Una lógica simple establece que cada nación tiene derecho a elegir su sistema y sus gobernantes sin presiones ni injerencias. Sin embargo, en este mundo neoliberal, la única lógica existente es la del más fuerte.
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Las recientes elecciones en Nicaragua lo demuestran claramente donde una aplastante victoria electoral del Frente Sandinista, inmediatamente fue declarada como «ilegítima» por Washington. Inclusive, antes de las elecciones, el presidente Joe Biden declaró que no reconocerá las elecciones en Nicaragua si gana Daniel Ortega porque EEUU considerará a Nicaragua como una «dictadura» y apoyará a los grupos antisandinistas.
Esto no es nada nuevo porque desde 1798, Estados Unidos consideraba la democracia como su propio instrumento para imponer su voluntad y proteger sus intereses a través de las intervenciones militares o imposición de las sanciones económicas en el mundo entero. En el caso de Nicaragua, por primera vez, Washington mandó sus tropas a este país en 1853, después en 1854, en 1876, 1896, 1898, 1910 y 1926-1933. El presidente norteamericano Calvin Coolidge recalcó en su intervención ante el Congreso en 1927 que «tenemos un interés bien definido y especial en mantener el orden y buen gobierno en Nicaragua».
En la actualidad la reelección de Ortega tiene su lógica. A pesar de las sanciones, bloqueo económico, permanentes ataques mediáticos el pueblo dio su confianza al sandinismo porque su Gobierno es uno de los pocos en América Latina que desde su llegada al poder decretó la atención médica y educación gratuita, aseguró en 92% la soberanía alimentaria, redujo la pobreza al 24% y la extrema pobreza al 7%. Según las Naciones Unidas, Nicaragua está en el quinto lugar del mundo de igualdad entre el hombre y la mujer. En los últimos 10 años, su crecimiento económico en promedio anual ha sido del 5%. Respecto a la actual plaga de COVID-19, el 53,87% de sus ciudadanos han sido vacunados.
Para EEUU, Nicaragua junto con Cuba, Venezuela y Bolivia dan un mal ejemplo al resto de los países latinoamericanos por su desobediencia a Washington, su orgullo nacional y la defensa férrea de su soberanía nacional. Desde 1979, Norteamérica sigue tratando de vencer el sandinismo infructuosamente utilizando distintos métodos con la ayuda de sus satélites incondicionales de la Organización de Estados Americanos (OEA), 24 de cuyos miembros votaron recientemente durante la reunión presidida por el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, por la propuesta de resolución de declarar «ilegítimas» las últimas elecciones en el país que dieron victoria al sandinismo.
Una gran sorpresa dio el supuesto Gobierno progresista del Perú, apoyando a la Casa Blanca en su condena de las elecciones en Nicaragua. Parece que el presidente peruano, Pedro Castillo, resultó ser uno de los violinistas políticos que, según Eduardo Galeano, «toman el violín con la mano izquierda, pero lo tocan con la derecha». La OEA siempre ha sido un fantoche de Washington que aporta anualmente a esta organización 68 millones de dólares equivalentes al 44% de su presupuesto anual y que fue creada especialmente para promover y asegurar los intereses políticos, económicos y la seguridad de EEUU y no de los países latinoamericanos y los del Caribe.
Como lo enfatizó el canciller de Nicaragua, Denis Moncada, «la OEA tiene como misión facilitar la hegemonía de EEUU con su intervencionismo sobre los países de América Latina y el Caribe, lo que para Nicaragua es inaceptable. Nicaragua no es colonia de nadie». Frente a esta situación, el Gobierno nicaragüense tomó la decisión de desvincularse de la OEA y seguir su propio camino a pesar de las sanciones económicas y financieras, guerra mediática, amenazas de Washington y las conspiraciones de la derecha nacional.
Como dijo el héroe nacional de Nicaragua, Augusto Sandino: «La soberanía no se discute, se defiende con las armas en la mano».