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Editorial

El ajuste que programa Pompita

Todos morimos en shock

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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“La historia del mundo no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea en el escenario y después no vuelve a saberse de él. Es un cuento de locos contado por un idiota: todo sonido y furia, carente de significado”.

Esta espléndida y terrible frase (que dio título a una genial novela del Premio Nobel de Literatura William Faulkner) pertenece a William Shakespeare, más precisamente al acto V, escena V de su extraordinaria obra sobre el poder: Macbeth.

Uruguay corre, efectivamente, según las encuestas, el riesgo de que Luis Alberto Aparicio Alejandro Lacalle Pou de Herrera Brito del Pino, petimetre, candidato a rey de los pitucos, haragán consecuente, oligarca terrateniente, negado absoluto a los sentimientos hacia los pobres, locatario en Carrasco, La Tahona y Punta del Este, surfista a tiempo completo y especialista en hamacarse sobre las olas, sea sometido a la inteligencia nefasta de Julio María Sanguinetti, una vez que llegue -Dios nos libre- a la presidencia de Uruguay.

En muchos lugares del mundo Pompita sería algo así como un anciano, pero en Uruguay se propone ser casi un adolescente. A fuerza de gimnasia y ocio, pretende ser un joven eterno, tiñéndose las canas, exhibiendo sobre su cabecita gorritas del British y bebiendo ostentosamente una botellita de agua mineral. Un psiquiatra amigo me lo definió como típico exponente del “síndrome de Michael Jackson” (los que quieren permanecer en la eterna juventud a cualquier precio).

A ser sincero, a mí me parece que el triunfo de Lacalle Pou sería un desastre para Uruguay, para los pobres, los trabajadores, los jubilados y sobre todo para el Partido Nacional. También sería un problema para muchos ricos, pero eso es cosa que debería  preocupar a otros. Recuérdese que en los últimos 150 años los blancos ganaron solamente dos veces, las dos veces ganó el herrerismo y en ninguna de las oportunidades lograron reiterar su triunfo en la elección siguiente. Estadísticamente, para los blancos no hay reelección. Tanto es el fracaso de sus dos gestiones de gobierno, que nunca consiguieron reiterarse.

 

Las patas de la sota: el ajuste fiscal

El lector dirá que yo la tengo con Pompita y se preguntará si no exagero con mis advertencias. Hay quien dice que por mis intereses personales o mi miopía política, olvido los matices. Pero esto no es verdad. En verdad, sólo quiero alertar sobre las consecuencias antes de que se desate la tormenta. Es cierto que ni Larrañaga, ni Antía, ni Verónica Alonso ni aun Juan Sartori me parecen tan reaccionarios, ni tan pitucos ni tan peligrosos. A veces, unos más y otros menos, hasta me caen simpáticos.

Es más, yo creo que Pompita es más conservador que su padre, es menos inteligente, menos preparado y menos astuto. Hasta me atrevería a decir que menos honesto.

En lo único que se parecen es en que nada bueno pueden esperar de él los pobres, los trabajadores, los jubilados y los pequeños productores y empresarios.

El reportaje que publicó esta semana El Observador es de una gran ayuda para que se comprenda que lo que yo pienso y mucha gente comparte de Luis Lacalle Pou es verdad.

En realidad, en el mencionado reportaje, El Observador -que juega para el Partido Colorado y en particular para Ernesto Talvi- lo ejecutó sin piedad.

Para empezar, Pompita no tiene la menor idea de lo que es un shock. El shock es la condición en que la sangre no logra llegar con oxígeno a los tejidos y a las células.

Las células sin sangre ni oxígeno se mueren. Para ser sencillos, es casi como el mecanismo de la muerte. Para ser más explícito, no hay shocks malos y buenos. Y para ser más claros, todos morimos en shock. Incluso Pompita.

El centro del discurso de Pompita en dicho reportaje es el “shock de austeridad” que nos va a dar en los primeros 100 días de gobierno con una ley de urgencia que “a muchos no les va a gustar”. Esa ley de urgencia no va a ser limitada ni acotada, va a aplicar “mecanismos que se activarán simultáneamente”, sin gradualismos, “para que tengan efecto”.

“¿Para qué tomar medidas sindicales extendidas en el tiempo si podés tomarlas en shock?”, se pregunta Pompita.

“¿Para qué tomarlas de a poco si, al fin y al cabo, las vas a tomar igual?”, se contesta Pompita.

Lo que nuestro candidato estrella develó, desde las páginas de sus enemigos internos, fue que lo primero que piensa hacer es un ajuste fiscal, cosa que todos sabemos, pero hasta ahora no había dicho. Y lo pretende hacer con shock, es decir, a muerte.

También nos advierte que tocará varias perillas del Estado mediante una ley de urgente consideración, de esas que no admiten debate ni necesitan mayorías parlamentarias para ser aprobadas.

Anuncia que va por el Estado y las empresas públicas, recurriendo a un eufemismo que invoca los regímenes para adelgazar.

Dice que “la dieta del Estado y del gobierno será muy grande” en caso que resulte electo; reiteró que desea un gobierno de coalición con los partidos de la oposición y admitió que “no todo lo que haga se puede llegar a entender”.

Pompita tontamente cayó en la trampa de El Observador: “La dieta del Estado y del gobierno va a ser muy grande” es una invocación muy poco sutil de la motosierra que esgrimía como una escopeta de dos caños su papá en 2009. Pompita quiere hacer un ajuste fiscal con todas las letras y va por el lado de achicar el Estado y debilitar las empresas públicas.

Los periodistas de El Observador le recuerdan que su delfín, el senador Álvaro Delgado, habló de una cifra de US$ 500 millones que habría que reducir y se hace el desentendido, pero la pata ya la metió.

Aclara que los números del ajuste son “varios, pero no te los voy a decir. Un mandato expreso de ahorro a cada inciso del Estado y después los recortes en las vacantes. Todo esto tiene que ser armónico dentro del Estado”.

Esto significa motosierra para quien lo quiera entender.

La madre del borrego es el shock de austeridad. Austeridad es la palabra que inventó Angela Merkel para imponer ajustes fiscales terribles en toda la Europa no alemana, y que produjeron diez años de crisis y verdaderos genocidios, como en Grecia.

El Observador es cruel y le refriega que “un shock de austeridad se parece más a un cambio radical que a una evolución” y él tontamente contesta: “Puede ser, yo te digo qué es lo que voy a hacer y vos ponele el título”.

La vieja idea de liquidar Ancap
“El gobierno que viene heredará un déficit de 4%, que es insostenible”, expresó Lacalle Pou durante una recorrida por el departamento de Flores, según recoge el noticiero Informe Nacional, emitido por Radio Uruguay. “Lo primero que tiene que hacer alguien que emprolije la casa es bajar el déficit”. Hacer eso y bajar al mismo tiempo los impuestos “no se va a poder hacer, al menos a corto plazo”, expresó el precandidato nacionalista. “Tiene que haber un ahorro con base en eficiencia y eficacia del Estado. Una vez que logremos hacer eso, intentaremos bajar la tarifa eléctrica y los combustibles”, detalló. Asimismo, prometió que en caso de ser presidente, procuraría terminar con el monopolio que la estatal Ancap tiene en materia de combustibles. “A todos nos hace mejor la competencia”, señaló al respecto.

 

Menos confiable que una yarará
Todos vimos en los medios hace algunas semanas la histórica foto del encuentro en el que el expresidente Julio María Sanguinetti “reunió” a Lacalle Pou y Larrañaga para que apaciguaran sus diferencias y “darles pautas para formar un gobierno de coalición”. Los tres sonríen, pero el que más ríe es el que más gana con la foto. ¿Cómo no va a estar contento si está logrando una vez más lo que mejor le ha salido en su larga vida política, embaucar incautos y adversarios, particularmente si son blancos? En la política, Sanguinetti es un experto en tender trampas. En la historia reciente su camarada Jorge Batlle, lo señaló como un traidor. Gracias a ese episodio fue ministro de Pacheco Areco y Bordaberry. Intentó seguir como ministro de Bordaberry cuando a Jorge Batlle lo llevaron preso los militares en octubre de 1972, pero Walter Pintos Risso no lo permitió. Tuvo conocimiento como ministro de las torturas y asesinatos de los militares en 1972 y no hizo nada. Por el contrario, hay quien ha dicho que protegió al Escuadrón de la Muerte. Pasó toda la dictadura tranquilo, sin que nadie lo molestara, mientras se torturaba y los esbirros mataban a Zelmar Michelini, Héctor Toba Gutiérrez Ruiz, Manuel Liberoff, William Whitelaw y Rosario Barredo, e intentaban matar a Wilson. Armó el pacto del Club Naval para dejar fuera de la elección de 1984 a Wilson, a Jorge Batlle y a Seregni, que estuvieron proscriptos, dándole la espalda a los tres. Traicionó a los milicos, ya que más de una vez dijo públicamente: “Yo soy el que manda, y a estos los liquido en los presupuestos”. Traicionó otra vez a Seregni, trayendo a Batalla al Partido Colorado, y traicionó a Batalla, relegándolo a la mayor oscuridad política. En las elecciones de 1989, como su plan era volver a la presidencia en 1995, Sanguinetti le quitó todo apoyo a Jorge Batlle, que durante años lo acusó públicamente de haberle “arrancado el brazo derecho”. Ganó Lacalle y lo dejó sin ministros ni votos a los pocos meses de haber asumido, chantajeándolo en cada acto administrativo. Por eso Ignacio de Posadas dijo ante cámaras que “su gobierno fue nefasto”. Pero una vez que Lacalle dejó la presidencia, armó contra él “la embestida baguala”, acusándolo de actos de corrupción a través de sus publicaciones Tres y Posdata. Logró que el expresidente fuera citado un montón de veces a los juzgados y casi lo hace meter preso. Volvió a gobernar y su segundo gobierno fue un desastre como el primero, salvo para sus famosos amigos enriquecidos, y para el barrio de Punta Carretas, que cambió una cárcel por un shopping, y aparecieron una cantidad de nuevos propietarios en una zona que multiplicó sus precios por 20. La medida se aprobó de apuro porque hubo un oportuno motín en el que murieron ocho presos. Tras su segundo gobierno, le pasó intacta la bomba del atraso cambiario y la crisis a Jorge Batlle, que la compró contento y le reventó en la cara, provocando la Crisis de 2002. Sanguinetti, pues, ha actuado con la saña de un cazador furtivo, colocando trampas a todo el mundo. A Jorge Batlle, a Wilson, a los milicos, a Batalla, a Seregni, a Lacalle, y se apresta, como insinúa en un editorial reciente Danilo Arbilla, a traicionar a Pompita, que se deja manipular gustoso. Es que la historia enseña que si a alguien ha jodido con particular placer este Maquiavelo uruguayo es a los blancos, por los que siente tanto desprecio como para no haber acompañando nunca ninguna iniciativa, terminado recientemente con el proyecto de Larrañaga. Pensar que hay tontos que creen que ha venido a ayudarlos. Pienso que no habría desgracia peor para todos los sectores de Uruguay (pobres, trabajadores, jubilados, pequeños y medianos productores y empresarios), incluso ricos, que un triunfo de Pompita, que dependiera conceptualmente (y parlamentariamente) de Julio María Sanguinetti. El peor presidente que tuvo Uruguay desde Fructuoso Rivera. (Carlos Pazos)

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