Semioculto por la espectacular noticia de que -¡por fin!- habíamos firmado el primero de los acuerdos con UPM, el hallazgo de arenas que contenían petróleo en el pozo que estaba siendo perforando en Cerro Padilla pasó a segundo plano casi sin ruido. La empresa responsable comunicó que lo encontrado no es de ninguna manera comercializable y que se trasladará a Salto para tratar de encontrar el reservorio. ¡Padilla pa’ ser pobre, mismo! No se ha producido, todavía, el esperado escándalo de la oposición, cobrándole al gobierno por el primer eufórico anuncio de que teníamos petróleo. Al principio todos quedaron mudos; el anuncio fue espectacular y, pese a ser de la empresa y no del gobierno, se colgó en la página de Presidencia. Una especie de oficialización por inferencia que dejó a todo el mundo, por un momento, en silencio. Todos, en nuestro fuero íntimo, tenemos la casi convicción de que deberíamos tenerlo. Por lo demás, todos le temen a la suerte, y es sabido que nuestro presidente es un hombre afortunado. Napoleón, antes de ascender un general a mariscal, preguntaba si era alguien a quien la diosa fortuna tuviera en cuenta. Y hacía bien, no todo es talento: una cuota se la debemos adjudicar a la buena o mala fortuna. Los señores de la oposición están estudiando la información acerca de UPM para encontrarle defectos e insuficiencias. Tal vez hasta inconstitucionalidades. Porque ahora se han vuelto exégetas del “librito” y todo les suena a inconstitucional y le levantan centros a una Suprema Corte mayoritariamente dispuesta. Para mejor, justo les caen el Código del Proceso Penal, los líos internos y los intentos de despegue de algunas candidaturas más y la venta de la vieja planta del gas a López Mena. ¡Todo junto! No hay tiempo para hacer tres o cuatro escandaletes enganchados. Buscarle cinco patas al gato, no tres, don Pepe; si el gato tuviera, tres sería compañero de su perrita. Lo que buscan es “la quinta pata al gato”. Pero me gustó que se calentara. ¡Nada está perdido! Y Cerro Padilla ha sido un fuerte indicio. Pero ¡pobre tenía que ser! En el Tacuarembó que conocí hace muchos años, para indicar que alguien era realmente muy pobre, no se decía, como en el resto del país, “más pobre que las arañas”; se decía “más pobre que las Padilla”. Me lo recordó Walter Ortiz y Ayala, oriundo de esos pagos, buen poeta con quien fui a dar a la Casa de la Cultura para un precioso ensayo que duró lo que un lirio. El enseñaba literatura, yo enseñaría historia y el director, filosofía. El primer año serían los griegos (los grieguitos de antes) y continuaríamos avanzando de año en año y de siglo en siglo. Ese verano trasladaron al director y todo terminó con el golpe, y yo me quedé hasta hoy con la frustración de no haber culminado con la idea. Cosas que pasan… Walter utilizaba el dicho de su lugar de origen y yo, que conocí a “las Padilla”, recuerdo su inenarrable pobreza. Tanta, tan honda e irrevocable como difícil de imaginar. Hay que haber comido bofe sancochado o el cogote de una oveja vieja y flaca, que igual daba caldo con cierta sustancia y que se terminaba por pelar a diente y sorbido hasta que quedaba blanquito el hueso, para saber lo que era ser “tan pobre como las Padilla”. Supongo que el cerro no lleva el nombre por ellas, sino por quien debe haber sido amo de esos esclavos, quien, como era la costumbre, les legaba el apellido. No la fortuna. Era una familia compuesta por morenas viejas y niños que no sabían de quién eran hijos y que, si sobrevivían hasta llegar a grandecitos, se marchaban a las estancias, de peón o de “piona para todo servicio”. La vida era y es dura en el campo, ¡pero sí que era dura para las pobrecitas! Conocí a “las Padilla”, conocí el matadero de Mal Abrigo y al pobrerío esperando que se les regalase algo de tripa, bofes y, a veces, la cabeza. Conocí los pueblos de ratas que rodeaban a Sarandí del Yi, el “Pueblito de Dios”, el “del Cuartel”, el de atrás del cuartel. Poblaciones sin hombres porque estos andaban changando en las zafras y aparecían con plata en el cinto luego de la esquila para desparecer en dos meses dejando algún vientre grávido. Conocí Saucedo en Salto. Al decir de Atahualpa Yupanqui, Dios por allí no había pasado. Y conversé mucho con el doctor Rojas, dentista paraguayo, exguerrillero febrerista establecido aquí, casado con una maestra e integrante de las Misiones Pedagógicas (tal como Ruben Yáñez y Atahualpa del Cioppo), misiones que desnudaron, ante quienes no veían porque no querían ver, la horrible realidad de los pueblos de ratas. En cuanto pudieron, ¡liquidaron con eso! Con las misiones que denunciaban esa horrible realidad, no con la pobreza. Hoy no quedan ya pueblos de ratas; el Mevir, concebido por Gallinal, les hizo casas con un pequeño aporte de los terratenientes. Algunos por vergüenza y piedad, y otros por cálculo, no resistieron la quita. Sobre todo para que la campaña no se despoblara del todo y pudiesen tener peones a mano. Porque, aunque la miseria empuje y el poblado tiente, siempre habrá alguno que “se quede con Mamá”, pronto para la changa que salga. Benemérita obra de raíces en las cuales se entrelazan la caridad con el interés de mantener mano de obra y la vigilancia de que no les roben una oveja. El Mevir ahora está tratando de extenderse a las precarizadas orillas de los pueblos y a las zonas inundables, y yo deseo que lo haga. Por lo demás, la acción del Estado llega de mil diversas formas. Sea con infraestructura, escuelas, comisarías, agencias de correo, luz, agua. Ahora teléfonos celulares, las tablets y las discutidas prestaciones monetarias. Desde la asignación a los auxilios del Mides y las jubilaciones rurales y domésticas, muchas veces el ingreso principal de esos hogares, en general incompletos. He oído toda mi vida el sonsonete egoísta de que se les da plata a quienes no quieren trabajar. Tan estúpido como exculpatorio. Quien proclama esa estupidez egoísta, en general, únicamente se fija en lo que le quitan y en los malos ejemplos. ¡Por supuesto que hay borrachos que se toman la asignación! Pero la escuela vigila y el BPS también. Y a esos que “lo que no quieren es trabajar” los vamos a ver cuando empiece el ferrocarril central y la construcción de la segunda planta de UPM. Cierto, muchos de ellos no servirán más que para alcanzar baldes porque nunca tuvieron trabajo que no fuera changa rural. Pero aprenderán. Se aferrarán a la oportunidad y se sostendrán porque no hay peor trabajo que ser pobre y desocupado. Y a muchos políticos del interior que agitan contra el centralismo montevideano les propondría una cuenta sencilla. Imaginemos, por un momento, que nada va del interior a la capital y viceversa. ¡Vamos! Hace años, para el paro gigantesco del 13 de abril del 72 -cuyos efectos se derrumbaron el 14, día tan espectacular como trágico- hicimos un trabajo comercio por comercio. “Si el trabajador no gana, el comerciante no vende”. ¿Es o no cierto? Para los pueblos chicos el pago de las jubilaciones y asignaciones hace saltar la aguja. Y en los no tan chicos, el pago de la intendencia y el cuartel. No quiero iniciar una polémica, pero si bien es cierto que el campo es lo que sostiene la economía, son los trabajadores los que lo hacen producir. ¿O la soja y el trigo nacen espontáneamente? Ellos tienen y arriesgan el capital, es cierto, más allá de que yo piense de su capital que es plusvalía acumulada. Pero sin trabajadores no hay producción. Y, proporcionalmente, es mucho más lo que aporta un trabajador de lo que recibe por su trabajo que lo que aporta el capitalista por su capital. ¡Y no se están arruinando! Si todos no se fueron a Paraguay, que les permite explotar tierras que no eran de quien se las vendió y contar con trabajadores que cada tanto “purgan” con una buena matanza, es porque aquí están ganando. No me quiero desviar ni poner panfletario, pero las cosas son como son, y si ya no hay “más pobres que las Padilla” y la pajarilla la come el gato, es porque el Estado, sobre todo en estos últimos 15 años de gobierno frenteamplista, ha actuado para mitigar la pobreza y emparejar un poco las cosas. ¡Eso que pienso que debimos y deberemos hacer más! Cierto que los pobres son menos pobres, pero también cierto que los ricos son más ricos. No todos; el capital se concentra y la pobreza es ubicua. Los pueblos de ratas han dado paso a los cantegriles en los cuales habitan nacidos y criados en la pobreza, la falta de oportunidades y la convivencia con el delito. Estoy desconforme con lo que ha hecho mi gobierno, pero también estoy orgulloso de lo que hemos hecho. Falta mucho, los enemigos sobran aquí y afuera y el viento no es a favor. Pero debemos seguir luchando. En cuanto a “las Padilla”, esto es por todos los que han sufrido hambre, desprecio, marginación e injusticia. Particularmente, en recordación de Isabel, la Negrita, que tuvo una vida difícil pese a ser una elegida por la suerte. La “criaron” en ese estatus indefinido entre “negrito mimado” y sirviente que se propasa. ¿Recuerdan la canción ‘Si soy el de la suerte’, que compuso y cantó Tabaré Etcheverry? ¡Nunca la olviden!
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