Después de 27 minutos del vuelo 5390 de British Airways, al alcanzar una altitud de 5.300 metros, dos de los seis vidrios del parabrisas del avión se desprendieron. La ventana succionó al capitán Tim Lancaster. Su cabeza y su torso quedaron al aire libre, mientras sus piernas permanecieron dentro del avión, con los asistentes de vuelo agarrándolo.
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«A las 07.33 horas, mientras el personal de cabina se preparaba para servir comida y bebidas y la aeronave ascendía a una altitud de presión de, aproximadamente, 17.300 pies, hubo un fuerte estruendo y el fuselaje se llenó de niebla de condensación. Inmediatamente fue evidente para la tripulación de cabina que se había producido una descompresión explosiva», dice la descripción del accidente en Aviation Safety.
Atchison, el primer oficial, no podía creer lo que estaba ocurriendo y los pasajeros de primera clase entraron en estado de shock.
La descompresión en la cabina hizo saltar por los aires la consola de navegación y se bloqueó el control del acelerador, lo que provocó que la aeronave siguiera ganando velocidad a medida que descendía.
Mientras tanto el cuerpo del capitán seguía fuera, congelándose. El asistente de vuelo, Nigel Ogden, pudo cerrar milagrosamente el cinturón de Lancaster. Atchitson no tenía más remedio que comenzar un descenso de emergencia muy rápido, para alcanzar una altitud que ofreciera oxígeno suficiente.
También había que salvar al asistente, que tenía medio cuerpo fuera del avión para sujetar a Lancaster. Ogden estaba sufriendo congelaciones y estaba agotado por el esfuerzo.
En medio de aquella terrible odisea, Atchitson recibió la autorización del control de tráfico aéreo para aterrizar en Southampton (al sur de Inglaterra). Agarrados fuertemente al cuerpo de Lancaster, se prepararon para la maniobra.
El vuelo 5390 de la British Airways aterrizó sin problemas y nadie sufrió lesiones graves. Casi un milagro.