Las expresiones electorales recientes en América Latina son luz en medio de la oscuridad. En los países donde ganó la derecha no se encuentra una senda para conducir en paz sus destinos. Todo ello nos lleva a decir: es fundamental seguir ganando, pero siendo conscientes de los desafíos que ello plantea.
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En 2019 ganaba la restauración neoliberal en Uruguay, Evo en Bolivia, con amplio respaldo popular. Almagro, secretario de la OEA, habló de fraude, y promovió el golpe, asume Jeanine Áñez. El panorama era tremendo. La derecha venía por todo. O ganaba o, si perdía, daba un golpe.
Este año todo empezó a cambiar. El gobierno de Áñez no pudo manejar la resistencia popular. Los bolivianos se jugaron como tantas veces. Nuevas elecciones llevaron al poder al presidente Arce, del partido de Evo. En Chile, se elige una constituyente, que redacta la primera carta magna de su historia, redactada por representantes surgidos del voto popular. La derecha pierde las elecciones. Gabriel Boric, el presidente más joven de la historia de Chile, asume el poder.
Hace un par de semanas gana las elecciones Gustavo Petro en Colombia. Exintegrante del primer grupo guerrillero en abandonar las armas (M19, en 1990). Marca varios hitos históricos: el segundo cambio de hegemonías políticas. Primero fueron conservadores y liberales, luego 20 años del partido de Uribe (con matices entre sus protagonistas). Ninguno de los finalistas en el balotaje de junio jamás había llegado al poder. Y la izquierda entra primera las dos veces.
En octubre habrá elecciones en Brasil. Podemos asegurar que cuando la derecha llega al poder a la fuerza, su mandato es efímero. Bolsonaro fue electo, sí. Con Lula preso, tras haber destituido a su sucesora, Dilma Rousseff. De los delitos que ambos fueron imputados, la Justicia les absolvió. El juez Moro, que encarceló a Lula, fue preso por manipular el juicio. Fue preso el ministro de Educación Milton Ribeiro. Bolsonaro es acusado de haber ocultado pruebas para protegerle. Las encuestas dan un 46% a Lula, con 10 puntos de diferencia sobre Bolsonaro y la posibilidad de ganar en primera vuelta.
En Ecuador, el presidente Lasso, se las ve feas. Viajó a Uruguay, para firmar un TLC (¿será porque no salió el acuerdo con China el prometido por Bustillo?). No se lograron los votos para destituirlo en el parlamento, por temor a un triunfo del progresismo. Pero la brutal represión que ha desatado contra manifestantes es un manotazo de ahogado. Si la gente ya se hartó, tiene los días contados.
Todos estos triunfos nos dan fuerza. Pero no debemos bajar la guardia y ser conscientes de los grandes desafíos que enfrentan los países donde ha ganado el campo popular.
En Chile Boric convive con la Asamblea Constituyente. El proyecto incluye cambios fuertes en la historia institucional chilena. Cámara única, disolución del Senado, etc. ¿Habrá amplio consenso en el veredicto popular de setiembre? Lo importante es que si no sale esa propuesta, la alternativa surja de un amplio consenso social y político. Hasta hoy, rige la carta de Pinochet.
En Bolivia, desde el 13 de marzo, la expresidenta Áñez está presa. En un país con el historial de golpes de Bolivia, es la primera vez que ello ocurre. Bolivia llegó a tener seis presidentes el mismo día en 1970. El últimos de ellos, Juan J. Torres, fue asesinado en Buenos Aires días después que Zelmar y el Toba. 80 presidentes en su historia.
El actual gobierno, de Luis Arce, debe profundizar los cambios introducidos por Evo sin salirse una coma de la legalidad. Debe confiar en su respaldo popular movilizado, pero sabiendo que la derecha siempre acecha para el zarpazo sin medir costos. Debe reconstruir lo que en su corto mandato destruyó el gobierno golpista de Almagro.
En Colombia, Petro viene dando pasos firmes. La paz con Venezuela es su gran desafío. Más aún, hacerlo sabiendo que le acusarán de venderse al “bloque totalitario”, como llama la derecha a los que no sirven sus intereses. Ya habló con Maduro y le dijo que de los tres caminos posibles, negociar, ignorar, o enfrentar, optaba por el primero.
Lula, que había sacado a 40 millones de personas de la extrema pobreza a la clase media, deberá revertir los cuatro años de Bolsonaro. Los cambios son complejos de lograr. La participación de la gente en su conquista es clave. Pero tirarlos abajo implica un esfuerzo menor. Eso hizo Bolsonaro.
En Uruguay, el FA ha salido a recorrer cada rincón del país. Puerta a puerta, escuchando. Dejando que la gente se exprese, porque es ella la que debe conquistar los cambios que luego el gobierno consagre. Esos son los cambios duraderos. Los que valen la pena.