Hace 20 años caían las Torres Gemelas, junto a otros daños graves (véase mi columna en Caras y Caretas de entonces: ‘Misiles con bizcochos y Coca-Cola’). Hace 70 bombardeaban la principal base norteamericana en el Pacífico. En ambos casos la historia oficial narraba, o bien un ataque terrorista antiamericano y antioccidental craneado por Osama bin Laden liderando Al Qaeda, organización fundamentalista islámica, o bien un ataque japonés, también antinorteamericano y antialiados, en la Segunda Guerra Mundial.
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Como suele suceder, ambas versiones oficiales han sufrido diversos embates de contranarrativas que poseen abundante argumentación documental y discursiva para su sustento, y que nos cuentan acerca de otros sujetos principales como autores profundos de esos espectaculares episodios.
Nunca esas contraversiones han logrado emparejarse con las oficiales, porque estas tienen, no solo fuerte base documental y argumental, sino porque ‘pegaron primero’, que vale doble desde lo retórico y lo comunicacional; y porque disponen de la insuperable logística comunicacional agregada de la mayoría de los gobiernos, de las organizaciones internacionales, de enormes empresas transnacionales, y de la prensa mayoritaria.
Con esto no estamos diciendo que las contrahistorias tengan la razón y que solo no pudieron imponerla por estas desventajas; solo llamamos la atención sobre una correlación de fuerzas que ha impedido, e impedirá cada día más, la difusión de cualquier versión no oficial en contra de cualquier versión oficial respecto de cualquier hecho considerado de importancia por algún grupo de empresas transnacionales interesadas, algunas organizaciones internacionales especializadas, la mayoría de los gobiernos nacionales y el grueso de una prensa cada vez más veloz y abarcativa; este producto está erizado por las redes sociales, que ahora ya están empezando a controlar sus contenidos para alinearlos mejor a los poderes mencionados.
La creencia en la gravedad de las enfermedades producidas por el virus Sars-cov-2 y en la corrección de las medidas tomadas para enfrentarlas también tiene sus contranarraciones y contradiscursos, que han sido mucho más autoritariamente silenciados hoy que aquellos surgidos contra las aquellas versiones hegemónicas ayer; el dominio mundial se ha perfeccionado, hasta por su mejor aceptación ovina por la gente. ¿Cómo se descubrió todo esto? Veamos.
El sueño del nazi goring hecho realidad
Durante los interrogatorios del juicio de Nuremberg en 1945, al fin de los cuales se suicidó en su celda con una pastilla Hermann Göring, jefe de la aviación alemana (Luftwaffe) y una de las tres principales figuras nazis, respondió así a la pregunta “¿Cómo se logró que el pueblo alemán aceptara todo esto?”: “Fue fácil, no tiene nada que ver con el nazismo, tiene que ver con la naturaleza humana. Puedes hacerlo en un régimen nazi, socialista, comunista, en una monarquía e incluso en una democracia. Lo único que se debe hacer para esclavizar a los personas es asustarlas. Si puede encontrar una manera de asustar a la gente, puede hacer que hagan lo que quiera”. Veremos que Pearl Harbor, el 11S y la pandemia, amén de toda la paranoia por la inseguridad y la hipocondría por la salud contemporáneas, son ejemplos de la realización del sueño del miedo multifuncional. Goring deja en claro que el miedo como herramienta no es privativo de los nazis, de su estrategia de hegemonía pacífica civil, crecientemente complementaria de la dominación bélica. Gustave Le Bon, hacia 1895, había descubierto los mecanismos caracterizadores y promotores de un nuevo tipo de sociedad que crecía: la sociedad de masas, luego filosóficamente impostada por Ortega y Gasset, y perfeccionada sin parar hasta hoy por las ciencias sociales, la propaganda y las neurociencias.
Es cierto que Goring y Mussolini fueron los primeros en usar a Le Bon para sus fines. Pero fueron seguidos sin reconocerlo por todo el resto de los países, políticos y empresas en el futuro, hasta hoy. La Escuela académica de Fráncfort, alemana, dedicó muchos de sus extraordinarios e inigualados esfuerzos a estudiar el totalitarismo y el autoritarismo de las entreguerras con base, inicialmente, en ell estudio del nacional-socialismo y el fascismo, a Hitler y a Mussolini; no entraron en el franquismo y en el régimen portugués porque quedaron deslumbrados con la aparición de totalitarismo y autoritarismo en un régimen que estaba en las antípodas ideológicas de los anteriores: el ‘marxismo soviético’ de Stalin, retratado en el libro homónimo de Herbert Marcuse. Atacando así a tirios y troyanos no extraña que sean deportados de Europa. La democracia norteamericana los acoge. Pero allí, Theodor Adorno completa su obra iniciada con el estudio del autoritarismo en regímenes de signo político-ideológico opuesto: en su estudio de ‘La personalidad autoritaria’ muestra que el autoritarismo sociopolítico y cultural es producto de un tipo de personalidad, y que puede manifestarse en cualquier régimen, y no solo en los extremos del continuo político-ideológico, de derecha e izquierda; en todos lados se cocerían habas. El psicoanalista y psicólogo Erich Fromm toma la posta y estudia cómo se conforma una personalidad autoritaria como tipo psicosocial, más que individual. Lo más grave, considera que el autoritarismo no solo es común a los extremos del continuum político-ideológico sino que florece, y con creciente frecuencia, a lo largo de todo el continuum, y en el centro, en las democracias, también, como había ya sugerido el primer director de la Escuela de Fráncfort, Max Horkheimer, al estudiar la evolución contemporánea de la familia occidental urbana. ‘El miedo a la libertad’, 1946, de Fromm, es la coronación de la muestra del profundo ascenso del autoritarismo en los regímenes democráticos, del centro democrático; y el comienzo de la pesadilla que vivimos con la pandemia del Sars-cov-2, covid 19. En 50 años, Le Bon, Ortega y Gasset y la Escuela de Fráncfort hicieron el análisis de lo vivido y la previsión de lo que viviríamos, hasta hoy; desde 1895 hasta 1945, hace ya 75 años, gruesamente. Lo que pasa es que todo esto parece ignorarse. El 11S, Pearl Harbor, la pandemia y otros episodios encajan bien en esa figura. Veamos.
Pearl Harbor, las Torres Gemelas, y más de esto
Por ejemplo, asustando, mediante el bombardeo de Pearl Harbor, con el potencial invasor del Eje Alemania-Japón-Italia; para así entrar con consenso popular en la Segunda Guerra Mundial, torciendo la preferencia popular norteamericana de ese entonces por la neutralidad bélica. Pero usted me podrá preguntar en qué medida este giro probélico de la opinión no fue más que una reacción esperable a un bombardeo traicionero japonés a un país neutral, sin el aviso formal que el bombardeo requería. Aquí entra la contraversión hegemonizada por esa oficial. Según ella, los japoneses avisaron; pero algunos inconvenientes sufridos por la llegada del aviso al embajador japonés en EEUU fueron aprovechados para no acusar recibo, afirmar la traicionera y sanguinaria falta de comunicación japonesa, y entrar así con un soporte popular que hasta entonces no lo apoyaba, a la guerra abierta con los Aliados y contra el Eje. Para cualquier neófito, esa fingida falta de comunicación japonesa, en la medida en que retrasó la reacción al bombardeo, sería impensable, ya que habría ocasionado daños y muertes de una gravedad exagerada para la finalidad buscada; nadie sería tan maquiavélico, y menos que menos la antorcha de la libertad occidental y democrática.
Lo mismo piensan quienes llaman de conspirativa y negacionista a la inacción frente a los aviones cooptados para el ataque a los Torres Gemelas, al Pentágono y el frustrado a la Casa Blanca del 4º avión; los que no quieren creer en las evidencias de que fue un autoatentado: que las Torres no cayeron por el choque de los aviones y sus consecuencias en el edificio, sino como escenario encubierto de la dinamitación e implosión de las torres, junto al edificio lindero, que implosionó sin siquiera avión alguno chocándolo; que lo del Pentágono fue un auto-misil, mal fingido como choque de avión, de nuevo. Como cuando Pearl Harbor, la contranarrativa argumenta un autoatentado encubierto, en este caso para poder inyectar un miedo agresivo que respaldara la invasión a Afganistán y al Medio Oriente, objeto de codicia económica y de orgullo imperial geopolítico, respaldable, además, en los autores geopolíticos más influyentes en los gobiernos norteamericanos recientes: Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger; y buscando legitimar la introducción de medidas policiales y militares de control poblacional de masas. Pero esto es considerado negacionista y conspiratorio (¡no lo sería que fue un ataque terrorista filo-saudi, islámico sunita!), pese a los extensos documentos que están al alcance de cualquiera en internet, con detallados análisis físicos que apoyan la tesis del autoatentado por implosión dinamitada de las Torres y del edificio 7, y por impacto de misil y no de avión en el Pentágono. Desde el 2005, ya hay colectivos que investigan y publican abundantemente una contranarrativa y un contradiscurso muy sólido, alternativo al oficial. No tiene por qué adoptarlo por el solo hecho de conocerlo; si le tiene miedo a la verdad, no lea nada contra la ortodoxia oficial de la pandemia; pero al menos infórmese mejor sobre episodios centrales de la historia, como el 11S y Pearl Harbor, aunque más lejanos a la cotidianidad hoy, que no lo hostigarían tanto.
En el caso de Pearl Harbor y del 11S, los autoatentados no se quieren creer por la magnitud maquiavélica que entrañaron; porque solo en cuanto a muertos, sin contar heridos ni daños, en 1941 hubo unos 2.500, y en 2001 más de 3.000 (sin contar todos los que fueron producto de la entrada en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría posterior; ni todos los muertos en Medio Oriente consecutivos a la indignación santa del 11S). ¡Los gobiernos norteamericanos no pueden hacer eso! Oigan el himno y quizás no piensen eso. Tampoco si se acuerdan de que ya la voladura misteriosa de un acorazado recién enviado a la bahía de Santiago de Cuba les permitió ingresar en la guerra neocolonial contra España en 1898, otro episodio también ‘malpensadamente’ pensable como autoatentado para provocar legitimidad bélica en el enfrentamiento que liquidó a un ya menguante imperio español y les dio un gran espaldarazo en pro del imperio propio.
En fin, feliz aniversario, que da para mucho.