Desde muy joven comprendió que su vocación estaba en la gestión de la Salud Pública y estudió con los mejores especialistas extranjeros de la época en que esa especialidad era aún incipiente pero tenía un considerable desarrollo, especialmente en Brasil, Chile y Perú, de donde provino el primer director del recientemente inaugurado Hospital Dr. Guillermo Almenara, del cual Villar fue su director asistente.
Cuando Almenara volvió a su país, Hugo Villar fue designado, con solo 34 años y ya recibido de médico, como el primer director uruguayo del Hospital de Clínicas Dr. Manuel Quintela, centro asistencial que en ese momento era una verdadera maravilla
Su gestión en el hospital fue memorable, su trabajo era de dedicación total hasta el punto que durante más de 10 años vivió con su esposa e hijos en un piso del mismo en donde se le encontraba las 24 horas, los siete días de la semana.
En el hospital se hizo el primer trasplante renal, se instaló el primer Centro de Tratamiento Intensivo, se convirtió en centro de referencia para las lesiones traumáticas graves, se proyectó el Centro de Quemados, se desarrolló el Centro de Perinatología, que funcionó bajo la dirección del Dr. Roberto Caldeyro Barcia. Allí se realizaron tareas docentes, asistenciales, de extensión e investigación en todas las áreas y especialidades de la Medicina.
Desarrollaron su actividad cátedras de Medicina y Cirugía, Neurología, Gastroenterología, Ginecología y Obstetricia, Dermatología, Anatomía Patológica, Fisiopatología y Medicina Nuclear, entre otras.
Bajo la conducción del profesor Hugo Villar, el Clínicas deslumbró y la Facultad de Medicina concretó su sueño de tener y dirigir un hospital universitario que, como lo establecía la Ley Orgánica, fue exitosamente cogobernado por los estudiantes con los que Villar siempre tuvo una relación privilegiada.
El Hospital de Clínicas se convirtió en un orgullo nacional y procuró cumplir con su misión de poner a disposición del pueblo y particularmente de los más necesitados todos los adelantos tecnológicos de la época, todos los recursos de que se disponía y una actitud generosa, solidaria, agradable y amigable con los pacientes que eran el verdadero y fundamental sujeto de esta quijotada.
Exilio y nuevos horizontes
Villar estuvo allí, al pie del cañón, hasta que la universidad fue intervenida por la dictadura y Hugo y su familia, su esposa Haydée, sus hijos, Álvaro, Daniel, Eduardo y Andrea partieron al exilio.
Los acogió Cuba, y en la isla Villar trabajó como un obrero más. Su prestigio trascendía fronteras y era reconocido en La Habana, donde se desempeñó como director nacional de la Administración de Salud y fundó el Instituto de Desarrollo de la Salud, donde se brindaban cursos de especialista en Salud Pública de la Organización Panamericana de la Salud.
Como consultor de la OPS trabajó en Ecuador y Bolivia, y luego se trasladó con su familia a España, donde dirigió la representación del Frente Amplio en el exterior, donde se desarrollaron actividades en decenas de países de América, Europa, África, Asia y Oceanía por la libertad de los presos políticos, contra la represión y la tortura, por las libertades, contra la dictadura, por la libertad de Seregni y, sobre todo, por la unidad de la izquierda uruguaya y la construcción de una amplia alianza democrática y antifascista.
A su regreso al Uruguay, ya instaurada la democracia, volvió a la dirección del Hospital de Clínicas, continuando su labor y reconstruyendo lo que se había destruido. Lo sucedió una de sus alumnas, la Dra. Graciela Ubach, quien fuera elegida por dos períodos consecutivos, y en la actualidad el hospital lo dirige uno de sus hijos, el Dr. Álvaro Villar.
Es muy difícil escribir en una breve nota todo lo que sentimos por Hugo, a quien conocí desde muy joven y admiré desde siempre. En Cuba estuvimos ambos exiliados con nuestras familias. Recuerdo que nos sacaba a pasear por La Habana, cuando recién llegamos, en un modesto Fiat 125. Recuerdo cuando nació Mateo y yo estaba en Venezuela, y él recogió a Alba y el bebé en el sanatorio para llevarlos a casa en su Fiat medio destartalado. Recuerdo cuando fuimos a pasar un domingo con los chiquilines en el parque de diversiones Parque Lenin. Recuerdo cuando nos reunimos con el presidente de la UNESCO con Mario Benedetti, Pablo Carlevaro, el profesor Ricardo Elena, Hugo Villar, los Dres. Ricardo Caritat, Ramón Negro y Carlos Pomereck, y procurábamos explicarle lo que había hecho la dictadura, la prisión de Seregni, la necesidad de liberar a los presos, hablando en francés con un senegalés, al menos yo, con los escasos recursos del francés de cuarto de liceo. Recuerdo cuando me llamó para suscribirse a la revista y felicitarme por un artículo que yo escribiera destacando la labor de Graciela Ubach al frente del hospital cuando era injustamente atacada desde la política y la prensa hegemónica.
Por fin, no quiero olvidar a su compañera de siempre, Haydée Ballesteros, una excelente enfermera, puro humanismo, con la que hablamos casi todos los días hasta la víspera de su fallecimiento porque curiosamente vivía con su hija Andrea dos pisos arriba de nuestras oficinas de Caras y Caretas.