¿Hubo sorpresas en el balotaje de noviembre de 2019 en Uruguay? ¿Se equivocaron las empresas encuestadoras? ¿Qué pueden decir las ciencias sociales, especialmente la ciencia política, sobre sorpresas y encuestas?
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En primer lugar, los sucesos a los que se les ha llamado de ‘sorpresas’ son, en realidad, expectativas públicas más o menos creídas respecto de resultados electorales futuros que, ya desde hace unos años, están influidos decisivamente por las encuestas de opinión político electoral. En segundo lugar, es importante la aclaración de que las encuestas -que se hacen en Uruguay desde la década del 60- son la aplicación más o menos comercial de conocimientos sobre estadística, metodología de la investigación, y teoría social -en especial politológica- a la opinión pública sondeable de contenido electoral. Y en tercer lugar, los científicos sociales, en especial los de ciencia política, comentan sucesos político electorales y encuestas, en contextos más o menos periodísticos o académicos, convirtiéndose en mediadores privilegiados entre emisores de opinión y noticias, y receptores de ellas.
De todo este entrelazamiento, y de la gestión de opiniones y hechos por parte de los políticos y de los comunicadores, surge la mayor parte del universo comunicacional y simbólico que vivimos en la dimensión político electoral cotidiana.
¿Qué fue o no sorpresivo?
Finalizado el escrutinio primario de 100% de los circuitos electorales en todo el país, y en espera del escrutinio secundario y final de re-cuento de votos anulados y observados, lo más grueso es: Lacalle 48,71% y Martínez 47,51%, con una diferencia de 1,2% de los votos válidos emitidos (28.666 votos). Martínez ganó en solo dos departamentos: Montevideo (54,76%) y Canelones (51,28%). Lacalle ganó en 17, desde el máximo de 66,65% en Rivera hasta un mínimo de 49,81% en Paysandú.
El escrutinio definitivo, que se conocerá ya cuando esta columna pase por sus manos y ojos, impone a Martínez la obligación de disfrutar de más de 90% de los votos contados y recontados para eliminar la ventaja que Lacalle obtuvo en el escrutinio primario. Sumamente improbable, aunque es imprudente y atrevido festejar algo que no está oficial ni numéricamente totalmente decidido aún; y Lacalle no lo hizo, aunque festejó la alta probabilidad, como es comprensible. Martínez festejó desaforadamente un resultado que no lo preveía, peleando seriamente por la presidencia, lo que es lógico -como quien grita un gol en condiciones inferiores que lo ponen ahora en carrera-, aunque su excesiva euforia pareció ignorar la bajísima probabilidad que tiene de superar en el escrutinio definitivo lo perdido en el primario; y vitorea la superación de lo esperado para él por las encuestas y por el grueso de políticos, periodistas y gente común.
Este escenario no era lo pronosticado por las últimas encuestas que aparecieron en los días previos al balotaje; las diferencias entre los candidatos fueron previstas entre 5 y 8 puntos porcentuales; las cifras finales muy probablemente estarán entre el 1 y el 1,5. ¿Le erraron las encuestadoras, en sus fotos puntuales transformables en previsiones, por quienes se interesan en ellas? Científicamente, si tenemos en cuenta que no son exactamente previsiones, que son probabilísticas y no deterministas, de aplicación no puntual sino interval, y con varios márgenes de error, significación y confianza para las inferencias sustantivas desde lo sondeado, el error no parece grande ni efectivo, sobre todo cuando no se deben esperar esas previsiones ni esas precisiones si se saben las potencias de las muestras y los parámetros de base para la estimación interval, no puntual, de las inferencias de interés. Pero esto no lo saben ni políticos, ni periodistas, ni mucho menos la gente común.
Al igual que lo que pasa con los pronósticos meteorológicos, las audiencias esperan estimaciones locales, en espacio-tiempo, puntuales, para validar los pronósticos. Si un pronóstico meteorológico, por poner un ejemplo, no se cumple en un espacio-tiempo concreto, pero se cumple para el 95% de los tiempos y espacios para los que fue producido, ese pronóstico será considerado equivocado por los residentes en esos o esos espacio-tiempos en los que no se cumplió mientras que los meteorólogos festejarán el éxito del modelo para la previsión de un gran porcentaje de los lugares y tiempos.
Lo que para unos es error para otros es acierto; pero para eso se debe saber qué se le puede pedir a un modelo probabilístico y qué se puede ofrecer desde él. Debe haber buena información sobre los límites y honestidad en las promesas; lo normal es que no haya ni conocimiento adecuado de las oportunidades que la investigación da ni tampoco salvedades de los investigadores sobre el alcance amplio, pero limitado de las previsiones. A nadie se le dice que el pronóstico puede no servirle a nadie en concreto aunque le sirva probablemente a la gran mayoría; y que si no le sirve concretamente a alguien, eso no anula la cientificidad de las previsiones ni la validez de la probabilidad obtenible. Aunque, si bien a quien le llovió en su lugar nada le importa el acierto del modelo en otros lugares; ni tampoco la lluvia en solo algún lugar les importa a los meteorólogos para evaluar mal sus pronósticos; diferencia de perspectivas, que precisa información y sinceramiento honesto.
Algo parecido pasa con las encuestas político electorales. No se les debería reclamar esos determinismos no probabilísticos ni esas precisiones espaciotemporales. Pero ese nivel de determinismo y precisión en los resultados inferenciales es el que necesitan los políticos, y la prensa, y como resultado la gente más o menos interesada. De modo que quien pretenda informar a esas audiencias, variablemente interesadas, deberá ocultar que no puede prever lo requerido, aunque en general no comunicará suficientemente en detalle las insuficiencias que tienen para satisfacer las demandas, y aunque se defenderán de los vistos como errores desde sus probabilismos no deterministas, su intervalidad no puntual y sus inferencias con márgenes de error y estimadores no paramétricos. Hay alguna ignorancia al pedir de más; hay alguna insuficiencia en las encuestadoras en no aceptar pedidos excesivos; y mucha responsabilidad de los medios de comunicación que lucran con los números y los debates sobre ellos sin enfatizar los límites de los datos para satisfacer las demandas.
La teoría social también explica ‘errores’
No hay solamente una ambigua e insuficiente comunicación entre los actores sociales respecto de las encuestas, que explica tanto la demanda por ellas como la relativa inadecuación de su oferta para satisfacerla. También hay otros factores que la teoría social ha expuesto y que puede también contribuir a no pedirles peras a los olmos y a no ofrecerlos. O, más bien, que pueden evitar el no ser claro en la relación de las demandas con las ofertas y con su avatares comunicacionales y político electorales ulteriores. Fuimos los únicos, desde esta columna de Caras y Caretas, que pronosticamos que Martínez acortaría distancias con Lacalle desde los guarismos de primera vuelta hasta los de la segunda vuelta de balotaje, aunque no podíamos afirmar que pudiera llegar a triunfar en él. Algunas de las razones que dábamos se confirmaron ahora.
Uno. Que una buena cantidad de votos tibios, sin entusiasmo y desencantados por diversas razones con la gestión del Frente Amplio respecto de valores, intereses y decisiones políticas, regresarían paulatinamente al redil (entre 180.000 y 200.000) a medida que fueran concibiendo su voto como un mal menor, o como un modo de impedir el ascenso de alguien indeseable e inconveniente.
Dos. Que el bandwagon effect de la teoría político comunicacional atraería al carro vencedor a algunos indiferentes, debido a que la votación del Frente Amplio en primera vuelta hacía más posible la atracción de sumarse a celebraciones.
Tres. Que la acción del llamado sleeper effect, que hace resurgir razones y motivos anteriormente vividos que están adormecidos y han sido oscurecidos, pero que vuelven a la conciencia oportunamente y cuando otros mecanismos de convicción pierden vigencia psíquica, operaría en el último tramo de campaña. Por ejemplo, la masiva campaña de la oposición contra la gestión y logros del gobierno fue masiva y aluvional; pero, en conciencia, los uruguayos saben que con el FA mejoraron claramente y más que con gobiernos anteriores. Y eso, dormido, volvería a la conciencia cuando el voto que el alma pronuncia se sincerara más allá de la publicidad, cuando las papas quemasen. Dijimos que estas tres razones harían al FA crecer para la segunda vuelta más que lo mediáticamente impuesto como esperable. Y acertamos, más que todos los demás que hicieron previsiones de alguna singularidad y fundamentación, en que esto se produciría especialmente entre la primera y la segunda vuelta, y quedaría básicamente fuera del control de las encuestadoras. Efectivamente, como alarmado, se mostró Óscar Bottinelli al detectar un empate técnico durante sondeos en la propia elección que diferían de los preelectorales. No es estrictamente un error de las encuestadoras, sino del marco teórico que no lo hace esperable.
Cuatro. Es muy probable que confesar la verdad del voto futuro no les guste a muchos, y que también muchos tengan miedo de que su verdadera intención electoral sea individualizada y sabida por alguien con quien tiene relación de dependencia. Y que no diga la verdad en un número creciente de veces, pecándose, metodológicamente, de ‘validez externa’ para los sondeos; y que esos números, aunque pequeños, puedan tener alguna incidencia en casos estrechos.
Esta teoría les faltó; y también un juego comunicacional más franco con periodistas y políticos, que ya se sabe con gente taimada y difícil. Estas cuatro cosas explican más o menos algunos pseudoerrores e insuficiencias no muy bien comprendidas.