Le llamo así, lector, porque los intentos de explicarlos estructuralmente, o sea más allá de la coyuntura concreta de cada uno de ellos, fracasan imparablemente; en especial los intentados por los economistas, con mucha menos teoría comprensiva, explicativa e interpretativa que los abordados por otros científicos sociales. Al respecto, y habiendo estudiado teoría y metodología durante más de 40 años, me permito hacer una breve lista de factores a tener en cuenta para entender y para investigar el tema.
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Lo que no se debe olvidar al respecto
Uno. La violencia humana es imposible de evitar completamente, por lo cual si bien quizás debe intentarse minimizarla, no debe considerarse cualquiera de esos intentos como fracasado o equivocado si no lo consigue. Esto es importante en la práctica política cotidiana porque los políticos prometen imposibles como anzuelo, como oposición exigen esos mismos imposibles como táctica electoral; con ambas cosas aumentan la creencia masiva falsa en la posibilidad de los imposibles propuestos y a proponer; y con este aumento se cavan la fosa porque la gente tomará la vara de lo imposible como criterio para la evaluación de los gobiernos, con lo cual, a su vez, todo gobierno está condenado al fracaso evaluativo, desde que serán evaluados en función de la obtención de imposibles.
Sin embargo, insistirán en esta dinámica espiral de círculo vicioso, porque, aunque no produjo, produce ni producirá soluciones temáticas, esa dinámica perversa de oferta, demanda y consolidación de imposibles como varas de medición de logros, producirá éxito electoral y acceso al gobierno, al poder como objetivo mucho más prioritario y realista que a la solución ofrecida y demandada de los problemas, más anzuelo y excusa que otra cosa. Por eso seguirán ofreciendo siempre nuevos imposibles, que saben que lo son, pero que retóricamente bien planteados, los acercarán al poder; porque la gente, neo o para religiosamente, pondrá siempre tan renovadas como desesperadas fe y esperanza en quienes vuelven a plantear y ofrecer imposibles. Cínicamente, vuelven a ofrecer imposibles ya abundantemente irrealizados, conscientes de que, si bien no solucionarán los problemas, su desmesurada y fracasada oferta les dará el gobierno; y después se verá, lo principal ya se consiguió: el gobierno.
La solución ofrecida para ganar no es ni teóricamente correcta, ni ha funcionado antes ni funcionará ahora como solución sustantiva; pero, en cambio, siempre funcionó, parece funcionar ahora y probablemente seguirá funcionando como anzuelo electoral, neo y para religioso, que promete imposibles para gente desesperada que necesita de fe y esperanza en imposibles para poder vivir sus pésimos cotidianos, que serán cada vez peores porque seguirán apuntando a imposibles como criterio de logro. Configuradas perversamente en el universo simbólico impuesto como sentido común y opinión pública, la oferta y demanda de imposibles se consolida al parecer perennemente. Primeras intuiciones fundadas sobre esto puede ver usted en El fetichismo político de Herbert Spencer, en el último tercio del siglo ¡XIX!
Una breve lista de imposibles creídos como posibles
Ahora bien, ¿cuáles son algunos de esos imposibles impuestos como posibles en la oferta y demanda sobre violencia y criminalidad?
Dos. Ya hace 26 siglos que Aristóteles afirmó que la violencia era hija de la necesidad, de la ambición y de la pasión; sigue siendo cierto, actualizándolo a nuevas circunstancias y coyunturas supervinientes a tal maravillosa afirmación. En efecto, a las necesidades vitales primitivas la ambición humana de lucro ha ido agregando “necesidades secundarias” (Malinowski), que la sociedad de consumo, abundancia y espectáculo ha elevado, dotándolas de una perentoriedad semejante y a veces hasta superior a la de las necesidades primarias; ¿cuántas veces usted, al comprar o actuar, le da preferencia a lo que sabe como menos importante, o más dañino?
La ‘necesidad’, como criterio aristotélico de previsión de violencia y criminalidad, ha aumentado en el mundo contemporáneo; hay más cosas que se sienten como necesarias y que pueden hacer sentir fracaso ante su carencia.
Asimismo la ‘ambición’, porque los estándares de aceptabilidad y de distinción también han crecido; ¿cuántos pondrían en sus vehículos, luciéndolos, carteles -como los había- que digan ‘no tengo todo lo que quiero pero amo todo lo que tengo’, o ‘pobre pero honrado’? (¡pedazo de vejiga!). Las políticas públicas de obtención de mínimos se aceptan porque peor es nada, pero en realidad hoy solo satisfacen los máximos, oferta comunicacional de espectaculares estándares materiales de consumo diferencial conspicuo. En mi 5 tareas de Hércules, de 2005, le llamé a esto ‘utilidad marginal decreciente de las políticas sociales clásicas del Estado de bienestar’. Veblen lo anunció desde 1899: aquellos distinguidos emulables en su distinción buscan su inaccesibilidad, mientras los emuladores intentan ‘darle a la caza alcance’, como fraseaban los místicos medievales su persecución de la unión mística: emular a los distinguidos, que intentan que no.
Los crecimientos de la perentoriedad y número de las necesidades y de las ambiciones aumentan la incidencia de las ‘pasiones’ por las necesidades y ambiciones aumentadas. La sociedad contemporánea satisface crecientemente las causas aristotélicas para el aumento de la violencia y la criminalidad. Por lo tanto, no es esperable una reducción de la violencia ni de la criminalidad, al menos si estos parámetros son considerados.
Tres. Estos mismos errores se profundizan si afirmamos, retórica y electoreramente, que vamos a ‘erradicar’ alguna o ambas cosas, violencia y/o criminalidad. No solo revisando a Aristóteles, sino también listando las causas de violencia y criminalidad que la criminología pluridisciplinaria acumula desde el siglo XVII -y con mayor profundidad y abundancia desde el siglo XX- podemos ver que las políticas penales, criminales y de seguridad no apuntan a ese creciente menú de causas y motivos de violencia, criminalidad e inseguridad; ‘erradicar’ significa arrancar de raíz, atacar las raíces de la producción de algo; que no se diga, entonces, que se apunta a ‘erradicar’ violencia, criminalidad o inseguridad si no se plantea siquiera la iniciativa de atacar las causas que desde Aristóteles y crecientemente se listan como causas y motivos, como las raíces a erradicar si se lo propusieran seriamente.
Dos imposibles impuestos como posibles entonces: a. eliminar violencia, criminalidad e inseguridad; b. eliminarlas sin apuntar a la eliminación o minimización de sus causas y motivos, a erradicarlas sin intentar o arrancarlas.
Cuatro. Otra de las fantasiosas utopías equivocadas que conforman oferta y demanda perversas sobre violencia, criminalidad e inseguridad, que sumamos a la de su imposible eliminación y a la de la carencia de ataque a sus ‘raíces’ (causas, motivos) es su ‘eliminación inmediata’; un mero vistazo a las causas aristotélicas y a su crecimiento y profundización progresivos en la historia de la criminología, y una mínima autocrítica sobre nuestra imposible urgencia al respecto, nos convencería de que ni las Policías ni los ministerios del Interior tienen las herramientas ni las potestades, habilidades y capacidades necesarias como para eliminar violencia, criminalidad o inseguridad; otro de los imposibles impuesto es el de que esas instituciones puedan monopolizar o liderar la lucha por la eliminación, erradicación o minimización fuerte de la violencia, la criminalidad y la inseguridad.
Ni se pueden eliminar ni erradicar, ni ya, ni por Policía y ministerios
¿Qué pueden hacer para disminuir las necesidades, su ampliación y profundización? ¿Qué para reducir las ambiciones crecientes de consumo, abundancia, espectacularidad, dinámica de distinción-emulación de estatus? ¿Qué para evitar que las expectativas crecientes objetivas produzcan cada vez más fracasos subjetivos de logro, acusadas por Durkheim de ello, exopuniciones criminales o autopuniciones suicidas, alternativas al fracaso frente a imposibles? ¿Qué pueden hacer la Policía y los ministerios del Interior con todo esto, que ni conocen bien, ni tienen capacidades, habilidades ni prerrogativas legales ni institucionales como para atacarlo? Más que nada, Policías y ministerios del Interior son chivos expiatorios de las dinámicas criminógenas de las sociedades, que no pueden ser realistamente, sino solo retórica o electoreramente, planteadas como eliminables, erradicables, ya y por medio de Policía y Ministerios, legal y judicialmente ayudados. Bullshit. La fe y la esperanza de la gente en todo esto jamás podrán ser satisfechas, aunque sí serán retórica y electoreramente repetidos con fines distintos de los sustantivos, como vio Spencer hace 150 años.
En políticas sobre violencia, criminalidad e inseguridad, está todo mal. Mal pensado, mal deseado, mal ofrecido, mal adjudicado, mal ejecutado. Si los objetivos fueran los manifiestos, sería una utopía equivocada; no son, porque obtienen fines inconfesos, latentes, político-electorales, alternativos a los manifiestos, sustantivos: violencia, criminalidad, inseguridad, que no persiguen realmente, aunque lo hagan creer. Bullshit. Son ineliminables, no se plantea erradicarlas, es imposible hacer algo importante ya, y menos si está monopolizado o liderado por Policías y ministerios del Interior.
Cinco. Se ofrecen algunas asociaciones o correlaciones, en realidad metodológicamente ‘regresiones’ desde modelos econométricos de función de producción, entre momentos y grados de desigualdad y momentos y grados de criminalidad. Ya cumplirá 40 años en 2023 un libro mío sobre la metodología de las ciencias sociales, con especial crítica en la econometría y las funciones de producción (La investigación contemporánea en la educación: una evaluación epistemológica de teoría y métodos. Acali. Ciesu. Mayo, 1983).
En primer lugar, la pretendida asociación o correlación entre desigualdad y homicidios debería ser mejor explicitada para que pueda argumentarse que la variación de la desigualdad es un factor explicativo o predictivo de la variación de la cantidad de homicidios; si la hubiera, seguramente lo haría a través de una larga lista de conexiones y mediaciones teóricamente plausibles que deberían explicitarse para dar cuenta de la verosimilitud de la regularidad empírica encontrada; así lo plantea Durkheim en 1894 cuando nos dice que el mero hallazgo de una asociación entre la variación de los nacimientos en un país y de los nacimientos de cigüeñas en sus zoológicos no debería ser tomada como confirmación de la historia que los padres inventan para eludir la incomodidad y dificultad de las preguntas de sus infantes pequeños sobre sus orígenes. Lo mismo pero más filosóficamente fundado explicita Max Weber cuando afirma que una regularidad empírica debe comprenderse desde la suma de su plausibilidad empírica y su verosimilitud teórica, no bastando ninguna de ellas sola para ello.
En segundo lugar, la desigualdad sentida como injusta puede efectivamente desencadenar procesos de necesidad, ambición y pasión como los aristotélicamente pioneros para la producción de violencia y criminalidad; pero Merton, en 1947, dice que no hay que exagerar la conexión causal entre desigualdad y criminalidad porque una enorme parte de la humanidad no siente ni cree que la desigualdad sea injusta y que deba achicarse para no alimentar ulterioridades negativas; en efecto, una filosofía, como la del karma hindú y la no interpenetración de las castas por ser parte de un inverso dado e inmodificable, no solo no piensa que las desigualdades sean injustas sino que son deontológicamente necesarias por ser ontológicamente producidas desde una trascendencia suprema; por el contrario, el intento de su cambio es tabú. Y son, solo en India, nada menos que algo más de 2.000 millones de creyentes; y hay más fuera de India (eso puede haber cambiado con los Gandhi, pero sirva para explicar el punto).