Ese despreciable ser humano que es Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, será el tercero, dentro de los 45 presidentes históricos, que completará el proceso de impeachment (juicio político), además de Richard Nixon, que renunció antes de enfrentarlo en su totalidad.
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Varios aspectos relacionados a este caso creo que merecen la pena ser comentados.
Uno. Es un juicio político, no judicial (civil o penal).
Dos. Casi seguramente será absuelto, porque el veredicto final lo da la Cámara de Senadores, de mayoría republicana, luego de la acusación formulada por la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata. Un simulacro legal que camufla hipócritamente el carácter político del asunto.
Tres. Sin embargo, la absolución final luego de la sospecha acusatoria inicial, ninguna de las dos jurídicamente vinculante, tendrá importantes consecuencias político-electorales en el balance de poder en toda la nación, y en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre de 2020. La judicialización mediática de la política en todo su esplendor.
Cuatro. ¿En qué medida todo este proceso, legislativo, parajudicial y mediático, afecta, por bien o por mal, la base electoral de Trump, en general y con vistas a dicha elección?
Juicio político
Se le llama “juicio” porque hay una acusación de la Cámara de Representantes, luego una contestación de la de Senadores, y una decisión senaturial, mediada por la presencia retórica, cosmética y pseudolegal del presidente de la Suprema Corte de Justicia.
Pero no es un juicio “judicial” porque la decisión no tiene carácter jurídicamente vinculante sobre el patrimonio o la libertad física del imputado. Es, entonces, un juicio –sí, pero solo político– que se decidirá por motivos y razones políticas, aunque ellas se escuden hipócritamente en argumentos leguleyos.
El único cínico no hipócrita fue un senador republicano que anunció que votaría a favor de Trump sin siquiera oír lo que dirán los Representantes demócratas. Le importa un pito lo legal: lo político está siempre por encima. Cínica sinceridad, al menos, frente a tanta hipocresía retóricamente genuflexa del resto de los legisladores.
¿Qué prefiere, lector, la hipocresía prolegal de unos o la amoral sinceridad cínica alegal de ese otro u eventualmente otros?
Difícil decisión en la letrina sin descarga que es el Legislativo estadounidense, si no lo es toda esa nación que los votó: a ese presidente mentiroso, abusivo, corrupto y manipulador, y a esos legisladores, hipócritas o cínicos amorales, pseudo-legalistas.
Y digo “presidente mentiroso” porque Trump debe tener el récord mundial de mentiras públicas registradas y comprobables como tales, en una época en que los dichos escritos, orales o audiovisuales se conservan y pueden ser examinados y evaluados para juzgar a sus autores.
Pues bien, una enorme mentira más de Trump es su queja de que está siendo enjuiciado sin que haya cometido ningún delito. Esto es incierto porque las causas de un juicio político, constitucionalmente, no tienen por qué ser delitos en los códigos civiles o penales; muchas de ellas implican solo descalificaciones morales o fácticas para el ejercicio del delicado cargo, por su peligro para el manejo del Estado y la administración de la nación, como en el caso del abuso de poder y de la obstrucción de la justicia imputados por los Representantes demócratas, cargos más pesados que los que llevaron a Jackson y a Clinton a juicio político en su momento.
Las consecuencias
En un proceso político con acusaciones pseudolegalistas de motivación político-electoral (demócratas), con defensa también pseudolegalista de motivación semejante (republicanos), y con asistencia ornamental y retórica de la Suprema Corte de Justicia, el balance de voluntades augura, a priori y con casi total seguridad, la absolución senaturial por mayoría republicana del republicano Trump de las acusaciones de los Representantes de mayoría demócrata.
Pésimo mensaje a los más jóvenes y al mundo de los Estados Unidos respecto del Estado de Derecho en una Democracia Republicana: la Constitución y la Ley son removibles maquillajes del poder, que se avergüenza de exhibirse en su nuda realidad, hecha de intereses y valores, en el mejor de los casos.
Pero, tanto las acusaciones demócratas desde su mayoría en Representantes, como la defensa y absolución republicana desde su mayoría en Senadores, han tenido, tienen y tendrán efectos y consecuencias político-electorales, a través de las mediaciones mediáticas, locales, de las redes sociales y del rumor cotidiano, todos ellos reproductores ampliados de dichos y hechos en el siglo XXI. ¿Qué balance de efectos y consecuencias tendría la secuencia acusación mediatizada a Trump, seguida de su absolución también mediatizada? ¿Qué consecuencias para la elección presidencial de noviembre de 2020?
En principio, la mera acusación mediatizada afecta la imagen y el sustento popular del político acusado, porque la mera sospecha sobre un poderoso, rico, famoso o bello es recibida con beneplácito por la gente, que, resentida y ávida de adrenalina, prefiere la suciedad del envidiado, porque indirectamente “limpia” a todos lo no acusados ni sospechados, permitiéndole a la gente el lujo de una inyección perversa de serotonina y un orgulloso refugio en una inocencia y probidad, sin embargo “no probados”.
Pero, también, les permite a los acusados y a sus adláteres, posar de víctimas políticas con cargos sucios. El balance comunicacional entre los que se benefician de la acusación mediatizada y los que posan de víctimas mediatizadas nos proporcionará un puntaje para calificar este primer round político-electoral desde un conjunto de hechos, dichos e imágenes de algo que es pseudolegal pero realmente político-comunicacional.
¿Pesa más ser sospechoso acusado o ser víctima? Difícil saberlo. Sin embargo, si, luego de este ambiguo momento, el acusado devenido sospechable conveniente es absuelto en una instancia posterior y superior, hasta con retórica y coreografía pseudojudicial, su carácter de víctima política se fortalece. Es por eso que los demócratas demoraron tanto en formular la acusación: porque temían fortalecer a Trump, reforzando con su absolución definitiva y senaturial su alegación de víctima inocente de una sucia maniobra política pseudolegal. Y por eso también Trump quiere acelerar el juicio, para acercar lo más posible en el tiempo su postura de víctima de los Representantes demócratas con la de acusado absuelto.
Mientras, los demócratas tratan de hacer lo contrario: que el tiempo de exposición mediática de Trump como acusado sospechable dure lo más posible en los ojos y oídos de la gente; que las poses de víctima y de absuelto sean lo más lejanas entre sí y lo menos duraderas en el total del tinglado.
Mi pronóstico es que el balance comunicacional de las dos posturas hará la diferencia, aunque, en principio, será más fácil sumar las condiciones de víctima y de acusado absuelto inocente por sobre la exposición de los cargos que alimentan la morbosidad adrenalínica y resentida de la gente. Les será más fácil a los políticos y adeptos republicanos y de Trump argumentar la inocencia y victimización del presidente que a demócratas y contrarios argüir que se trató de un peligroso culpable sustantivo mal absuelto por conveniencia política de republicanos que tenía mejor asegurada la manija de la decisión que los demócratas. Ojalá me equivoque.
De cualquier modo, y más allá de la verdad y la realidad de que las motivaciones del proceso sean político-electorales, los legisladores demócratas tienen cierta razón y obligación de ventilar hechos y dichos que constitucional y legalmente configuren un peligro para la nación por encuadrarse dentro de las causales de impeachment. Y también es cierto que los medios de comunicación deben informarlo si esto sucede. Es desfortunadamente normal que la gente se alimente perversamente con el escándalo y que hasta pueda interesarse auténticamente en el asunto. La trama de la realidad es diabólica, lector. Feliz año.