“No es soplar y hacer botellas”, un dicho popular más que puede servir de ancla para intentar entender por qué se han vacunado tanto menos que lo esperado (botellas hechas), más bien que lo hegemónicamente deseado, los 4 subconjuntos de la población que fueron privilegiados elegidos como los primeros en poder darse alguna vacuna contra la covid-19 en Uruguay. Porque, psicosocialmente, no basta con la mera transmisión por parte de la obsecuente prensa de la racionalidad del lobby médico-político-comunicacional hegemónico (soplar). Por suerte no es la única racionalidad posible, como se verá al analizar las razones y motivos que quienes no se vacunaron aún dieron para explicar por qué no lo hicieron; todavía no somos, los uruguayos, ovejas chinas, aunque vamos en camino.
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Al respecto, dos salvedades precoces e imprescindibles para seguir leyendo la columna.
Uno: esa relativa reticencia, desconfianza y desidia en los grupos de más urgente vacunación según criterios biosanitarios ya había sido pronosticada por las encuestas de opinión pública; pero se les hizo muy poco caso porque alteraban el padrón de hipocondríaca racionalidad biomédica que hace tiempo colonizó los medios de comunicación de masas, que amplían su discurso y narración en las redes sociales; juntos, ambos, han ido conformando el más abarcativo aparato de desinformación o, mejor, de información sesgada y unilateral, que la humanidad sufre crecientemente; y que es tan difícil compensar con material alternativo que pueda llevar a decisiones diversas de las comunicacional y políticamente impuestas.
Entonces, no fue sorpresiva, como se la quiere pintar. Por el contrario, una mínima credibilidad en los sondeos de opinión pública debería haber alarmado más al lobby políticamente militante, vorazmente corporativo, y a sus siervos de la prensa mayor sobre cuántos de los elegidos, y posteriormente cuántos de la población total irían voluntariamente a vacunarse. Cosa que, por supuesto, tiene relevancia intrínseca, e importancia para llegar a la inmunidad de rebaño principalmente por la vía inocular.
Dos: esos números uruguayos, que vuelven insomnes a tantos, serían óptimos si consideramos que en Estados Unidos poco más del 20% había ido a vacunarse una vez autorizadas las vacunas y establecidos el calendario y modus operandi para la inoculación.
En el Uruguay, solo se ha vacunado 38,7% de los empleados de instituciones educativas públicas y privadas; 48,9% de los funcionarios del Ministerio del Interior; 29,3% de los del Ministerio de Defensa Nacional; y 29,7% (¿¡!?) de los sectores priorizados de la salud pública y privada (emergencias, urgencias, CTI, atención pública masiva). Y ya se inició la vacunación para el tramo etario 50-70, sin números aún al momento de redactar esto.
Qué han dicho los no vacunados
Analicemos aquí las razones que han sido aportadas por no vacunados entrevistados sobre ello. Veamos.
Uno. Objetores de conciencia religiosos. En primer lugar, los objetores de conciencia al hecho de introducir un elemento artificial en la cadena sacra de la naturaleza. Naturistas y determinadas religiones se oponen a intervenir en el equilibrio ecológico y a alterar el designio natural del mundo a cargo de los dioses. Recordarán los lectores el grave conflicto ocurrido cuando el jugador Antonio Alzamendi (Sud América, Peñarol, Uruguay, River argentino, Independiente), testigo de Jehová (denominación cristiana ‘protestante’), se negó a vacunarse, lo que le impedía viajar para partidos internacionales. Son pocos, pero parte importante de una racionalidad alternativa a la hegemónica. Debe recordarse que hay cierta legalidad aceptable de quienes se nieguen a vacunarse, originada en la consideración de los objetores de conciencia religiosos.
Dos. Desconfiados de la eficacia y seguridad de las vacunas. La información sistemática accesible masivamente no ha sido buena; solo lectores especializados o muy asesorados pueden argumentar sobre bases claras y fundadas sobre la eficacia y seguridad de las vacunas. Las objeciones, en este rubro, son, al menos: a) que las vacunas se han desarrollado, testeado y autorizado en tiempos récord, mucho menores que las vacunas anteriores; pese a que se sabe que se ha progresado tecnológicamente y que se puede acelerar administrativamente; b) la desconfianza hacia la voracidad comercial del complejo médico-químicofarmacéutico, que podría inyectar cualquier cosa con tal de lucrar.
Hay, en este rubro, un cierto porcentaje de desconfianza en el subsistema que se alimenta por las negativas de los laboratorios fabricantes a responsabilizarse -se dicen apurados por los Estados- por efectos adversos sufridos por los vacunados, que los Estados debieron garantizar para acceder a las vacunas; desconfianza reforzada cuando los Estados tampoco se responsabilizan, civil ni penalmente tampoco, por esas adversidades eventuales; sí se responsabilizan por su atención médico sanitaria, pública o privada. A la desconfianza del sistema médico-mutual-químico farmacéutico, se suma: c) la desconfianza con Estados y gobiernos, que podrían inocular también cualquier cosa a cambio de tranquilizar la hipocondría poblacional (inducida en parte por gobiernos, lobby médico y prensa) y de legitimar la gestión gubernamental. Vayamos sumando: objetores de conciencia naturistas y religiosos; desconfiados de la voracidad del sistema médico-mutual-químico-farmacéutico; desconfiados de la populista gestión gubernamental; desconfiados de ambas.
Tres. De las desconfianzas anteriores, a la eficacia y a la seguridad, al sistema profesional y al político, pero pesadas, en costo-beneficio, contra los riesgos derivados de contraer y contagiar el virus. En efecto, hay gente, de entre los subgrupos privilegiados para vacunación precoz, que prefiere esperar los resultados reales y locales de la vacunación, más que los tests de los laboratorios, algo sospechables; prefieren ‘pasar’ ahora, ver eficacia y seguridad reales, para hacerlo más tarde, cuando les toque por tramo de edad.
En los cuatro grupos privilegiados con vacunación precoz, a veces, hay quienes, en lugar de sentirse privilegiados, se sienten conejillos de Indias, cobayas, ratas o monos de una experimentación que quizás debiera haber sido más completa en sus efectos espaciales y temporales, por edades y condiciones, antes de las inoculaciones masivas.
Además, hay quienes quieren recibir las vacunas con más eficacia y seguridad (i.e. Pfizer, Moderna), y esperarlas frente a otras que se pueden recibir antes, pero que ostentan peor pedigrí en testeos de eficacia y seguridad (i.e. AstraZeneca, Covax).
Por otro lado, está el asunto del costo-beneficio vacuna-no vacuna. A las desconfianzas mencionadas, se suma la baja percepción de riesgo de contracción y diseminación de personas jóvenes y sin comorbilidades, de los que consultan las bajísimas cifras de contagio, de sintomaticidad, de internación y de muerte, y de los que confían en los sistemas inmunológicos genéticos genéricos y en los específicos, y en la inmunidad comunitaria natural, todo lo cual no haría necesarias las vacunas. Se desconfía de los malos efectos sintomáticos y las consecuencias de largo plazo aún no estudiadas; sobre todo, frente a la baja sintomaticidad, internabilidad y letalidad para quienes no tengan comorbilidades (casi todos).
También se duda del tiempo de validez de la inmunización; hasta cuándo durará; cuánta protección dará; en qué medida los librarán de tapabocas, distancias y cuarentenas; si enfrentarán con éxito futuras cepas y mutaciones malignas del virus, que se suceden con precisión digna de un guion de filme de terror, como Freddy Krueger pero en vigilia, a golpe de noticiarios.
Para la racionalidad del lobby médico-político-comunicacional hegemónico, no se entiende ni tolera algo distinto de una vacunación del 100% ya en las subpoblaciones de mayor riesgo de contagio-gravedad, y un futuro 100% del resto de la población. Pero, pese a la masividad, obsesividad, terrorismo y autoritarismo de esa racionalidad (que prohíbe, descalifica o llama de negacionistas, conspiracionistas y terraplanistas a los que difieran, aun muy informadamente), al parecer ni siquiera el personal de mayor riesgo de contagio médico se vacuna como ‘debería’. ¿Serán otras díscolas ovejas negras, como los médicos que tan insalubremente celebraron su título de profesionales para la salud?
En la población cuyo Cabildo abierto del 8 de setiembre de 1808 recibió una orden virreinal desde Buenos Aires y la respondió diciendo “se acata pero no se cumple”, donde tantas de las medidas y protocolos se acatan, pero no se cumplen, la recomendación de vacunarse ya los más riesgosos se ha acatado, pero no cumplido, antigua y saneada rebeldía identitaria montevideana, luego oriental y uruguaya. ¿Se acatará pero tampoco se cumplirá la vacunación masiva? ¿Habrá que volverla obligatoria, por la vía normativa, como quiere el lobby desalentado por los porcentajes de vacunaciones actuales y por los temidos futuros? El asunto es muy polémico, está en el tapete, y es muy complejo y fascinante. ¿Habrá que recurrir a los controles de ingreso internacionales foráneos y a inconvenientes cotidianos serios para alinear a quienes enfrenten la racionalidad hegemónica? En todo y en el mejor de los casos, si esta mayoría de uruguayos en mayor riesgo que no se está vacunando, y los que pueden negarse a futuro, estuvieran equivocados, habría una gran tarea de convicción pública para el GACH ampliado, dadas las desconfianzas y los argumentos que los uruguayos vienen expresando para negar o postergar su vacunación.