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Columna destacada | Troya | Biden |

CONSEJO DE DERECHOS HUMANOS

EEUU apuesta y vuelve a perder

Los derechos humanos, y muy especialmente la situación de la minoría étnica uigur en la Región Autónoma de Xinjiang, han sido el caballo de Troya de Joe Biden para el asalto final a la guerra declarada a China

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Caras y Caretas Diario

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Cuenta Homero en la Ilíada que, tras diez años de infructuoso sitio a Troya, la ciudad solo pudo ser tomada mediante un engaño concebido por Odiseo (Ulises para los latinos), uno de los héroes griegos más ingeniosos que ideó un enorme caballo de madera con un grupo escogido de guerreros dentro que así lograron ingresar y la destruyeron en cuestión de horas.

Al igual que el rey de Ítaca y también luego de años de asedio, innumerables intentos de “sitiar” a la República Popular y fracasadas las guerras comercial, tecnológica, sanitaria, desatadas por su antecesor, el presidente de los Estados Unidos ha hecho del llamado “caso uigur” su caballo de Troya para derrumbar definitivamente la muralla china.

“La República Popular de China, bajo la dirección y el control del Partido Comunista de China, ha cometido genocidio contra los uigures predominantemente musulmanes y otras etnias y grupos minoritarios religiosos en Xinjiang”, sentenció Mike Pompeo, secretario de Estado de la Administración Trump, en enero de 2021, el mismo día que dejaba su cargo como jefe de la diplomacia de la Casa Blanca.

De esta manera, Estados Unidos se convertía en el primer país occidental en calificar formalmente de "genocidio" la situación de Xinjiang y desde entonces la “cuestión Uigur” ha sido uno de los temas de mayor fricción y confrontación entre Beijing y Washington, lo que políticos y expertos ya reconocen como el escenario de una nueva Guerra Fría.

Apenas instalado en la Casa Blanca, Biden recogió la herencia “trumpiana" y concentró su artillería política y diplomática para acusar a China en todas las sedes (Asamblea General de las Naciones Unidas, Consejo de Seguridad, Consejo de Derechos Humanos, Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, cumbres presidenciales) y en todas las formas y calificativos, “crímenes de lesa humanidad”, “genocidio”, “limpieza étnica”, “campos de concentración”, “persecución religiosa”, “discriminación racial”, por la situación Xinjiang, la región más grande de China y con un tamaño superior al de Francia, España y Alemania juntos.

Las mismas sedes fueron utilizadas por China para negar categóricamente todas y cada una de las acusaciones de represión y abusos en Xinjiang y presentar pruebas y testimonios de que se trata de campos "de reeducación" construidos en la zona donde se brinda "formación vocacional", en el marco de la lucha contra el "terrorismo, extremismo y separatismo” liderado por el Movimiento Islámico de Turkestán Oriental (ETIM por sus siglas en inglés) que ha utilizado la violencia armada y actos terroristas para promover su objetivo de establecer un denominado "Turkestán Oriental" independiente dentro de China.

En este clima de acusaciones cruzadas y tensiones crecientes y luego de más de dos años de negociaciones (y también presiones y acusaciones de parte de Estados Unidos y organizaciones de derechos humanos, en mayo pasado la entonces Alta Comisionada para los derechos humanos, Michelle Bachelet, aceptó las reiteradas invitaciones de Beijing y, con un grupo de expertos de su Oficina, visitó Xinjiang.

En la conferencia de prensa ofrecida al finalizar su visita, Bachelet reconoció que pudo entablar conversaciones con personas de diferentes sectores, incluidos altos funcionarios de Xinjiang, representantes de las minorías étnicas locales, académicos, líderes religiosos y subrayó

que todas las reuniones fueron "sin supervisión" y “organizadas por nosotros” y según la agenda propuesta por su Oficina.

Las declaraciones de Bachelet volvieron a reanimar las críticas de EE.UU y sus aliados.

Washington

Desmintiendo los dichos de la jefa de derechos humanos, Washington denunció “los esfuerzos de China para restringir y manipular" la visita de Bachelet a Xinjiang,y el secretario de Estado, Antony Blinken, dijo en el comunicado que esas condiciones "no permiten una evaluación completa e independiente de la situación de los derechos humanos en la República Popular China, incluido Xinjiang”.

La secretaria general de Amnistía Internacional, Agnes Callamard, subió más el tono y en un comunicado acusó a la Alta Comisionada de prestarse “directamente en un ejercicio de propaganda altamente predecible" del gobierno chino.

El informe de la misión, que fue dado a conocer el 31 de agosto -minutos antes de que caducara el mandato de Bachelet-, mencionó “posibles” crímenes contra la humanidad pero en ningún momento calificó de “genocidio” el tratamiento a la minoría uigur, descartando, por omisión, la principal denuncia de Washington. El documento, que en una nota anterior lo calificamos como “de la discordia”, lejos de laudar la controversia alimentó la guerra entre los “troyanos” de Beijing y los “griegos” de Washington quienes decidieron dar la (¿última?) batalla en el Consejo de Derechos Humanos (CDH) de la ONU.

Para ello Estados Unidos presentó, luego de publicado el informe de Bachelet, un primer proyecto de resolución según el cual el Consejo, principal organismo de derechos humanos de las Naciones Unidas, “debía celebrar un debate el próximo año sobre los supuestos abusos contra los derechos de los musulmanes uigures y otras minorías étnicas en la región china de Xinjiang”.

Por primera vez en sus 16 años de historia, el Consejo de Derechos Humanos debía pronunciarse sobre un proyecto referido a China y la decisión que debían tomar sus 47 países miembros se anunciaba como una nueva pulseada de la influencia política y apoyo diplomático entre Washington y Beijing y, por extensión, entre Occidente y los países en desarrollo.

China calificó la propuesta de EEUU de “típico ejemplo de manipulación”, que “solo llevará a más enfrentamiento”. “Hoy el blanco es China, mañana podría ser cualquier otro país en desarrollo”, dijo el embajador chino antes de la votación que tuvo lugar el 6 de octubre. Para el embajador británico Simon Manley, "las tentativas de China para impedir el debate y ocultar la verdad no tendrán éxito”.

Desmintiendo los pronósticos del embajador, y muy especialmente, infringiendo una derrota política y diplomática de proporciones para Estados Unidos, el Consejo, con 19 votos en contra, 17 a favor y 11 abstenciones rechazó abrir el debate sobre la situación de la minoría uigur en China,.

Para el ministerio de Relaciones Exteriores de China, el resultado de la votación “mostró que la comunidad internacional no se dejará engañar fácilmente a pesar de la presión de Estados Unidos y algunos otros países occidentales”.

“La comunidad internacional es claramente consciente de que el motivo final de EEUU es contener a China y rechaza la utilización de los derechos humanos como pretexto para entrometerse en los asuntos internos de otros países”, agregó una portavoz del ministerio.

Prácticamente todos los principales medios de prensa occidentales coincidieron en que la votación fue una “gran victoria” de la diplomacia China y un “fracaso” de Washingtom en su intento de convertir a Xinjiang en el emblema de su enfrentamiento con Beijing.

La magnitud del triunfo de China también se mide por la condena de sus opositores a la resolución adoptada por el Consejo.

Amnistía Internacional la calificó de “profundamente decepcionante” ya que “protege a los perpetradores de violaciones de derechos humanos en lugar de a las víctimas”.

Para el Congreso Mundial Uigur en el exilio se trató de “”un desastre” a sus aspiraciones de condenar a China.

“Se trata de un golpe muy duro a la credibilidad del Consejo de Derechos Humanos y una clara victoria para China”, declaró Marc Limon, del Universal Rights Group. ”Muchos países en desarrollo lo interpretarán como un ajuste de cuentas con el predominio occidental en el sistema de derechos humanos de las Naciones Unidas” agregó.

Fueron todos los países occidentales presentes más Japón quienes apoyaron la propuesta de Estados Unidos. En cambio, por su rechazo votaron junto a China, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Venezuela, entre otros. Mientras que optaron por la abstención países como Argentina India, México, Brasil y Ucrania.

A diferencia de Odiseo, la estratagema engañosa del caballo pergeñado por Biden no logró vulnerar la fortaleza china, ni confundir a la mayoría de los países que la apoyan.

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