto de Pinochet y no lo logramos. No ese día al menos. El rechazo a la nueva Constitución obtuvo el 61% de los votos, mientras que el apruebo logró el 38%.

Los jóvenes del futuro nos mirarían confundidos. “Pero ¿cómo? ¿No habían dejado a Pinochet atrás antes, en octubre de 1988, con el plebiscito del Sí y el No?”. Les aclararíamos que eso no fue más que un pobre apaño. Una zurcidura a un disfraz viejo de mala tela, agujereado entero de balas. Y que ese domingo de septiembre de 2022 realmente creíamos que nos despediríamos de un invierno demasiado largo, que abriría paso a la primavera. Un invierno que había durado cuatro décadas y que a varios les había congelado el corazón. Pensábamos que la cordillera se deshelaría y le devolvería a la gente el agua de sus ríos.

Los días previos a las elecciones, el aire era fresco y llenaba de energía los pulmones. Los huesos anquilosados de quienes habitaban el territorio y de los que se habían tenido que marchar comenzaron a entibiarse y a bailar. Los animales, los primeros. De los Andes bajaron la chinchilla cordillerana y el venado andino. Del Pacífico vino el gato de mar y del cielo, la estrellita chilena, nuestro colibrí. Le siguió el bosque nativo: el ruil, el hualo, el guindo santo, el pitao y el lleuque. Llegaron mujeres y niñes, elles y ellos, los pueblos indígenas. Todos hicimos una gran ronda, distinta a la de San Miguel, esa que algunos habíamos aprendido durante la infancia en dictadura:

Esta es la ronda de San Miguel,

el que se ríe se val cuartel.

Un, dos, tres.

Ahora nos reíamos todos y quienes se tenían que ir eran otros. Nos reíamos alto, como poseídos y enamorados, por lo mismo ciegos. Porque resultó que había gente que no se unió a la ronda, ya que no se sintió invitada, aunque la idea era pasarlo bien, estar mejor.

Si resultara que una tarde cualquiera, pero de un día no cualquiera, sino que, del futuro, las generaciones más jóvenes nos preguntaran ¿qué ocurrió de extraordinario el 4 de septiembre de 2022?, tendríamos que remontarnos a una época a fines de los ochenta. Explicarles que la salida de Pinochet del poder no significó que dejara de ejercer su influencia, a pesar de la condena mundial que recaía sobre él y la dictadura que promovió y lideró, en la que se cometieron violaciones a los derechos humanos de manera sistemática. ¿Cómo fue posible que el fantasma de tanta atrocidad permaneciera con nosotros durante otros treinta años? Antes de irse, él y sus secuaces se aseguraron de dejarnos un libro envenenado: la Constitución de 1980.

Para explicarles a esos niños y jóvenes del porvenir cómo este libro envenenado pudo sobrevivir tantas décadas, deberíamos recordar cómo se hizo. Fue en dictadura, elaborado en secreto, de espaldas a la ciudadanía y sin la inclusión de la disidencia, perseguida y desaparecida. Un texto que fue ratificado a través de un plebiscito fraudulento que careció de las mínimas garantías electorales y que desconoció el respeto básico de las libertades de participación política. Un compendio de artículos que le garantizaba a Pinochet y a los suyos seguir cometiendo fechorías, amparados por la ley del Estado. Empresarios, militares y políticos, que avalaron muertes, torturas, violaciones, persecuciones y crímenes brutales, pudieron continuar, gracias a ella, con sus chanchullos. Ocupar cargos públicos y, por su puesto, hacerse cada vez más ricos a costa del pueblo y de la naturaleza.

Durante demasiados años, el país fue repartido entre unas cuantas familias. Los Piñera, los Saieh, los Yarur, los Fontbona, los Lerou, los Angelini, los Paulmann. Esto, en cuanto a los ultrarricos, dueños del patrimonio más grande de América Latina. También estaban los Matte, los Larraín, Chadwik, los Errázuriz, los Echeñique, emparentados con los Piñera. Todos juntos como hermanos habían construido un sistema cerrado perfecto de protección y colaboración. Incluso se permitían tener alguna oveja negra de la familia que hiciera de artista, cineasta, intelectual o escritor consciente y culposo de su privilegio, pero que no le impedía aprovechar estas redes.

No había que ir muy atrás en sus árboles genealógicos para descubrir que todos eran medio primos. Asistían a los mismos colegios, iban a las mismas fiestas y luego eran ubicados en alguna empresa o cargo político. A ninguno de estos espacios habíamos sido invitados. Se casaban entre ellos, por supuesto. Así, durante años y años, la concentración del patrimonio en estas familias era un reflejo de la desigualdad que existía en la sociedad chilena.

Una tarde del futuro, bajo un cielo algodonado, les diríamos a esos jóvenes detectives que nos vinieron a golpear la puerta que todo empezó en octubre de 2019. Cuando unos estudiantes como ellos decidieron saltar un torniquete del metro para evadir el pasaje. Se perdieron vidas y ojos. Gente fue golpeada y encarcelada, pero, finalmente, al año siguiente, en octubre de 2020, aún bajo el gobierno del rey loco, Piñera, tuvimos un plebiscito para decidir si queríamos tener una nueva Constitución, que dejara atrás la hecha antidemocráticamente por aquellos mismos que habían bombardeado la Moneda.

Y ahí pasó que sí ganamos. Entonces vino el tema de cómo nos organizaríamos para redactar el texto. El órgano encargado de escribirlo se llamó Convención Constitucional, y su primera presidenta fue la lingüista Elisa Loncon, mujer y mapuche. Esta comisión tenía participación popular y estaba integrada completamente por personas elegidas especialmente para esto. Pero lo más bonito fue la paridad. Por primera vez en la historia del mundo, una Constitución estaba escrita por igual cantidad de hombres que de mujeres. Y con escaños reservados para los pueblos originarios. Para las feministas fue emocionante. El movimiento tenía puesto sus ojos en Chile, así como los de todos aquellos defensores de la democracia.

De esta manera se logró escribir el primer borrador de la nueva Constitución. El proceso constituyente fue largo y no estuvo exento de conflictos, que la derecha aprovechó de resaltar. No escatimaron en esfuerzos para establecer en la opinión pública que el trabajo de los constitucionales era un circo y, así, desacreditar la labor hecha.

Los políticos conservadores y los empresarios son uña y mugre (o poto y calzón, dicho en buen chileno), y enloquecieron al ver amenazados sus privilegios. Se aferraban con dientes a la biblia de la dictadura, que no olía a libro viejo de biblioteca sino a leche agria. Hicieron lo posible por no dejar que se escribiera un libro nuevo. Rechazaban la nueva Constitución y, para frenarla, utilizaron una infalible técnica que ellos conocen bien: la campaña del terror y la desinformación.

“El miedo hace perder la propia conciencia y vuelve a la gente cobarde”, le decía su abuela a Marjane Satrapi, en su maravillosa novela gráfica autobiográfica, Persépolis, para referirse a la revolución islámica en Irán. Nada más cierto. Algunos lo sabíamos, por eso nació el lema “Apruebo sin miedo” y en los territorios hubo gente que comenzó a desmentir puerta a puerta cada una de las mentiras de la derecha, amparada por la prensa empresarial. Pero no fue suficiente.

En Chile no hay pluralidad de medios y las redes sociales son armas poderosas para la desinformación a través de la difusión de las fake news. La derecha es experta en propagarlas y nunca desmentirlas. ¿Por qué? Porque llevaban años siendo dueños del país y no querían soltarlo.

Les parecerá tirado de las mechas, pero hasta son dueños del agua. Sí, la Constitución de Pinochet privatizó el agua a través de la entrega estatal de concesiones a perpetuidad. En cambio, el libro del que todos escribimos, y que perdió, establecía el “derecho universal al agua”.

Las políticas extractivistas de los gobiernos neoliberales habían causado estragos en nuestros bosques, en nuestros animales y en nuestra gente. Cuando los redactores de la nueva Constitución o abogados ambientalistas explicaban el artículo sobre los derechos de la naturaleza, los defensores de la constitución de 1980 se burlaban, los caricaturizaban como unos hippies locos o comunistas de extrema izquierda.

También se enojaron mucho cuando en el nuevo libro leyeron acerca de la vivienda digna. Empezaron a inventar que el Estado le expropiaría las casas a la gente. Y la gente se lo creyó.

Debo confesar que había soñado con que este escrito fuera otro. Que la historia que le contaríamos a las generaciones del futuro sería otra. Y que la narración tendría un tono épico, como la letra de la canción Winds of Change, ‘Vientos de cambio’, de Scorpions, mi placer culpable, porque para quienes hemos vivido una dictadura es imposible rendirse a casi cualquier himno de unidad. Además de la música de artistas que realmente admiro como Violeta Parra y Víctor Jara, huelga decir, mi canto de arenga es ese, aunque me dé un poco de vergüenza asumirlo. Yo quería cantar a Scorpions: Take me to the magic of the moment / On a glory night / Where the children of tomorrow dream away / In the wind of change (‘Llévame a la magia del momento / en una noche de gloria. / Donde los niños del mañana sueñan / con el viento de cambio).

Como no pudimos entonar ni este ni ningún cántico de celebración, escribo. Y me envalentono al sostener, pecando de panfletaria, que quien perdió fue Chile, el pueblo.

La propuesta de la nueva Constitución, si bien no era perfecta, suponía un nuevo pacto social que profundizaba en la democracia, creaba un Estado social, distribuía territorialmente el poder a través del Estado regional, buscaba igualar a hombres y mujeres a través de la igualdad sustantiva y la democracia paritaria, brindaba mecanismos de protección de grupos históricamente excluidos y aumentaba la regulación ambiental. Pero el relato que acompañó al proyecto no logró calar en un amplio sector.

¿Por qué? Era una propuesta progresista que buscaba convencer a un país conservador, pero que quiere cambios sociales. Cuando digo que falló el relato, quiero decir que no se logró entregar el mensaje correcto de los beneficios que implicaba el nuevo texto. No se logró comunicar esto a sectores que no se sienten representados por quienes hoy gobiernan.

Uno de los problemas fue la confianza. Como me dijo antes de las elecciones una amiga que siempre supo que perderíamos: “Que en el concierto de Rosalía cinco gatos canten A de Apruebo no significa que triunfaremos”. Ni los saludos de Mark Ruffalo expresando su apoyo al pueblo chileno ni las cartas de las feministas del mundo. Nada de eso sirvió. Porque éramos los mismos de siempre, todo el tiempo, dándonos palmaditas entre nosotros.

Ante la monstruosa campaña de desinformación llevada a cabo por la derecha, el gobierno debería haber buscado aliados en organizaciones civiles o en los pocos empresarios que estuvieran de acuerdo con una nueva Constitución, con el fin de financiar una firme campaña a favor del Apruebo. Que armara una mejor narrativa. Más unificada y que explicara de manera clara a la gente el sentido global de la nueva Constitución, más que habernos perdido en explicar detalles, que, aunque importantes, no interpelaban a una gran mayoría. Escuché de un analista una metáfora para ilustrar esta situación que me gustó. Cuando vamos al médico porque nos duele algo, no queremos que nos explique el fruncimiento de las células, queremos que nos explique de manera clara qué nos pasa y cómo podemos curarlo. Creo que eso fue uno de los errores en la campaña del Apruebo. Haber confiado en que los mensajes racionales artículo por artículo conectarían con los problemas del día a día de la gente.

Sin necesidad de caer en el populismo de que el texto nuevo le resolvería la vida al pueblo, podría haberse hecho una campaña más fuerte en los territorios para explicar qué significaba realmente la vivienda digna que planteaba el nuevo texto, a modo de ejemplo.

Por otro lado, haber hecho una importante labor de desenmascarar las mentiras que elaboraba la derecha para detener cualquier reforma social, aquellas que el mismo pueblo votó en el plebiscito de 2020, cuando decidió que quería una nueva Constitución.

Finalmente, otro dato importante, es que hoy la derecha es la oposición, a diferencia de 2020, cuando sí ganó el Apruebo. En general, en los plebiscitos la gente se manifiesta en contra del gobierno de turno, que en este caso es el de Boric, de centroizquierda.

La derecha vio en este plebiscito una oportunidad para tirar líneas sobre las próximas elecciones y velar por sus propios intereses, en ningún caso para mejorar la vida del pueblo.

Y lo más importante, deberíamos haber hecho aquello que nunca hacemos: aprender de la historia. Olvidamos muy pronto que, al día siguiente del referéndum del Brexit de 2016, lo más buscado en Google, en Inglaterra, fue “¿qué es la Unión Europea?” Y que el principal defensor de la salida del país de esta fue Boris Jonhson, que fue primer ministro.

La derecha chilena tenía mucho a favor, el dinero y los medios de comunicación. Mientras que por ley el gobierno se veía impedido de invertir en la campaña electoral a favor del Apruebo. Así, mientras unos estaban preocupados de redactar la nueva Constitución y hacer campaña a duras penas, la derecha tenía todo el tiempo del mundo y los medios para boicotearla.

Leí por ahí que quien gana es quien domina la narrativa, quien instala el imaginario político de la sociedad. Ya conocemos el relato que triunfó el pasado domingo 4 de septiembre.

No soy analista política, lo mío no son los números, por eso que las explicaciones las busco en las metáforas. Como me dijo un amigo, tras la derrota: “Volamos muy cerca del sol”. Es lo que esa tarde cualquiera de un día no cualquiera, sino que, del futuro, podríamos responderle a las nuevas generaciones.

Por Daniela Farías (vía Ctxt)

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