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El peor enemigo de Donald Trump es Donald Trump

El tiempo se acaba para Donald Trump; el 3 de noviembre está a la vuelta de la esquina y el sueño americano hace agua. A pesar de lo sólido que ha sido construido el modelo norteamericano como referente ideológico del sistema imperante, la realidad vuelve a desnudar sus principales debilidades.

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Los sondeos iniciales lo dan como perdedor inminente frente a un partido demócrata que, aunque no está unificado por completo, tiene claro que cada decisión de Donald Trump le resta votos en unas elecciones completamente atípicas.

Según el Centro Pew, Joe Biden gana las elecciones por 54% sobre Trump, que obtendría 44%. Es importante recordar que el proceso que define presidente en Estados Unidos es diferente al de la mayoría de modelos que se conocen en esta región. La elección no es directa, sino por medio de un Colegio Electoral, que se constituye dependiendo del número de habitantes de los estados que componen la Unión.

En las elecciones de 2016, que le dieron la victoria a Trump, el número de votos directos favorecía a Hillary Clinton por más de dos millones, sin embargo, de acuerdo con la dinámica electoral estadounidense, el número de votos del Colegio Electoral favoreció a Trump. Por esa razón existen estados que son determinantes en la elección, debido al número de votos electorales que aportan. En su orden, California, Texas, Nueva York y Florida son los que mayores votos aportan (55, 38, 29 y 29); aunque las cifras varían según el número de representantes a la cámara por cada estado, la tendencia general continúa siendo esa, ya que los demás estados están lejos de tener la población de estos cuatro.

En las elecciones de 2000, George W. Bush venció a Al Gore en las mismas condiciones, perdió en el voto directo, pero el Colegio Electoral le dio la victoria, que se definió con el último conteo de votos en la Florida, lo que le permitió sumar esos votos para alcanzar el mínimo de 270 necesarios para ganar, de los 538 del total.

Medido el sondeo en votos electorales, la Universidad de Monmouth tiene unas cifras similares a las del Centro Pew, con un 53% a favor de Biden, contra un 41% a favor de Trump. Si el voto fuese directo, una diferencia de un poco más de 10 puntos no es enorme, pero de acuerdo con Monmouth, si se traducen estas cifras al Colegio Electoral, el resultado final serían 368 para Biden frente a 170 para Donald Trump. Lo que no es un panorama muy alentador para el republicano.

Trump, igual que cualquier presidente que se enfrenta a una reelección, tiene como ventaja que cada acto de gobierno a su vez es un acto de campaña, mientras que los candidatos de la oposición tienen como ventaja que cada acto de gobierno es una oportunidad para hacer contracampaña y proponer una formulación alternativa sin el riesgo del fracaso.

En el caso de Donald Trump, las decisiones que ha tomado como presidente parecen más actos de oposición que decisiones de gobierno. Su campaña se basó en una propuesta, que más allá del racismo y el discurso ultraconservador, que fue por lo que más se le conoció a nivel mundial, convirtiéndolo en un referente de la ultraderecha, se basó en la propuesta de regenerar el corredor industrial del norte de Estados Unidos, devolviéndole la grandeza a la industria nacional, que se vio profundamente afectada por los modelos maquilares de Asia y Latinoamérica, donde las grandes empresas norteamericanas pusieron sus capitales.

La flexibilización laboral de muchos de los países llamados “en vías de desarrollo” generaron una serie de condiciones interesantes para muchos grandes industriales norteamericanos, que vieron en países con mano de obra barata y ventajas tributarias excepcionales, una oportunidad de crecimiento individual. Grandes empresas aprovecharon el modelo maquilar y trataron de plantar cara a la megaproducción de artículos chinos, sin embargo, no fue posible sostener la producción norteamericana como punta de lanza de la globalización.

Finalmente, muchas empresas estadounidenses se mantuvieron en el mercado, pero no con el mismo nivel de expansión de otro tiempo. Donald Trump ofreció generar las condiciones necesarias dentro de las fronteras de su país para que los grandes capitales norteamericanos volvieran a ver en Estados Unidos un ambiente favorable para sus industrias.

Una de las principales muestras de lo anterior fue la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan), que, dentro de sus puntos principales, impulsaba una mejora sustancial en el factor salarial de la mano de obra de los tres países (EEUU, Canadá y México), esto con el interés de que las condiciones de la mano de obra fueran más parejas. Por un lado, para que las empresas no vieran diferencias sustanciales por lo que prefiriesen quedarse en EEUU y, por otro, los trabajadores mexicanos tampoco se sintieran atraídos hacia el mercado laboral estadounidense.

La teoría siempre es un éxito y lo difícil llega cuando una idea debe dejar el papel para volverse una realidad. Los factores que sacan a las empresas de EEUU y a los trabajadores de cualquier lugar de Latinoamérica no solo parten de los alcances de un acuerdo comercial, van mucho más allá y, aunque Trump logró avanzar en la revitalización del corredor industrial norteamericano, se quedó corto en su meta.

Contrario a las pretensiones de Donald Trump, el volumen de migrantes no solo no bajó, sino que se agudizó a partir de las caravanas migrantes que salieron de Guatemala, Honduras y el Salvador con destino a la frontera entre EEUU y México. Esta situación tuvo que ser administrada en un contexto menos amable del que tenía hasta hacía poco, ya que el gobierno de México no estaba en manos de un presidente del que pudiese disponer con tanta libertad, como hasta hacía poco hizo con Enrique Peña Nieto, quien no mostró mucha autonomía respecto a las relaciones bilaterales con su vecino del norte.

El manejo que le dio al tema migrante fue una de las más grandes grietas que generó Trump a nivel interno. El flagrante maltrato de los inmigrantes quedó registrado en las decenas de videos que documentan la política de vulneración de derechos humanos e incluso de maltratos que costaron la vida de varios niños que ya se encontraban en manos de las autoridades norteamericanas; lograron un profundo rechazo en la sociedad norteamericana, en el interior de la cual personas que incluso podían no estar de acuerdo con la migración masiva rechazaron la revelación de información que daba cuenta de niños y niñas detenidos en jaulas y sometidos sin acompañamiento a juicios sumarios.

Cuando la sociedad no había salido del rechazo generado por la política antiinmigrantes desarrollada por Donald Trump, llegó la pandemia que marcó todavía con mayor fuerza el clasismo del presidente. Las primeras semanas se dedicó a restar importancia, tanto a la pandemia y sus condiciones, como a la enfermedad en sí misma, coincidiendo con otra figura emblemática de la ultraderecha como Bolsonaro.

Estados Unidos, un país con una densidad poblacional elevada, entró a las medidas sanitarias de forma tímida y a destiempo; la consecuencia no se hizo esperar y se convirtió en el nuevo epicentro mundial de la pandemia. Millones de infectados y muertos por miles al día en cuestión de pocas semanas mostraron una de las mayores debilidades del sistema de salud norteamericano: la inaccesibilidad del mismo. Población afro e inmigrantes han sido los más afectados. La respuesta de Donald Trump no pudo ser peor, pues ha ido desde culpar a los chinos de tratar de debilitarlo, hasta proponer que la población se inyecte desinfectante para evitar el contagio, pasando por la lógica matemática de que para evitar que salgan muchas pruebas positivas de Covid, pues lo mejor sería simplemente dejar de hacerlas, bajo una especie de “ojos que no ven corazón que no siente” como política de Estado.

Y como si esto fuera poco, la muerte de George Floyd, un afroamericano asesinado por uso excesivo de la fuerza en un procedimiento policial en Minneapolis, desató la ira colectiva de las comunidades más afectadas por la exclusión y la pobreza, agudizadas por la pandemia. La respuesta de Donald Trump, consecuente con su naturaleza, fue plantear medidas como la militarización de la sociedad en un estado de excepción aplicable solo a la posibilidad de una guerra civil. En suma, las ventajas comparativas de Trump respecto a sus electores están cada vez menos seguras; lo que le queda, tal vez intacto, es el sentir ultraderechista que continúa representando como figura política, ya que ese lo resiste todo, por el simple hecho de que por cada cosa que sale mal, tiene un colectivo al que culpar con el fin de mantener la cohesión que da la fe ciega; entonces lo que no es culpa de los afro o los latinos será de los chinos o los musulmanes.

A nivel internacional sus éxitos son casi tan inexistentes como a nivel interno: se reunió con Kim Jong-un, pero no le dio continuidad a un proceso de acercamiento con Corea del Norte más allá de la fotografía protocolar, se retiró del tratado de armas nucleares de corto y mediano alcance, se alejó más que sus antecesores del Tratado de Kioto, asesinó en una emboscada extraterritorial a una emblemática figura político militar de Irán, con lo que generó una gran tensión entre Irán e Irak, generó una guerra comercial de consecuencias globales muy profundas con China, desplegó una flota de invasión sobre Venezuela e hizo guiños a aventuras armadas en contra de Nicolás Maduro en las que fracasó con un rotundo éxito, entre otras cosas.

Para continuar adornando su pastel, uno de sus asesores más cercanos en política internacional durante casi dos años, John Bolton, a su retiro, escribe un libro en que lo describe como una persona inestable, despreciable y como un mandatario desprolijo y que improvisa ante las cosas más importantes de la dirección de Estado. En suma, no hay quien haga una campaña contra Donald Trump peor que Donald Trump, tanto es así que Joe Biden ya va aventajándolo en los sondeos, y aún no inicia su campaña.

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