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Blancanieves y príncipes besadores en cuestión

Por Rafael Bayce.

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En declive la pandemia, en Estados Unidos se prepara el regreso de lugares comerciales de entretenimiento, en especial estadios deportivos y parques de diversiones, que atraen no solo por su reapertura, sino también por algunas novedades incorporadas a la batalla comercial cotidiana.

 

El conflicto moral en 2021

En Disneylandia, un sitio de atracción tradicional ha levantado, sorpresivamente, resistencias. Se trata del lugar animado que recuerda el emblemático beso con que el príncipe, enamorado de su belleza, saluda e induce el despertar mágico del cuerpo aparentemente muerto de Blancanieves, envenenada por su madrastra con una mitad de manzana emponzoñada, en su tercer intento letal contra ella, celosa de la superior belleza de su hijastra, mil veces mayor, al decir del espejo.

Una publicación californiana, de San Francisco, denunció la forma y contenido del sitio de Blancanieves y los siete enanitos porque expresaba un beso dado por un príncipe, sí, pero sin el consentimiento de la besada, Blancanieves, con lo cual se configuraría un abuso sexual, típico de la edulcorada máscara con la que el machismo y el paternalismo se difunden y disfrazan en el mundo. De los cientos de besos que constan en las producciones ficcionales de Disney, solo ese beso y el de otro príncipe a la Bella Durmiente del Bosque podrían ser cuestionados por esas razones. En rigor icónico, ninguno de los dos besos, muy similares en circunstancias y resolución formal, es claramente un beso en los labios; bien miradas las escenas, ni el VAR permitiría afirmar que los labios de los príncipes fueron puestos en los labios de las besadas y no en sus comisuras. Pero de todos modos serían un muy mal ejemplo para las nuevas generaciones. Habría, entonces, que modificar el stand de Blancanieves y los siete enanitos en Disneylandia.

El estupor fue la primera reacción a esa crítica de una acción tenida desde siempre y casi unánimemente por sublime y exenta de contenido sexual o ideológico negativo. La primera línea de defensa fue subrayar que era simplemente ficción y no realidad, y que incluso los niños sabrían reconocer eso. Fue una defensa frágil, porque desde los años 40 la importancia formativa de los cuentos infantiles, de hadas, historietas y dibujos animados está reconocida académicamente, hasta por psiquiatras y psicoanalistas; los célebres y muy inteligentes trabajos de Bruno Bettelheim (Los usos del encantamiento: el significado e importancia de los cuentos de hadas, 1975) y de Julius Heuscher (A psychiatric study of myths and fairy tales, 1974) les dieron el espaldarazo a las afirmaciones que David Riesman (La muchedumbre solitaria, 1947) y Erich Fromm (El miedo a la libertad, 1946) habían desatado. Luego Umberto Eco trabaja superhéroes en historietas y cine (especialmente Los superhéroes de masas y Apocalípticos e integrados); y Armand Mattelart y Ariel Dorfman escriben sus famosos Para leer al Pato Donald, Superman y sus amigos del alma, Patos, elefantes y héroes y Los sueños nucleares de Reagan.

Bettelheim y Heuscher son muy elogiosos del papel que los cuentos de hadas, por oposición a las narraciones míticas, tendrían en la formación de los niños y como trampolines para saltar etapas del desarrollo personal; la base que cuentos como Blancanieves tendrían en los mitos griegos que giran en torno al mito de Edipo es una joya de profundidad analítica; pero consideran que son mucho más útiles formativamente que los míticos. Ya Riesman había señalado la importancia de los cuentos en la formación de los diversos caracteres psicosociales en la historia; su enumeración de los hitos formativos del carácter norteamericano es otra joya de investigación creativa, que debería replicarse; Riesman agrega que los contadores de cuentos cambian formas y contenidos pero que la formación del público sigue dependiendo en buena medida de esos contadores y esos cuentos (llega hasta el comienzo de la televisión y ve su futuro). Riesman hace la salvedad de que su análisis cubre solo el universo norteamericano; pero agrega que como potencia imperialista en lo cultural prevé su exportación y aceptación global. Mattelart y Dorfman toman la posta y explican en sus cuatro libros cómo se reproduce ampliadamente el sueño norteamericano por medio de las historietas de Disney, de alto y peligroso potencial ideológico.

A tal punto llega la aceptación de la importancia de las historietas y dibujos animados, y de la crítica a Disney como estandarte político-cultural imperialista, que Finlandia y Colombia llegan a prohibir a Disney; a mediados de los 50 hay, dentro de EEUU, una violenta reacción a las historietas y dibujos animados que culmina en una comisión inquisitorial que critica esa producción acusándola de responsable de la permisividad sexual de moda y de la violencia creciente. Para no convertir a Walt Disney en una simple víctima de conservadores morales y de ultraizquierdosos con estos antecedentes, digamos que supo ser un macartista cabal, señalizador de comunistas, agente de la CIA; quizás sus dibujos y personajes no pretendían propagandear cultura ni sueños norteamericanos, pese a que cosechó ese resultado. También es muy importante la construcción inicial de Disneyworld con el esquema de un small town; en uno de ellos nació y su conservadurismo es el de la pequeña burguesía urbana, de lo más duro del conservadurismo estadounidense, de muy buen pasar. De modo que la argumentación contraria a la nueva crítica fundamentalista de género no tuvo solidez porque la importancia de cuentos infantiles como el de Blancanieves y los siete enanitos estaba académica y hasta políticamente instalada.

 

Otros argumentos en debate

Otra reacción a la acusación del filme por los fundamentalistas de género fue considerar que no se debían aplicar criterios instituidos hace muy poco a añejos cuentos tradicionales y a una recreación fílmica de 1937, mejorada en 1959. La discusión sobre la aplicación retroactiva de criterios posteriores a los históricamente vigentes para evaluar el pasado, lo que sería su reevaluación, excede, pero también abarca el caso al que nos referimos. En Estados Unidos hay una gran polémica teórica, pero también mucha violencia local, porque se pretende derribar estatuas a militares sureños vencidos; otro tanto sucede en América Latina con estatuas a Colón y a figuras colonizadoras que derrotaron y oprimieron nativos. He oído que García Márquez es un machista cuya obra debe ser rechazada, cuando machista era la Colombia que retrataba real-mágicamente, y no él. Es posible ignorar todas las artes y letras de la historia porque reflejaban, y por lo tanto ayudaban a reproducir, un mundo paternalista y machista, esclavista, feudal, o lo que fuere ‘natural’ en el pasado, y se ha vuelto, al menos transitoriamente, criticable desde parámetros actuales pero desconocidos entonces. Pero creo que no se debería apreciar algo solo en función de un solo criterio de evaluación porque así se perdería mucho de la riqueza de lo juzgado. Es claro que la aceptación de lo hegemónico por el mero hecho de serlo tampoco es totalmente defendible porque omitiría la posibilidad del cuestionamiento y superación de lo entonces vigente; Fray Bartolomé de las Casas no tendría lugar en un sacralizado statu quo colonial. Ni ningún rupturista científico, filosófico, o político, o cultural en sentido amplio.

Pero a la negativa a retroimportar criterios futuros para evaluar el pasado se opone el argumento de que esos hechos no deberían sobrevivir hoy sin ser reelaborados, releídos y entregados a las nuevas generaciones, porque tal como eran cuando fueron producidos ayudarían, hoy, a reproducir mundos que se consiguió deconstruir para impedir su reproducción ampliada. Probablemente lo mejor sería dejar las versiones originales, no exigir su reforma ni prohibición, sino verlas críticamente, con nuevas generaciones que puedan apreciar los valores de la obra, así como los flancos discutibles de la misma. Con Blancanieves quizá debería hacerse esto, y no cambiarla ni prohibirla porque tenga aspectos discutibles, que todas las producciones las tienen, o podrían tener.

El conflicto surgido a partir de una crítica fundamentalista a escenas de cuentos tradicionales adaptados al cine no solo abre paso a la posible exageración de la crítica, sino también a la legitimidad de exigirles a obras del pasado su adecuación a normas morales que no existían en ese entonces. Obsérvese que, además de la duda sobre si el beso tuvo algo de contenido sexual, se afirma que ni Blancanieves ni la Bella Durmiente podrían haber consentido o no el intento de beso principesco sencillamente porque estaban dormidas, desmayadas o hipnotizadas, en cualquier caso incapacitadas de consentimiento o rechazo al beso. Se les exige a los príncipes una conformidad a criterios que no estaban vigentes en las épocas en que los cuentos se escribieron, se modificaron con el tiempo y se adaptaron a nuevos medios de comunicación. Las polémicas y las violencias desatadas respecto a las estatuas de Colón y conquistadores españoles, y a las de militares sureños derrotados en la Guerra civil de Secesión, se reedita con otras obras. Es un gran tema moral, en el que no concuerdo con fundamentalistas y depredadores, aun reconociendo que no es despreciable el efecto de dicha moral obsoleta en nuevas generaciones a las que no se quiere educar mediante el contacto con personajes y obras hoy rechazables. Aunque las únicas alternativas no son la destrucción, la prohibición o la modificación de originales; una culta y acompañada discusión de la diversidad moral a través del tiempo podría ser una finalidad educativa y formativa que permitiría la supervivencia de importantes obras en la historia que podrían ser criticadas desde otros lugares, sean estos vistos como alternativos o como superadores de otros.

Si aplicamos un riguroso fundamentalismo moral desde el hoy, nada del pasado sobreviviría; y eso sería tan empobrecedor como lo fueron el Index cristiano, el realismo socialista u otros unilaterales apreciadores del mundo; como el fundamentalismo de género, que es capaz de anular y despreciar el valor multidimensional de algo porque no se conforma a un criterio novedoso de evaluación de algo que no existía cuando lo evaluado se originó y sobrevivió modificado. No somos partidarios ni de prohibir ni de modificar nada, ni Blancanieves ni las estatuas de Colón, de conquistadores, de los generales sureños o cualquier otra obra de arte o de recordación histórica; tuvieron su momento y su razón de ser, y son respetables en sí, y en las mentes y corazones de muchos que aún hoy concuerdan y/o valoran esos hechos, personajes, acciones e ideas.

 

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