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Ucrania no cree en nazis

Por Joselo Olascuaga.

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“Los rusos nos despertamos cada mañana sin saber qué va a pasar ayer”. Es un chiste genial de un pueblo que sabe reír de los muchos cambios en la interpretación de su historia, pero el lío está en que todavía no llegó el mañana en que pase el ayer que realmente ocurrió. Sospecho que los rusos lo saben. De eso ríen. Los yanquis no tienen bastante idea. Así se equivocaron con Ucrania.

 

Los nazis ucranianos existen, por cierto (un ministro uruguayo –el que sabía más de política exterior, después de Iglesias–, decía que los nazis ucranianos ya eran nazis antes de Hitler, nazis del 18), pero Ucrania no es nazi. Y no me refiero al Donbás ni a Crimea ni a Odessa, que eso es Rusia (el Pepe Mujica dijo en Legítima Defensa, “¡no va a ser!, si nada menos que Trotsky, que era hijo de un cerealero de ahí, se enteró en Odessa que existe Argentina cuando yendo al puerto, a exportar granos, le dijeron que el precio había bajado por el fuerte ingreso en el mercado de un país sudamericano). Me refiero a Kiev.

Recién en 2012 volvió a filmarse una película sobre los mártires del Dinamo de Kiev. Entre 1943 y 1981 se había filmado una decena de películas sobre el tema, pero durante el gobierno ucraniano de Víctor Yanukovich, la película rusa Match, a 70 años de los sucesos, narró el mítico “partido de la muerte” (9 de agosto de 1942, victoria soviética sobre el ocupante alemán, 5 a 3), con los datos aceptados por todos, de que hubo una serie de partidos de fútbol entre alemanes y soviéticos en la Ucrania ocupada por los nazis y los ganaron todos los soviéticos, hasta que el ocupante prohibió los partidos y al mes los jugadores del Dinamo de Kiev que integraban el equipo soviético fueron detenidos, uno murió en tortura en ese momento y otros cuatro fueron fusilados seis meses después.

En 2012 la historia generó polémica en Ucrania, porque muchos de los personajes de la película que hablan en ucraniano son colaboracionistas nazis. La reacción en Ucrania fue interesante. Algunos, alineados en el partido nazi de Stephan Bandera, negaron que los fusilados del Dinamo lo hayan sido por no dejarse ganar los partidos de fútbol, sino por robar carne en el campo de concentración donde habían sido confinados en las afueras de Kiev. Otros procuraron desmarcarse de la etiqueta de colaboracionismo nazi.

La película tiene como primera destinataria la unidad de Rusia sobre la “gran guerra patria”, que el 5 de mayo cumple 77 años de ganada en Berlín (aunque a mi entender la victoria en esa guerra llegó recién cuando la URSS obtuvo la bomba atómica, porque Estados Unidos la probó en Nagasaki e Hiroshima pensando en la URSS, no en Japón, que ya estaba vencido), pero la división de opiniones en Ucrania operó en el momento en que los ruidos del golpe urdido por la CIA en el Maidán se hacían oír y también la respuesta resistente del Donbás, en marzo de 2014.

La prensa “occidental” empezaba a hablar de los  “oligarcas” ucranianos y rusos. Desde El País de Madrid o de acá, hasta The New York Times y CNN, Fox, France24, DW, BBC… los “noticieros” diarios de “occidente” reproducen a las “agencias internacionales de noticias” usando, como nunca antes, la palabra “oligarcas”.

En ellos es una palabra completamente nueva, que se refiere y se refería, exclusivamente, a altos burgueses ucranianos, rusos, chinos y vietnamitas insumisos a los dictados del Pentágono. En 2014 llamó la atención que la primera “sanción” que efectivamente aplicaron EEUU y la UE contra Rusia, fue la congelación de activos a particulares ucranianos y rusos (estos ahora famosos “oligarcas”).

Hace muy poco tiempo, menos de un siglo, entre 1926 y 1940, triunfaban en la URSS los planes quinquenales de Stalin, desde el primero, denominado por Bujarin “plan quinquenal anticampesino”, derrotando a La Nueva Política Económica de Lenin (NEP, que proponía crear una burguesía comerciante rusa activa, ya que la apenas larval y parásita que habían tenido se había fugado).

Desde el propio general Georgi Shukov (que entró a Berlín al frente del Ejército Rojo forzando la rendición de la Alemania nazi) hasta Fidel Castro, todos los grandes analistas militares coinciden en que sin los horrores del stalinismo, el pueblo ruso, con el impulso de la Revolución de Octubre, no hubiese tenido que sacarificarse tanto (27 millones de vidas) para salvar del nazismo a la humanidad. En esos tiempos había pocos multimillonarios rojos. Algunos en el servicio secreto (el quinteto de Candbride, por ejemplo), otros artistas muy exitosos (como Pablo Picasso y Pablo Neruda) o ambas cosas: verbigracia Charles Chaplin, a cuya vida privada, en ciertos aspectos únicamente pudo asomarse el tribunal macartista que lo expulsó de Estados Unidos por “actividades prosoviéticas”. Hoy, además, les tendrían los fondos congelados por las “sanciones” (aunque supongo que Chaplin, siempre adelantado, los tendría en oro y en bóvedas chinas).

 

Sistemas políticos

Tanto en Rusia como en Ucrania las reformas y la independencia, respectivamente, se dieron finalmente por vía electoral, con sistemas políticos peculiares, como todos lo son., pero en todo caso con abstenciones bastante menores a las de las elecciones en Francia, por caso (Macron es presidente con el 16% de los votos reales, ante más de un 60% de abstención). El de Rusia hoy tiene dos partidos que se reparten la gran mayoría de los votos (el oficialista Rusia Unida, el mayor y el opositor Partido Comunista -acusado por la ex KGB, hoy FSB, de estar financiado por EEUU como predijeron los poetas surrealistas-).

En Ucrania un espectro moderado (Víktor Yanukovich por un lado, Yulia Timoshenko por otro) ganó con claridad las elecciones de 2010, antes del Maidán (a pesar que las ceeneenísticas manifestaciones de la llamada por las agencias “revolución naranja” hicieron parecer sin chance a Yanukovich, quien se impuso a Timoshenko en ese espectro, por 52% a 48%), el Partido Comunista con 2.500.000 votos (con fuerza en el Donbás) y el neonazi Svoboda (que controló el gobierno tras el “golpe blando” de las agencias) con 1.500.000.

Luego de la secesión de Crimea, que se integró a Rusia, de que el Donbás eligió sus propias autoridades, asumió en Kiev Petró Poroshenko, títere de Hunter Biden (mega empresario en Ucrania), el hijo del actual presidente de EEUU.

Poroshenko envió las fuerzas armadas al Donbñas a reprimir las repúblicas populares de Donetsk y de Lugansk, pero los soldados ucranianos no pelearon. Los paramilitares neonazis de los batallones del banderastán tuvieron que hacer todo el trabajo, el genocidio de población rusoparlante (a la que Poroshenko le había prohibido el idioma), el apriete a los ucranianos que no disparaban contra sus hermanos y los informes para los medios hegemónicos de “occidente” y los servicios de “inteligencia”.

 

Neutral y desnuclearizada

De todos modos, las mayores consecuencias de la autodeterminación de Crimea, votada por 98%, con más de 80% de concurrencia a las urnas, y concretada su decisión sin disparar un solo tiro, no fueron entonces las “sanciones” “occidentales” a altos burgueses que tienen sus contradicciones con Wall Street ni la separación del Donbás, sino el mayor acercamiento ruso a Irán, sumado al mejor momento de las relaciones sino-rusas de toda la historia, salvo las presentes que ya son de “alianza sin límites ni prohibiciones” (4 de febrero de 2022, fecha histórica).

Es posible que los “oligarcas” de El País de Madrid y de The New York Times, el 9 de agosto de 1942, jueguen en el equipo basado en el Dinamo de Kiev, aquel club de la Sociedad Dinamo fundada por el Ejército Rojo y la Cheka -por Trotsky y Dzerzhinski-, o, al menos, hinchen por él aquella tarde del 5 a 3, con goles de Ivan Kuzmenko, Makar Goncharenco y Alexei Kilmenko en el primer tiempo y Mihael Keel y otra vez Kuzmenko en el segundo.

Pero otros oligarcas de la banda del presidente Boris Yeltzin, que fugaron divisas a Occidente y hundieron al país hasta la indigencia de 20 millones de rusos en 1998, mientras Putin, ascendido a primer ministro, se aprestaba a hacerse cargo al año siguiente del desastre y el bergsteiniano presidente dormía la mona, seguramente no regresen nunca a Rusia, desde sus mansiones preferidas en Inglaterra, Francia e Italia.

En cambio, es factible que los oligarcas ucranianos sigan conspirando con los servicios occidentales y con los altos mandos neonazis, incorporados al Estado Mayor violando los acuerdos de Minsk II (2015) desde Kiev. El plan A de la CIA fue destrozado por Ucrania. No cayó el Donbás, ni tras él Crimea ni tras Crimea Moscú y no se partió Rusia en seis, pero el plan B es mantener una yihad nazista, instruida por la OTAN, soñando con un nuevo Afganistán para Rusia, tras la paz cuya negociación está avanzando en Turquía.

El pueblo ucraniano nunca votó a los nazis. Al contrario. Cuando en 2018 tuvo oportunidad de volver a las urnas, aún con el Partido de las Regiones de Yanukovich y el Partido Comunista proscriptos, votó el 62% por el programa de Volodímir Zelenski, que prometía arreglar con Rusia, terminar los bombardeos al Donbás y ocuparse de la economía, que estaba en mínimos. El poder real era el batallón Azov con sus cruces gamadas y, detrás de ellos, los oligarcas de la OTAN.

Una mañana, el ayer que Rusia va a pasar, es el de la guerra de 1918 a 1922 en que el Ejército Rojo, (cuyo jefe era León Trotsky -por eso todavía no lo saben–, derrotó rotundamente a 14 potencias extranjeras y ejércitos mercenarios (Checoslovaquia, Gran Bretaña, Japón, Grecia, Francia, Polonia, Canadá, Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, Rumania, Italia, China, Australia, Estados Unidos y el ejército blanco ruso). Fue mayor victoria que haber derrotado a Napoleón. Fue una guerra que la Rusia zarista ya en 1916 había perdido ante una cuarta parte de esos ejércitos y no fue casi pírrica tal como, lamentablemente, resultó la victoria en La Gran Guerra Patria entre 1941 y 1945.

Ucrania en 1918 derrotó al protonazi Pavló Skoropadski (ya usaba la cruz gamada, hoy reivindicado y reivindicada por los oligarcas de Kiev y los de la OTAN en votación en la ONU) y el 31 de enero de 1922 fue Ucrania, por libre adhesión, una de las cuatro repúblicas federativas fundadoras de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

En 1991, por libre secesión, se independizó y desde 1997 fue objetivo del plan yanqui contra Rusia, plan que la gran mayoría de los ucranianos están destrozando al proponer que Ucrania sea un país neutral y desnuclearizado. Precisamente eso votaron en 2018 y si no fuese por la traición de Zelenski, lo hubiesen logrado sin más muertes que las de los 14.000 civiles rusoparlantes asesinados en el Donbás por los nazis, desde 2014 hasta la nueva fase de la guerra, que Zelensky provocó en febrero, al obedecer la orden de Biden de salirse del Tratado de Budapest para instalar, a tres minutos de Moscú, ojivas nucleares en misiles sónicos.

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