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Artigas y las fake news

Por Leonardo Borges

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La palabra del año seguramente sea el anglicismo fake news, noticias falsas, más bien noticias falseadas, claramente con una intención. Esa intención es lo que debemos medir a la hora de comprender el fenómeno, que lejos de ser nuevo, tiene origen en el origen mismo del poder y de las luchas por este. Simplemente la mentira como motor de la confusión o con una intencionalidad marcada. Desde que Nerón culpó a los judíos del incendio en Roma o más atrás quizás, las historias de noticias falseadas -que apelan a lo visceral, lo sentimental y que no necesitan pruebas, pues ratifican el pensamiento de un grupo determinado- han pululado en la historia occidental.

Desde tiempos remotos, el ser humano ha mentido en busca de un rédito, ha generado confusiones o simplemente ha utilizado el chisme como aliado. El poder de turno tiende a desacreditar a sus rivales y utiliza los medios para estos fines. Los medios de comunicación, sean estos radios o televisores o simplemente pasacalles o mensajes en la plaza pública, han sido funcionales a estas noticias falseadas con una intención. Pero en estos tiempos, como nunca antes, la velocidad de estos chismes y la viralización de la información, sumado a la superficialidad con que estamos acostumbrados a encarar todos los temas, la velocidad de los mismos, y sobre todo el establecimiento de nuevos vectores de traslado de la información, nos han infectado peligrosamente. Las redes sociales nos han convertido en vectores de la información, justamente apilando uno sobre otro los tuits, los WhatsApp y los contenidos de Facebook que transitan a velocidades nunca antes vistas. En cuestión de minutos la noticia más estúpida puede pasar frente a nosotros y la compartimos, pues refuerza una idea previamente sostenida por nosotros. El amor te ha hecho idiota -nos decían los Buitres en su quinto disco- y en este caso, nuestros preconceptos, nuestra necesidad de aprobación nos han hecho crédulos. Muchas veces encontramos contenidos que nada tienen que ver con lo que se desarrolla en su interior. Pero al parecer eso no es lo importante, sino que fulano hizo callar a mengano. Nos hemos convertido en cultores de la verdad absoluta y quien esté alineado del otro lado, se convierte inmediatamente en nuestro enemigo y debemos desacreditarlo.

Las noticias falseadas permean la historia nacional y son estudiadas como un fenómeno en sí mismo. La figura de José Artigas debió lidiar con esas noticias falseadas y una política sistemática por parte de Buenos Aires para desacreditarlo. Pues las noticias falseadas tienen diferentes niveles, dependiendo del fin de estas y sobre todo de quién las viraliza. Cuando están maridadas al poder, debemos tener el mayor de los cuidados.

La verdadera fake news de aquellos tiempos tuvo forma de libelo y fue específicamente pedido a un porteño que había vivido en la Banda Oriental, Pedro Feliciano Sáenz de Cavia.

Siendo oficial de la secretaría del gobierno de Pueyrredón, en 1818, en medio de las lógicas de enfrentamiento entre el gobierno de Buenos Aires y el caudillo oriental, se le encargó un libelo sobre José Artigas. En aquel pasquín proselitista difamatorio que constaba de 66 páginas, titulado El Protector nominal de los Pueblos Libres, don José Artigas, el secretario disparaba con munición pesada contra el caudillo federal. Culminaba el folleto con un llamado muy sugestivo como demoledor: “Al arma, al arma, seres racionales, contra este nuevo caribe, destructor de la especie humana”.

Así se estableció la leyenda negra artiguista, y más allá de que Artigas no consideraba estas difamaciones como definitorias en tiempos revolucionarios -“Mis gauchos no saben leer”-, estas calaron más hondo en los sucesivos cronistas, infectando definitivamente la historiografía.

Detrás, como en procesión, aparecen los cronistas, viajeros e inclusive historiadores que apuntalan la idea del Artigas asesino, montaraz y enchalecador. Un verdadero sanguinario. A finales del siglo XIX se llevó a cabo un debate entre diarios de un lado y otro del río, en el que se discutía esa leyenda. Carlos María Ramírez fue el encargado de defender la memoria del caudillo oriental, que en esos tiempos ya perfilaba para convertirse en el héroe indiscutido de Uruguay. Los diarios fueron el Sud América de Buenos Aires y La Razón de Montevideo, pero no se agotó allí y prosiguió, alimentado por la historiografía porteña, unitaria, mitrista y con dejos sarmientinos, que veían en el caudillo el resumen del desgobierno.

¿Se imaginan a los porteños celular en mano viralizando las torturas de los artiguistas, seguramente utilizando imágenes y videos de otros rincones del mundo? Sin celulares, ni videos, ni WhatsApp, ni Twitter ni viralización, logró conformarse en una verdad para una parte de la historiografía por muchos años; imaginen el daño que puede hacer el reino de las fake news en este mundo tan globalizado.

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