En estos días se han escrito, se están escribiendo, y probablemente se seguirán escribiendo, textos sobre el Cr. Danilo Astori, recién fallecido, exdecano de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de UdelaR, también exvicepresidente y ministro de Economía durante los gobiernos del Frente Amplio y líder de la fracción Asamblea Uruguay en esa coalición política, entre muchos otros cargos ejercidos.
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No lloveremos sobre mojado en esta nota. Solo nos concentraremos, y espero que con brevedad expresiva, sobre: a, su ‘sabiduría’, y b, sobre el carácter ‘trágico’ de su trayectoria vital en medio de una crisis mundial, regional y nacional de las izquierdas. Trágico en el sentido de tensionado desde tendencias opuestas en momentos clave de inflexión política; esto último más difícil de explicar, por cierto, que su sabiduría.
Su ‘sabiduría’
Un ‘sabio’ no es simplemente quien sabe mucho de algo; es quien, además de eso, aplica su conocimiento, orientando con él a actores en situaciones concretas que lo requieran; y alguien que usa su sabiduría con moralidad, no como la humanidad en general; baste ver lo que han hecho nuestros queridos occidentales en los últimos 6 siglos; y lo que están haciendo, principalmente Israel y USA, (aunque también Hamás) contemporáneamente.
Danilo Astori, entonces, fue un sabio. A, porque dicen que fue el catedrático más joven en ser nombrado en UdelaR (los mismos me dijeron que yo fui el segundo, quizás ahora involuntariamente el primero); b, porque, en la cátedra de Economía dejó una huella importante y prolongada, al punto de ser elogiado por gente que estudió con él y perteneció luego a otras tiendas políticas; y escribió mucha teoría económica radical; c, porque siempre aplicó su conocimiento superior en algunos temas para implementar y vehiculizar proyectos políticos: contracursos y planes alternativos a los oficiales en los 60-70, oposición política en los 80-90, gestión gubernamental en los últimos 20; y, como veremos, enmarcó ese conocimiento aplicado dentro de una moralidad, lo que le dio una especie de brújula de orientación en ese complejo nuevo mundo cambiante, trágico por tironeado desde diferentes insumos para la decisión política.
Ojo, lector, el hecho de que yo pueda acercarme a calificarlo de ‘sabio’, que no es para muchos, no quiere decir que yo concuerde con todo lo que haya pensado y hecho; pero sí que es alguien con muchos conocimientos en algo, y que los ha aplicado regido por una moralidad orientadora poco común, y muy elogiable. Globalmente, eso conforma una personalidad muy infrecuente y elogiable, si no imitable, en su conjunción de teoría y práctica éticamente regidas.
Trágico, y ¿por qué?
La tragedia, tanto en su origen aristotélico en la Grecia clásica (Poética), como en la inflexión que Nietzsche le dio 25 siglos después (El nacimiento de la tragedia, 1872) implican una dura lucha, mutuamente estimulada para su expresión, entre los insumos creativos y expresivos que, muy misteriosa, fortuita e inestablemente, confluyen a veces, más allá de su más frecuente batalla mutua.
Pues bien, la batalla entre opuestos que Astori tuvo que vivir fue la de la herencia de la utopía radical de una izquierda en una situación de oposición en conflicto con la experiencia vivida de una ucronía actual de una nueva izquierda en una también nueva situación de gobierno.
Había cambiado mucho el mundo. Desde las épocas en que se conformó una ideología radical opositora, utópica, de izquierda, hasta los momentos actuales en los que se vivía una coyuntura tan diferente. En esa nueva realidad, si bien se dificultaba la realización de la utopía radical antiguamente forjada desde la oposición, por otro lado se abría la posibilidad, ahora desde una gestión de gobierno, de construir una ucronía que contuviera al menos algunos de los valores y objetivos contenidos en una utopía cada vez más imposible de implementar.
Las tradicionales utopías de las izquierdas partían desde una situación sociopolítica de oposición y minoría; por ello, los modos propuestos para cambiar la realidad iban desde una anarquía negadora radical, a ‘revoluciones’ de base nacional, exportables o no, o a revoluciones internacionales, mediante una superioridad bélica tradicional o vía guerrillas focales. Desde Kautsky, Bernstein y Gramsci aparece la posibilidad de la socialdemocracia o del acceso al poder político mediante elecciones democráticas, ya no necesariamente desde una oposición subversiva sino desde una hegemonía política mayoritaria (aunque no necesariamente social ni cultural), contemplando ahora una ucronía manejable y no ya una utopía radicalmente implementada desde una minoritaria oposición.
El advenimiento del siglo XXI le permitía a Astori (y a cualquier persona de izquierda mínimamente formada) una panorámica retrospectiva que cuestionaba el futuro de casi todos los modos operativos propuestos e intentados por los oposicionistas utópicos de izquierda, por fracasados y de dudoso futuro: a, los anarquistas fueron siempre exitosamente reprimidos, y los códigos penales desbordan de figuras delictivas basadas en la necesidad de reprimirlos legítimamente (así como las policías se desarrollaron como ocupación del lumpenproletariado para reprimir proletarios y campesinos, a sueldo de las burguesías); b, las revoluciones nacionales habían tenido suerte diversa, y la globalización de transportes, comunicaciones y arsenal bélico hacía pensar que sería cada vez más improbable que una explosión local no tuviera una respuesta meta-local si fuera necesaria (el Plan Cóndor, la Cuba de Fidel y los fascismos del siglo XX proporcionaban aleccionadores ejemplos); c, la revolución internacional muestra el ejemplo de la Guerra Fría y la aceleración, masividad y tecnificación de las respuestas colectivas, mal que le pesara a Stalin y a Trotsky, por diferentes vías; d, a la vez, aunque la proliferación de armas de potencial suficiente como para originar amenazas apreciables por parte de minúsculos grupos alienta la constitución de comandos violentos puntuales (i.e. los terrorismos y las guerrillas), la experiencia agregada permite mostrar que explosiones espectaculares puntuales no se continúan con una escalada sino con la represión o desaparición de los grupúsculos protagonistas; y que si se formalizan y pretenden subsistir como tales, no tienen futuro, tal como lo muestra el intento suicida del Ejército Islámico (o Isis) de radicarse como Califato territorial incipiente en el Medio Oriente; fue el principio de su fin, más y mejor detectables y atacables que desde su cuasi-intangibilidad como terroristas ocultos y furtivos.
Astori y la vía democrática
Sin embargo, la vía democrática, pese a la experiencia brutal de Allende en Chile, permitía pensar que, limada la radicalidad y efecto de shock de eventuales reformas en las campañas electorales y al inicio de las gestiones, los guardianes del templo no olfatearían peligro con tanta decisión y velocidad; y que las acusaciones de ‘lobos disfrazados de ovejas’ a las izquierdas democráticas no serían tan temibles, sobre todo cuando el pasaje del tiempo y la carencia de confirmación de esa paranoia fueran pasando.
En el caso del Uruguay, en la medida que un gobierno departamental no era visto como muy peligroso en un país unitario, y que su gestión no pudiera ser calificada como propia de ningún ‘oso ruso’, las paranoias sobre ‘cucos’ de izquierda comenzaron a esfumarse del horizonte político-electoral. Y la posibilidad de una aspiración de un triunfo electoral nacional legítimo podía calibrarse.
En el 2005 arreció la ´tragedia’ intelectual en que la coalición se encontraba progresivamente, más allá de su triunfo electoral y su hegemonía política. Por un lado, la mística de las utopías nacientes en el siglo XIX, y alentadas hasta la primera mitad del XX, obliga a mirar hacia atrás en busca de valores y objetivos; pero desde mediados del XX, y crecientemente, todas las vías decimonónicas originales de cambio se cierran; y hasta las vías democráticas pueden peligrar si la utopía radical se reitera. Pero, por otro lado, las nuevas generaciones ya no le temen a un ‘oso ruso’ que es parte de un pasado, y el pasado es cada vez menos influyente en los millenials, que ni lo conocen ni sienten necesidad de él.
De golpe, aunque con el antecedente de la gestión en la Intendencia de Montevideo, la izquierda se encuentra con que no necesita una mística utópica radical como único recurso político-electoralmente atractivo; tiene buena parte del poder, y, aunque teme proponer cosas que puedan desatar el proceso Allende y ser identificado con ‘osos rusos’, empieza a pensar que su puede recorrer un camino progresivo y acumulativo de búsquedas y logros; menores que los utópicos, pero perseguibles con alta probabilidad desde la institucionalidad gubernamental; se pueden prometer cosas tangibles y alcanzables, y no sólo movilizar por radicalidades utópicas. Y evitar sobrerreacciones que ya habían ocurrido.
Danilo Astori es, quizás, quien mejor percibe la tragedia que la izquierda vive, tironeada, de un lado, por una épica mística utópica radical que es, también, tradición identitaria, muy fuertemente mantenida desde su literalidad por los más cercanos deudores; y, por otro, sintiendo que pueden perseguirse progresivamente desde una gestión gubernamental las cosas que, desde una oposición radical utópica parecían necesitar de vías no institucionales de acceso y logro.
Pero él mismo tiene que abandonar toda una producción intelectual deudora de la mística utópica radical, de la que se nutrió; porque ya no se era una minoría opositora sino una mayoría gubernamental, la utopía se había ucronizado, se podía ver en el horizonte y caminar hacia ella.
Claro, en ese camino alternativo elegido, tan diverso del original fundante, chocaría con los utópicos radicales que lo llamarían de traidor, light, diet y descafeinado; lo aguantó sin perder frenteamplismo, porque se había convencido de que ahora se podía de una forma legítima para las mayorías intranacionales y para las paranoias internacionales. Aunque Baudrillard ametrallaría esa decisión.
Pero también tenía que descartar todo un pasado académico de docencia y producción escrita; ahora tenía que remar, nadar, navegar y surfear en aguas que rechazaba; no era posible usar una economía alternativa marxista en un mundo interactivo que no la aceptaba, sin la posibilidad de producir indicadores para una gestión de ese signo; como ministro de Economía, se resigna a perseguir objetivos y valores contenidos en la utopía pero desde una ucronía institucional gubernamental más manejable pero de mayor incertidumbre de resultados. En parte porque los otros caminos habían fracasado y sin esperanza; y en parte porque esperaba que se pudieran conseguir, quizás algo desradicalizados y enlentecidos, pero sin costos sociales ni incertidumbres. Y por eso hablaba al principio de su sabia moralidad; porque, de utópico radical se vuelve realista; muy criticado, afirma que la herramienta política de la izquierda es el FA, y que no hay alternativa fuera; por lo tanto, seguirá peleando por un futuro de izquierda desde una agrupación suya, Asamblea Uruguay, en buena medida discordante, pero considerándose parte e insumo de la única herramienta táctica de cambio al alcance; así como opta por la institucionalidad democrática como la que mejor podía permitir la persecución de fines, objetivos y valores fundantes de las izquierdas históricas.
Otro inconveniente de esa generación gobernante, que sufre aún más Mujica, es que tienen que cambiar sin decir que lo hacen para no provocar una fractura interna, y para no perder el aporte de los más tradicionalistas utópicos radicales, ni de sus votantes. No se puede negar la radicalidad utópica radical, pero lo que sí se puede es agitar otras banderas que no despierten monstruos. Actualización, aggiornamento, puede decirse; revisión sería palabra maldita; cuestionamiento, divisivo; crítico, quizás sí.
Quizás porque tuvo que tragarse muchas cosas en aras de la unidad de la herramienta político-electoral principal dijo, hace poco, que el FA, como mayoría legítima, debería haber escuchado más a sus minorías; quizás porque hubiera deseado que la querida pero obsoleta utopía radical se hubiera moderado más aún en los tiempos que empezaban a correr.
Astori fue muy radical en su desradicalización, no solo económica sino también política; pero como medio más actual para perseguir los valores, fines y objetivos de siempre; su sabiduría fue aplicada y ética; su desradicalización fuerte pero táctica; ética su estrategia, que fue una como oposición, y otra como gobierno. No quiere decir que se coincida siempre con los contenidos adoptados durante todo ese proceso: por ejemplo, las reformas de 1996 creo que fueron muy nocivas electoralmente para el FA a futuro. Pero lo que me importa subrayar es su coherencia, su moralidad, su lealtad colectiva y su sabiduría al servicio de lo que puntual, táctica o estratégicamente se propusiera.