¿Qué significaba declararse nacionalista en los años 30 o 40 del siglo XX? ¿Cómo se observaba el devenir de aquella lejana guerra? Y, sobre todo, ¿cómo se juzgaban desde aquí los regímenes fascistas en los momentos de su auge? Volvamos en el tiempo a los años 30, luego de la Primera Guerra Mundial, de la gran crisis del 29. ¿Cómo se presentaba aquel escenario político? La derecha era la vía más popular de aquellos tiempos, de crisis y desconcierto; una derecha que tendía siempre a ser nacionalista y basaba su poder en ello. “[…] agitar una bandera nacional era una forma de adquirir legitimidad y popularidad”, escribió Eric Hobsbawm; era claro que tanto los fascistas como los nazis, los franquistas, los fascistas portugueses, entre otros, utilizaron la bandera como símbolo de grandeza, como símbolo de unidad dentro de sus respectivos países, sobre todo aquellos que no tenían una base ideológica sólida, sólo aquel autoritarismo y anticomunismo, con ingredientes de intentos de Estados corporativos. La empatía debe ser uno de los ingredientes fundamentales de la historia, aunque los juicios anacrónicos, las opiniones extemporáneas campean en muchos temas, como la Segunda Guerra Mundial y sus entretelones. Hoy día, desde nuestro conocimiento, es mucho más simple acercarnos a los fenómenos deldiametralmente perspectiva, resultados ya tan sabidos. tear lo que ellos pensaban sobre la guerra, y que significaba plantear nazismo o el fascismo con la perspectiva del tiempo y los resultados. Pero ¿qué significaba ser nacionalista en 1938? Esa es una pregunta que quizás nos pueda llevar a entender algunas posturas y declaraciones nacionalistas, que, dependiendo del momento histórico, toman ribetes diferentes, más aun en esta época de crisis de las democracias liberales y comienzo de una guerra total. El mundo de entreguerras vio el nacimiento de fenómenos “totales” o “totalitarios”, como se los ha denominado. Estos fenómenos aparecieron como respuesta a la ineficacia del sistema existente. Atacaron el corazón de lo más preciado por los ciudadanos del siglo anterior: las democracias liberales. Como bien dice Hobsbawm, “de todos los acontecimientos de esta era de las catástrofes, el que mayormente impresionó a los supervivientes del siglo XIX fue el hundimiento de los valores e instituciones de la civilización liberal, cuyo progreso se daba por sentado”. Esta caída de las democracias liberales generó la ascensión de los regímenes totalitarios de derecha; básicamente entre el período que va desde el fin de la Primera Guerra Mundial y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, hubo un crecimiento de la derecha, y no precisamente de la izquierda. Esto explica una tendencia mundial de simpatía a los fascismos, desde todas partes del mundo. No sólo el nacionalismo acercaba a los simpatizantes, ya que los éxitos económicos eran reales; la disciplina, la “rectitud moral”, eran valores admirados desde muchos rincones de globo. El mismo Winston Churchill, quien formaba parte de la derecha conservadora inglesa, manifestó en un principio simpatía por la Italia de Mussolini, y en momentos de la Guerra Civil Española no apoyó a la República. Churchill -uno de los Aliados en la guerra-, ícono de la aliadofilia, en un comienzo veía amablemente a los fascistas italianos. Esto podría explicarse en un mundo occidental en el que detectamos un corrimiento hacia la derecha de la política internacional. Pero ¿qué pasaría en Uruguay? Quizá podamos encontrar un corrimiento a la derecha en nuestra política criolla, que muchas veces la historiografía ha atenuado por miedo a los juicios anacrónicos. Pero el corrimiento se desarrolló en todo el mundo occidental y Uruguay no fue la excepción. La realidad política de 1940 vislumbra todavía los liderazgos de Terra y Herrera en los partidos Colorado y Nacional respectivamente. Sabemos que los batllistas y los nacionalistas independientes se abstuvieron de presentarse en las elecciones, por tanto, el período que va desde el golpe de Estado del presidente Terra (31/3/1933) hasta el golpe del General Baldomir en 1942 es de hegemonía política de terristas y herreristas, en una coalición que integraban también otros sectores (por ejemplo, los riveristas). En 1940 los hilos nacionales eran manejados por estos sectores, sin la presencia de una oposición fuerte: la cámara baja, por la autoexclusión de batllistas y nacionalistas independientes, y la cámara alta, por la famosa reforma del “medio y medio”, que otorgaba 15 senadores al sector ganador y 15 al inmediato perseguidor. Era el “parlamentarismo criollo”, como lo bautizara el constituyente José Salgado, en el que se repartían los dos sectores mayoritarios (terristas y herreristas) las 30 bancas. Pero a su vez los sectores victoriosos, aunque antagónicos a primera vista, aparecen como aliados en la lucha contra el batllismo, contra la radicalidad de aquellos tiempos; es así que se cae en un extremismo natural en aquellos años. El batllismo se convirtió en el “diablo”. Estos sectores abonaban ideales comunes, justamente en consonancia con el antiguo dictador, quien todavía en 1940 manejaba los hilos de su sector. Tomemos una sesión de aquel Senado, en la que se discutió la instrucción militar obligatoria y analicemos los discursos. Es reveladora la intervención de Eduardo Víctor Haedo en la Cámara de Senadores, aquella misma noche del 1° de julio de 1940: “He dicho que estamos reconstruyendo el espíritu nacional. No he de cansarme de repetir que empresa tan alta y difícil empezó con Gabriel Terra el 31 de marzo de 1933”. Herrera aporta esa misma noche su posición, hablando sobre el gobierno de Terra como un gobierno “histórico”, aportando luego su juicio sobre la ruptura de la hegemonía batllista, “hasta que un día -repito un poco lo que dijera en otra sesión, porque hay que insistir en esto como con el abecedario en la primaria y tener memoria-, hasta que un buen día se dio vuelta la suerte -y ustedes los saben, porque estamos aquí traídos por esa gran marejada reivindicadora y regeneradora-, el país volvió a su cauce y empezamos a ser en todos los aspectos una nación constituida que quiere realizar sus destinos”. Las alusiones a Terra son más que elocuentes, y en toda la copia de la sesión, el tono amable de los senadores de todos los sectores denuncia un clima de conformidad. Son siete las menciones en toda la sesión al expresidente, todas a favor. El senador Antuña, en alusión a las palabras de Haedo y su concepto del espíritu nacional, agrega, para beneplácito de todos (no hay intervención en contra): “Es el espíritu de la Revolución de Marzo, que queremos mantener”. Por su parte, el senador Augusto César Bado nos habla de Terra como “el gran ciudadano”, quien había luchado contra “la demagogia criolla”; en pocas palabras, el batllismo, los mismos “adversarios del gran patriota”. Culmina Antuña: “La Revolución de Marzo quiso traer un orden para la República con la más genuina expresión de su predestinación histórica”. Todo esto sin que nadie dijera lo contrario. Con respecto al batllismo, fueron más a fondo y aludieron a él (siempre en su contra) unas 12 veces aproximadamente. Es claro que el escenario político estaba dividido, de una manera bastante extrema, entre batllistas y no batllistas. Y a primera vista, los primeros eran estigmatizados con la izquierda, la anarquía, la demagogia, el antinacionalismo, la poca disciplina, el exceso de libertad, entre otros conceptos que los senadores veían como nocivos para el “nuevo espíritu nacional” del que hablaba Haedo. Las alusiones las comienza Carbonel Debali: “[…] que en aquellos años de 1923 y 1924, muchos de los que hoy se erigen en propagandistas de la instrucción militar, se apartaban temerosos del núcleo que esa propaganda realizaba para neutralizar sus sentimientos ante la diatriba y la crítica de la política más o menos disolvente que imperaba entonces. Tal era la influencia de los que hoy pretenden el monopolio de la exaltación de la soberanía nacional, que hasta restaron todo el brillo que pudieron a la solemnización gloriosa del Centenario de la Asamblea de la Florida, que hubo de realizarse bajo el acicate del esfuerzo privado, con el desgano de los poderes públicos”. Prosigue su alocución dando su postura de la época en que “aquellos” gobernaban “la licencia, la confusión, el escarnio, sacudían la arquitectura del país, socavaban los cimientos y minaban las corrientes de la ciudadanía, negando la devoción por la patria y renegando de los atributos fundamentales”. El antinacionalismo del movimiento batllista fue tema general, marcando una postura nacionalista marcada de los herreristas y los terristas. El mismo Herrera proclama: “Estamos sitiados en nuestros grandes amores de raza por las disoluciones anárquicas y socialistas. Ninguna barrera mejor, oponible al avance escéptico -contra quienes abominan de la patria y de sus símbolos- que la milicia varonil y apasionada de las armas”. Ningún legislador, incluido Herrera, separa los beneficios de la instrucción militar de los males y el nulo patriotismo de los “demagogos”. El senador Haedo recrimina la poca importancia que el batllismo dio a la historia nacional: “La propia educación, durante años la vimos entregada a cultivar la mistificación histórica, a saber más lo que ocurría en las patrias ajenas que en la propia, contribuyendo -de acuerdo con la moda impuesta desde la altura del Gobierno- a esa renegación imperdonable que significa vivir cultivando lo exótico, procurando imitar todo lo que trae el último figurín europeo, descastando el espíritu nacional, demostrando actitud para el Versallaje”. Claramente, para aquellos hombres y aquella atmósfera mental dominante, el batllismo era sinónimo de todo lo peor de Uruguay. Queda tiempo para una entrega más y, en ella, observaremos las alternativas a ese batllismo en aquel Uruguay mareado con los fascismos.
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