Por Carlos Luppi
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Una minoría de argentinos disfruta del atraso cambiario y el ajuste tributario, mientras la inmensa mayoría se hunde en la miseria y la desesperación. La economía argentina impacta fuertemente en la nuestra, particularmente en el tipo de cambio, la inflación y el flujo turístico. Las elecciones de octubre parecen por momentos una meta inalcanzable.
La escena es surrealista y muestra dos caras de la misma realidad: en un carísimo hotel del norte brasileño, varias familias argentinas de clase media alta (amplia mayoría clara entre los huéspedes) se gritan de mesa a mesa los horrores de la crisis que azota a su país, mientras consumen a mansalva manjares y bebidas de elevado precio. Un uruguayo bromista que está entre ellos les dice a todos: «Esta crisis nos mata a todos, los argentinos tenemos hambre», y todos estallan en carcajadas.
Es una faceta de la realidad: dado que la explosiva devaluación argentina (131% desde diciembre de 2017, a dos años de asumir Macri la presidencia, mientras Uruguay lo hizo 18%) se canaliza a través de tarifazos y aumentos de precios, el atraso cambiario se mantiene, una minoría de pudientes sigue disfrutando del resto del mundo a precios irrisorios, dado que el valor relativo del peso argentino se mantiene altísimo, como les ocurre a otros países de la región.
De la oligarquía agroganadera argentina mejor ni hablar. Los grandes parásitos, responsables de que dicha nación no sea una potencia industrial mundial, han aumentado sus fabulosas fortunas por el «viento de cola» (los altísimos precios internacionales que comenzaron en 2003), y son los principales privilegiados de la administración Macri, cuya primera medida fue retirar casi todas las «retenciones» (que en Uruguay se llamaron detracciones y fueron cobradas por blancos y colorados), algunas de las cuales han debido ser restablecidas nada menos que por orden del Fondo Monetario Internacional. Cómo serán de enormes las ganancias de la gran oligarquía agroganadera exportadora de estas tierras, que hasta el FMI obliga a ponerle impuestos.
Las tristes cifras
El valor sobre el cual reposa la estabilidad de las naciones (de su idiosincrasia, de sus valores y su economía) es la confianza, como siempre recalca el eminente economista batllista contador Ricardo Pascale.
Argentina ha perdido la confianza en su gobierno, en sus instituciones y en su economía, y por eso va directo hacia el vacío.
La riquísima nación argentina (que fuera durante décadas el granero del mundo), que con Juan Domingo Perón y luego con Arturo Frondizi intentó un desarrollo industrial nacional, experiencias que apuntaban a toda América Latina, y que fueron arrasadas por sucesivos gobiernos «liberales», tuvo una caída de 2,5% de su Producto Bruto Interno en 2018 (PIB que cayó de US$ 900.000 millones a US$ 461.000 millones por la devaluación); una inflación mentirosa de 47,6% (la más alta en 27 años, pero la real superó acaso el 80%, y a marzo ya superó el 51,2% interanual); la pobreza alcanza al 33,6% de la población; el desempleo el 12%; la tasa de interés para las Letras de Liquidez (Leliqs) que emite el Banco Central a fin de «aspirar» pesos y controlar así el precio del dólar se situó el 1º de abril en 68,149%; el dólar cayó a $A 43,70 ese día (luego de alcanzar el récord de $A 44,98 el miércoles 27); la deuda pública nacional bruta superará este año el 80% del PIB, según el informe Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, aunque ya alcanzó el 77,4% del PIB en el segundo trimestre de 2018; y el riesgo país, según JP Morgan (la diferencia de tasa que hay que pagar entre la de los bonos del Tesoro de los Estados Unidos y la que un país debe pagar en el mercado de capitales), llegó a 794 puntos para caer al fin de marzo a 772 puntos básicos, lo que significa que Argentina -en el caso de que alguien le prestara, por ahora sólo lo hace el FMI- debería agregar 7,7% a la tasa de la Reserva Federal, lo cual también hace que no pueda pagar nueva deuda externa, así como nadie puede soportar una tasa de 68% anual.
Lo más terrible no son estos espantosos indicadores, sobre todo teniendo en cuenta la inagotable riqueza de la nación hermana, sino que Argentina, a causa de la incompetencia oligárquica de sus gobernantes, está absolutamente sometida a uno de los peores programas subdesarrollados que hemos visto jamás salir del FMI, acaso solamente comparable al infligido a Grecia.
Ahora bien, ¿qué es lo que ha hecho el gobierno de Mauricio Macri ante este tsunami en etapas que empezó hace casi un año?
La política antiinflacionaria del gobierno Macri
Para no hablar del «piloto automático» y la soberbia que sugieren los discursos del presidente Macri y sus inefables ministros (que parecen creer que todo se les solucionará por la «mano invisible», y que ignoran radicalmente la pobreza), es necesario referirnos a las políticas concretas que están aplicando en la emergencia, y a las que, como buenos neoliberales, no han aplicado.
Como en otros gobiernos del continente, ni el concepto ni la palabra «desarrollo» han sido su prioridad: la de Macri y sus equipos económicos fue siempre bajar el déficit fiscal (la gran ayuda en tiempos de crisis) y reducir la inflación.
Obviamente, tampoco lo han logrado.
Como sabemos, al frente del BCRA está desde 1 de octubre de 2018 el economista Guido Sandleris, quien implementó el segundo programa del FMI a través de un esquema de política monetaria integrado por un plan de contracción de la base monetaria a base de tasas altas (72% al inicio) para evitar la fuga de pesos al dólar; y la aplicación de la «zona cambiaria» (franja que va de $ 34 a $ 44 por dólar), fuera de la cual la Autoridad Monetaria no puede actuar. Se ató de pies y manos, como quería el FMI.
Sandleris lanzó las llamadas Letras de Liquidez (Leliq), instrumento para retirar circulante de plaza en base a las tasas altas y así bajar el dólar y la inflación.
Pues bien, el todopoderoso Banco Central de la República Argentina ha demostrado en cuatro ocasiones ser impotente para resistir ataques especulativos que han llevado el valor del dólar (variable fundamental en las economías argentina y uruguaya), de $A 36 a $A 43,70.
Como son «liberales» y su vida tiene como meta tener en el futuro un puesto en el FMI o en el Banco Mundial, el único instrumental que conocen o admiten es el que les señalan.
El Dr. Sandleris, graduado en la UBA, en Columbia y en la London School of Economics, solamente atinó a aumentar la tasa de interés de las Leliqs, incrementando, obviamente, la deuda pública.
Como se dijo, tras el reciente ataque especulativo, el dólar alcanzó el miércoles 27 el máximo histórico de $A 44,92
El BCRA autorizó a los bancos a aumentar su tenencia de Letras de Liquidez (Leliq) para aumentar la llegada de las tasas que rinden a los depósitos en pesos.
Así se consiguió que el dólar retrocediera algo el jueves y el viernes.
Así y todo la divisa norteamericana se encareció 10,7% en marzo.
Ahora el gobierno reza porque lleguen las divisas del agro producidas por la liquidación de exportaciones de la cosecha gruesa, así como el desembolso de US$ 10.870 millones del FMI, a partir del cual el BCRA podrá subastar US$ 60 millones diarios.
La base monetaria se contrae, pero el dólar y la inflación asociada aumentan.
¿Es todo lo que hay para informar?
De ninguna manera, porque el gobierno argentino, demostrando una insensibilidad que honraría a los genocidas que actuaron sobre Grecia, descarga en abril un nuevo tarifazo.
El 31 de marzo Yacimientos Petrolíferos Fiscales SA (YPF SA) aumentó las naftas 4,5%, y el gasoil 4,89%. El gas, vital para la vida de los argentinos, aumentó 10%, el boleto del subte aumentó a $A 19.
Es obvio que tanto el aumento del dólar como el de los combustibles se expandirá a toda la economía, generando mayor inflación y desesperación social.
Conclusiones preliminares
¿Son acaso estas las únicas medidas económicas posibles?
De ninguna manera: como tantas veces ha afirmado -entre otras personalidades de nuestra vida económica- el economista Jorge Notaro, el Banco Central podría fijar administrativamente el precio del dólar y mantenerlo, lo cual en el caso de Argentina requeriría la anuencia del FMI.
También podría disponer una congelación general de precios por un lapso prudencial de tres meses, mientras llega el desembolso del FMI y las divisas del agro, y mejoran las exportaciones por el efecto de una devaluación real.
Pero todo lo que huela a intervención estatal o regulaciones (las mismas que son el pan de cada día en las potencias desarrolladas) está prohibido para los países subdesarrollados, y no pasa por la mente de los economistas de la recesión, el desempleo, la miseria y la delincuencia.
Argentina debería recordar a Celestino Rodrigo, José Alfredo Martínez de Hoz, Roberto Alemann, Domingo Cavallo y José Luis Machinea.
Pero el gobierno de Mauricio Macri tendrá su castigo en las urnas.
Las elecciones están cerca y el FMI y la inoperancia gubernamental van a traer de nuevo a la presidencia a Cristina Fernández de Kirchner, que ya cuenta con un 35% de intención de voto.