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LOS ROLLING STONES: ¿ES SÓLO ROCK AND ROLL?

Sacame la lengua

Sus majestades satánicas, encabezadas por Mick Jagger y Keith Richards, tocarán por primera vez suelo uruguayo el martes 16 de febrero. Un concierto histórico que convertirá al estadio Centenario en un altar para la liturgia rockera y en un punto de encuentro intergeneracional. La cholulez y el fetichismo están de parabienes; la curiosidad musical, también.

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Caras y Caretas Diario

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Por A. L.

Después de diez años, los rostros más curtidos de la cultura rockera bajaron otra vez hasta el sur del planisferio para revisitar sus greatest hits en vivo. Y esta vez le tocó a Uruguay. La gira América Latina Olé Tour 2016 de los Rolling Stones primero recaló en Santiago de Chile. Después, en La Plata, Argentina. Y el martes 16 llegará, por primera vez, al estadio Centenario. No puede fallar: Paul McCartney lo llenó dos veces. Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts no tienen forma de perderse; el paisito ya está en las rutas de los héroes inoxidables del rocanrol. La ansiedad y el apuro por asegurarse un lugar en la liturgia stonera está justificada: como anotó el escritor mexicano Juan Villoro, este concierto puede ser la invitación a la Última Cena. El hermetismo –lo subraya la “prensa grande”– rodea la llegada de la banda británica. Nadie sabe –o nadie debería decirlo– la hora del arribo al aeropuerto. Nadie ha podido ver ni fotografiar el armado del escenario. No se conocen los compromisos programados en la agenda montevideana (¿visitarán Punta del Este?, ¿pasarán por la chacra del Pepe?). Sólo trascendieron esos detalles trillados en el mundo paralelo de los famosos y que rinden como titulares. Entre ellos, sus “requisitos” culinarios, como la preparación del famoso pastel de papas que comparten Keith Richards y Ron Wood, que debe seguir una receta exclusiva que envía la producción, o el agua Fiji (acá no hay, muchachos, lo siento), o que durante la estadía en Argentina el chef uruguayo Martín Schwedt se encargó de cocinarles, o que Andrea Ghidone bailará tango para sus majestades satánicas después del concierto, en el hotel donde se alojarán, o que la productora AM negoció durante tres años para concretar este concierto. Por supuesto, también se conoció la lista de canciones (ver recuadro) y que, al igual que en Chile y Argentina, el público votará una canción que se sumará a la set list. Como se trata de un concierto de rock al que asistirán miles de personas, otro asunto que ha estado en la agenda noticiosa es el de la seguridad, las rutas de acceso, la zona de exclusión vehicular (estos datos se pueden consultar en www.larutaalosstones.com.uy). Porque todo debe estar en orden, prolijo, reglamentado, seguro, como en el carnaval y como en el turismo. Uruguay ahora muestra su imagen al mundo con el ya inocuo ícono de la banda: la lengua que diseñó John Pasche. *** La rebeldía, la transgresión y la estética de lo efímero que marcaban el pulso rockero de los Rolling Stones hace 54 años quedaron en las fichas del historiador. El sistema del estrellato pronto se los tragó y los convirtió en una suerte de familia disfuncional, con un entretenido repertorio de peleas, distanciamientos, reservas en lujosos hoteles, fiestas, mujeres, hombres, drogas finas, disciplinados ejercicios físicos, aguas de alta gama, y un séquito de gente que es famosa por ser famosa. Con la música, sin embargo, pasó otra cosa. Jagger y Richards legaron al cancionero contemporáneo algunas de las poesías y músicas más memorables, entrecruzando elementos de la balada y el rock blanco con poderosas influencias del blues y del rhythm and blues más negro. Al igual que sus curtidos rostros, esas composiciones han resistido la erosión del tiempo en discos como Beggars Banquet (1968), Sticky Fingers (1971), el notable Exile on Mine St. (1972), It’s Only Rock ‘n’ Roll (1974), Some Girls (1978). El toque de banda también se ha mantenido intacto, con la garra vocal de Jagger, las llevadas guitarrísticas de Richards y Wood –con sus económicas y “desprolijas” formas de swinguear–, el pulso regidor de Watts en la batería. Un efectivo ensamble al que se integraron –y muy bien, como se pudo apreciar en los conciertos en Santiago de Chile y en La Plata–los muy solventes músicos de apoyo: Chuck Leavell, Bernard Fowler, Sasha Allen, Matt Clifford, Darryl Jones, Tim Ries y Paul Densell. Ellos han cultivado un tipo de virtuosismo que no se mide en cantidad de notas por segundo. La energía pasa por la conformación de un combo crudo, austero, con el que pueden disparar la descarga más adrenalínica y conmover con el clima baladístico más íntimo, más entrañable. Con la otra cara del fenómeno, con todo ese arsenal musical que devino mito viviente, pasó otra cosa muy distinta. Ahora los Stones son ricos y nobles emblemas de la potencia sonora, que perfeccionaron el oficio de revolver las edades del rock en un mismo punto, en un mismo instante. En cada concierto el verso “I can’t get no satisfaction” tiene un coro engrosado con veteranos canosos que vociferan con sus hijos y sus nietos. Así se convirtieron en una suerte de museo viviente, con un repertorio canónico que admite escasas variaciones y que calza a la perfección en el culto al monumento intocable, incuestionable, inalcanzable, regidor. Una estructura industrial que se mide en toneladas de cables y fierros, y que por su “bondad infinita” monta su liturgia hasta en los estadios –sólo cabe en los estadios– más alejados de la metrópolis. Carlos Vega (histórico musicólogo argentino) escribió: “La mesomúsica [término que propuso Vega para denominar a la música popular de consumo masivo] es el medio civilizador por excelencia, no porque sea artísticamente el mejor –que no lo es–, sino porque sus funciones lo distribuyen pródiga y gratuitamente cuando y donde es más necesario y eficaz”.* En este caso, lo de “gratuitamente” no se aplica. Y olé (¿de dónde sacaron los Stones esta expresión? No importa, suena exótico e hispánico). *** ¿Estos esbozos stoneros son contradictorios? Sí. Y no es un disparate. Tal es la dinámica de los símbolos: en ellos se acumulan múltiples capas de significados que se chocan, se repelen, se asimilan, en procesos para nada lineales. La cuestión a discutir sería el ángulo, la posición desde la que activamos las interacciones significantes. Para el fetichismo rockero, para el fan, el ángulo más crítico, el que permita discernir entre lo banal y lo importante, está excluido: al fenómeno fundacional no se lo toca, no se lo cuestiona. Lo mismo ocurre con la voracidad noticiosa que sólo admite un lector estúpido y ávido del morbo que exacerba una vedette curvilínea bailando tango para sus majestades. En estos casos ya no valen los significados, los conceptos artísticos y estéticos, el lenguaje. Sólo hay agite, excitación, cholulez. Un escudo que protege a la feligresía de cualquier amenaza crítica, con la consigna de que, al final, sólo es roncanrol (o “pop para divertirse”). * * Esta cita pertenece al ensayo ‘La mesomúsica’, que se publicó por primera vez en 1966, poco después de la muerte de Carlos Vega, en la revista Polifonía, en Buenos Aires, Argentina.

***

Hits, hits, hits

La lista de canciones que interpretarán los Rolling Stones en Montevideo no tendrá mayores variantes de las presentadas en Chile y en Argentina. En el último concierto, en el Estadio Único Ciudad de La Plata, la selección fue la siguiente: ‘Start Me Up’, ‘It’s Only Rock and Roll’, ‘Tumbling Dice’, ‘Out of Control’, ‘Street Fighting Man’, ‘Anybody Seen My Baby’, ‘Wild Horses’, ‘Paint It Black’, ‘Honky Tonk Women’, ‘Can’t Be Seen’, ‘Happy’, ‘Midnight Rambler’, ‘Miss You’, ‘Gimme Shelter’, ‘Brown Sugar’, ‘Sympathy for the Devil’, ‘Jumping Jack Flash’, ‘You Can’t Always Get What You Want’, ‘(I Can’t Get No) Satisfaction’.

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