Muchos siglos de imperios internacionales erigidos a punta de hierro fueron continuados con los 5 ó 6 siglos de conquista europea, la que forjó un mundo eurocéntrico, económica, políticamente, y, más duraderamente que nada, cultural, que envolvió al mundo, semi-inadvertidamente, en un etnocentrismo que cobijará, con la adición de Estados Unidos desde fines del siglo XIX, todas las combinaciones de uniones, alianzas y coaliciones que han liderado el mundo hasta fines del siglo XX.
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Pero el fin de las guerras mundiales, las independencias africanas y asiáticas, semejantes a las latinoamericanas del siglo XIX, y la Guerra Fría posbélica dibujaron un diagrama geopolítico que pierde complejidad a favor de una unipolaridad norteamericana en el mundo desde 1990. Sin embargo, la aparente solidez económica y política de esa nueva realidad global comienza a hacer agua durante el siglo XXI. Hoy, ningún analista mínimamente informado o sincero puede dejar de admitir que el mundo unipolarmente conducido por Estados Unidos está en rápidas vías de desaparición, pronto a ser sustituido por un globo multipolar muy resistido por todos los menguantes eximperios coloniales europeos y por el macroimperio norteamericano. Hay una cuestión de orgullos nacionales resentidos, de canosos leones rugientes que sacuden sus melenas negándose a reconocer que los siglos de dominio europeo y neo-europeo (EEUU) están llegando a su fin; solo una excesiva altivez etnocéntrica se niega a reconocer esta nueva realidad, que en algo esbozaremos cómo se cae y cómo se intenta esconder y evitar que se está cayendo. Indicadores múltiples y crecientes de todo tipo, en especial económicos, lo muestran claramente. Pero la poderosa red comunicacional occidental sigue engañando a los suyos y al mundo en general, respecto del estado del mundo, y sobre el carácter, avatares y el emblemático conflicto en Ucrania, que encarna y condensa buena parte de toda esa historia simbólica.
La estrategia de ocultamiento de la decadencia por EEUU
Los pilares de la estrategia de ocultamiento de esa realidad por parte del complejo occidental Europa-EEUU podrían ser enumerados así: el desarrollo y proliferación de medios de comunicación de masas instantáneos y de alcance universal, y la nueva realidad de las redes sociales, aportan la desinformación necesaria como para ocultar la evolución geopolítica a los ojos de las poblaciones nativas, y de las extranjeras que sean blanco de la hegemonía de ese complejo.
En este sentido, quien en Uruguay usa medios y redes comunes se tragará en plenitud toda una exageración, una dramatización, reiteraciones y redundancias que lo llevarán a creer, tanto en la pandemia tal como se narró, como en el inicio y evolución del conflicto en Ucrania. Hay que informarse muy alternativamente de modo continuo para no caer en las trampas continuamente urdidas por la prensa occidental que nos llega; y no tantos saben cómo hacerlo ni tienen tiempo ni formación suficiente como para evaluar comparadamente las informaciones eventualmente diversas que se obtengan así. Además, medios de prensa tan venerables y justamente apreciados como, por ejemplo, la BBC de Londres, se han transformado en mediaciones antojadizas, casi fanáticas, vergonzosamente propagandistas de parcialidades flagrantes, casi como correspondería esperar de un país, Reino Unido, que es más duro que EEUU, y que llegó a frustrar un encuentro pro-paz Putin-Zelensky en su fanático belicismo nostálgicamente poscolonial.
Entonces, el principal medio de ocultamiento y amortiguación de la ‘caída’ de la hegemonía anglosajona occidental es el complejo comunicacional, que media toda verdad y toda realidad, y diseña el espectro de personajes y situaciones susceptible de ser elogiado o criticado en todo tiempo y lugar. Esa arbitrariedad comunicacional está siendo progresivamente acompañada de una progresiva censura mediática que se extiende a las redes sociales y a las plataformas digitales; curiosamente, esta censura y cancelación de disidentes, alternativos y dudosos, se hace en nombre de la preservación de la libertad de expresión; solo estarían cortando a quienes estarían poniendo en riesgo la libertad de todos; quienes censuran se pintan como quienes están salvando a todos de quienes querrían ser totalitarios; los censurados merecerían la censura por su radical maldad equivocada; quienes censuran son quienes salvan de la censura; los censurados, los peligrosos; todos los que acertamos sobre la verdad de la pandemia fuimos descartados por anticientíficos; quien decreta quién pronuncia fake news es quien tiene el poder comunicacional y retórico, no quien tiene hechos, razones y argumentos; quien tiene el poder asertivo es el que ‘media’ entre los hechos y los argumentos, respecto de los receptores de noticias. Obama lo dijo un día brillantemente. Tal es la masividad y potencia de la articulación mediática que tendría un costo psicosocial muy alto dedicarse a y dejarse influir por noticias alternativas o disidentes; se pagaría esa alternatividad con disonancia cognitiva y emocional, con soledad frente a la opinión pública y al sentido común impuestos; con indefensión informativa a futuro; ¿puede permitirse un común mortal cualquiera dudar sólidamente sobre sus fuentes de información más frecuentes, que comparte con quienes comparte su cotidiano? Es muy difícil, probablemente prefieran ‘matar al mensajero’ de la alternatividad o disidencia, para que ni su consistencia cognitiva ni emocional, ni su participación en el sentido común y opinión pública impuestas, ni su cómoda neouterina inmersión en la sociabilidad común sean afectados, máximos custodios de la normalidad.
Por ejemplo, Estados Unidos, pese a estar involucrado en una pérdida de sus liderazgos universales y hasta regionales, mantiene un discurso de sheriff moralizador, acompañado de indicadores fácilmente evaluables por los electores en cosas como desempleo o inflación en control; esconden, en cambio, todas las realidades que van hundiendo el prestigio y liderazgos yanquis en el mundo y en las regiones más cercanas, como América Latina o Europa, patios traseros del águila con sombrero de paja de Tío Sam.
Sin embargo, algunas realidades contrarias y crecientes
Todos los geopolíticos, aun de diversas tiendas (i.e. Kissinger, Brzezinski, Duguin) piensan que el eje geopolítico del mundo está en Eurasia, y no ya en el mundo neocolonial internacionalmente articulado entre internacionalistas globalistas afirmados y transnacionalistas ascendentes. Es cierto su poder actual, aun articulándose; pero hay nuevas unidades pluri-nacionales que comienzan a terciar con ellas hacia un nuevo dibujo de naciones y subgrupos plurinacionales de potencia semejante.
En este sentido, el CEI, que congregó a los liberados de la URSS, es un ámbito lleno de cajas de sorpresas porque casi todas esas naciones poseen variados recursos naturales escasos; lo mismo la Organización de Cooperación de Shanghái.
La rápida decadencia del dólar como divisa internacional bancaria, monetaria y comercial se profundiza cotidianamente y puede verificarse diaria y fácilmente.
Pero quizás el bloque plurinacional ascendente más promisorio y más cercano a las posibilidades y horizontes uruguayos sea la futura composición del hoy aun Brics, pero que puede adquirir una sigla mucho más compleja en un futuro breve. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica ya son sus países constituyentes iniciales, que engloban una gran parte de la población mundial, de su territorio y hasta de su producto bruto. Si añadimos que Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Indonesia, Turquía, México y Argentina están golpeando sus puertas y con buena receptividad, un enorme subgrupo inter-nacional asumirá las mayores prerrogativas de las que hoy disfrutan Europa y EEUU, y sus organismos internacionales subsirvientes, en realidad subsirvientes tanto de las viejas potenciales poscoloniales como de las nacientes transnacionales globalizadoras.
El Brics puede marcar el fin de una articulación internacional EEUU-Europa ya menguante y el comienzo de una multipolaridad que acoja ascensos rutilantes como los de China e India.
Uruguay debería al menos mojar el índice y abrirlo al viento para sentir que el mundo de fines del siglo XX está languideciendo, y que es mejor subirse a otros carros, porque aquellos a los que nos hemos subido no tienen mucha promisoriedad. Un país chico tiene que lucir olfato y tacto sensibles para saber a qué poderes y poderosos unirse y defender mejor así sus pequeños pero nacionalmente vitales intereses.
Una última, que algunos llaman la del estribo. Europa irá convenciéndose de que EEUU no debería ser más su norte y líder; la voladura submarina criminal de las instalaciones del Nord Stream debería convencerlos de que todo lo que hace EEUU, más que defenderlos, es atarlos a sus intereses; y que otros conglomerados históricos pueden ser más atractivos y útiles que aquellos que han conformado y conforman. Porque, pese a toda la solidaridad y comunalidades que Europa y EEUU han fabricado y desarrollado durante el siglo XX, Europa siempre miró con altivez desdeñosa a esos ‘nuevos ricos invasivos’, tal como les caían los norteamericanos; el gran desarrollo norteamericano y las guerras mundiales superordinaron a los EEUU por encima de quienes subordinaron al mundo desde los siglos XV a XVIII: las potencias coloniales y evangelizadoras europeas desenvolvieron etnocentrismos supervivientes tan ocultos a la conciencia occidental como la indudabilidad de los derechos humanos como esenciales e inherentes a la humanidad. Europa está despertando de su sueño poscolonial ampliado y de su simbiosis bélica con EEUU. Creo -¿o será que lo espero tanto que lo llego a creer?- que Europa le va a ir soltando la mano a EEUU; las palabras de Macron en China pueden marcar un comienzo de era; que la nacionalista Francia lleve a darse cuenta de que las alianzas y organismos de los siglos XV a XX no son ya las alternativas más convenientes para los suyos ni para la mayoría de los europeos, como tampoco para los uruguayos. Un nuevo orden internacional debe sustituir al antiguo de Bretton Woods, la OTAN y los organismos internacionales posbélicos; hay que soltar esas antiguas manos y estrechar esas muchas otras nuevas, y contribuir a conformarlas; hasta la obtusa izquierda debería darse cuenta.
EEUU siempre egoísta y falso, no proporcionará más bonanzas que las que surjan del Brics y de toda la institucionalidad nueva en construcción. Europa puede dársele vuelta a EEUU, aun alcahuetes más realistas que el rey como Reino Unido; porque cuando el malestar poblacional azota, el electoralismo democrático pasa al frente, y esto puede pasar con más intensidad de lo que está sucediendo ya, aunque más para beneficio de las reivindicaciones de derecha que de las de izquierda; pero nunca es tarde para que la izquierda aprenda cómo es el mundo en el siglo XXI; y para recordar que la esperanza es lo último que debería perderse.