Por Germán Ávila
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La victoria de Luis Almagro fue relativamente cómoda, 23 de 33 votos, precisaba 18. Dominica no intervino y no hay que olvidar que, justamente gracias a él, Gustavo Tarre es el “embajador” de Venezuela ante la OEA, por lo que las piezas estaban más o menos en su sitio para que pudiera continuar como secretario general. Contra él compitió María Fernanda Espinosa —propuesta por Antigua y Barbuda, San Vicente y Granadinas—, una diplomática ecuatoriana que fue canciller en el gobierno de Rafael Correa y se mantuvo en el equipo de Lenin Moreno, y recibió solo 10 votos en la elección del pasado 20 de marzo.
A pesar de la victoria de Almagro este año, el panorama político muestra cierta variación, pues en la elección anterior, en 2015, este recibió 32 de 33 votos, habiendo quedado como candidato único. Para 2020, los candidatos inicialmente fueron 3; Almagro, buscando la reelección; Espinosa, y Hugo de Zela, embajador de Perú en Estados Unidos, quien fue propuesto por su mismo país, pero cuya candidatura fue retirada tiempo después por una notoria falta de respaldo.
Esta elección se da justo en uno de los momentos más críticos de Latinoamérica debido a la llegada de la pandemia, lo que ha causado cierre de fronteras terrestres y aéreas de la mayoría de los países de la región, y tiene la atención de los medios puesta en su evolución. Este fue el motivo por el que México y los 13 países de la Comunidad del Caribe (Caricom) habían sugerido el aplazamiento de la elección hasta después de superada la emergencia, llamado que no fue atendido y la sesión finalmente se llevó a cabo contra la recomendación de las autoridades sanitarias internacionales de no realizar reuniones.
Hay toda una teoría desarrollada con base en la percepción oriental de que las crisis son generadoras de rupturas y cambios, y son vistas como verdaderas oportunidades para cambiar el rumbo de cosas importantes. Lo que no alcanza a contemplarse en esta sabiduría es que existen superestructuras que se rehúsan a los cambios, y que aprovechan esas mismas crisis para generar las condiciones que permitan que todo cambie para seguir igual. Eso ha sido lo que ocurrió en la sesión del 20 de marzo de la OEA.
El continente entero está al borde de una crisis sanitaria debido a la falta de decisión de la mayoría de los gobernantes, que privilegian la ganancia inmediata del capital sobre la vida de la ciudadanía; pero, peor aún, como consecuencia de lo anterior, está preparándose el terreno para una crisis económica que golpeará a los más sumergidos y generará graves consecuencias en las capas medias. Ante ese panorama, la Organización de Estados Americanos se reunió, no para establecer un plan de cooperación regional que permita abordar la crisis en curso, sino para elegir a su secretario general.
El papel de Almagro es por todos conocido, no hay necesidad de profundizar en la forma en la que se ha convertido, durante su gestión como secretario general de la OEA, prácticamente en el portavoz de Washington. Además, ha actuado de manera completamente parcial y tendenciosa en los conflictos sociales desatados desde finales del año anterior, respaldando el desborde de violencia oficial presentado en Colombia, Chile y Bolivia, donde no ha presentado ningún tipo de observación a las medidas emitidas por el gobierno golpista de Jeanine Áñez, en el que se le dio carta abierta a la fuerza pública para actuar con fuerza letal, lo que de forma casi inmediata desencadenó en las masacres de Senkata y Sacaba, en la zona de El Alto.
Pero lo anterior no continuará ocurriendo con el respaldo ciego de todos los miembros de la OEA a Almagro; la fractura en su credibilidad y el papel que ha jugado han hecho que países como México planten una voz de protesta y hagan una intervención como la realizada el mismo día de la elección. Luz Elena Baños, embajadora de ese país, realizó una contundente intervención en la que señaló que la carta de la OEA no permite reconocer o desconocer Estados o Gobiernos, como lo ha hecho Almagro con Venezuela. Baños señaló, además, el nefasto papel jugado por el reelecto secretario, a quien señala de parecer un Estado más y no la autoridad que busca el acercamiento y la reconciliación entre las naciones que forman parte de este organismo.
La embajadora de México en su intervención señaló: “Inicia usted, señor secretario, un segundo periodo no solo con la falta de apoyo, sino con el rechazo de un grupo importante de Estados. Su elección es una patética expresión de lo que cualquier MOE (Misión de Observación Electoral) observaría como malas prácticas”.
Es indiscutible que el papel jugado por la OEA y particularmente Almagro, durante la crisis que arrojó del Gobierno a un presidente en ejercicio en Bolivia, fue fundamental y tuvo toda la premeditación del caso, pues este adelantó la entrega de un informe preliminar en el que señala “irregularidades” en las elecciones de octubre en Bolivia, anuncio que hace un domingo en un horario poco habitual y al mismo tiempo que se estaba presentando una insubordinación significativa de miembros del cuerpo policial y de las fuerzas militares, con lo que se desató un levantamiento que terminó con más de 30 muertos y una crisis institucional profunda en ese país.
Ese es el papel que ha cumplido Almagro y ese es el papel que va a seguir cumpliendo; por eso era más importante garantizar la continuidad de su secretaría general que trazar un plan de acción ante la crisis que se cierne sobre la región, más que eso, aprovechando justamente esa crisis para que los ojos de la opinión pública estuvieran puestos en otro lugar y no en el criticable papel que ha cumplido Almagro durante los últimos cinco años.
El futuro es incierto en el continente, ya se habla de una reducción de más de cinco puntos en el PIB de la región; esto va a generar una serie de consecuencias que afectarán a millones de personas. No es difícil adivinar cuál va a ser la dinámica a seguir por parte de la mayoría de los gobiernos de la región. Muchos de ellos, Lacalle Pou incluido, han decidido priorizar la ganancia del capital por encima de las medidas de aislamiento necesarias para contener el contagio.
Muchos han tomado como excusa la protección de la economía para no implementar las necesarias cuarentenas. Solo con esa regla es posible medir el futuro cercano luego de que, despejada la amenaza principal, sea necesario establecer un plan de recuperación económica. Las medidas serán dirigidas a salvar las empresas y no a la gente que las hace posibles. Esto, sin dudas, causará malestar en una base social que viene de importantes experiencias de movilización.
Hay muchas voces que hablan de las consecuencias desmovilizadoras de la pandemia. Sin embargo, el camino recorrido ya no es posible desandarlo, hay un sustento orgánico importante que está pronto para reconvocar las movilizaciones, lo que seguramente ocurrirá cuando las medidas de los gobiernos neoliberales se hagan sentir. Un pequeño ejemplo de esto lo ha puesto ya Colombia, que decidió retirar millones de dólares de los entes territoriales para trasladárselos a la banca privada, o Uruguay, que ha decidido mantener una serie de medidas tarifarias y fiscales en plena pandemia.
Las movilizaciones que se generen requerirán medidas coercitivas, la represión estará a la orden del día, y nada más útil que un sistema regional funcional a esos intereses que haga lo hecho por Almagro en plena represión en Chile, que es, más que mirar para otro lado, respaldar la política de tierra arrasada contra la protesta social; ese es el papel de Luis Almagro, para eso está ahí.