Textos: Alfredo Percovich
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Producción: Viviana Rumbo
En espacio de ideas y reflexión, Alejandra Picco explicó cómo piensan y actúan las asociaciones rurales en los ámbitos de la negociación colectiva a la hora de discutir el aumento de salario de peones y trabajadoras del campo. Qué aducen y alegan los más poderosos del Uruguay para decir «no» al aumento a salarios sumergidos. La economista también habló de inflación, informalidad, políticas sociales, clase media y trabajo doméstico.
Nació en Montevideo pero se crió en La Paz (Canelones). Niña prodigio para los números y las matemáticas, solía resolver los problemas de aritmética con la misma facilidad que solucionaba las diferencias con sus hermanos chicos en los paseos familiares: de manera drástica y efectiva. Se amaban, a pesar de las disputas por la ventanilla del auto o por algún otro tema del momento. «Los tres juntos éramos insoportables», admite. Alejandra es hija de madre odontóloga y profesora de biología del liceo de La Paz y padre bancario y profesor de matemáticas del mismo liceo. Myriam y Ruben, ambos docentes y militantes de izquierda, les transmitieron a sus hijos «valores y convicciones» del camino a seguir. Alejandra fue a la escuela y al liceo públicos de La Paz y sus ratos libres los destinó a distintas actividades que le gustaban o simplemente le ayudaban a ocupar el intenso tiempo de curiosidad por la vida.
Aprendió flauta, guitarra, natación, handball y especialmente, gimnasia olímpica «para ser como Nadia Comaneci». Más allá de probar con algunos instrumentos, rápidamente supo que la música no era lo suyo. Hoy la música que la acompaña «es uruguaya y tirando a tranqui», como El Astillero, Franny Glass, «o del palo del tango», como Francis Andreu, Malena Muyala y, especialmente, Maia Castro. A pesar de haberse criado en una casa de pasión murguera, la marcha camión no es el ritmo que lleva en sus venas, no va al Teatro de Verano a ver el concurso, pero ahora más recientemente, le encontró «el gustito» a La Mojigata y a la movida de murga joven. Adora leer policiales escandinavos aunque el cansancio conspira contra la lectura y contra todo. Después de leerles «los cuentos para dormir» a sus hijos Santino y Verena, en ocasiones, ella se duerme con el libro abierto en la misma página que dejó la noche anterior. «Es que caigo rendida. Incluso hay noches que me duermo antes que ellos» (risas). Casi fue periodista y casi fue gimnasta olímpica. Hoy Alejandra Picco es madre de dos hijos que se le parecen en muchas cosas, economista y docente, investigadora del Instituto Cuesta Duarte y asesora de sindicatos para que tengan mejores herramientas a la hora de enfrentar los ásperos ámbitos de la negociación colectiva y las rondas de los Consejos de Salarios.
¿Cómo te vinculaste con el Instituto Cuesta Duarte?
Empecé a trabajar aquí de la mano de Daniel Olesker que fue algo así como «el padre» de la idea inicial del instituto. En 1998 yo era estudiante de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Daniel como docente nos invitó a aportar un granito de arena para el movimiento sindical. Así fue que con un grupo de estudiantes comenzamos como voluntarios y recuerdo que hicimos los primeros informes de coyuntura. Después cada uno siguió su camino y volví a trabajar al instituto en 2003, también con Daniel que ya estaba desarrollando un trabajo más amplio, aunque inicialmente éramos tres personas.
¿Cómo se logró posicionar al Cuesta Duarte y colocarlo como un actor relevante de la sociedad?
Creo que se trató de colocar una semilla para cultivar el conocimiento, el intercambio de saberes. Por un lado el conocimiento de la academia y el saber de los trabajadores. Además, hay que reconocer que transitamos un buen periodo en el país, porque para lograr consolidar un espacio de formación y estudio eso se necesita dinero. Conseguimos fondos a nivel internacional y luego en menor medida, a nivel nacional. A medida que nos fuimos posicionando fuimos logrando consolidar el espacio que hoy ocupa el instituto en la sociedad.
¿Primero desarrollaron un proceso interno de confianza y acercamiento entre la academia y el movimiento sindical y posteriormente se dio la consolidación hacia el resto de la sociedad, los medios, los organismos del Estado, por ejemplo?
Sí. Además me parece que también vino de la mano del momento del país. Nosotros volvimos en 2003 y ya en 2005 se realizó una convocatoria a los Consejos de Salarios. En ese momento hubo un diálogo nacional, una comisión nacional de economía. Creo que a partir de la llegada del Frente Amplio al gobierno se le otorgó mayor espacio a las organizaciones sociales para dar sus puntos de vista. Y el movimiento sindical trató de hacerlo de manera solvente e informada, con aportes técnicos, más allá de que después las definiciones son políticas. Pero era muy importante que las opiniones y posturas del movimiento sindical estuvieran fundamentadas con elementos técnicos solventes. Eso nos empezó a dar más cabida, tanto en la negociación colectiva como en otros ámbitos que se fueron abriendo.
El Instituto Cuesta Duarte investiga, produce insumos, elabora documentos y también tiene un espacio muy potente de formación.
Exacto. Tenemos básicamente dos áreas: una de formación y otra de investigaciones y asesoramiento, que lógicamente caminan de la mano. Hacemos investigación que contribuya a la generación de conocimiento para el asesoramiento en distintos planos, no solo para los sindicatos en la negociación colectiva, sino también para los distintos organismos de la central, como la Mesa Representativa, el Secretariado Ejecutivo o los distintos departamentos y secretarías. Con esos insumos nuestros, posiblemente ellos pueden tomar sus decisiones de manera más informada. Claro que el Instituto ha crecido y tenemos muchas otras áreas que se van incorporando y tal vez deberíamos pensar en algo multidisciplinario, especialmente el área de investigación.
Recientemente, el Instituto Cuesta Duarte con la Organización Internacional del Trabajo realizaron un trabajo para analizar el impacto de la pandemia en el mercado de trabajo y la nueva ley de promoción de empleo en el país. En términos generales, ¿a qué conclusiones llegaron?
El informe trató de ver era cuál fue el impacto de la pandemia en los trabajadores utilizando los datos que publica el Instituto Nacional de Estadística (INE), pero no los datos que publica depurados, sino yendo a las bases de datos de la Encuesta Continua de Hogares, que nos permite procesar los datos que nosotros queramos. Por ejemplo, los niveles salariales, que es un dato que el INE no saca. El INE informa si el salario creció o bajó pero no dice -por ejemplo- cuánto es el promedio salarial. Esos son datos que no se publican. Nosotros en colaboración con la OIT, lo que tratamos de ver fue el impacto, y lo hicimos yendo directamente a los datos de la Encuesta Continua de Hogares, a las bases. Y por eso los datos que nosotros manejamos son con información oficial, con fecha de cierre del año 2020. Y nos encontramos con algo que no puede sorprender a ningún economista y seguramente tampoco a nadie con sentido común, y es que la crisis, además de afectar a la mayoría de las personas, también tuvo efectos diferenciales. Y muchas veces las desigualdades que existen en el mercado de trabajo también se intensifican.
En este caso, quedó evidenciado particularmente con los jóvenes. Esa es una de las grandes brechas que hay en el mercado de trabajo que se ve tanto en los ingresos como en materia de empleo, desempleo, formalidad entre mayores y menores de 25, incluso de 29 años. Uno hace ese corte y ve diferencias muy grandes. También las diferencias son notorias entre hombres y mujeres. En cuanto tasas de empleo y desempleo, no fue tan evidente ya que por ejemplo, en la salud y la enseñanza, la mayor parte de quienes trabajan son mujeres. Y esos fueron sectores que tuvieron un rol muy notorio en relación al volumen de trabajo. Además las mujeres se vieron sobrecargadas porque ellas son quienes se encargan mayormente de los cuidados. En cuanto a los jóvenes no debería sorprendernos tanto porque si uno observa el mercado de trabajo, los más jóvenes, hasta 25 años, tienen menos formación.
¿Y en cuanto a la brecha salarial de los jóvenes?
Es muy grande la diferencia, me parece que hay dos cosas que quedaron expuestas en ese trabajo: una es en cuanto a los niveles salariales en general. Que más del 40% de los ocupados gane menos de $ 25.000 pesos líquidos al mes es altamente preocupante. Claro, tal vez las cifras relacionadas a los jóvenes opacan ese otro dato. En el caso de los ocupados, exactamente el 42% de todos los ocupados perciben menos de $ 25.000 líquidos al mes. También encontramos que dentro de ese grupo, hay un 19% del total que ganan menos de $ 15.000 líquidos. Estamos bordeando el salario mínimo nacional. Y estas cifras se disparan en el caso de los jóvenes. Si pensamos que hay más de un 40% de los ocupados que ganan menos de $ 25.000 al mes, también ahí hay que desmitificar por qué aumentó tanto la pobreza y romper con esa idea de que los pobres son los que no trabajan. Con este nivel salarial, hay un porcentaje de ocupados, la mayoría informales sin duda, pero trabajadores que trabajan diariamente pero que están bajo la línea de pobreza.
¿Este panorama de pobreza y exclusión social comenzó el 1° de marzo de 2020?
La pandemia fue un golpe muy fuerte sin duda y lo que comenzó como una crisis sanitaria terminó siendo una crisis económica y social. Y claramente golpeó sobre las debilidades que teníamos. Veníamos con un mercado de trabajo que ya mostraba ciertas debilidades previo a la pandemia. En los últimos cinco años ya se había perdido una cantidad relevante de puestos de trabajo. En esos cinco años se perdieron menos que los que se perdieron en todo 2020, pero de cualquier manera estábamos en una economía que si bien crecía, estaba mostrando algunos problemas. Teníamos una cantidad de gente que capaz que no era pobre, pero que estaba en la informalidad. Entonces cuando perdió el empleo quedó sin ningún paraguas y sin ninguna protección. Es imposible pensar que la gente pudiera vivir con las trasferencias que realizaba el Mides a los hogares. Eran transferencias muy bajas. Mucha gente vivía de changas, pero todo eso cayó muy rápidamente. Y la pandemia lo que hizo fue dejar al descubierto todas las debilidades que teníamos. Y hay que mencionar que seguramente en Uruguay estamos mucho mejor que en otros países de América Latina. Por tanto, la crisis de la pandemia nos encontró mucho mejor parados que la del 2002. De todos modos, me preocupa que la pandemia haya caído bajo un gobierno con tan poca sensibilidad social.
Como docente e investigadora que dedica buena parte de su tiempo a producir insumos que apuntan a mejorar la calidad de vida de las y los trabajadores, ¿qué pensás cuando escuchás desde el Parlamento, leés en la prensa o en las redes ciertos ataques de odio hacia los sindicatos o se los trata de colocar bajo una zona de sospecha permanente?
Es difícil responder desde mi lugar porque no soy socióloga ni nada parecido. Pero creo que tiene mucho que ver con los medios. Creo que es algo que se ha ido construyendo, que se ha ido creando. Y más allá de la pregunta de por qué se golpea tan duramente al movimiento sindical, muchas veces también veo algunos trabajadores que preguntan por qué se exige tanto en temas de salariales. A quienes dicen eso me gustaría preguntarles de qué viven, porque el 70% de los ingresos de los hogares provienen del trabajo. Parece claro que en la actualidad hay cierta hegemonía de algunas ideas que sostienen que ‘mejor salario implica más desempleo’. Y eso en las crisis parece ser un argumento casi automático. Pero no es así. Y no porque lo diga yo, sino la academia lo explica. Creo que se ha utilizado que quienes reclaman más salario van a exponerse a pérdidas de puestos de trabajo. Y capaz que en algún caso absolutamente puntual podría ser, pero habría que analizarlo y discutir si la solución al empleo pasa por el salario. Me parece que se crean ciertas verdades que cuando las empezás a rascar no tienen mucho atrás, no tienen nada atrás. No sé si son los medios o además algo que sucede en ciertos periodos de la historia. Y no solo en nuestro país. Hay algunas voces aquí en Uruguay que cuestionan al movimiento sindical por los logros obtenidos entre 2005 y 2019. ¿Está mal eso? ¿Está mal pelear por mejoras de salario y de condiciones de trabajo? Además, parece obvio tener que decir que el conjunto de las y los trabajadores se vieron beneficiados por las luchas de los sindicatos.
Esos beneficios obtenidos por las y los trabajadores posiblemente son cuestionados a viva voz por los sectores más privilegiados de la sociedad. ¿Y la clase media?
No sé si de la clase media. Creo que hay una parte de los trabajadores, en particular profesionales, que uno consideraría clase media, independientes, muchos que se vieron afectados en su bolsillo porque la reforma tributaria incluyó a los profesionales. Antes pagábamos impuesto sobre nuestro trabajo, el IRP solamente afectaba a los asalariados y lo mirás hoy, en perspectiva, y vemos que eso era terriblemente injusto; eso no cumple con ningún criterio de equidad horizontal, que dos personas que ganan lo mismo, uno tenga que pagar y el otro porque es independiente, no tuviera que hacerlo. Lo mismo pasó con el Fonasa y después vino la devolución. Hay cierta gente que sintió que ‘estaba aportando demasiado’ respecto a lo que recibía. Me parece que nos debemos como sociedad discutir qué tipo de distribución queremos, qué es lo que nos parece justo y después cuáles son las medidas que hay que adoptar en ese sentido. Obviamente si nadie quiere que le toquen el bolsillo, lo del Fonasa suena como una locura y el sistema nunca va a ser solidario.
Ustedes refutan el mito de que los pobres son los que no trabajan.
Tratamos de hacer una lectura de la realidad que no es la que siempre está arriba de la mesa. Supongo que el que lee nuestros informes piensa que vienen del movimiento sindical y quién sabe qué cosas más puede pensar. Por eso me parece importante aclarar que nosotros siempre trabajamos con los datos del INE. En cuanto a lo de la pobreza, me parece muy importante el tema. Creo que hoy hay una idea que tiene varias aristas. Por un lado la pobreza tiene que ver con el ‘no trabajo’ y esa repetición de que el que se esfuerza no es pobre. Pero también tiene otra lógica atrás y es política, porque si en realidad ves que la pobreza también está asociada al trabajo, tenés que mejorar tus políticas para que los trabajos sean decentes, que estén registrados a la seguridad social y porque también aumentar el salario mínimo nacional es una política para combatir la pobreza. Me parece que eso tiene esa otra mirada que capaz que hoy no se quiere poner arriba de la mesa. Seguramente todos dirán que no quieren que existan pobres pero cuando empezamos a hablar de política salarial ponen el grito en el cielo y se quejan de los salarios. Es verdad que los salarios crecieron mucho hasta el 2019, pero recordemos en dónde estábamos parados antes.
De acuerdo a tu experiencia, cuando en una mesa están las y los asalariados rurales y a su frente los sectores agroexportadores y la Asociación Rural, ¿cómo justifican los más privilegiados la negativa de un aumento salarial a un peón o una trabajadora de un tambo?
La negociación en el sector rural se divide en tres grandes grupos: uno es la forestación, otro es lo que uno asociaría más a las grandes extensiones de tierra, hablamos de ganadería, tambos y agricultura y después por otro lado están las quintas. Hablamos en general de las y los trabajadores rurales. En cuanto a la pregunta, yo creo que ellos, la Asociación Rural, la Asociación de Productores de Leche y los arroceros -pero la voz cantante es la ARU- hoy no quieren pagar el costo político de eludir la negociación. Capaz que en otro momento no les importaba tanto. Ellos prácticamente se retiraron en todas las instancias de la negociación colectiva. Nunca se sentaron a negociar. Hoy, en este contexto, sí están negociando. Me parece que hay un cambio de talante.
¿No quieren pagar el costo político?
Esa es una lectura que hago yo. Lo que sí es cierto es que hubo un cambio. No en vano cuando uno mira ese sector es prácticamente el único que tuvo un crecimiento del salario muy importante pero que no tiene ningún beneficio: no tienen antigüedad, ni presentismo, ni ningún beneficio de los que otros sectores han ido logrando. Porque no había negociación, lo máximo que estaba dispuesto a negociar la ARU era algo transitorio, por la duración del convenio, una canasta, pero nunca lograr esos beneficios.
Insisto, ¿cómo justifica la ARU en un ámbito de negociación que no pueden aumentarles los salarios a las y los trabajadores rurales? ¿Qué alegan?
Justificaciones de parte de las empresas siempre hay, pero yo creo que en última instancia lo que sucede no es que no puedan pagar, sino que ellos perfectamente lo pagarían pero no quieren que les digan lo que tienen que pagar. Es una lógica de poder. Una idea de que el trabajador es prácticamente parte de la propiedad del dueño del campo. No es casual que la ley de 8 horas en el sector rural se votó 100 años después que en el resto de los sectores y a regañadientes. Y ni siquiera sé si en todos lados se cumple o no lo de pagar las horas extras. Algo similar pasa con el servicio doméstico. Son sectores con tradiciones culturales muy complicadas.
¿No hubo un atisbo de cambio cultural con el trabajo doméstico?
Creo que se dieron avances notorios. Comenzó con la Ley de Regulación del Trabajo Doméstico (18.065) que lo que hacía era colocar a las trabajadoras domésticas en la misma categoría y con los mismos derechos que el resto de los trabajadores. Es un sector muy importante en la economía, porque si observamos las cifras, del total de trabajadoras mujeres del sector privado, una cantidad importantísima se siguen insertando en el servicio doméstico. Y creo ahí tenemos una punta para desatar el nudo de la pobreza, porque si bien las trabajadoras domésticas han tenido aumentos de sus ingresos, hay que recordar que en su mayoría no trabajan jornadas completas. Hoy ya no está idea de que la trabajadora va todos los días ocho horas a una casa sino que tienen bastante movilidad y se desempeñan en varias casas. Por tanto, sus ingresos por hora no los podemos extrapolar a una jornada completa. Muchas son madres que están a cargo de todos sus hijos y ahí está esa idea cultural de la que hablábamos.
“La muchacha que me ayuda”.
Y que es parte de la casa, que cuida a los hijos y, por supuesto, se encariña la familia y ella misma con los hijos. No es lo mismo trabajar en un hogar, estar en contacto con los niños, ser cuidadoras o con los ancianos que en otro ámbito. Y hay otro punto clave, que lo menciona la representante de la Liga de Amas de Casas -que quiero aclarar es una patronal sumamente sensible en la negociación-, pero que considera que si se le paga un salario a alguien para que trabaje dentro de una casa «tiene que hacer todo» o «yo contrato a alguien para que me solucione la vida». Y eso no es así. No es una discusión simple, son muchos aspectos a tener en cuenta y siempre estamos hablando de una mirada cultural de la sociedad. Otro aspecto a solucionar pasa por el ingreso a inspeccionar el ámbito de trabajo porque una casa es un hogar privado. ¿Qué pasa con las trabajadoras con cama?, Y si es cuidadora de un enfermo y ella se enferma, ¿dónde queda la trabajadora?
Solemos leer indignados en las redes cuando hay un caso de explotación laboral en una casona de Carrasco, pero no nos desvelan del mismo modo la realidad de las trabajadoras domésticas en otros barrios. ¿No somos un poco sesgados para indignarnos?
Sí, primero porque esos casos puntuales se conocen de vez en cuando y quedan muy expuestos. Pero los mayores contratantes de los servicios domésticos somos trabajadores. Creo que, en todo caso, lo más cínico que hay es que como buena parte de la clase trabajadora somos contratantes de servicios domésticos, nadie quiere estar sentado del lado de la patronal del servicio doméstico. Y ahí creo que tenemos una de las explicaciones. Tal vez, si la patronal fuera otra, se podrían lograr otras conquistas. Si hubiera una patronal más representativa de los contratantes del servicio doméstico. Es algo para pensar.
¿Cuánto desvela hoy la inflación?
El gobierno tenía un compromiso de ir bajando la inflación y hasta ahora mucho no se ha visto. Creo que en adelante tiene algunas cosas que lo pueden ayudar a bajar la inflación al nivel internacional. Porque no depende solo de lo que haga acá, hay otras cosas que juegan en contra. Lo que me preocupa es que las estimaciones de inflación que brindó el gobierno para la negociación colectiva están muy alejadas de las estimaciones de inflación de la mayoría de los analistas. Y eso implica que en el correr de estos dos años de la novena ronda habrá un deterioro en el salario real, en la medida que la inflación sea mayor que las estimaciones que se incorporan en los convenios. Eso va a dejar un correctivo bastante alto. Eso también marca que más allá que ese correctivo se pueda eventualmente pagar al final, mientras tanto, transcurrió todo un tiempo en el que las y los trabajadores tuvieron que vivir y fueron perdiendo. También me preocupa y mucho que lo que está presionando a la inflación al alza, en los últimos tiempos, son los precios de los alimentos. Y eso impacta de manera más fuerte en los hogares que gastan un porcentaje más alto de sus ingresos en alimentos. Es un tema que hay que seguir observando. Tal vez la inflación no sea «el tema» que hoy esté arriba de la mesa porque estamos en un entorno del 7%, que no es tan alta, pero con un crecimiento de los salarios del entorno del 5%. Y eso nos está marcando que seguimos perdiendo salario real.