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Candidatos catástrofe

Por Rafael Bayce.

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La humanidad asiste a una degradación de sus sistemas políticos, de la calidad de sus democracias, de sus procesos y campañas electorales y de los modos de comunicación cotidianos que se muestra difícilmente reversible. Es necesario entender la multimonstruosidad del fenómeno de degradación, denunciarlo y rogar que la biología no nos permita vivir en un mundo regido por verdaderos espantos.

Entre nosotros, en Uruguay, hay varios indicadores de que esa catástrofe global se empieza a manifestar. La candidatura de Juan Sartori es uno de esos síntomas. No tanto por su persona como candidato, ni por su candidatura dentro de uno de los partidos en campaña electoral, ni como eventual candidato presidencial o hasta presidente, sino como ejemplo ilustrativo de la catastrófica tendencia que se va imponiendo en la comunicación, en la cultura política cotidiana y en las elecciones, democracias y sistemas políticos.

 

La muerte de la verdad

Hace nada menos que 26 siglos, la Escuela de Oratoria y Retórica de Isócrates (no confundir con Sócrates) tenía como misión enseñarles a los poderosos y políticos el arte de convencer y persuadir de lo que fuere, pese a que tanto fines como medios resultaran malos, equivocados o inconvenientes. La realidad, la verdad, la adecuación técnica y la moralidad de medios o fines pasaba a ser secundaria. Las élites aprendían, entonces, a engañar, con falsos hechos, argumentos y raciocinios, a audiencias que no tenían capacidades ni habilidades como para evitar ser persuadidos y convencidos por ellos.

Platón se indignó con esta escuela ‘sofista’, a la que consideraba portadora de una inmensa inmoralidad. Les declaró la guerra, escribió algunos de sus Diálogos contra ellos (Gorgias, Protágoras, El sofista) y dedicó parte de La República a la confección del primer currículum educativo de la historia, desde los 6 a los 65 años, que indicaba a todos cómo debían formarse, cognitiva, física, emocional y moralmente para que hubiera una clase dominante -clase guardiana y rey filósofo- que fuera ilustrada como para tomar las mejores decisiones técnicas; y moralmente inspirada para que no hubiera una escuela exclusiva de oratoria y retórica que enseñase a las élites a engañar a las masas. Era imperioso que la realidad, la verdad y la adecuación técnica se aunasen a la moralidad de los fines y de los medios.

Aristóteles, que estudió más de 20 años en la academia de Platón, discrepaba sutilmente con la terapia platónica para esos males. Aristóteles decía que la verdad y la realidad eran cosas para muy pocos y discutibles muchas veces -para eso De interpretatione-; que la gente no se manejaba en la mayor parte del tiempo ni de las cuestiones con realidad, verdad, lógica ni conclusividad demostrativa, sino con sucedáneos creídos como verdaderos, reales y conclusivo-demostrativos sin serlo. Pero que, ya que ni la verdad, ni la realidad, ni la conclusividad demostrativas regían el cotidiano, había que entender y aprender cómo se producían las convicciones y persuasiones a falta, casi siempre, de hechos reales, verdades lógicas o empíricas no conclusivas ni demostradas que sustentaran creencias, opiniones o juicios. Decía que había que poder desmontar la irrealidad, falsedad y falacias que construían el cotidiano, en parte como modo de defenderse de los inmorales sofistas de las élites, en parte como modo de ayudarse a imponer verdades, realidades y convenientes moralidades; porque oratoria y retórica podían servir también para imponer el bien colectivo y no solo el mal para pocos.

Escribió Argumentos sofísticos para mostrar cómo desmontar falsedades, errores y falacias; la Retórica, para enseñar cómo persuadir cognitivamente; y la Poética, que analizaba cómo producir impacto y seducción emocional, ya no intelectual.

La vigencia del pensamiento y de las coyunturas vividas por los dos genios griegos es imponente. Cuando nos encontramos con las realidades de la evolución de la propaganda política, desde la evolución de la comercial, en el siglo XX, hasta las realidades actuales de la comunicación social y de la política en el siglo, con big data, fake news, redes sociales, judicialización mediática de la política y globalización de las emociones por sobre los conocimientos, paradojalmente en la llamada era de la información, no estamos haciendo otra cosa que reeditar, 26 siglos después, en otro espacio-tiempo, una nueva versión de la muerte cotidiana de la verdad, de la realidad, de la lógica, de la demostrabilidad y de la moralidad. Que son, por cierto, mucho más radicales y peligrosas que hace 26 siglos.

Debemos, entonces, equiparnos, como Aristóteles enseñó, para detectar las faltas a la verdad, a la realidad, a la lógica de los debates y a la demostrabilidad de los raciocinios (interpretación, argumentos sofísticos), equiparnos también para persuadir y convencer cognitivamente con la verdad, la realidad, la lógica, la adecuación técnica y la demostrabilidad conclusiva (retórica), para sustituir o reforzar lo retórico con seducción emocional (poética), siempre sin dejar de indignarnos, como Platón, con los que intentan sofísticamente persuadir y seducir sin verdad, realidad, lógica, adecuación técnica ni conclusividad demostrable. La clase guardiana y el rey filósofo deben tener toda la preparación intelectual, física, emocional y moral para conducir hacia el bien común, y no solo prepararse para convencer sin verdad, realidad ni moral. Pero, además, todos, la gente, el pueblo, debieran estar capacitados, sustantiva y situacionalmente, como para detectar retóricas, poéticas e inmoralidades, como en la utopía de la ‘democracia radical’ de Jurgen Habermas.

 

De la propaganda comercial a la política

La distinción aristotélica entre la convicción producida por persuasión intelectual (retórica) y aquella obtenida por seducción emocional (poética), le vino como anillo al dedo a la publicidad comercial desde mediados del siglo XX. En efecto, las estrategias publicitarias perciben que se venden mucho más efectivamente bienes y servicios recurriendo a motivos como empatías, atracción/rechazo, catarsis, proyecciones, identificaciones y transferencias, que mediante argumentos y razones racionales y cognitivamente concatenadas. Y, además, es mucho más barato en tiempo publicitario.

En lugar de argumentar las bondades de algo, por ejemplo, es más efectivo mostrar que es consumido por algún famoso, rico, bello o poderoso. En lugar de discutir las bondades relativas del ácido acetil-salicílico respecto del ibuprofeno, que llevaría mucho tiempo en palabras, se apela a jóvenes abuelas Bayer y dibujos del interior de organismo, o a mostrar en pocos segundos a Suárez consumiéndolo, o a Pampita, o a Maluma.

La publicidad y propaganda políticas contemporáneas no hacen más que seguir el camino de la evolución de las comerciales, lo que hace realidad los temores de Max Weber, hace 100 años, de que las democracias pudieran degenerar en ‘populismos carismáticos’. El genio alemán pensaba que la obtención del voto sería progresivamente más eficaz y eficiente, no convenciendo con alguna propuesta nueva, compleja, sino mediante la mimetización con el sentido común y la opinión pública. En época de crecientes narcisismos colectivos resentidos, parece más eficaz y eficiente prometer la consulta popular de un programa de gobierno que tratar de imponer mejores soluciones más o menos a contramano, o matizando lo popularmente creído, en equivocada interpretación de la soberanía popular. En realidad, lo mejor es decir que se va a hacer un programa de gobierno desde los insumos tomados en visitas por todo el país; eso es el ‘populismo’ ortodoxo que temía Weber. En pocas palabras: Juan Sartori. Aunque, en realidad, después se proponga programáticamente lo que el grupo de poder que financia postula. Otra vez, Juan Sartori. Es posible, en un futuro, que se hagan las consultas, que el programa sea otro, pero que se diga que se basó en las consultas. ¿Juan Sartori? Si hubiera vivido Platón…

Así como el populismo sustituye al iluminismo, incluso hasta por fallas y excesos de este, el ‘carismático’ sustituye al racional técnico, desprestigiado por soberbio gracias al rencor resentido de los que no entienden ni coinciden con el más preparado, pero empoderados por la prensa ávida de publicidad y el narcisismo colectivo que los que creen que tienen las soluciones porque detenta la soberanía básica. Ya no venden más los Pinchinattis; empiezan a vender los Pepes. Todo esto ya había empezado antes en todo el mundo: los héroes ya no son más supermánicos, sino cotidianos; los ídolos son ricos, bellos, poderosos y famosos, no morales vidas ejemplares de Plutarco o de vidas de santos católicos. De este modo, los errores y erosiones de la clase política empiezan a hacer pensar a los propagandistas políticos en candidatos outsiders supuestamente más virtuosos que corruptos y distantes Pinchinattis. Un joven simpático, que monte a caballo y tome mate, futbolero, que se acerque a la gente supuestamente para aprender, para simplemente implementar los deseos populares, es un ‘carismático’ a la Weber. De nuevo: Juan Sartori. Ni más ni menos que una inverosímil voltereta para un cheto empresario internacional protegido por un multimillonario suegro y neoliberales inteligentes que saben hacer lo que proponían los sofistas de la Escuela de Oratoria y Retórica de Isócrates, en Grecia, hace 26 siglos.

Ya pasó el momento de construir por seducción, más que por persuasión, el momento de un populista carismático; ya está instalado -también entre nosotros- el outsider. Pero aún falta lo peor por venir, la etapa de las fake news, de la explotación del big data. Pasaremos de la simulación a la depredación complementaria. Pero, contrariamente al dictum del Pepe, los chanchos votan, y entusiastamente, a Cattivelli o a cualquier otro que los vaya a faenar porque ellos han sabido esculpir su imaginario. Y no hay nada más efectivo y duradero que eso; el resto es bastante fácil y lógicamente deducible. Hay que hacer, urgente, lo de Platón y Aristóteles, pero hoy, inmersos en la tecnología comunicacional y la situación de las masas multiestupidizadas. Némesis de la democracia, entropía de la política. Queda para la próxima, aunque a buen entendedor…

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