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Ciencia y política: vínculos sutiles y debatibles

Por Rafael Bayce.

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La evolución y globalidad de la pandemia desatada a partir de la patogenia covid-19 del virus SARS-CoV-2 ha puesto sobre el tapete del debate público, como nunca antes, las dimensiones sociopolíticas y culturales del lugar de la ciencia en la sociedad, y de sus complejas y sutiles relaciones con el decision-making político, que normalmente no surgen con tanta claridad. Es un tema muy especializado y que, lógicamente, recoge opiniones de personas importantes, pero que no por ello han estudiado ni reflexionado informada, metódica y sistemáticamente sobre sus diversas y ricas facetas: por ejemplo, la diversidad ideológica y política que caracteriza conductas distintas, como en el caso de Trump vs. Biden; de Bolsonaro vs. la salud pública brasileña; Tabaré Vázquez vs. Lacalle Pou; las dimensiones geopolíticas de las sospechas sobre varias actitudes chinas antes y durante la marcha de la pandemia; la resistencia liberal a adoptar medidas autoritarias y compulsivas como las tomadas, por ejemplo, por chinos, coreanos y quizás japoneses, político-culturalmente diversos como historia y como proyecto.

 

La compleja y mal entendida relación GACH-gobierno

Es especialmente sensible el debate sobre el grado en que una asesoría técnica es científicamente vinculante para asesorados que son gobernantes frente a todos los asuntos; y que no tienen por qué concordar ni implementar las propuestas de sus asesores técnicos ya que deben, como especificidad gubernamental, considerar múltiples objetivos simultáneos y no solo el objeto de la asesoría técnica, lo que podría impedir ‘maximizar’ la solución de ninguno de ellos. Para gran disgusto de los maximizadores temáticos, nunca totalmente contemplados por quienes deben abandonar maximizaciones deseables para quienes están en un solo tema, pero imposibles para quienes tienen que considerar múltiples asuntos, cuyo interjuego implica, desgraciadamente, por escasez de recursos y variedad de demandas a satisfacer con ofertas, algo menos que la maximización para toda la variedad demandada o deseada. Es lo que a principios de siglo impuso el economista italiano, gran sociólogo y politólogo luego, Wilfredo Pareto: el ‘óptimo de Pareto’, un equilibrio que asegura un cierto grado de satisfacción de todas las demandas sustantivas, pero mediante múltiples ofertas satisfactoras menos que maximizadoras, submáximos para cada una de ellas, pero sí maximizadoras de la globalidad de la oferta satisfactora a las demandas y prioridades gubernamentales por medio de submáximos mínimamente satisfactores, en un equilibrio móvil múltiple que se dio en llamar el ‘óptimo de Pareto’.

Los gobiernos deben construir mínimos satisfactores por medio de submáximos en equilibrio móvil que constituyan ‘óptimos’ globales, y que se resignen a no ‘maximizar’ en todos los temas con ofertas satisfactoras, mal que les pese a quienes se ocupan de árboles que miopemente intentan maximizar sin ser conscientes de lo que enfrentan los que cuidan del bosque, más allá de los especialistas en cada tipo de árbol, que persiguen miopemente la maximización de lo suyo, ignorantes de la superior importancia del óptimo satisfactor para el bosque, que implica submáximos, y no máximos, para cada árbol, lamentablemente. Que los gobiernos no acepten los máximos propuestos por los especialistas temáticos es hasta normal y deseable dada su especificidad de la tarea de gobernar, la de construir un equilibrio móvil de submáximos que no maximice las soluciones a ningún tema, pero que optimice las prioridades, con los recursos materiales y humanos escasos disponibles para ello.

En otras palabras, y de nuevo, cada especialista técnico en un tema demanda ofertas satisfactoras que maximicen el ataque los problemas específicos, pero no puede y no debe quejarse mucho de que los gobernantes no implementan la totalidad de los máximos de sus sugerencias técnicas, y que se posicione más acá de los máximos propuestos por los asesores técnicos, aspirando solo a submáximos utópicos, en aras de óptimos de Pareto realistas y político ideológicamente deseables, que pueden diferir de las prioridades de sus asesores; en ese caso, los encargados electoralmente de gobernar y de hacerle o no, o parcialmente, caso a sus asesores son los gobernantes, que deben cuidar de que no ocurra una ‘guerra de todos contra todos’ entre técnicos fundamentalistas de todas las áreas, en medio de una tecnocracia instalada. Las tecnocracias son peligrosas, aunque una democracia político ideológica que no acepta asesorías técnicas también lo sería.

Veamos concretamente cómo se aplica esto a la relación GACH-gobierno, formalmente vinculados desde el 16/4/2020 hasta el 16/6/2021, 14 meses debatibles e interesantes. El GACH nació por iniciativa de Presidencia de la República como un transitorio grupo técnico asesor honorario, que, desde un mínimo núcleo inicial, desarrolló seudópodos múltiples, al grado de un Observatorio Socioeconómico y Comportamental desde fines de 2020. Ya le olió muy feo a un sociopolitólogo como quien escribe que el Coordinador del GACH, Rafael Radi, dijera, en uno de los primeros documentos conocidos, que era ‘covid-céntrico’; porque si cada especialista asesor confiesa su parcialidad y que maximiza su interés y las soluciones, los diversos ‘temático-céntricos’ se pelearían por la imposición de su prioridad excluyente, reclamando el perfecto y total cumplimiento de sus consejos científicos, bajo pena de apercibimiento como anticientíficos a los gobiernos que no maximizaran su cumplimiento. La covid-19 no fue, es ni será el único tema a que se aboque un gobierno; todo gobierno tiene que implementar muy diversas decisiones y no puede excederse en la contemplación de ninguno de ellos sin enfrentar problemas políticos y técnicos reales; por eso no implementa la maximización técnica de los consejos de asesoría, sino que construye un óptimo de Pareto, contemplando submáximos para todos las áreas para las que sus técnicos especialistas aconsejaron máximos. Y eso no convierte a un gobierno en anticientífico, por el hecho de no seguir los máximos recomendados por todos los ‘temático-céntricos’ confesos como Radi, a quien querría ver en el lugar de un gobierno que recibiera varias asesorías de máximos, que no podría satisfacer. Al contrario, las ciencias sociales hacen mucho más razonables las búsquedas de óptimos de Pareto que la maximización de todas las hasta confesas radicalidades de especialistas que solo ven cada árbol a su turno, e ignoran a los otros árboles y a su bosque abarcativo; por eso son necesarias las instancias en que se superen los radicalismos excluyentes y disjuntos por medio de algún especialista en bosques, que priorice y compatibilice pacíficamente la posible guerra de todos contra todos entre especialistas en árboles que sean como Radi.

Un gobierno no solo tiene que minimizar las muertes, las internaciones y los contagios de covid-19. También tiene que cuidar de los objetivos educacionales; de la buena formación psíquica de los más jóvenes; del sustento diario de los individuos y familias que no tienen vínculo laboral formal; de las interrelaciones intergeneracionales, tan perjudicadas y con consecuencias graves a largo plazo; de la producción, la industria, el comercio y el empleo; de la movilidad territorial y de todas las actividades culturales, de ocio y el entretenimiento sanas, no encerradas y en línea; y de tantos otros temas importantes. Y esos objetivos pueden colidir con los del combate máximo recomendado por los científicos no sociales para la covid-19; en ese caso, ¿deben los gobiernos aplicar píamente los consejos de los asesores en covid-19 o deben sopesarlos en conjunto con otros importantes temas? Todas esas funciones estatales deben ser cuidadas por los gobiernos, más allá del radicalismo técnico de los especialistas científicos en algún árbol, pero que parecen ser ignorantes de que hay otros árboles también importantes, y un bosque que debe contenerlos a todos pacíficamente. Estos radicales, como los covid-céntricos, podrán saber mucho de sus árboles a cargo; pero son ignorantes en los otros árboles, en el bosque y en las responsabilidades que hacen renuentes a los gobernantes a maximizar las propuestas de especialistas, centrados fanáticamente en lo suyo, sin consideración por los otros árboles ni por el bosque todo. Cuando un exrector de la Universidad dice que “el mejor homenaje que podría brindar Presidencia [a los científicos del GACH] es hacerles caso”, manifiesta la ya clásica ignorancia de los científicos no sociales por las ciencias sociales, grandes y patéticas ignoradas durante esta pandemia, lo que podría conducir a una tecnocracia en guerra de todos contra todos por la maximización del bienestar de cada árbol en desmedro de los otros y del todo. El disparate inicial de la credulidad ignorante en los modelos enloquecidos, frágiles y con malos datos de Neil Ferguson originó esta catastrófica pandemia, que luego se intentó enfrentar mediante medidas muy peligrosas para otros árboles tanto o más importantes, y riesgosas y desconsideradas para todo el bosque al que pertenece.

Los científicos no sociales ignoran a las ciencias sociales, que les habrían recordado todo esto de los árboles y el bosque, y les habrían impedido tomar medidas tan imposibles de cumplir, de controlar y de conocer en su grado de acatamiento, como el distanciamiento social, imposible para un 25% de la humanidad, casi imposible en su cumplimiento en todo momento y lugar por todos; como los lavados de manos cuando un gran porcentaje de la humanidad no tiene agua potable, mucho menos jabón constante y poquísimos acceden al alcohol en gel; como los tapabocas, también poco controlables y verificables en su uso correcto y en el cuidado de que no enfermen más de lo que previenen, ya sea por la inmundicia que contienen e introducen en la boca y nariz, o porque obstaculizan, para todos, en todo tiempo y lugar, la exhalación completa de los desechos gaseosos del metabolismo y la inhalación completa del vital oxígeno; todos respiramos peor y aspiramos inmundicias con los tapabocas, aunque algunos pueden haberse protegido mejor de la covid-19 con los tapabocas. Los ‘científicos’ no saben de los individuos y de las sociedades para las cuales aconsejan, con alegre e ignorante desprejuicio. Recomiendan utopías incumplibles y hasta insanas, y luego responsabilizan a la gente del incumplimiento de sus utopías incumplibles, lo que no quita que haya algunos irresponsables que no cumplen; y podrían hacerlo; muchos no lo hacen porque no pueden, porque les planificaron una utopía imposible; los socialmente ignorantes especialistas les atribuyen irresponsabilidad por no cumplir lo que nunca pudieron ni podrán. Así no va a desaparecer pandemia alguna, pidiéndole peras a los olmos y quejándose de que no dan peras.

Y ni hablemos de lo que se cree, desde la vulgata de los medios, que es la ‘ciencia’, que se cree un conjunto infalible y perfecto de dogmas que, incumplidos, producen catástrofes ineluctablemente, y por lo cual deben ser inquisitorialmente perseguidos los que disientan. Los estándares actuales de la ciencia serán muy pronto obsoletos, así como todos los estándares de excelencia científica de la historia fueron tan fuertemente creídos como verdaderos ayer como fueron rechazados con la misma fuerza luego. Lo que creemos dogmáticamente como insuperablemente verdadero hoy será risible mañana. Esa feroz utopía inquisitorial es absolutamente anticientífica, contraria al camino sinuoso, asintótico y crítico que ha seguido la ciencia humana. Y olvida, además, que las ciencias sociales también son ciencias, y que pueden chocar con las decisiones y consejos de asesores de ciencias no sociales, no siempre con mejores razones unas que otras.

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