Hay muchas formas de participar en una guerra, sobre todo para un país como Uruguay que tradicionalmente ha mantenido posiciones de neutralidad ante los diferentes conflictos internacionales, una posición que le ha ganado el máximo respeto en la comunidad internacional.
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Esta postura uruguaya tuvo, en el caso de la Segunda Guerra Mundial una configuración diferente, a nivel de posicionamiento del Estado uruguayo no fue hasta el 21 de febrero de 1945 que el gobierno uruguayo adoptara la decisión de declarar la guerra a Alemania y Japón, cuando ya el conflicto bélico se encontraba a punto de finalizar.
Sin embargo, los historiadores Carolina Cerrano y Fernando López D’Alesandro han documentado cómo a pesar de dicha neutralidad, el país había quedado alineado a partir de 1940 y con mayor claridad en 1942, a las posiciones norteamericanas.
Al respecto señalan: “A fines de 1940, los gobiernos de Estados Unidos y de Uruguay elevaron sus legaciones al rango de embajadas. Al año siguiente, la invasión nazi de la Unión Soviética y el bombardeo de Pearl Harbor –con la consecuente entrada de Estados Unidos en la guerra– fueron acontecimientos de fuerte impacto en Uruguay. Los vínculos entre ambos países se estrecharon al negociarse un convenio de préstamo y arriendo en el segundo semestre de 1941, el cual fue ratificado en enero de 1942. Uruguay sería provisto de armas, logística y entrenamiento por parte de Estados Unidos”.
Esta es, por decirlo así, la forma “clásica” y si se quiere “formal” de entender la participación de Uruguay en esa sangrienta guerra.
Hay otra forma de describir el modo en que, de forma indirecta, el país participó en el conflicto mundial y esa forma es la que aparece reflejada en una nota de Sputnik titulada: “Carne enlatada uruguaya, arma secreta de la Segunda Guerra Mundial”.
La nota en cuestión relata parte de la historia del frigorifico Liebig Extract of Meat Company, fundado en 1865 en la localidad uruguaya de Fray Bentos, 300 kilómetros al norte de Montevideo y con costas sobre el Río Uruguay.
Sobre este monumental frigorífico que dejó de funcionar en 1979, cuyas “colosales instalaciones del frigorífico quedaron vacías y (que) en las décadas siguientes se convirtieron en el «depósito» de la ciudad de Fray Bentos” según relata a Sputnik el arquitecto Guillermo Levratto, recayó una singular actividad productiva que alcanzó a las tropas aliadas y según se afirma hasta los propios soldados del ejército soviético: la producción de “corned beef’ con la marca Fray Bentos”.
El historiador uruguayo René Boretto, consigna Sputnik, ha identificado “hasta 220 productos cárnicos diferentes que se producían en la planta Liebig.
De entre todos ellos, fue el corned beef el que logró consolidarse como producto insignia de la planta, dado que, apuntó Boretto, era fácil de stockear, transportar hacia Europa y permitía un consumo rápido, algo que ya comenzaban a exigir las sociedades europeas apuradas por la Revolución Industrial y el impacto de las guerras mundiales”.
De acuerdo a la nota referida “El uso del corned beef para alimentar a los soldados comenzó en la Primera Guerra Mundial. Por aquellos tiempos, los británicos habían internalizado tanto el consumo de la carne producida en Uruguay, que la marca Fray Bentos que aparecía en las cajas se convirtió en un vocablo de uso común que acabó siendo sinónimo de carne de calidad”.
Esta presencia del corned beef, producido en Uruguay retoma protagonismo durante la Segunda Guerra Mundial, así lo narra Sputnik: “La Segunda Guerra Mundial volvió a llevar a los hombres a combate y puso nuevamente a las latas enviadas desde Uruguay en primera línea. Una curiosa anécdota recopilada por Boretto en sus años de trabajo otorga un inesperado protagonismo al corned beef fraybentino cuando aliados y alemanes peleaban en la frontera entre Francia y Bélgica.
Relatos de la época indican que los aliados llegaron a utilizar la carne enlatada como señuelo: lanzaban una lata de carne esperando la aparición de un hambriento soldado nazi y, cuando esto sucedía, sabían que allí había un contingente de más soldados. Lo siguiente era atacar la trinchera señalada por la aparentemente irresistible lata de corned beef.”
La importancia estratégica de esta forma de alimentación, afirma la nota, condujo incluso a que “los nazis llegaron a idear planes para impedir el abastecimiento de las fuerzas aliadas. Boretto indicó que esa fue la razón de que algunos de los submarinos U 2 desplegados por los nazis se instalaran en la salida del Río de la Plata —cuya desembocadura con el Río Uruguay conectaba fácilmente el puerto del frigorífico Anglo con el Océano Atlántico— y sobre el final del trayecto que llevaba a los barcos con carne enlatada al puerto de Liverpool, en el Reino Unido. Así es que más de un buque que viajaba entre Fray Bentos y Liverpool acabó en el fondo del mar, con dotaciones de carne enlatada que nunca llegaron a destino”.
Si alguna vez, viaja a Fray Bentos y visita el antiguo predio, considerado patrimonio histórico nacional desde 2013, e histórico de la humanidad desde 2015, según la declaración emitida por la UNESCO y se suma a los cerca de 16.000 turistas al año que lo visitan, sepa que desde dicho lugar y de un modo muy sui generis, también se hizo posible la victoria sobre el fascismo.