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Columna destacada | Buendía | Soledad | Colombia

Entre Macondo y Aracataca

El día que estuve con el coronel Aureliano Buendía

Aureliano Buendía —el que encontré en Aracataca— tuvo una vida marcada por la guerra, el amor y la soledad.

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“Las FARC, surgidas en los años 50, fueron un desprendimiento del Partido Liberal. Y hoy el escenario político colombiano sigue reflejando ese antagonismo: Gustavo Petro representa la tradición liberal, mientras Álvaro Uribe encarna el conservadurismo de “ ‘Dios, Familia y Propiedad’ ”.

Aracataca es pequeñita. Una plaza modesta, la iglesia y una escultura de Gabriel García Márquez junto a bancos dispersos en un espacio sin sombras ni mariposas amarillas.

—¿En qué puedo servirle?

Quien formula la pregunta es un hombre con traje militar antiguo, gorra y un bigote profuso y canoso. Es el propio coronel Aureliano Buendía que, alejado de sus trapisondas en un insondable Macondo, ahora —con una sonrisa ancha— ofrece sus servicios como guía turístico en la Aracataca de Gabo.

El día que lo fusilaron

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”, escribió Gabriel García Márquez al inicio de Cien años de soledad.

Aracataca no es Macondo, pero se esfuerza en parecerse. O, quizás, Macondo intenta ser Aracataca.

El Aureliano Buendía que tengo enfrente me habla de los orígenes del ejército colombiano, y para mi sorpresa, aparece la larga sombra de los militares alemanes.

Su uniforme, raído y desteñido, evoca claramente la estética de los ejércitos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Incluso lleva en el bolsillo izquierdo una inscripción que dice Oberst —coronel en alemán—, un detalle que, según cuenta con orgullo, muchos turistas destacan.

La influencia alemana en Colombia

La presencia alemana en Colombia —como en Chile, cuyos uniformes militares actuales reflejan esa influencia— se remonta a la guerra de los Mil Días (1899-1902), un cruento conflicto civil entre conservadores y liberales que dejó profundas heridas.

Esa guerra trajo consigo la ruina nacional y la pérdida de Panamá, cuyo movimiento separatista fue respaldado por Estados Unidos y por los liberales colombianos, derrotados en el resto del país.

Desde mediados del siglo XIX, liberales y conservadores se enfrentaron repetidamente. Las diferencias entre ambos bandos eran culturales y políticas: los conservadores defendían la Iglesia católica y las tradiciones bajo la consigna “Dios, Patria y Familia”. Los liberales, inspirados por la Revolución Francesa, abogaban por modernizar el país y veían en la Iglesia un obstáculo.

Los conservadores, bien organizados y uniformados, triunfaron en la guerra de los Mil Días. Los liberales, en cambio, mal alimentados y mal vestidos, se desmoronaron. Los vencedores adoptaron un uniforme de clara inspiración alemana, marcando un estilo que persiste hasta hoy.

Las cicatrices de aquella guerra aún se sienten. Las FARC, surgidas en los años 50, fueron un desprendimiento del Partido Liberal. Y hoy el escenario político colombiano sigue reflejando ese antagonismo: Gustavo Petro representa la tradición liberal, mientras Álvaro Uribe encarna el conservadurismo de “Dios, Familia y Propiedad”.

El árbol inspirador

Aracataca es un pueblo de casas bajas, calles polvorientas y un calor agotador. Allí vivió García Márquez hasta los nueve años. La casa donde creció —reconstruida según sus recuerdos— tiene un gran patio y, en el fondo, un imponente árbol llamado pivijay.

No es el gran castaño que aparece en Cien años de soledad, pero su aroma evoca misterio. Me imagino al pequeño Gabo, en noches de lluvia, observando ese árbol desde la ventana, mientras su imaginación florecía.

Quizás fue ese árbol parte de la inspiración para Macondo. No en vano, el nombre del pueblo ficticio proviene de otro árbol, originario de África. Macondo es más que un lugar: es un estado de ánimo, un deseo, una historia sin tiempo ni fin.

Cerca de la casa paterna de Gabo, su abuelo tenía un prostíbulo, dicen los lugareños. Irónicamente, estaba cerca de la iglesia, y se cuenta que el cura lo frecuentaba.

Cuando se creó el agua

Colombia es un país ancestral, con raíces que se remontan a 900 años antes de Cristo. Está lleno de leyendas, montañas impenetrables y caminos que parecen no llevar a ninguna parte. Pero cada rincón guarda historias que, sean verdad o no, se transforman en mitos transmitidos de generación en generación.

Una leyenda del Cauca, recogida en el Museo del Oro en Bogotá, relata:

“Una vez controlada la nada, Naainuema creó el agua: transformó en agua la saliva de su boca. Luego se sentó en esa parte del universo que es nuestra tierra y creó el ciclo: tomó una parte de esa tierra y con ella formó el cielo azul y las nubes blancas”.

Cien años de soledad

El final de Cien años de soledad es desolador:

“Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Aureliano Buendía —el que encontré en Aracataca— tuvo una vida marcada por la guerra, el amor y la soledad.

Fue “el primer ser humano que nació en Macondo”, escribió García Márquez. Y yo le creí.

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