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ARCHIVOS X: LA VERDAD (NO) ESTÁ AHÍ AFUERA

Uber, conspiraciones y ovnis

Con Chris Carter, David Duchovny y Gillian Anderson a la cabeza, el lunes 25 regresó un título de culto en los años noventa: Los archivos X. En sólo seis capítulos, la serie recicla su mixtura de amores histéricos, fenómenos paranormales, alienígenas, conspiraciones políticas, y un lote de guiños a la cultura pop. Y para no olvidarlo: también apareció Uber.

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Caras y Caretas Diario

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Por A.L.

Lunes 25 de enero, poco después de las 23 horas. Fue directo y sin anestesia. Tras pactar el reencuentro por celular, Fox Mulder llegó a la muy esperada cita con Dana Scully con un look de cincuentón canchero y en un coche de alta gama al servicio de la polémica empresa Uber. No pasó desapercibido. Ni para Scully ni para su ocasional acompañante, uno de los personajes que se desbordó durante toda la noche, y que fue el responsable del reencuentro. Ahí estaba, con todas las letras. Uber. Clarito. Y sin manifestaciones de taxistas iracundos. En pocos segundos, la que podría haber sido “la escena de la temporada”, se convirtió en un “mandado”: el hipercortísimo, «distraído», «casual», spot que pagó, quizás, sólo quizás, buena parte de la producción del capítulo «My Struggle» (Mi lucha). Y cuarenta y cinco minutos más tarde, con el final “en suspenso” de este estreno del nuevo y breve ciclo de Los archivos X, el reencuentro no fue más que uno de los primeros signos del naufragio de la historia en una trama de forzados “guiños” intertextuales, que, en algunos casos, malogró hasta los toques de humor que fueron marca distintiva de las viejas temporadas. De la posible tensión dramática, intensificada por los años de separación, ni noticias. De la atención que podían capturar las miradas, las palabras no dichas, los gestos, y sus hasta ese momento hipotéticas consecuencias para el desarrollo de la historia, tampoco. Uber fue todo. La sociedad entre el advertising y la cultura pop –o ciertas porciones de la cultura pop– suele llegar con mucha facilidad a estos extremos desquiciados. Son casos en los que el culto a la estupidez del primero llega a devorarse, con total impunidad, hasta el más mínimo resto de inteligencia y creatividad en la composición de un relato. Después queda el spot; ni Mulder ni Scully: sólo cáscara publicitaria. Rewind La campaña promocional del regreso de Los archivos X en formato miniserie dio muy buenos resultados. Las expectativas explotaron en los foros de fanáticos de la serie y en los portales de noticias. Todos lo esperaban. Y con razón. Regresaban los misterios en brumosos paisajes boscosos (los ambientes de la pionera Twin Peaks siguen siendo modélicos). Regresaban las conspiraciones entre alienígenas y oscuros personajes del gobierno estadounidense. Regresaban los monstruos, las criaturas deformes, las secretas manipulaciones con el ADN humano y extraterrestre. Regresaban Mulder (David Duchovny) y Scully (Gillian Anderson), la pareja de agentes del FBI que en 1993 abrazó una alocada cruzada contra una poderosa élite en las sombras; la pareja que hizo del amor histérico uno de los condimentos de las nueve temporadas (la última se emitió en 2002); la pareja que funcionó como la revisión sci-fi de Holmes y Watson; la pareja que sufrió “en carne propia” las consecuencias de su “causa”. Regresaba, entonces, la ficción que se reconoce como pionera de crecimiento exponencial del género de las teleseries en los comienzos del siglo XXI, pero también la que jugó, como pocas, con las referencias a célebres antecedentes: la citada Twin Peaks, de David Lynch y Mark Frost; Kolchak: The Night Stalker, otra vieja y recordada serie de televisión en la que un periodista investigaba casos paranormales; y una suma de presencias y evocaciones a Stephen King (autor que confesó ser un seguidor fiel de Los archivos X, y que llegó a dirigir uno de los capítulos de la quinta temporada), Joseph Conrad, Richard Matheson, Ray Bradbury, Philip K. Dick. Tras las dos emisiones de la noche del lunes, sin embargo, es probable que un baldazo de agua fría haya “arrugado” ese exaltado horizonte de expectativas. Y no sólo por la «aparición» de Uber. Doblete Tras catorce años de ausencia regular en la pantalla chica (salvo por los estrenos en pantalla grande y las reemisiones en televisión de las dos películas: The X-Files: Fight the Future, de 1998, y The X-Files: I Want to Believe, de 2008; y, hay que recordarlo aquí, por las diez temporadas que tuvieron las historias de Mulder y Scully en formato cómic), y el extenso corpus de realizaciones que abrevaron de sus ideas y que en algunos casos las superaron (sólo algunos pocos ejemplos: Lost, Fringe, Héroes, Los 4.400…), el planteo de Chris Carter y las performances del elenco dejaron sabor a poco, o a muy poco. Ya en el primer capítulo, la historia, que se anclaba en los tópicos mitológicos de la serie, zozobró en los vericuetos forzados de la trama y no se refrescó con ninguna vuelta de tuerca inteligente (como podía haber sido la inclusión de la historia del hijo de Mulder y Scully). Demasiadas citas y guiños pop. Una fragmentada y excesiva recopilación de casos históricos que involucran ovnis, alienígenas y agencias secretas que se esmeraban en “ocultar la verdad”. Una acumulación de tensión que se precipitó, sin remedio, en los últimos minutos, sacrificando con el apuro la resolución de la historia central y algunas periféricas. El formato de capítulo de serie le quedó corto al oficioso señor Carter. Los ya crecidos Duchovny y Anderson, la pareja protagónica, quedaron presos de los clisés y de diálogos poco fluidos (demasiado atados a una escritura mecánica), y sus años y experiencias ante las cámaras no lucieron. Pero hay una excepción: el rostro de Anderson, que rindió en algunos primeros planos, con su gesto de abatimiento y resignación ante las delirantes salidas de su pareja, que persigue lo mismo que en las temporadas anteriores: él quiere creer… pero todo conspira contra su curiosa fe. Quiero creer Ocurrió con todos los regresos de los dinosaurios del rock. Los fanáticos quieren volver a creer, como Mulder, y hacen todo lo posible para que la pasión alcance los decibles de otros tiempos. Y los roqueros, en muchos de los casos, se esmeran en disimular los conflictos e intentan (en vano) ganarle la pulseada al reloj biológico, se pierden en el museo y todo queda en la nada. Pura mueca (como Roger Waters). En los noventa, Chris Carter tuvo el mérito de armar un buen licuado de misterios y conspiraciones para dar vida a Los archivos X. Cuando la serie estaba en uno de sus puntos más altos, hacia 1996, olfateó la oportunidad de sacarle un buen partido a la proximidad del nuevo milenio y se la jugó con otra serie, Millennium, con Lance Henriksen en el papel principal. Fue “otra de misterio”, pero, con las lecciones aprendidas con Los archivos X, la propuesta ganó espesor dramático y oscuridad. Sin embargo, se quedó corto: fueron sólo tres temporadas, rodadas, como la serie madre, en Vancouver, Canadá; hoy es uno de esos raros títulos de culto, un tesoro preciado en las cacerías por internet. Ya en el final del ciclo vital de Los archivos X, el realizador californiano era una figura muy respetada en el ambiente televisivo, que poco tiempo después ganó una suerte de sucesor: el neoyorquino J.J. Abrams, el creador de la adictiva Lost. A esa altura, en la transición de siglos, con las teleseries convertidas en fenómeno de masas, el trabajo de Carter descubrió, inevitablemente, sus baches. No hay que olvidarse de un detalle: con las crisis que por esos años atravesaron la industria cinematográfica, muchos buenos guionistas y directores se plegaron a los movimientos migratorios hacia la pantalla chica. Y la cosa cambió: historias más interesantes y narrativas más sólidas le dieron otra magnitud al género de ficciones seriadas “made in USA”, trascendiendo los límites del mero entretenimiento para ganar otros valores en lo estético y en lo artístico. En este nuevo mapa, el lote de producciones que “le pasaron el trapito” a las aventuras fantásticas de Carter es casi incontable. El regreso, acompañado con las fanfarrias de la Fox y la inoxidable música de Mark Snow, no hizo más que confirmarlo. “La verdad está ahí afuera”; adentro, como le ocurrió a varios roqueros de museo, sólo queda la nostalgia y, por supuesto, el servicio de Uber.

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