Por Carlos Peláez
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Hace pocos días el director de Convivencia Ciudadana, Santiago González, expresó su preocupación porque “empezaron a encontrar metralletas en las bocas de drogas”. La escalada de violencia atroz tiene un correlato en la persecución contra las “bocas”. Lo reconoció el propio Heber. Pero esa posición desconoce una realidad. Hoy el que opera una boca de drogas puede llegar a ganar unos 200.000 pesos al mes. ¿En qué empleo legítimo lo lograría? Pero además, las bocas se reproducen inmediatamente. Y hoy los distribuidores van más adelante que la policía. Ahora montan pequeños negocios como pizzerías con delivery; pequeños almacenes o kiosquitos con lo que logran dos objetivos: 1) no tienen que esconderse y 2) pueden justificar legalmente sus ingresos. Gustavo Leal relató que Mónica Sosa, líder de los Chingas, tenía un lavadero con cuatro máquinas que funcionaban todo el día, claro que lavando siempre la misma ropa. No vivía de eso, pero era su tapadera para justificar ingresos. En el interior, donde la gente se conoce más, es común encontrar autos o motos de alta gama frente a ranchitos o incluso en asentamientos. La gente sabe quién vende y dónde, pero no puede denunciarlos porque no tienen garantías sobre su seguridad. En lugares muy pobres, los narcos son la “salvación” de mucha gente, porque les dan plata para comer cada día o pagar sus facturas.También “colaboran” con la comunidad, con la escuela de la zona o el club del barrio. Lo aprendieron de Pablo Escobar. Porque también ven las series.
Un consumo que crece
La historia muestra que desde sus orígenes los humanos consumieron drogas. Pero comenzaron a difundirse en el siglo XIX principalmente en Europa, sobre todo en Inglaterra por el arribo del opio desde la India y en Francia por el hachís que llegaba desde sus colonias africanas. La Compañía británica de las Indias Orientales empezó a vender opio en China. Cuando las autoridades de este país intentaron terminar con el negocio estalló la denominada “Guerra del Opio”. Como el Estado británico acumuló enormes riquezas con ese comercio, los traficantes contaban con muchísimas facilidades y apoyo otorgado por el gobierno. La aristocracia inglesa, enriquecida con el tráfico, difundió la idea de que su consumo en cantidades moderadas no generaba daño a la salud, por el contrario, ayudaba a sobrellevar los sufrimientos de la vida cotidiana. Como se le consideraba menos nociva que el alcohol, no tenía aranceles altos por lo que era muy accesible para la población, ya que su consumo, además, era legal. A finales del siglo XIX y principios del XX se empezó a consumir cocaína de venta libre en Estados Unidos desde 1885 y heroína que se vendía en Alemania desde 1898. La cocaína se usaba como una sustancia estimulante y energética, mientras la heroína fue presentada por el fabricante, la empresa Bayer AG, como un analgésico y sedante. Paralelamente fueron apareciendo nuevos tipos de drogas, esta vez sintéticas: la mezcalina, las anfetaminas y el LSD. Las anfetaminas se usaron ampliamente en las Fuerzas Armadas de los países participantes de la Segunda Guerra Mundial para estimular a los pilotos y a los efectivos de las tropas de misiones especiales. Con esta finalidad, las anfetaminas se siguieron usando hasta los años 70 del siglo XX. Fue a partir de mediados de 1900 cuando el tráfico de drogas se convirtió en una industria ilegal cuya red alcanzó a todo el mundo. La plantación de la adormidera del opio, la producción de heroína, su transporte y su venta al consumidor estaban repartidas entre las agrupaciones criminales más poderosas, empezando por las riadas asiáticas y acabando por la mafia italiana. Aparte de los capos del mundo criminal, estaban muy interesados en el narcotráfico los jefes de los servicios secretos, porque los ingresos de la venta de este producto ilegal les permitía financiar sus operaciones ilegales. Con dinero del narcotráfico la CIA financió a los “contras” nicaragüenses a fines de los 70. Con el dinero de la heroína se financió la entrega de armas estadounidenses a los mojahedines afganos en la primera etapa de la guerra contra la Unión Soviética en Afganistán desde 1979 hasta 1989. Después de la retirada de las tropas rusas, Afganistán le arrebató al “Triángulo de oro” ((Myanmar, Laos y Tailandia) su primacía como la plantación de opio más grande del mundo. En la actualidad,del opio afgano se extrae el 90% de la heroína que se consume en todo el mundo (Historia del Narcotráfico-Rotativo Digital. México). Tres mil años antes de Cristo, los incas peruanos mascaban hojas de coca para contrarrestar los efectos de la altura en la montaña. En el siglo XVI los españoles invasores la llevaron a Europa. La cocaína fue extraída de las hojas de coca por primera vez en 1859 por el químico alemán Albert Niemann. Recién en 1880 empezó a hacerse popular en la comunidad médica.
En 1886 la droga logró mayor popularidad en EEUU cuando John Pemberton incluyó las hojas de coca como ingrediente en su nuevo refresco: la Coca-Cola. Los efectos eufóricos y vigorizantes sobre el consumidor ayudaron a elevar la popularidad de la bebida a comienzos de siglo. En esa época la droga llegó a ser muy popular en la industria del cine mudo y los mensajes a favor de la cocaína que salían de Hollywood influyeron a millones de personas. En la década de los 70, la cocaína surgió como la nueva droga de moda para los artistas y hombres de negocios. Parecía la compañera perfecta para un viaje por el carril de alta velocidad. Suministraba “energía” y ayudaba a la gente a permanecer “alerta”. En algunas universidades norteamericanas, el porcentaje de estudiantes que habían experimentado con cocaína se incrementó diez veces entre 1970 y 1980. A finales de 1970, los traficantes de drogas colombianos empezaron a establecer una elaborada red de producción y contrabando de cocaína hacia los Estados Unidos. Y luego de la caída de Pablo Escobar, los cárteles mexicanos se adueñaron del tráfico. En los años 70 el consumo de marihuana y cocaína en Uruguay estaba circunscripto a pequeños sectores. Las consumían algunos artistas y sobre todo gente de muchos recursos económicos, porque su precio no era accesible. Fue después de la dictadura cuando el tráfico comenzó a desarrollarse, aunque lejos estaba de tener las características que vemos hoy. Tampoco era tan fácil conseguirla en la calle. Con la crisis de 2002, la pasta base se instaló en el mercado local y no ha cesado de crecer desde entonces. También creció considerablemente el consumo de cocaína. Algunos informes ponen a Uruguay como el primer consumidor per cápita de América Latina. Pero hay investigadores que ponen en duda esa posición aunque reconocen que “se consume muchísimo”. Los últimos informes de inteligencia policial ponen el alerta sobre la instalación de laboratorios clandestinos para fabricar drogas sintéticas. Varios han sido desbaratados, pero las autoridades señalan que, como son de difícil ubicación, no se sabe cuántos estarían en actividad. En los últimos tiempos, además, han ingresado al submundo de las drogas empresarios o personas de sectores acomodados con problemas financieros que tienen la esperanza de resolver sus problemas ganando mucho dinero con un “pasamanos”. Los casos de Martín Mutio o del empresario sojero de Soriano, Gastón Murialdo, son los más recordados. Entre los dos manejaron 10 toneladas de cocaína. Mientras tanto las familias se complican con el consumo problemático de alguno de sus miembros y las cárceles se llenan de presos en su mayoría jóvenes pobres y cada vez más mujeres.
Más cerca de Rosario que de Sinaloa
En junio de 1998 el matutino argentino Clarín publicó una entrevista al general Charles Wilhelm, entonces Jefe del Comando Sur de los EEUU. El jefe militar sostuvo que “a consecuencia de la Operación Colombia, los narcos podrían mudarse al Cono Sur”. Pero esa estúpida guerra solo logró que el negocio cambiara de manos. Ahora los narcotraficantes grandes eran grupos paramilitares o sectores de la guerrilla que se financiaban así. Las plantaciones de coca crecieron. Después de la muerte de Pablo Escobar el negocio se trasladó a México donde ya operaban algunos cárteles. Si bien la tasa criminal era importante, la tragedia de esa nación comenzó el 10 de diciembre de 2006 cuando el entonces presidente Felipe Calderón ordenó el comienzo de la guerra contra el narcotráfico. Desde entonces algo más de 400.000 personas han sido asesinadas, hay unos 109.000 desaparecidos, 100.000 efectivos de la Guardia Nacional y la Marina combaten contra los cada vez más numerosos cárteles. La policía fue desplazada igual que el ejército porque los narcos los habían corrompido y penetrado. Por ahora es la marina quien tiene a cargo las principales operaciones en tierra. Crecieron el tráfico de personas, el tráfico de armas y el contrabando. La corrupción política fue infame. Tanto que hoy se está juzgando en EEUU a Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad (algo así como el FBI mexicano), por haber recibido millones de dólares de los cárteles. Pero no es el único. Hoy se produce cocaína en grandes cantidades en Perú, Ecuador y Bolivia. Dos organizaciones criminales brasileñas se disputan el territorio al Sur: el Primer Comando de la Capital (PCC) y Os Manos. Tienen una estrategia definida para ir apropiándose de territorios desde donde puedan no solo abastecer los mercados internos, sino principalmente la “exportación” hacia Europa y Asia. Informes de Inteligencia argentina revelan que estas organizaciones tienen un plan para, desde Rosario, apropiarse de la ciudad de Buenos Aires. Y para ese objetivo han establecido alianzas. De Uruguay buscan su puerto y partes del territorio donde aterrizar pequeñas aeronaves. Las autoridades deberían prestar mucho más atención a lo que está ocurriendo en Rosario, provincia de Santa Fe, porque nuestro país se parece mucho. En el año 2017 Hernán Lascano y Germán de los Santos, dos prestigiosos periodistas de esa ciudad, publicaron el libro “Los Monos, la historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno". El trabajo es una radiografía a fondo de los Cantero, una familia que se adueñó de una parte de la zona sur rosarina comercializando al por menor estupefacientes en la segunda ciudad del país. Lascano explicó que “en Rosario estaban pasando fenómenos muy complejos que yo creo que a todos los sectores -no solamente al sistema político sino también al mundo empresarial, al sistema penal-, se les escaparon. Que era una situación que tiene dos vertientes: una pauperización muy fuerte en determinados sectores de la ciudad, grandes, por ejemplo donde imperaron Los Monos, y al mismo tiempo una transformación que empezó hacia el año 2000 de la forma de producir y comercializar estupefacientes, básicamente la cocaína. En ese cóctel es que surge este grupo”.
Agregó que “cuando hablamos de la banda de Los Monos tenemos que hablar en el fondo de una banda narco-policial, porque la mitad de los procesados son efectivos de la fuerza de seguridad. Sin la policía Los Monos no podrían haber existido. La policía era la que le aportaba información muy fina que les servía a ellos para la logística. Información sobre otras fuerzas de seguridad federales, por ejemplo, que merodeaban Rosario y estaban investigando al narcotráfico. Les señalaban qué búnker desactivar porque iba a ser allanado. Y esa información por la escasa sofisticación que tenía la banda de Los Monos no la podrían haber tenido sin la ayuda policial”. Los Monos en los hechos no son un cártel, sino una organización de microrredes narcos que solo venden, no producen. La droga llega de afuera. Y de ahí la importancia de su asociación con el PCC, que le provee droga e infraestructura. Igual que en Uruguay donde tampoco hay un cártel, sino microrredes dirigidas por familias o delincuentes expertos, aún desde la cárcel. Acá no se produce ni cocaína ni pasta base, llega desde afuera, principalmente de Paraguay adonde es trasladada desde Bolivia. Hubo un tiempo en que la Dirección General de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas, encabezada por el inspector Nelson Rodríguez Rienzo y la Brigada Antidrogas a cargo del comisario Ricardo De León, eran centros de corrupción, tal como se reveló con la investigación realizada por el juez penal Homero da Costa sobre el narcotraficante Omar Clavijo. Fue el inspector principal Roberto Rivero, quien cuando asumió al frente de la Dgrtid, investigó y desplazó a ambos oficiales. De su mano llegaron los inspectores Julio Guarteche y Mario Layera. Rivero elaboró una nueva estrategia que pasaba por evitar el ingreso de grandes cantidades y combatir el lavado de dinero. Con él comenzaron las grandes incautaciones. Pero en medio se encontró con la corrupción política. Investigando las actividades del Cártel de Juárez en Punta del Este, en el año 2000 descubrió que el periodista Danilo Arbilla había vendido una casa a testaferros de Amado Carrillo Fuentes. El periodista era vendedor de buena fe, no sabía a quién vendía. En cambio su escribano sí. Pero para intentar evitar un escándalo público, Arbilla -entonces director de Búsqueda- usó todo su poder y logró que el vicepresidente Luis Hierro López y el ministro del Interior Guillermo Stirling destituyeran a Rivero que entonces era director nacional de Policía. Nunca más se investigó nada sobre el cártel y la policía perdió a uno de sus mejores hombres. Todos en este país saben que hay policías que colaboran con los narcos. Lo saben los policías honestos, que son la mayoría, pero no pueden enfrentar “el muro azul”. El caso del comisario Fernando Pereira, tercero en jerarquía de la Jefatura de Maldonado, actualmente preso por varios delitos, es ilustrativo. Durante tres años bandas de narcotraficantes asolaron la ciudad de San Carlos, con muchos muertos. La madre del jefe de una de las bandas acusó a la policía de “cobrar coimas para tolerar la venta de drogas”. El comisario Pereira, quien antes de ser coordinador de Jefatura se desempeñaba como responsable de la seccional de esa ciudad, tiene un patrimonio que no se justifica con su salario. Desde que Pereira está preso los asesinatos narcos en San Carlos pararon mágicamente.
¿Dónde va a parar el dinero narco?
La guerra contra las drogas está perdida antes de empezar. Lo aseguran las policías más profesionales del mundo. Heber insiste con su planteo y las calles de Montevideo, con su reguero de cadáveres trozados en pedazos o la muerte de inocentes, muestran que nos lleva hacia el abismo. La droga es un negocio que genera mucho dinero a diferentes niveles. Un proveedor de varias bocas, digamos 10, puede ganar algo más de 10.000 dólares por mes. Hay alguien o algunos que están financiando los grandes cargamentos. Hay otros que les hacen sociedades para esconder ese dinero. El gobierno a través de la LUC elevó a 120.000 dólares el máximo que se puede gastar sin justificar. Digamos, se puede comprar un departamento sin tener que explicar de dónde salió el dinero. Esa es una debilidad importante en la lucha contra el narco. Porque al final lo que más les interesa es el dinero. ¿Dónde van a parar todos los objetos que, robados generalmente, entregan en la boca los consumidores a cambio de su dosis? ¿Quiénes son los reducidores? ¿Cómo los colocan estos? Tal vez nuestros lectores ensayen respuestas como las ferias, por ejemplo. Pero eso solo no alcanza para mover un mercado enorme de objetos. Porque mientras el talante de las autoridades sea solo comparar números con el pasado, la tragedia golpeará nuestra puerta todos los días. Sobre todo la puerta de los barrios más pobres. Porque en Carrasco se consumen drogas pero no se serruchan cadáveres.