El gobierno se floreó durante los primeros ocho meses alardeando de su éxito en la contención de la epidemia. Mientras esto sucedía la pandemia asolaba al mundo.
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En Uruguay el número de infectados creció lentamente en brotes que fueron controlados con los recursos con los que contaba el Ministerio de Salud Pública, un Sistema de Salud poderoso, una amplia conectividad digital y un sistema de seguridad social eficaz.
Probablemente, circunstancias desconocidas, algunas tal vez biológicas, sumadas a las peculiares condiciones demográficas, culturales, sociales y geográficas, de un país pequeño, poco poblado, con fronteras muy controlables, con reducidos niveles de pobreza, con escasa conectividad aérea y un sistema político maduro con instituciones sólidas, hayan ayudado, al menos a ganar tiempo y a prepararse para posibles instancias peores.
La Universidad pública y una comunidad científica formada con un pensamiento abierto, creativo y solidario constituyeron, junto a los médicos y los gremios de la salud, una columna sin la cual nada hubiera sido posible.
Quienquiera que se hubiera encontrado frente al problema sanitario de una pandemia, hubiera puesto toda su inteligencia en no subestimarlo. Semejante tormenta tiene consecuencias en la economía de cualquier país y en la vida de sus habitantes.
Es bien sabido que de las crisis como esta los países salen siempre más pobres.
El gobierno se encontró sorpresivamente con esta epidemia que fatalmente iba a trastocar sus planes .
No se paralizó con la sorpresa, actuó, se puso sus objetivos y sus límites, hizo lo que quiso, construyó su relato, inventó una victoria, se atribuyó los éxitos, avanzó en su agenda política y económica. Aplicó medidas de ajuste aprovechando de su credibilidad, del miedo y del deseo de la gente de pasar esta instancia sin más sobresaltos ni disgustos.
Se benefició de la hegemonía en los medios de comunicación, monopolizó un discurso exitista, prescindió de la colaboración de la oposición, menospreció las consecuencias económicas sobre la población más vulnerable y cargó de culpa a la pandemia y a la herencia del gobierno anterior.
El Presidente llegó al extremo de llevar a la Argentina un relato fantasioso e imprudente, invitando a los más ricos de la vecina orilla a disfrutar en Uruguay de un gobierno de la nueva derecha, de un paraíso fiscal neoliberal y además sin COVID 19.
En realidad es bastante común que reiterando la mentira, el mentiroso termine de creer su propia historia.
El resultado de éste accionar neoliberal dogmático, necio y ciego, ha sido nefasto. Nueve meses después, aumentó la pobreza, la indigencia, la desigualdad, la deuda externa, el dólar, las tarifas públicas y la desocupación.
Al mismo tiempo, cayeron las exportaciones, el consumo interno, los salarios, las jubilaciones, la recaudación impositiva, la obra pública, las transferencias a las Intendencias Municipales y los gastos sociales. ¿Esto era fatal? Rotundamente no. Podía haber sido diferente si se hubieran adoptado, aunque sea parcialmente, políticas diferentes.
Los últimos ocho meses hemos estado gobernados por Isaac Alfie y por Luis Lacalle Pou, un pequeño reyezuelo más fatuo que sabio.
Cuando la hipocresía es de muy baja calidad es hora de decir la verdad.
Ocho meses después de iniciado el gobierno y de anunciarse los primeros casos de COVID 19 en Uruguay, cuando ya tenemos más de 500 casos en un día, se hace necesario volver a la realidad.
Si las estadísticas no se equivocan en cuatro o cinco semanas, si no pasa nada extraordinario, colapsará el sistema de salud.
Por lo menos tres Ministros me dijeron en los últimos días que el Presidente estaba muy obcecado y se negaba a aceptar medidas más rígidas de distanciamiento social.
Imaginen que patético, prestigiosos Ministros compartiendo su preocupación con el execrable Director de Caras y Caretas, el diablo vestido de panfleto.
Llama la atención que hace pocas semanas el Presidente declarara que “nada hacía prever el agravamiento de la situación”. Hace menos de siete días el inefable Director de la Junta Nacional de Salud dijo “que estamos lejos del colapso”. Hace unos pocos meses el Director General de Salud dijo que esperaba que nos protegiera “la inmunidad de rebaño”.
Semejantes tonterías sorprenden, aunque el mundo está lleno de gobernantes mucho más inteligentes, con más experiencia y menos fanfarrones que el nuestro, que se han equivocado, han ido para atrás y para adelante y una y otra vez el Virus se burló de ellos.
Es inimaginable que el Presidente y su corte se creyeran que eran tan geniales que iban a lograr, sin hacer nada, los que los países más grandes, avanzados, ricos y desarrollados no habían conseguido. Países que tiene más plata, mas hospitales, más médicos, más científicos, mas CTI, más tecnología aún está “peludiando” contra el persistente flagelo invisible, en una segunda ola que es aún más cruel que la primera.
Tampoco es que Lacalle Pou sea el más superficial, ni el más fatuo, aunque hace méritos para estar en el podio.
Si hay algo que debemos aprender de éste bichito infame, molesto y persistente es que hay que estar advertido del peligro, hay que ser prudente y humilde porque el virus es un gigante que aún no se ha podido derrotar.
Todo el que se la creyó perdió, frente al bicho este.
El gobierno mantuvo muy en reserva los metanúmeros de ésta epidemia. Nosotros los reclamamos desde el primer mes y fueron suministrándolos lentamente poco y mal.
Los informes de los grupos de científicos fueron ocultados, así como las opiniones del Ministro de Salud Pública, de la que nos enteramos porque el Senador Guido Manini tuvo la astucia política de hacerla conocer a la opinión pública antes de que el agua nos llegara al cuello y el Ministro terminara siendo el chivo expiatorio de las irresponsabilidades del Presidente .
Conste que semejante infidencia es porque nadie, ni los propios aliados, confían en la lealtad del Presidente.
El semanario Búsqueda solicitó los informes del GACH y se le informó que no había documentación escrita.
Por distintas vías se filtró información que indicaba que matemáticos, bioquímicos, biólogos, virólogos, físicos, epidemiólogos, intensivistas y la comunidad médica en general, consideraban que esto no daba para más.
Nos enteramos que el mismísimo Instituto Pasteur hace días que se desempeña con teletrabajo y los científicos fueron autorizados a llevarse las máquinas a su casa.
Hasta ahora lo único que importaba al Poder Ejecutivo era mantener encendidos los motores de la economía para que las grandes empresas- “los malla oro”, no sufrieran las privaciones que sufren los desocupados, los que están en seguro de paro, los jubilados, los trabajadores informales y las Pymes.
Ahora mismo estamos en la puerta del infierno. Si no es muy pero muy irresponsable, el gobierno tendrá que tomar medidas severas y hacerse cargo.
Hay necesariamente que restringir la movilidad y asegurar el distanciamiento social.
Hay que hacerlo de verdad y para hacerlo lo más importante, los imprescindible, lo prioritario e inexcusable es asegurar a las empresas y a las personas una contribución económica que le permita a la gente quedarse en sus casas y a las empresas sobrevivir.
No estoy proponiendo ni toque de queda, ni medidas de seguridad ni confinamiento obligatorio, ni militarización de nada. No será necesario, alcanza con que la gente no tenga que salir a parar la olla, arriesgando su vida y la de los demás innecesariamente.
Estoy diciendo que hay que pasar al teletrabajo a las empresa públicas y privadas, reducir al mínimo la actividad comercial y las reuniones sociales, limitar los viajes al interior del país, aconsejar achicar las reuniones de fin de año y dialogar con la oposición y los movimientos sociales para que todos contribuyan a cumplir las normas sanitarias aconsejadas.
Hay que procurar obtener una vacuna eficaz lo antes posible, obviamente antes de abril. El Uruguay necesita menos de 700.000 vacunas, tiene el dinero para comprarlas y la estructura sanitaria para vacunar a la población más vulnerable en pocos días. Hay, al menos cuatro vacunas, que se están comercializando de las 14 que están en fase tres y hay alguna que sería preferible por no necesitar una logística compleja y minimizar la posibilidad de reacciones no deseadas .
Hay que tomar medidas ahora si no queremos sufrir males mayores. Quiera Dios que estemos todavía a tiempo, porque cuando me enferme yo, se enferme mi esposa, mis nietos, mis hijos, mi médico, mis compañeros de trabajo, mis anunciantes, mis amigos o mis adversarios … quién se va a hacer cargo?
Enfrentar a la epidemia supone de una política de Estado y como estamos ante ventajeros, advertimos que nadie debe aprovecharse ni sacar ventajas de ello.