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Columna destacada | Wilson | muerte | Partido Nacional

Recuerdos

35 años de la muerte de Wilson

Ya hace 35 años. Parece mentira. Aquellos días están tan presentes, que no parece que hubiera pasado el tiempo.

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Se sigue yendo. Pero sigue estando. Tengo en mi casa su reloj de pared detenido a las 6.55. La hora en que murió. Mamá aspiraba a preservar unas horas de intimidad familiar, pero no era posible. Pasadas las 11.00 salimos de su casa con destino a la catedral. Precedía una caravana de motos. Pocas como para mantener la austeridad buscada, pero suficientes para que el transeúnte inadvertido se diera cuenta de que allí iba Wilson y se detuviera a saludarlo.

En la misa, celebrada por obispos y sacerdotes de todo el país, habló monseñor Delpiazo. Terminada la liturgia se cerró la catedral y mamá quedó sola con él. Solo la acompañaba el padre Walter Da Silva, que le preparó un té. Los demás habíamos ido al Palacio, donde se ofrecería el Salón de los Pasos Perdidos para velarlo. Cuando mamá se entera de que la esperaba un té en la sacristía, le dice al cura: “Si nunca me separé de él, ¿lo voy dejar solo justo ahora?”.

Poco después inicia la marcha hacia el Palacio, pasando por la puerta de la sede del Partido Nacional, que, después de muchos años de cerrada, hizo sonar sus sirenas. Un par de horas antes, habían sonado a su paso las del diario El Día. Eso, más las banderas del Frente que habían flameado cuando regresamos al país y hoy volvían a saludarle, anunciaba que Wilson ya trascendería las fronteras partidarias.

El velatorio comenzó cuando aún sesionaba la Asamblea General en su honor. Adversarios como Pancho Rodríguez Camuso del FA y Carlos W. Ciglutti del Partido Colorado habían impuesto una nota de emoción que le daba verdadera entonación nacional al homenaje.

Pancho pegó casi un grito: “¡Qué importan nuestras viejas diferencias! Sentimos la presencia de un destino trascendente. Con León Felipe decimos que Wilson es de los que no tienen biografías sino destinos”. Ciglutti a su vez dijo: “La juventud, permanentemente renovada irá a su tumba como los griegos a la tumba de Teseo en busca de inspiración”. Compañeros de toda la vida como Dardo Ortiz señalaban: “Todavía lo sentimos alrededor nuestro. Nos costará mucho hablar de él en tiempo pasado”.

Al anochecer llegó un entrañable amigo: Raúl Alfonsín, presidente de Argentina. Fui al aeropuerto con el Dr. Tarigo, presidente en ejercicio (Sanguinetti había salido de viaje esa tarde). Recuerdo el elocuente y silencioso abrazo que se me hizo eterno. Al llegar al Palacio, la gente le abrió paso en silencio. Al estar en la cima de la escalinata del Palacio, se dio vuelta, se inclinó levemente ante la gente en forma de gratitud y la multitud que esperaba para entrar estalló en un aplauso cerrado.

Ahí, me tomó del brazo y en voz baja me dijo: “El sepelio es el último plebiscito de un hombre público. Mirá esa multitud… en ella seguirá viviendo”. Tras un momento en silencio, entramos al Salón. Vino acompañado de viejos amigos de Wilson y representantes de todos los partidos de Argentina.

De madrugada, en medio de la gente que aguantaba silenciosa el agotamiento de la espera, entró un paisano. Bombacha, botas, rastra y sombrero aludo en la mano. Muchos de nosotros le mirábamos fijo hasta que llegó al pie del imponente féretro de bronce. Se arrodilló y cuando Zumarán se acercó a ayudarlo a pararse, nos miró y nos dijo: “Se murió el hombre que me iba a devolver la patria”.

Aquel legado es de todos. Yo no me siento habilitado a decir dónde está el wilsonismo. Está donde haya un wilsonista. Más allá de partidos. Es wilsonista el que se sienta tal. El que no olvide sus sueños. Su gestión en el MGA, el Compromiso Con Usted del 71, las cartas del exilio a sus correligionarios, a la CNT, a Seregni. Todo ello es una síntesis de su modo de entender el futuro del país. Qué había que lograr y cómo llegar a ello: juntos.

No eran solo sus ideas, sino cómo llevarlas adelante. No arriar sus banderas y, aunque parezca innecesario decirlo, no levantar como bandera propia aquello contra lo que luchó toda su vida. Y no señalar con el dedo: “A ti no te dejamos ser wilsonista”. ¡Por favor!

Ayer fui a su tumba con una flor. La mía, que se sume a tantas otras que ya había y a la voluntad de cada uno que haya llevado la propia. En la mañana el Partido Nacional hizo un homenaje ante sus restos. No me invitaron. Es más, me hicieron saber que no sería bien recibido. Me dio mucha tristeza. No por mí, por ellos. Y por él.

Pero luego, en mi aparente soledad, me vi rodeado de recuerdos muy fuertes que son el tesoro más preciado de mi vida. Y sonreí. Por mí. Y por él.

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