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Sociedad

Carlos María Domínguez: «Las virtudes de este país son sus defectos»

El escritor y periodista argentino, radicado en nuestro país hace más de 30 años, repasa sus amores y odios hacia ambos lados del Río de la Plata. Habla de su pasión por los libros, repasa los grandes referentes de la literatura uruguaya y dedica algunas reflexiones a la política: “soy un tipo de izquierda”, pero con los años “me he hecho más individualista”.

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Textos: Daniel Alejandro

 

Después de subir varios escalones, el autor de La casa de papel -traducido a más de 20 idiomas- me espera con la puerta abierta y la estufa prendida. En sus estantes puedo observar algunos hitos como John Fante, William Faulkner, Robert Louis Stevenson y Jorge Luis Borges. Olfateo desde antes de comenzar este reportaje que va a ser un rodeo. Y la intuición no me falla. Como buenos taurinos vamos al combate entre preguntas y respuestas y miradas que se cruzan. Pero es una corrida de toros que vale la pena, por el torero y por el toro. Gracias a la pluma de este hombre conocí hasta los huesos a Juan Carlos Onetti y a uno de los personajes favoritos de mi vida: el poeta maldito, el dandy uruguayo, el bastardo, Roberto de las Carreras. ¿Cómo no valdría la pena?

 

Si en este momento tuviera la posibilidad de compartir un café, ¿elegiría a Juan Carlos Onetti, Roberto de las Carreras o Tola Invernizzi?

Creo que elegiría Invernizzi porque era un tipo conversador, lleno de ideas y fantasías. Le gustaba conversar y hacer de la conversación un momento único. Entonces a la hora de conversar sería el más apropiado.

 

¿Qué extraña de su Buenos Aires?

Los amigos, la familia. Quedaron unos cuantos allá y con esto de la pandemia no los veo hace mucho tiempo. Quizás también un poco de audacia, pero no mucha porque la audacia porteña es peligrosa. Por momentos extraño ese ritmo que tiene una gran ciudad como Buenos Aires, aunque la verdad que la soporto poco. Me he vuelto muy montevideano, me gusta los primeros días, pero a la semana me quiero volver.

 

La patria de uno es donde…

Donde uno vive, ama y quiere. Donde se siente involucrado. Es una pertenencia que se va haciendo a lo largo del tiempo. No creo que sea un lugar dado para siempre. En mi caso particular más que justificado porque me mudé a este país a los 34 y ahora tengo 66, así que falta muy poquito para que viva la mitad de mi vida en un lado y la mitad en el otro.

 

¿Qué lo hizo llegar a Uruguay?

Fue una serie de factores, pero si tengo que hacer una síntesis, estaba harto de Argentina. Yo pasé toda la dictadura en Buenos Aires, me vine cuando asomaba el menemismo, después del golpe brutal que le dieron los capitales financieros a Alfonsín. Y me harté de ese capitalismo salvaje, mal encarado, y de la crueldad que encarna la historia y la vida argentina. Entonces encontré en Uruguay un país maternal, mucho más protector, vivible. Y me fui enamorando cada vez más hasta involucrarme con su geografía, su historia y su cultura.

 

Como todo amor, debe haber una cara de odio. ¿Qué “odia” de Uruguay?

Las virtudes de este país son sus defectos, así que son los mismos motivos. Esta escala menor que tiene Uruguay y que permite vivir el tiempo de una manera tan distendida es la que lo condena al aplazo, a ser excesivamente conservador.

 

Pero de alguna manera eso fue también lo que lo hizo venir.

Por eso te digo que las virtudes coinciden con los defectos. Uno ama y odia las mismas cosas.

 

¿Es como el amor de pareja?

Sí, quizás. Este país tiene una idiosincrasia bastante conservadora, que al mismo tiempo lo convierte en prudente, respetuoso o prevenido, a veces excesivamente. En el Río de la Plata hay como un espejo deformante entre Argentina y Uruguay, entonces si vamos a las comparaciones, Uruguay se le parece, pero nunca es igual. Y esas diferencias que son muy sutiles, y se captan solo con el tiempo para un viajero, son más que importantes. Y fueron más que importante para mí.

 

Ideológicamente, ¿dónde está parado?

Yo soy un tipo de izquierda, me hice en la izquierda desde temprano cuando empecé la profesión y me acerqué a la revista Crisis. Era muy joven y tomé contacto con Galeano, nos hicimos amigos y colaboré con esa revista hasta que con los años ocupé el rol de director. Luego trabajé en Brecha. Es cierto que después tuve un lugar en Búsqueda y El País, que no son medios especialmente de izquierda, pero siempre en el ámbito de la cultura. Ideológicamente, soy un hombre que valora una tradición de izquierda, aunque esté golpeada, o más que golpeada, desconfigurada. Pero me parece que sigue encarnando cierta idea de progresismo y de una voluntad de cambio que está más viva en la izquierda que en la derecha.

 

¿Se puede ser anarquista y a la misma vez de izquierda?

Sí, ¿cómo no? Creo que el anarquismo integra un campo ideológico de izquierda, aunque hay algunos anarquistas que al final terminan más cerca de la derecha que de la izquierda.

 

¿Con los años se ha vuelto más anarquista que de izquierda?

Con los años me he hecho más individualista, quizás apoyo y profeso una ideología de izquierda, pero no estoy aferrado ni fanatizado con una comunidad de intereses. No me sumo a las masas. Me parece que hay una cierta autonomía indispensable en el ser humano para involucrarse con eso temas y pensar con su propia cabeza.

 

Vayamos a una entrevista imaginaria: ¿a qué personaje de Uruguay le hubiese gustado entrevistar? Puede estar entre nosotros o no.

Me hubiera gustado conversar con Paco Espínola, que no tuve oportunidad de conocerlo. También hubiera disfrutado una entrevista con Roberto de las Carreras, Líber Falco y algunos personajes de aquella barra del 45. Con Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama.

 

¿Cómo se lleva con los libros a los 66 años? O mejor, en otras palabras, ¿cuáles son los autores que hoy necesita leer?

Hay muchos autores. Te diría Fournier, Chesterton, Stevenson, Conrad.

 

Borges decía que el mejor amigo que él había tenido fue Stevenson.

Y claro, porque lo eligió como precursor de alguna manera. Hay un Stevenson muy desconocido, aventurero y romántico, pero al mismo tiempo un personaje oscuro. Hace poco estuve analizando su historia, todo el mundo identifica que murió de tuberculosis, pero parece que lo mató la sífilis. Hay testimonios de que la contrajo en los prostíbulos de Escocia, cuando era bastante joven. Así que es un aventurero enfermo que lucha contra su propia debilidad y consigue cosas extraordinarias.

 

Dicen que él iba por la calle y escribía sus novelas hablando, la gente pensaba que estaba loco. ¿Cómo escritor a usted le pasa un poco lo mismo?

Bueno, sí, yo hablo mucho solo conmigo.

 

¿De qué habla?

De todo. A veces me hago bromas, tengo una conversación. Hoy hablábamos de los viajes de Stevenson y su carácter aventurero, y yo también tuve mis aventuras en Argentina viajando por las rutas y conversando conmigo mismo sobre qué haríamos nosotros en esta vida.

 

En esa conversación hay preguntas, ¿pero hay respuestas?

Muchas, claro, ¿cómo no? Para las preguntas existen respuestas.

 

A veces no es fácil conseguir respuestas de uno mismo.

Depende el carácter de la pregunta. Hay preguntas que son más difíciles de contestar. Pero a menudo creo que más importantes que las respuestas son las preguntas. Una buena pregunta puede ser que no encuentre contestación, pero te mantiene vivo y tiene un gran valor. Te lo digo pensando muchas veces en la cantidad de preguntas que uno se hace cuando está escribiendo una novela, un artículo o un ensayo. Lo que importa a veces es mantener abierta la pregunta, que sea interesante, compleja, profunda. No lo que se pueda contestar.

 

¿Se considera más periodista o más escritor?

Me siento más escritor. Hay una obra que se fue construyendo a lo largo de los años. El periodismo fue una manera de vivir muy apasionada y muchas veces me condujo a la literatura. Es un ida y vuelta permanente. Y además el periodismo lo ejercí de una manera bastante libre y creativa, con trabajo y esmero. Nunca fui un periodista de diario, tuve esa suerte de ser periodista de revistas, semanarios y mensuarios, lo que te da otro tiempo para trabajar en la escritura.

 

Hablemos de Onetti. ¿Por qué su biografía?

Mi fascinación por la obra de Onetti nació durante la adolescencia cuando lo leí en Buenos Aires y empecé a hacerlo con continuidad. Es un escritor que te muestra el lado “b” de la realidad. El lado sucio, pero también el lado más íntimo porque cuando uno empieza a descubrir el mundo, hay cosas que no se transparentan. Entonces eso lo convierte en un escritor de la intimidad fascinante. Quizás todas las literaturas tengan que ver con la intimidad, pero especialmente la de Onetti. Junto con María Esther Gilio cometimos la temeridad de publicar la biografía en el 93, cuando él todavía vivía en Madrid. Sabía que estábamos trabajando en eso y que había muchos elementos comprometedores y difíciles. Fue bravo enfrentar ese desafío, porque durante las investigaciones surgieron cosas complicadas de soportar, pobre Onetti. Así que rechazó la biografía, no le gustó nada. Justamente ahora lo estaba recordando en el prólogo de una próxima reedición que se publicará por editorial Planeta en setiembre.

 

¿Por qué nunca llegó a ser tan masivo Onetti?

Porque los públicos masivos prefieren una literatura menos existente, digamos. Y Onetti exige del lector que lo acompañe en una ‘murosidad’, donde a menudo no es fácil saber hacia dónde va. Para entender lo que está diciendo a veces hay que releerlo y así se fue convirtiendo en un escritor de escritores y para escritores, más que para el público en general. La influencia de Onetti en América Latina y un poco más allá ha sido muy profunda. Pero el publico en general no lo acompañó.

 

¿Es el mejor escritor de Uruguay en la historia?

Habría que ver mejor con qué parámetros decimos eso. Creo que probablemente sí es el escritor más denso, más profundo y más complejo. Dueño de una obra que se puede revisitar permanentemente y encontrar siempre cosas nuevas o no percibidas en un comienzo. Es un escritor muy robado por otros escritores. Desde ese punto de vista, quizás sea el mejor.

 

¿Y Roberto de las Carreras?

Roberto es un gran personaje, único con ese perfil. Un aristócrata que se hace anarquista y muestra una irreverencia tan descacharrante y provocativa para esa sociedad victoriana frente a la moral de un país pacato. Ese gesto no era solamente de él, sino que fue compartido por Horacio Quiroga, Florencio Sánchez y muchos otros de una generación educada para cantar loas al centenario. Pero a mí me conmovió la tensión interior de Roberto. Ser un personaje loco, bravo y provocador tenía su precio. Y lo tuvo de una manera muy conmovedora. Yo creí en la locura de Roberto. Era un loco lindo y nadie creía que detrás de esa locura había una tragedia.

 

¿A qué hora escribe?

De día, a cualquier hora. Cuando me dan ganas de escribir. En plena crisis de 2001 quedé sin trabajo por muchos meses y tenía que terminar Tres muecas en mi carabina porque había un concurso de la Embajada de España de un premio que se llamaba Juan Carlos Onetti. Ese era mi objetivo. Y cuando terminé de escribirla, me dije: “Hagamos una más”. Escribí La casa de papel para mandarla al concurso de Narradores de la Banda Oriental y ese año gané ambos. La casa de papel me permitió profesionalizarme y desde entonces viví como escritor y pude escribir cuando se me diera la gana.

 

¿Cuánto pesa el dinero en su vida?

Pesa lo suficiente para -como decía Machado- permitirme ir de mi corazón a mis asuntos, pagar el traje que me viste y la casa donde habito. Desde esa experiencia lo que hice fue comprar tiempo. Lo que ganaba con los derechos de autor de La casa de papel lo usaba para poder escribir un nuevo libro que me permitiera seguir así, viviendo modestamente, con pocos gastos.

 

¿Qué es la felicidad?

Creo que algunas preguntas tienden a recoger respuestas estúpidas, por decirlo de algún modo. Conozco la felicidad de tantas formas que me parece difícil de definir. Por no decir imposible.

 

¿Y el miedo?

También lo he conocido. En la dictadura argentina y de otras formas. No es una experiencia que me guste revisitar.

 

¿Es nostálgico?

No, para nada. Casi que detesto la nostalgia. Me olvido de cosas importantes de mi vida escandalosamente. No visito el pasado porque el pasado viene conmigo si no lo voy a buscar, si voy encarando cosas hacia adelante. Está vivo el niño, el joven y todo lo que fui, y eso me hace ser muy poco memorioso. Puedo ser melancólico, pero no nostálgico.

 

Biografía
Nació en Buenos Aires en 1955 y reside en Montevideo desde 1989. Comenzó como periodista en la revista Crisis y escribió las novelas Pozo de Vargas, Bicicletas negras, La mujer hablada, Tres muescas en mi carabina, La casa de papel, La costa ciega y La breve muerte de Waldemar Hansen, entre otras. También publicó varias obras de no ficción, entre las que destacan las biografías de Juan Carlos Onetti, Roberto de las Carreras y Tola Invernizzi.

 

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