Exactamente dentro de seis meses y catorce días, un cometa de entre seis y nueve kilómetros de ancho –mucho mayor al que acabó con los dinosaurios– caerá sobre el Océano Pacífico, a cien kilómetros de Chile, y generará un cataclismo de proporciones bíblicas que extinguirá a la humanidad en un abrir y cerrar de ojos.
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La descripción podría corresponder a una de las tantas teorías conspirativas que circulan por el inframundo de internet. O también al punto de partida narrativo de alguna de las películas pertenecientes al subgénero del cine catástrofe que -principalmente a fines de los ’90- imaginaron un desenlace fatal cortesía del espacio. Pero es el descubrimiento que hace la estudiante de un posgrado de Astronomía Kate Dibiasky y su profesor Randall Mindy en lo que aparentaba ser una jornada de trabajo igual a tantas otras.
Debe haber pocas cosas más horribles que estar entre las primeras personas en enterarse de que el fin del mundo está tan cerca. Peor aun si nadie lo cree, aunque haya toneladas de pruebas para validar el pronóstico. Y ni hablar si encima, en lugar de tomar medidas, como respuesta gubernamental solo reciben burlas de todo tipo y color.
Las situaciones tranquilamente podrían ocurrir en la vida real, como han demostrado estos larguísimos meses pandémicos y la legión de antivacunas que ven la mano negra de Bill Gates y cucharas pegándose a los cuerpos de quienes pusieron el brazo. Pero, en este caso, ocurren en la ficción, más precisamente en No miren arriba, que llegó este viernes a Netflix justo en vísperas del inicio de la temporada de alfombras rojas de Hollywood.
La empresa de la N roja tiene el Oscar entre ceja y ceja desde que descubrió que no hay campaña de marketing capaz de comprar el prestigio que para ciertos sectores de la audiencia significa ver decenas de estatuillas doradas en el póster. Por eso no se anduvo con chiquitas a la hora de armar un plantel actoral deluxe que incluye a Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Jonah Hill, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Kid Cudi y Cate Blanchett, todos bajo la dirección del también guionista Adam McKay.
La realidad como parodia
“Si sos capaz de reír, significa que tenés algo de distancia, más allá de que creas que es realmente importante”, dijo el director ante la consulta de cómo mixturar un tópico de indudable actualidad con la comedia, género en el que se mueve como pez en el agua. Y no solo por las reputadas La gran apuesta y El vicepresidente: más allá del poder, pues McKay es uno de los realizadores más importantes de la comedia norteamericana de los primeros años del milenio, socio invisible de una empresa artística con Will Ferrell que dio como resultado las dos Anchorman, Talladega Nights, Step Brothers y The Other Guys.
Aunque con el ropaje de comedias absurdísimas, casi surrealistas, todas ellas disparaban dardos venenosos con forma de gags contra los pilares fundamentales de la vida estadounidense: el periodismo, con los presentadores adustos como portadores de la verdad, en las dos primeras; el deporte en la segunda; la familia en la tercera y las fuerzas policiales en la última.
No miren arriba está mucho más cerca de esos personajes “tontos que no saben que lo son” de aquella primera etapa, como los ha definido alguna vez McKay, que de la voluntad de denuncia de sus dos películas más reputadas. Una tontería subrepticia que, sin embargo, impregna gran parte de lo que se ve y se escucha, lo que habla de un realizador que piensa el mundo en clave de comedia.
“Queríamos abordar la crisis climática, que es tan abrumadora y posiblemente la mayor amenaza a la vida en la historia de la humanidad. En esta película se puede sentir urgencia, tristeza y pérdida, al mismo tiempo que tiene mucho sentido del humor. Y esa era mi intención. Después de los últimos cinco o diez años locos que venimos teniendo en todo el planeta, ¿no sería bueno reírse de algo de esto? Ese fue el enfoque, porque creo que nos golpea una especie de charla previa al día del Juicio Final. Lo cual, por cierto, es totalmente legítimo en lo que respecta al cambio climático. Pero me pareció que era importante que el público pudiera reírse y tener cierta distancia. La risa es un gran elemento unificador porque realmente no se puede fingir, nunca funciona cuando intentás fingirla”, reflexionó.
Idiocracia
Lo primero que hacen Kate (Jennifer Lawrence) y Randall (Leonardo DiCaprio) ante la mala nueva es informar a las autoridades. Primero al área de Defensa Planetaria de la NASA –que, como aclara una placa al momento de su mención, existe–, que toma nota del asunto y decide derivarlo más arriba. Mucho más arriba, más precisamente hasta la Casa Blanca, donde la Presidente Orlean (Meryl Streep) y su inefable hijo y Jefe de Gabinete Jason (Jonah Hill) reciben a los científicos no sin antes hacerlos esperar durante largas horas mientras atienden asuntos mucho más urgentes, como un cumpleaños. Las cosas no salen nada bien con dupla ejecutiva: falta muy poco tiempo para las elecciones legislativas, y no parece el mejor momento para salir a contarle al mundo que en poco más de seis meses todos morirán.
Streep está, como siempre, notable en un papel que exhibe en primer plano el cruce entre frivolidad y oportunismo que se ha vuelto norma en los gobiernos de gran parte del mundo. Ni hablar en los Estados Unidos, un país comandado durante cuatro años por un multimillonario que se hizo famoso con un reality show.
“Había tantas personas para inspirarse”, contó la dama de las mil nominaciones, y siguió: “En los últimos años hubo muchas personas absurdas que se posicionaron en cargos públicos. Y lo hicieron descaradamente. Fue divertido armar este personaje que está en el lugar donde su voracidad quería, porque ahí puede amasar poder y dinero, más poder y más dinero. Pero no hay ningún sentimiento de compañerismo, y ese es, desafortunadamente, el costo de ser un servidor público ahora. Realmente hay que hacer un gran sacrificio. La familia lo hace, y hay que estar dispuesto a hacerlo. Ahora más que nunca necesitamos a esas personas”.
Con la negativa gubernamental a cuestas, Kate y Randall piensan de qué manera hacer pública la noticia. Y nada mejor que los medios de comunicación, a los que seguramente les interesará una primicia de esa envergadura. El programa elegido es un magazine matutino conducido por Jack Bremmer (Tyler Perry) y Brie Evantee (Cate Blanchett), dos periodistas que tienen poco y nada de tales. “Fue un trabajo muy divertido. Hice un par de llamadas a dos personas que estaban en programas en este momento y admiro, Joe Scarborough y Michael Strahan. Les mandé una parte del guion y les dije si podían leerlo. Pero esos tipos son periodistas profesionales, algo que no es mi personaje. Así que fueron muy útiles para lograrlo, porque se trataba de hacerlo con contrario a lo que ellos me decían”, contó Perry.
La visita al magazine resulta otro fiasco: a los periodistas, más que interés y alerta, la idea de un cometa a punto de estrellarse contra la Tierra les resulta graciosísima. Al público, también: Kate termina convertida en meme por sus reacciones coléricas y Randall, en científico “hot” de las redes sociales, con millones de seguidorxs haciéndole propuestas de todo tipo. De ciencia, obviamente, nada de nada.
Es un momento del film, Randall, hastiado del circo a su alrededor, dice que no todo en los medios debe ser encantador o inteligente. ¿Es, acaso, una flecha que apunta al corazón universo audiovisual contemporáneo? McKay respondió: “Existe esta demanda porque hay muchísimo dinero detrás de los medios, con la publicidad, los clics y las aplicaciones.
Debemos haber reescrito ese discurso como 20 veces, y es uno de mis momentos favoritos. A veces solo tenemos que decirnos cosas entre nosotros, y esa parece ser la línea básica que se ha corrompido, porque hoy todos tratan de sacar beneficio de nuestras redes sociales, de nuestras llamadas, de los programas que vemos… Es una locura pensar en eso. De hecho, ahora no se habla de programas de televisión ni de canciones, sino de contenidos”.