Textos: Daniel Alejandro
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La introducción en el joven mundo literario de Bruno Cancio fue a través de un librero; más que un librero, un escritor; más que un escritor, un filósofo: Marcelo Marchese. Gracias a él comencé a conocer una escritura que ante todo es valiente, libre y original. Y entonces me pregunto: ¿podría existir una literatura que no persiga esas banderas?
El punto de encuentro entre nosotros fue un clásico de Montevideo, La Tortuguita, en Tristán Narvaja. Cuenta la leyenda que por este mismo lugar pasó el Che Guevara en una visita a Uruguay y que en una de estas mesas compartió consigo mismo una grapa con limón. También se sabe que aquí mismo los tupamaros velaron la memoria de Raúl Sendic, en una noche eterna en la que el bar permaneció abierto solo para ellos.
En este lugar tan emblemático encontramos la inspiración para hablar de todo. Y tras conocernos, la reflexión es una sola: a este joven escritor nada lo detiene. O más bien, casi nada: el maldito confort, que de alguna manera es el enemigo de todos los mortales. Ojalá, por el bien de la literatura, pueda derrotarlo.
¿A qué personaje de la historia, como psicólogo, le gustaría haber tratado?
Está buenísima la pregunta. Hubiera sido un paciente difícil, pero me hubiese gustado tratar a Stalin. También a Ingmar Bergman, Woody Allen, Quentin Tarantino. Me refiero a personajes del siglo XX o XIX que son los que podrían ser analizables, tal vez sería difícil meter a alguien de siglos anteriores en un intento propio de otra subjetividad.
¿Cómo se imagina esa charla con Stalin?
Lo dejaría hablar, que es lo que hace un psicoanalista. Dejaría que él dijera lo que tiene que decir.
¿Por qué Stalin?
Por lo duro, por lo ambicioso, por lo cruel, por lo fuerte. Me interesaría ver qué hay detrás de eso.
¿Al final de la cuenta todos tenemos algo de Stalin?
Sin dudas, creo que todos tenemos un poco de todo. Hasta el tipo más miserable tiene deseos de grandeza.
¿Y usted qué tiene de Stalin?
Tal vez esa determinación tozuda para algunas cosas. Cuando me parece que hay algo que vale la pena, me pongo muy obstinado con eso.
¿Eso es bueno o malo?
Creo que, como todo, tiene las dos perspectivas. Por un lado, puede hacer que se produzcan cosas interesantes, y por el otro, puede cegarte la realidad. Depende de cómo uno lo sepa llevar.
Alguien dijo que el equilibrio es para los tibios, para los cobardes.
Sí, está la idea más romántica de que el equilibrio, sobre todo para el escritor o el artista, no sería lo deseable. Creo que ese concepto se formó en el Romanticismo del siglo XIX. Para los griegos antiguos, el equilibrio era una virtud importantísima. Pero hoy en día, adhiero a la tesis de que para el artista el equilibrio no es lo más deseable. De hecho, es a partir del desequilibrio que se produce algo interesante. Lo creativo surge a partir del desequilibrio, no solo en un hecho artístico, sino a nivel general. Pero para quien pretende escribir, como es mi caso, el desequilibrio es como un éxtasis. Es un desencadenante. Lejos de intentar escapar de él, debemos ver qué provoca.
¿Logra ese éxtasis, como decía Roberto Bolaño, que se necesita para escribir?
Creo que la escritura tiene momentos eufóricos cuando a uno le sale algo que hasta lo sorprende a sí mismo. Se produce algo de euforia porque apareció algo que va más allá del control consciente. La sorpresa de lo que uno mismo escribe, viene acompañada de ese éxtasis.
¿Cómo se retoma el camino de la tranquilidad luego de esa experiencia?
En mi caso vuelvo rápido. Quedo movidito después de escribir, pero en diez minutos me recupero y vuelvo. Está ese mito de que quedás en otra dimensión, yo puedo volver a la cotidianidad. Lo que sí, cuando la cotidianidad me está llamando mucho, me dificulta para crear. Para poder escribir necesito saber que por lo menos durante una hora nadie me va a molestar.
Si en lugar de psicólogo fuera cirujano, ¿cuál es ese cáncer que sacaría de usted mismo? Eso que lleva consigo y sabe que lo está matando.
Tal vez determinada idea de confort pequeño burgués que uno tiene, que lo hace a veces jugarse menos, por ejemplo, en lo artístico, queriendo tener asegurado determinado bienestar.
¿Y qué es la seguridad?
Lo que es ilusorio. Yo digo ilusión de seguridad.
¿Entonces por qué sigue ese cáncer en su mente?
Tal vez por venir de un contexto de clase media que hace que uno quiera tener asegurado ese bienestar económico, que a veces hace tomar decisiones relativamente conservadoras en torno a la vida propia.
Muere ahora y vuelve a nacer. ¿Le hubiese gustado entonces nacer en el barro?
No, tampoco. Es muy fácil decir eso desde el lugar de alguien que no nació allí. De hecho, creo que esa es la fantasía de quien no conoce el barro. No me gustaría eso para nada. Tal vez sí poder lanzarme a lo artístico sin esa precaución de decir: “Voy a escribir, pero a la vez voy a asegurarme determinado ingreso mensual para estar cómodo”. Vos citaste a Bolaño y él se desprendió de eso. Pasó penurias económicas y se entregó a la obra literaria dejando de lado ese confort que yo me niego a perder.
En la vida, ¿va por la gloria o por la fortuna?
Conscientemente, te diría que no aspiro a ninguna de las dos. Pero siendo honesto, todo el mundo quiere un poco de gloria. Y el que escribe o se dedica a lo artístico, muy en el fondo, sea consciente o no de eso, tiene determinada ilusión de gloria por más que no se lo quiera confesar.
¿Cuál es su antihéroe favorito?
Woody Allen siempre fue un antihéroe que me despertó fascinación.
¿Tiene algo de anarquista como él?
Sí, de anarquista a la hora de crear y ser desordenado en mi vida. Tiendo a ser muy devorado cuando escribo. Y de esa cuestión medio anárquica, entreverada y caótica, surge lo creativo. Del anarquismo surge la creatividad.
¿Con qué personaje de Uruguay jamás tomaría un café?
El primero que me surge es Manini Ríos, aunque no es muy original. Jamás compartiría un café con alguien que representa el fascismo, la defensa a los torturadores de la dictadura y un montón de cuestiones que aborrezco.
¿No sería más enriquecedor sentarse frente a él para preguntarle “por qué”?
Ahora que lo decís sí. Te respondí en relación a la antipatía, pero es cierto que quien te resulta antipático puede ser mucho más interesante de conocer que un tipo encantador.
¿Ella lo enamoró?
En cuanto al arquetipo de lo femenino, sí.
¿Es imaginación Ella?
Es imaginación pura y dura, pero como toda imaginación está poblada de elementos de la vida de quien imagina. Nunca la imaginación está aislada de las historias, los sueños y los deseos de quien produce. En la vida real, Ella no existe, es un personaje que podría resultar de diferentes mujeres con las que me he vinculado.
¿Qué lo enamora de una mujer?
Me resulta muy atractivo lo que yo llamo swing, determinada forma de hablar y moverse. También me gusta la espontaneidad y el sentido del humor, especialmente si va acompañado del humor más corrosivo, negro o ácido. Pero probablemente lo que más me enamora de una mujer es esa mezcla de lo erótico con lo intelectual. Que sea inteligente y a la vez sensual.
Si ahora mismo apareciera “ella”, la mujer de su vida, ¿qué elige? ¿Una noche salvaje de sexo o leer juntos una novela?
Esa mujer ya apareció y la tengo a mi lado. Sin temor a equivocarme escojo la noche salvaje de sexo. Si bien adoro leer y tengo un vínculo erótico con la literatura, la escritura, el cine y el arte.
¿Por amor todo?
La respuesta correcta sería sí. Así que tal vez y ojalá sí.
Mañana ella le propone tener delirios de Robin Hood y robar un banco. ¿Lo haría por amor?
Creo que esa es una fantasía que todos tenemos, pero tal vez en la realidad no. Por cobardía, por ese conservadurismo que hace elegir una vida confortable a una vida más corta pero aventurera.
¿Pero no es más bonita una muerte de película que en una muerte común y corriente?
Claro, ¿quién no ha fantaseado tener una muerte heroica por una causa noble? Sin embargo, en el mundo real creo que todos tenemos un comportamiento más conservador.
¿Es vago a la hora de escribir?
No, no me considero vago para escribir. Tuve todo un período de mi vida, los primeros cinco años de la veintena, que escribía poco pero no por vago sino por ser despiadadamente autoexigente. Era tanta la autoexigencia que me inhibía y no podía escribir, pero no por pereza. De hecho, estuve escribiendo un libro por año.
¿Está prohibido el éxito en nuestro país?
No sé si está prohibido, pero sí mal visto, es un país muy mesocrático. Sobre todo, es mal visto por el seguidor originario, ese que te siguió antes del éxito.
¿Nunca se le pasó por la cabeza agarrar la maleta y viajar?
Sí, alguna vez. Pero nuevamente aparece esa idea de conformismo. Se me ha pasado eso de decir “dejo todo y me voy a escribir por el mundo”, pero acá tengo mi cargo en la Facultad de Psicología como docente, mi trabajo en clínica con un montón de pacientes. Es una fantasía.
¿Cuál es su lugar en el mundo?
Mi cama, rodeado de libros y viendo películas.
¿Como Onetti? ¿En la cama?
No necesariamente borracho todo el día. Aunque me gusta tomar, pero lo hago solo de noche porque de día escribo y leo mucho mejor sobrio.
¿Cuál es el mejor escritor uruguayo?
Felisberto Hernández, por la brutal personalidad de singularidad que tiene. Siempre de un escritor valoro muchísimo lo singular, eso que ningún otro más que él podría haber hecho, ese estilo tan propio.
¿Y a nivel internacional?
Contemporáneo, me encanta Michel Houellebecq, por la idea de no hacer concesiones, de ser corrosivo, de no hacer un cálculo de cómo va a caer lo que escribe. En definitiva, por bancarse lo que escribe, porque intelectualmente él sabe que las cosas que escribe le van a generar problemas. También por la mezcla de inteligencia, humor ácido, provocación y un talento para narrar brutal.
De los que ya no están entre nosotros, ¿a cuál admira?
Me gusta Borges. Es interesante porque ahora me doy cuenta de que los tres que mencioné son muy distintos. Adoro la prosa exquisita de Borges, puede estar escribiendo cualquier cosa y siempre va a ser un deleite de leer. El otro día leí como tres veces el prólogo que escribe en Del cielo y del infierno. Por más que esté escribiendo una receta de cocina, va a ser increíble. Y eso es invalorable.
Una vez le preguntaron a Cortázar si estaba comprometido con una causa política y respondió algo así como: “Yo no estoy comprometido con una causa política, yo estoy casado”. ¿Cree que de alguna manera el artista debe estar casado con una causa?
Creo que, al contrario, el artista no debería tener una escritura panfletaria. Yo adhiero a un montón de causas, pero el arte es un fin en sí mismo y no un medio para hacer propaganda de una causa. A la hora de escribir no me interesa publicitarlas.
¿Aunque esa escritura sea contraria a lo cree políticamente?
Por ejemplo, soy un ferviente defensor de la diversidad sexual, pero un personaje mío puede decir “puto de mierda” porque es lo que brota de la escena y jamás lo corregiría. A la hora de escribir una novela, la vida entera tiene que estar ahí. Entonces, es incluso una posición política del escritor, el no ser panfletario y defender el arte como algo importantísimo y no como un mero medio para transmitir una ideología.
¿En qué momento, de alguna manera, Uruguay le mató ese niño de los sueños?
No sé si Uruguay, pero ese niño creo que lo va matando la escuela o la educación. O tal vez ya nace muerto, pero con la fantasía de que es posible la aventura.
Entonces no tiene sentido la vida. ¿Nacemos para morir?
Sí, creo que nacemos para morir, pero en el camino uno le puede garronear cosas bastante interesantes a la vida.
¿Qué le ha garroneado usted a la vida?
Momentos muy felices que tienen que ver con el amor de pareja, incluso tengo dos sobrinitos con los cuales estoy fascinado. También esos momentos de disfrute erótico increíble, a través del cine, la literatura, la música. Todo eso hace que la vida valga la pena ser vivida. Me viene a la cabeza la escena de Manhattan en la que Woody Allen está tirado en el sillón y va nombrando las cosas que merecen la pena vivirlas por más que sepamos que vamos a morir.
¿No le gustaría ser eterno?
Me gustaría y me daría miedo. Como todo ser humano, tengo pavor a morir y, por otro lado, la perpetuidad podría ser muy angustiante. Hay algo de aprovechar la vida de forma intensa y fuerte porque sé que me voy a morir. Creo que la eternidad aplacaría el temor a la muerte, pero le quitaría el erotismo a la vida.