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Mundo Chile |

Un prueba de sensatez

Chile vota si elimina la Constitución de Pinochet

Por Juan Carlos Ramírez Figueroa para Página 12

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El proceso fue la salida institucional a la grave crisis provocado por el estallido social iniciado el 19 de octubre de 2019, que en una semana ya tenía más de un millón de personas protestando en las calles de Santiago que se sumaron a las del resto de todo Chile, con carabineros disparando perdigones a los ojos de los manifestantes o lanzando gases lacrimógenos indiscriminadamente y, como en las peores postales de la Dictadura, el aterrador regreso de soldados armados, tanques y helicópteros patrullando las calles. Todo esto, mientras varias estaciones de subte ardían, sin que hasta el día de hoy se sepan los responsables.

Un fenómeno de proporciones que comenzó con un grupo de estudiantes secundarios evadiendo los torniquetes del subte debido al alza de 30 pesos pero que motivaría una frase que fue eslogan, mientras se sumaban adultos al gesto: “No son 30 pesos, son 30 años”. Una referencia a los 30 años en que la Concertación gobernó el país tras el retorno de la democracia, incluyendo al Partido Socialista y la Democracia Cristiana y que, según quienes protestaban, no hicieron mucho por cambiar el esquema neoliberal heredado de la Dictadura.

Justamente ese modelo es el que se juega en este referéndum que, por esos guiños de la historia, ocurrea 52 años del triunfo de Salvador Allende. Un cambio que si bien dista de ser tan radical como lo pinta la derecha, es una modernización y cambio de esquema a la forma de concebir un Estado aún bajo la terrorífica sombra autoritaria dejada por el general Augusto Pinochet y su principal intelectual, Jaime Guzmán.

Mientras todas las noches los chilenos caceroleaban por horas y luego hacían sonar por las ventanas de casas y edificios “El derecho de vivir en paz” de Víctor Jara o “El baile de los que sobran” de Los Prisionero, el gobierno del entonces presidente Sebastián Piñera no sabía qué hacer. Según investigaciones periodísticas como “La revuelta” de Victor Herrero y Claudia Landaeta, las ideas nunca reconocidas públicamente de una renuncia, un autogolpe o el castigo militar a la “primera linea” como se llamaba a los encapuchados que se enfrentaban a la policía rondaron por la cabeza de los asesores de un estresado presidente.

Pero Piñera, astuto y con una sorprendente lucidez, pasó del convencimiento de estar en “una guerra” a ceder ante las presiones de los diferentes sectores del Congreso, entre ellos el comandado por el actual mandatario Gabriel Boric, para apoyar finalmente un Acuerdo por la Paz en noviembre por el que se llamaría a un plebiscito en octubre de 2020 donde casi un 80% de la ciudadanía decidió aprobar un proceso constitucional que reemplazaría la Carta Magna de 1980, escrita en plena dictadura de Pinohet que, aunque con modificaciones, rige hasta hoy en el país trasandino. Si bien algunos vieron el acuerdo como una forma de salvarse de la acusación constitucional debido al alto nivel de violencia —que dejó a centenares de jóvenes sin ojos— y la irresponsabilidad de la policía, se abrió una posibilidad inesperada de recuperar algo de la paz social que amenazó incluso a la elite cuando se registraron quizá las únicas protestas en ese sector alto de Santiago que mira a las montañas.

Este plebiscito también es especial porque vuelve, tras una década el voto obligatorio, habilitando a más de 15 millones de chilenos a sufragar. También se reasignaron los recintos de votación haciéndolos más cercanos al domicilio de los votantes. Algo que evitará escenas como las decenas de personas esperando locomoción pública en las elecciones presidenciales y que, ante la ausencia de transporte debieron movilizarse a pie, a veces caminando durante horas bajo el sol del verano. Sin duda, la jornada va ser de emociones intensas y no se descartan celebraciones en la Plaza Baquedano, rebautizada como “Dignidad” y que simbólicamente separa los sectores de clase media y baja de los ricos que se atrincheran cerca de la cordillera de Los Ande

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