La intensa, rica y exitosa vida política de Tabaré Vázquez adquirirá su mejor evaluación recién cuando transcurra el tiempo mínimo suficiente como para que se pueda tener una buena visión panorámica de ella; cuando se diluyan los estereotipados elogios políticamente correctos que siempre se recitan sobre todo prestigioso desaparecido; cuando disminuyan las distorsiones para la explotación político electoral de su figura, hechos y dichos, por propios y ajenos; cuando haya mayor cantidad y calidad de recopilaciones de sus ideas y acciones; cuando existan mejores posibilidades de trascender esas primeras y precarias reacciones.
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Vida política intensa, porque tuvo las máximas responsabilidades y peleó por los más altos lugares nacionales durante 35 años, ininterrumpidamente, y sin abandonar su vocación y tareas como médico oncólogo, también estresantes, aunque dándose algún relax con la pesca, sin olvidar pertenencias masónicas y al catolicismo tradicional.
Vida rica, porque esa intensidad se vivió desde variadas actividades, cada una de ellas con diversas aristas vivenciales y de responsabilidad: club barrial Arbolito de La Teja; título de Primera División, el único del Club Atlético Progreso de fútbol, del mismo entorno; competencia y elección como intendente de Montevideo; competencias y elecciones triunfales (2) a la Presidencia de la República. Una escalada exitosa de competencias políticas y de responsabilidades de conducción y coordinación de tareas y voluntades.
Vida exitosa, porque compitió y ganó los máximos cargos en todos esos ámbitos de la vida sociopolítica en Uruguay, algunos de primera intención, otros persistiendo en el intento. Y casi siempre largando en desventaja, punto y no banca, con un origen socioeconómico modesto, desde el cual muy pocos en el mundo obtienen una profesión universitaria, y menos aún presidencias como las listadas.
Un ganador, sin dudas. Con una digna excepción: no pudo ser presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Pero fue intendente y dos veces presidente, como nadie más; campeón con Progreso, única vez del club; siempre punto, casi outsider al partir y, sin embargo, ganador al llegar. La izquierda, con su candidatura, pasó de un 30% como tercer partido, en 1994, al 51% como primero en 2004, en 10 veloces años. Un toque mágico.
Nace un candidato para una izquierda democrática de masas
Un pequeño recuerdo que personaliza un poco más esta nota: lo conocí y estreché velozmente su diestra, mientas me sumaba a un panel de debate que ya me esperaba sentado en la Intendencia de Montevideo. Nunca olvidaré la indeleble sensación que me quedó de ese furtivo primer contacto. La calidez de su sonrisa y de su mirada me sorprendieron, sin fastidio alguno por mi demora. Había conocido a alguien con un gran magnetismo personal; intuía el nacimiento de un líder o caudillo que la izquierda, como ‘partido de ideas’, estaba necesitando para la competencia electoral entre partidos de masas, catch-all. Y lo dije en su momento, aunque aclarando que era solo una fuerte impresión fugaz, que debería confirmarse para adquirir solidez. Pues bien, el futuro confirmó de diversos modos esa sensación, especialmente sus ‘caminatas’ por la ciudad, desde su punto más alto, en el Cerrito de la Victoria, hacia abajo, hasta la explanada municipal, con multitudes saliendo a encontrarlo en su derrotero, que seguramente sentían esa calidez y alentaban esperanzas en él.
¿Por qué la izquierda uruguaya de fines de los 80 y comienzos de los 90 precisaba de un nuevo tipo de líder? Porque ese candidato debería encarnar las ideas de un ‘partido de ideas’, para élites, en un ámbito electoral que reunía competitivos ‘partidos de masas’. Candidato que debería poder concitar la adhesión electoral popular, en especial en el interior, aún reacio a las nuevas ideas que la izquierda ya defendía en Uruguay hacía casi un siglo; pero no había conseguido llegar al 10% de los sufragios nacionales. Era pensable que esas ideas estuvieran precisando de íconos más vendibles y comprables que las ascéticas y casi esotéricas figuras que habían encabezado los partidos de izquierda en el pasado, 1971 inclusive.
Su elección como intendente de Montevideo, primera conquista electoral de la izquierda en Uruguay, permitía alentar o presagiar una presencia nacional que la izquierda nunca había tenido, en esa metamorfosis de un ‘partido de ideas’ en un ‘partido de masas’ dentro de la partidocracia uruguaya, presencia en principio ajena a la racionalidad ideológica clásica de las izquierdas. Algunas izquierdas miraban de reojo y con desconfianza a las socialdemocracias, las experiencias del Partido Comunista Italiano y la suerte corrida por el triunfo electoral democrático de Allende en Chile. Otras, también de reojo, las experiencias revolucionarias guerrilleras, con el modelo difuso pero vivo de la Revolución cubana.
¿Qué síntesis podría hacerse de todo ese espectro (socialismo, comunismo, maoísmo, socialdemocracia, catolicismo posconciliar, guerrillerismo, no alineados, tercerismo, quizás anarquismo, y otras variedades menores que terminaron incluidas) en un contexto de economía de mercado, democracia partidaria, y cultura política de estado de bienestar?
El Frente Amplio es una coalición que desde los 60 intenta ese difícil esfuerzo de diálogo y priorizaciones dolorosas; y que desde 1971 presenta candidatos a todas las elecciones ejecutivas y legislativas, departamentales y nacionales, aunque sin éxitos mayores, pero ya obteniendo representación en gobiernos departamentales y nacionales.
¿Pero cómo dar otro nuevo salto cualitativo, como el de 1971? ¿Qué nuevos ingredientes para un mundo que seguía cambiando, y aceleradamente?
A los efectos de una competencia electoral por más, ¿qué íconos electorales podrían encarnar esa difícil síntesis nueva requerida, coyunturalmente situada, de liderazgo y caudillismo, respetabilidad sociocultural, llegada popular amplia, capacidad polémica, en medio de una tradición democrática de competencia entre partidos catch-all, entrando en ella con ideas y valores novedosos como prioridades en el panorama político electoral de un cuerpo electoral bastante adulto, con poco porcentaje de gente joven, en principio más afín a lidiar positivamente con novedades sociopolíticas? Y enfrentando a partidos catch-all tradicionales bastante afirmados en el horizonte simbólico electoral. Partidos tradicionales, que, como había presagiado Emilio Frugoni, y yo había subrayado a fines del siglo XX, estaban dispuestos a institucionalizar una segunda vuelta electoral de balotaje -que de hecho construía un núcleo votante común blanquicolorado, cuya mezcla produce, cromáticamente, un ‘rosado’ resultante- que, también de hecho e intencionalmente, intentaba frenar un posible triunfo del Frente Amplio en primera vuelta, resultado muy probable para 1999, desde los casi 31% de 1994. Pero ahora no podría llegar tan fácilmente al 50% en primera vuelta si se volvía exigible ese mínimo; y en la segunda vuelta, el nuevo rosado, que aún podría tener resistencias de los más clásicos radicales de las enseñas tradicionales, con el tiempo podría edificar un colchón más grueso contra las mayorías de primera vuelta para los partidos no tradicionales; el antifrentismo amiga enemigos hasta históricamente cruentos, ya entonces y con más fuerza aun en 2019, con una coalición multicolor que sumó más colores que nunca en el antifrentismo, una vez moderadas las enemistades tradicionales por el tiempo, los balotajes y las campañas conjuntas.
En ese panorama y con esas perspectivas, un candidato para una primera vuelta y para un eventual balotaje debía reunir condiciones muy peculiares para enfrentar a los cuadros políticos y a los candidatos tradicionales en una competencia pública por la presidencia y las mayorías legislativas, a completarse 6 meses después con las elecciones departamentales, que serían una cosa con un gobierno nacional frentista y muy otra sin él.
Tabaré Vázquez las tenía.
1) Una apariencia muy conveniente, que no era de solemne pituco, hiperelocuente (encantador de serpientes) como los políticos tradicionales, cuyo estereotipo ya empezaba a caer en desgracia, aun antes de las caricaturas como Pinchinatti, y de las revoluciones estética y comunicacional que implantarían figuras como Lula, Evo, Chávez, Mujica, también otros en Europa. Pero tampoco era de líder sindical, desarreglado, desaforado e insultante, siempre acusador y víctima. Siempre arreglado, tipo clase media ascendente, peinado, prolijo, planchado, pero no lujoso ni estridente, sonrisa amplia y natural, fungible como fetiche. Su habla era suave, pero firme; su prestigio de médico, profesional universitario (uno de los íconos de la modernidad), le permitía parangonarse con los políticos de abolengo; su especialidad de oncólogo le enseñó a codearse, enfrentar y comunicar con el dolor, la incertidumbre, la soledad, la ansiedad, la muerte y el duelo, sentires profundos de la cotidianidad, a lidiar con las probabilidades y a acomodarse a las imposibilidades radicales; en el interior se captaba esa prolijidad urbana, pero sin pituquería ni arabescos solemnes o literarios, respetabilidad de médico, con poder en el cotidiano profundo, esperanza de enfrentamiento a la clase política tradicional, que no estaba mostrando capacidad de liderazgo ni de gestión suficientes.
2) Sorprendió gratamente su esperable pero aún no confirmado éxito comunicacional y de contacto sensorial con la gente de todos los barrios en Montevideo, con los ciudadanos del interior, siempre desconfiados de los capitalinos. Faltaba el examen final para recibirse de candidato nacional novedoso en su enfrentamiento a los candidatos de siempre: las polémicas públicas en los medios de comunicación, donde los candidatos frentistas desde 1971 no habían podido sacar ventajas que redujeran la desventaja electoral de partida. Aprobó y con altísima nota sus duelos dialécticos con las grandes figuras de los partidos tradicionales, sin parecer un sindicalista sin mesura ni liderazgo sereno, pero sin lucir tampoco como un polemista efectista ni pasado de rosca, que quiere hacer show con su habilidad retórica. Citando cifras contundentes, pero no sumergiendo a las audiencias en hilos numéricos difíciles de acompañar y apreciar en su valor. Sin salirse ni dejarse jamás sacar de las casillas, pero tampoco dejándose pisotear por el abolengo ni experiencia de los contendientes de turno.
3) Será siempre, con luces y sombras, con mayores o menores unanimidades, un antes y un después para la izquierda uruguaya, con lecciones para la región, y con muchas sutilezas teóricas para elaborar sobre él; pero él no las elaboró, porque era un político práctico, de mando, mediación y coordinación, un hacedor, un gestor-fetiche. Un toque electoral mágico.