Recién están empezando los comentarios de cierta densidad sobre los resultados del referéndum y ya tengo que estar escribiéndole, lector. Vayan entonces algunas pildoritas para hacer boca.
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Uno. Resultado casi igual al de noviembre de 2019.
Los resultados del referéndum replican casi exactamente el mapa electoral del país de la segunda vuelta electoral de noviembre de 2019, en cuanto a la macro-articulación entre dos bloques. En realidad, la diferencia Sí-No es un poquito menor que la de Lacalle-Martínez, pero casi nada; y los votos en blanco contaban para el No; no eran ‘neutrales’, como en las elecciones. El hecho de que para habilitar al referéndum, y para decidirlo, se hayan conformado necesariamente dos posiciones, dos polos, dos trincheras, alrededor de diversas grietas, consolida un mapa político-electoral de enfrentamiento; dicotomía binomial conflictiva, facilitada desde hace mucho por la habilitación de la segunda vuelta electoral presidencial, en contra de la cual ya he hablado mucho, sobre todo sin entender por qué la izquierda la apoyó suicidamente en parte, a fines del siglo pasado, cuando la derecha lo propuso en el intento, exitoso, de impedir o postergar la llegada de la izquierda al poder formal.
Ahora llegan los llamados a la concordia, a la cordialidad, a la mutua consulta; retórica poselectoral pura, los boxeadores al final de la pelea se invitan a tomar el té a futuro, mientras ya se van armando los nuevos rings y los luchadores se aprestan a corregir algunos de sus golpes para la próxima; eso sí, en medio de edulcorados elogios al civismo uruguayo y al cariño entre luchadores, que se consultarían a futuro tomando el té en el Palacio Legislativo. Grandísima hipocresía; las redes sociales muestran cuánto se quieren realmente los contendores; qué piropos y cariños de dispensan, aunque las redes sociales sean especialmente aptas para tirar piedras y esconder manos, para que haya desbocados a los que se les va la moto; ¡que no ‘jueguen a las madres’!, como bien dicen los aficionados al boxeo mientras arriba del ring no se pegan lo que sería de esperar y parecen negar que están boxeando. Dentro de dos años y medio tendrán otra pelea, sin té ni escones, y precedida de campañas electorales tan pobres discursivamente como van siendo todas las campañas electorales; no se ha votado, vota ni votará básicamente por ‘razones’, aunque habrá cosmética racional, como siempre.
Dos. La LUC, casi mera excusa.
En realidad, el referéndum sobre 135 artículos de la LUC fue un test preelectoral, confirmatorio del balance de adhesiones establecido en 2019; podría haber sido sobre la preferencia por porotos negros o blancos para el guiso, tanto daba. Era una pulseada política, un ejercicio de militancia, afilando las armas para la esgrima, un test más afinado que el de los muestreos de sondeo preelectoral para 2024 y para saber dónde estamos parados.
La dicotomía estaba instalada a priori de las campañas electorales, no resultó a posteriori de ellas; ni las campañas aportaron importantes razones racionales para optar, como quiere utópicamente la teoría democrática republicana. La propaganda electoral sobre ideas decide muy poco, más que nada maquilla ‘razones que la propia razón desconoce’, al decir de Blaise Pascal, parafraseado por tres siglos después por Antonio C. Jobim en ‘Desafinado’. Casi nadie sabía lo que decían los artículos, quizás solamente sobre algunos de ellos, los más vecinos a las actividades de cada votante; casi nadie vota por razones racionales, o, si vota por razones, lo hará por feas simplificaciones de las propagandas de campaña; el voto fue, es y crecientemente será un voto emocional por endo-grupos, enseñas y consignas (e intereses), bastante mal maquillado con razones.
Tres. Campañas, racionalidad y voto.
Eso de que el debate y las campañas aumentan la racionalidad del voto y la información de los votantes es wishful thinking, una utopía inculta de los padres fundadores, cuando aún no había ciencias sociales que hubieran mostrado que eso no era cierto. Está bastante bien estudiado desde hace mucho que las audiencias, en primer lugar, con los solemnes programas políticos se divierten con mejor excusa que la de ver programas de entretenimientos o películas impuestas; en segundo lugar, que no balancean argumentos de los rivales para entonces decidir, a posteriori de los debates; lo que hacen es entresacar argumentos que ven u oyen para apoyar mejor aquello que ya tenían decidido hacer, a priori; muy pocos se paran como pizarrones en blanco para oír, atenta, abierta y respetuosamente los argumentos de los debatientes y entonces decidir, hasta eventualmente cambiar su decisión si oye mejores razones (esto quizás en la tierra de los Reyes Magos). Quizá algún otro habitante del cosmos haga eso; los terrícolas, está muy bien estudiado que no. Pídale a cualquiera que oiga razones para oponerse a la declaración de pandemia para la covid-19, contra las medidas sanitarias, contra las vacunas; llame a oír razones por las cuales sería prematuro salir con banderitas de Ucrania a la calle. Sería como proponer discutir la virginidad de la madre de Jesús en el Vaticano, o cuestionar en una sinagoga el derecho a ocupar Palestina, o la santidad de Mahoma en una mezquita, o proponer un viva a Morena en el Parque Central. Si las encuestadoras preguntaran por contenidos, razones y argumentos, quedaría resplandecientemente claro el por qué y el para qué reales, no mistificados, del voto; se reflexiona mucho sobre los porqués y para qué, pero no se pregunta. Además, si fuera por las simplezas aportadas por las campañas, ¡socorro!; porque desinforman, seducen, manipulan y son una pésima escuela ciudadana de mala leche en debates; pero son un buen negocio para publicitarios y para comunicadores, un entrenamiento conspicuo más, de algún nivel mayor que los entretenimientos luego de los informativos.
Cuatro.
Nunca se profundiza lo suficiente en la distancia entre los resultados electorales y los pronósticos electorales, que terminan siéndolo, aunque las encuestadoras digan todo eso de que es la mera foto actual, y una muestra probabilística y no determinista, todo lo cual es cierto, pero nadie lo toma en cuenta cuando oye o lee un informe de consultora electoral. Veamos.
Uno. Es efectivamente cierto que es una foto probabilística y no un pronóstico determinista; si fuera una foto no determinista, probabilística, y no un pronóstico determinista, si se explica bien eso, los sondeos tendrían más prestigio. Aunque también es cierto que la atención a los resultados de los sondeos son parte del entretenimiento conspicuo que son los ¿‘informativos’? Es como los pronósticos meteorológicos: mientras los meteorólogos celebran el acierto de su modelo predictivo probabilístico porque solo llovió en Chamizo (por ejemplo), para los residentes de Chamizo los meteorólogos no saben nada y deberían ser demandados por los destrozos, ropas empapadas y programas frustrados que provocaron con su fatuo error. Lo que pasa es que tenían una expectativa determinista (que para ellos falló) para un pronóstico probabilista (que para los meteorólogos acertó, precisamente porque solo llovió en Chamizo, hecho para ellos merecedor de un brindis con champán, a escondidas de los chamicenses, claro, que encontrarían francamente ofensivo que los meteorólogos festejasen su empapamiento inesperado por su culpa). Para los meteorólogos la lluvia solo en Chamizo es confirmatoria de la bondad de la capacidad estimativa del modelo, la confirmación de que todos los lugares tenían una débil, pero no nula, probabilidad de que ‘les’ lloviera, y de que todos tenían una alta probabilidad de que no ‘les’ lloviera; un éxito, que solo el egoísmo y ombliguismo de los chamicenses ignorantes de la ciencia intenta opacar. Pero los meteorólogos se cuidan muy bien de aclarar que los suyos son pronósticos meramente probabilísticos porque los que esperan certidumbre puntual y determinista podrían no contratarlos. También saben que la gente quiere agarrarse de algo al despertarse -que por eso también tienen horóscopos, pegados- y que disfrutan diciendo que los meteorólogos le erran, que son unos curreros, mientras se tragan los pronósticos y los meteorólogos siguen como Johnnie Walker. Algo parecido ocurre con los sondeos preelectorales.
Pero hay más. Esa distancia entre el pronóstico, o última foto, y el resultado final, tiene más explicaciones que la distancia entre la puntual precisión determinista y la intervalidad probabilística.
Uno. Esas cifras, estimaciones intervales probabilísticas, se hacen varios días antes del momento del voto efectivo. De modo que puede haber alteraciones en las inclinaciones electorales que, aunque menores, pueden hacer la diferencia en finales reñidos, y que pueden parecer así fallas de las encuestadoras.
Dos. En ese mismo sentido, hay un efecto conocido en comunicación política, el bandwagon effect (efecto del carro ganador) que afirma que la tendencia final proto-victoriosa, se agudiza sobre la fecha, lo que puede explicar en parte lo dicho antes de la supuesta incapacidad predictiva de los sondeos, que deben dejar, por la veda electoral, sin registrar esos cambios de última hora. Tres. Hay otro efecto en comunicación política, el llamado sleeper effect, que nos dice que no siempre los últimos insumos decisorios son los que deciden el voto, al contrario que la tendencia anterior. Cuando alguien se apresta a votar, repentinamente, algún fuerte recuerdo vinculado lo arrastra emocionalmente a votar algo en que no pensaba antes de eso. Cuatro. Los llamados ‘indecisos’, formados por una arbitraria suma de los respondentes que fueron clasificados como ‘no contesta’ más los que fueron clasificados como que ‘no saben’, pueden contener, efectivamente, algunos indecisos entre ellos. Pero ni cerca puede decirse de su adición o suma que son todos ellos/ellas indecisos/as. Bien pueden serlo; pero también pueden ser gente que no quiere contestar porque no le gusta expresar públicamente cuestiones íntimas, personales, pero que no están indecisos; puede ser también porque desconfíen del anonimato de la situación o del análisis del sondeo, y que sus decisiones lleguen a gente a la que podrían no gustarle, de lo cual podría resultar perjudicado a futuro, o los suyos. Bien podría ser que diga que no sabe porque no quiere dar en su respuesta lo que hará. Hasta podrían tenérsela jurada a las encuestadoras que fueron aves de mal agüero cuando perdieron, o que ‘hicieron fuerza’ (cualquier soul coach podría sugerírselo) en contra.
En fin, lectores, por hoy quedamos por acá. Salud.