El 18 de mayo pasado, el Gobierno israelí, encabezado por Benjamín Netanyahu, lanzó una nueva operación militar con el declarado objetivo de derrotar a Hamás, liberar a los rehenes capturados en octubre de 2023 y ocupar militarmente la Franja de Gaza. A diferencia de ofensivas anteriores, en esta ocasión se reconoce abiertamente la intención de ocupar ese territorio palestino, al igual que los ya ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este, con el objetivo fin de avanzar en la construcción del llamado “Gran Israel”, desde el río de Egipto hasta el Éufrates, según interpretaciones de los antiguos mandatos bíblicos.
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Según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), en las últimas horas se han atacado más de 115 objetivos, entre ellos lanzadores, edificios militares, túneles y escuadrones de Hamás. Lo que no se menciona es que casi 200 personas han muerto como resultado de estos ataques, sumándose a la escalofriante cifra de más de 60.000 asesinados en el último año y medio, en su mayoría mujeres y niños. Todo esto ha sido transmitido en vivo por YouTube y otras redes sociales para que nadie se pierda nada.


Los daños en la infraestructura de Gaza son abrumadores. El sistema de salud está al borde del colapso. Dos de los últimos hospitales operativos en el norte, el Hospital Indonesio y el Hospital al-Awda, han sido rodeados por fuerzas israelíes, impidiendo el ingreso y egreso de personal y pacientes. Ambos han sufrido ataques directos, y el Hospital Europeo de Gaza —único centro oncológico de la región— quedó fuera de servicio tras ser bombardeado.
La Organización Mundial de la Salud ha advertido que solo 20 de los 36 hospitales de Gaza siguen funcionando parcialmente, y ya se han registrado casi 700 ataques a instalaciones de salud desde el inicio del conflicto.
Impactos mundiales del genocidio
La Unión Europea ha comenzado una revisión del acuerdo de asociación con Israel, evaluando si se están violando compromisos vinculados a los derechos humanos. Se trata de un gesto oportunista, propio de quienes, aunque cómplices, buscan desmarcarse cuando el costo reputacional se vuelve insostenible o, lo que es más probable, algún botín negocian tras bambalinas.
En la misma línea, el Reino Unido suspendió las negociaciones para un nuevo acuerdo de libre comercio con Israel, calificando su política en Gaza como “atroz”. Esto, que ahora parece evidente, ha sido ignorado durante años por una potencia otrora imperial cuya matriz constitutiva precisamente ha sido cometer atrocidades, así que es fácil pensar que también están negociando algo. Como dijo Nietzsche en Zaratustra: “Desconfía de los que piden demasiada justicia; no solo de miel carece su alma”. Y como recordaba Silvio Rodríguez al evocar a otro poeta barbado: en el imperio mañoso nunca se debe confiar.
La ONU, por su parte, se negó a participar en la operación de ayuda humanitaria respaldada por Estados Unidos, alegando falta de imparcialidad, neutralidad e independencia. Esta decisión surge tras meses de una campaña brutal de limpieza étnica. Ahora se advierte que 14.000 bebés podrían morir antes de fin de año si no se permite el ingreso inmediato de ayuda.
Ya no tiene sentido seguir acumulando cifras que evidencien un genocidio que se transmite en tiempo real ante una comunidad internacional paralizada. Lo que se impone es la denuncia en todos los espacios posibles y, sobre todo, acciones concretas que frenen este horror.
Desde nuestro apacible rinconcito sureño también se pueden tomar acciones. Una de ellas es rechazar y denunciar la propuesta de abrir una oficina de innovación en Jerusalén, porque eso implica tomar partido por el agresor y esgrimir neutralidad en un contexto de este tipo no es aceptable.
También podrían romperse, congelarse o al menos condicionarse las relaciones diplomáticas, políticas o comerciales con Israel, reconociendo su rol de agresor. Esto no sería un gesto aislado, sino un paso coherente con la realidad material de los hechos y como lo han hecho ya países hermanos como Bolivia, Colombia, Belice, Honduras y Chile. El ogro Venezuela rompió dignamente relaciones diplomáticas en 2009 tras denunciar crímenes de guerra, precisamente tras una incursión israelí en Gaza. Se ve que sí la vieron mientras nosotros mirábamos para otro lado.
Cuba lo hizo incluso antes, obvio, en 1973, Cumbre de los No Alineados mediante, reafirmando su histórica solidaridad con la causa palestina y las naciones árabes. Porque esto viene de lejos, no es de octubre de 2023 ni es que no sabíamos que estaba y nos encontramos repentinamente con este problema.
No se puede seguir jugando al equilibrio. No desde una ética humanista, ni desde una perspectiva mínima de justicia. La coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos es lo que da verdadero valor a nuestras acciones.
Hace apenas unas horas, fuerzas israelíes abrieron fuego al norte de Cisjordania contra una delegación diplomática internacional que incluía al embajador uruguayo Fernando Arroyo. Según la embajadora israelí en Uruguay, Michal Hershkovitz, el grupo no había notificado su presencia ni contaba con autorización. ¿Por qué habría que pedir autorización a Israel para caminar por calles palestinas? Pero incluso si no hubiera mediado “permiso”, ¿es motivo suficiente para abrir fuego indiscriminadamente? La impunidad es enorme y no se oculta.
Consultado sobre este hecho, el presidente Orsi dijo que es “tremendo”, pero llamó a “ser inteligentes” y esperar el testimonio de Arroyo. Agregó que no está de acuerdo con la ofensiva israelí y que “son asuntos de carácter militar que no le hacen bien a la estabilidad mundial”. Cuando fue preguntado sobre la condena internacional contra Netanyahu, respondió: “Creo en los organismos multilaterales, creo en la ONU. No soy quién para juzgar. Algún argumento tendrán…”.
Francamente, por más que escucho estas declaraciones, no comprendo por qué cuesta tanto llamar las cosas por su nombre. Mientras buscamos eufemismos o argumentos dilatorios, la agresión continúa y el apartheid contra un pueblo entero se profundiza y es con nuestro silencio.
Por supuesto que queremos la paz. Pero repetirlo como un mantra sin contexto ni horizonte no nos acerca a ella, más bien nos aleja cada vez más. Cuando hay una agresión tan evidente, con una desproporción histórica y brutal entre las partes, no tomar postura es una muy clásica forma de complicidad, es ponerse del lado del más fuerte. No es posible ser indiferente a esta barbarie.
Gramsci diría que la indiferencia opera en la historia, nos guste o no, y muy negativamente. La indiferencia, dirá, es capaz de torcer programas y los mejores planes concebidos. Ojo, porque ese camino no es novedoso.
Es conocida la afirmación de que la política es el arte de lo posible y aprendimos en el mismo lugar que Yamandú, y probablemente en los mismos días, que el desafío es hacer posible lo necesario. Necesario es frenar esta barbarie y la acción política que lo posibilite no se consigue con zigzagueo constante sino con determinación.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que se nos enseñaba que debíamos ser capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Esa, nos decían, es la cualidad más linda de un revolucionario, incluso de los que solo se proponen cambiar las cosas más simples.