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Columna destacada | El reino del revés | Tablado | carnaval

EL CARNAVAL DEL URUGUAY

El reino del revés

Una noche en el Tablado propone un escenario mítico por el que desfilan estrafalarios artistas que transmutan letras de viejas canciones para que nada sea lo que parece ser ni parezca ser lo que es realmente.

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Caras y Caretas Diario

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Tal es ese mundo al revés que hasta el inoportuno bingo es eternamente postergado por la irrupción de un nuevo espectáculo.

“Todas esas cosas

había una vez

cuando yo soñaba

un mundo al revés”.

José Agustín Goytisolo

Si el rey Momo, única deidad auténtica del Olimpo de la mitología griega, decidiera volver a salir en carnaval, se sentaría en la platea de este tablado o se subiría al escenario para mezclarse con esos artistas que le propinan un homenaje fiel a su burlesco estilo.

Si la fidelidad en el arte implica siempre traicionar algo para rescatar lo esencial que se fue perdiendo, y si traicionar bien puede resignificar lo que necesita ser expuesto de otro modo, entonces es posible volver a dar vida a lo que parece muerto, tanto como habrá que matar lo que parece vivo pero la mera repetición sepulta día a día y noche a noche. Si Momo es la personificación de la burla a toda pretensión de poder, dirigida hacia el resto de diosas y dioses todopoderosos, su sarcasmo se vuelve un arma capaz de criticar toda obra humana, a la vez que la ironía suele revelar lo que no se quiere ver o deliberadamente se oculta.

Momo será entonces ese espíritu burlón que canta verdades incómodas y provoca el jolgorio grotesco contra toda solemnidad, a la vez que señala la hipocresía de las buenas costumbres y revela el sinsentido del sentido común.

Tiene, además, otra vocación profunda y consecuente: la de que todo orden debe ser subvertido por un caos porque todo desorden bien puede ser un orden más justo. Como si nos recordara febrilmente que eso que seguimos llamando caos es nuestra incapacidad para descubrir el orden que lo gobierna, de la misma forma que el orden expresa nuestra incapacidad actual para entender el caos que lo impulsa.

Ese es el Momo que abre el espectáculo trepado a una escalera a partir de su inconformismo, como si se mimetizara su irreverente calentura con la duda de Hamlet y volviera al carnaval para que este sea lo que tiene que ser, aunque quien participe se vea enfrentado a dejar de ser quien es para intentar ser otro u otra. Un desdoblamiento festivo que no se agota en jugar a ser lo opuesto sino una apuesta que propone traspasar los límites impuestos.

Y así emerge ese tablado que nos sumerge en una sucesión de pequeños espectáculos anunciados por un estrafalario presentador verborrágico que evoca a los viejos conductores de tablados barriales, a la vez que desliza metáforas nietzscheanas e invoca al espíritu festivo como diversión y subversión. Este improvisado presentador de tablado (Jorge Esmoris) conduce la sucesión de canciones y entremeses. Por momentos forma una dupla como Quijote y Sancho Panza, secundado por Lucién (Néstor Guzzini) que sin embargo pasa de fiel escudero a “niño maravilla” para sumarse a los distintos zafarranchos que toman la escena por asalto.

En medio de ese caos, cada tanto irrumpe un personaje enigmático, no tanto por su disfraz evidente de Hombre Araña (Federico Silva) sino por sus diferentes roles asumidos. Primero, como portador de un enorme tótem de bolillero para ese bingo que aquí, al revés de los tablados, es pospuesto por lo que sucede en el escenario.

Este personaje, que arrastra una suerte de pequeño podio cilíndrico, interrumpe el desorden imperante con “reflexiones” que no suelen pasar de flexiones musculares revestidas con un barniz filosófico al estilo de los discursos de Miss Universo o de algún político con mucha parla y poca sustancia. Viene a ser como una suerte de personaje “brechtiano” que rompe la cuarta pared y apela a un “extrañamiento” para buscar la verdad que late detrás de lo representado.

Y lo hace mediante un minimalista movimiento escénico a la vez que dispara grageas verbales que parecen buscar ancla en una realidad histórica, aunque su aporte pulse las fuerzas de una razón no muy razonada o desate las fuerzas de la sinrazón no mejor entendida.

En medio de ese tumulto de situaciones, las viejas canciones desfilan metamorfoseadas, como si su alusión a un mundo de ilusiones nos vuelva a confrontar, mediante sus letras alteradas, con nuestra realidad más real que pide ser cambiada. Así son recreadas emblemáticas canciones que han pasado de generación en generación y pertenecen a diversos géneros como el tango, el candombe, y que homenajean las puestas en escena de las troupes y comparsas de antaño y hasta del circo criollo.

Y por supuesto, la murga como paradigma de frenético movimiento, coro afiatado e irreverencia popular aferrada a un carácter de clase desclasada, que sin embargo siempre supo afinar la puntería contra la soberbia del poder de turno. Si las letras exponen una poética fina y cuidada en su aparente descuido, si la música recrea sonoridades que remiten a viejos bailes, corsos y asaltos, las voces evocan cantos de coros trasnochados a la par de actuaciones que bucean en el esperpento y el absurdo, en lo surreal y hasta en el dadaísmo, como esos tres cabezudos, Momo y dos dioses mediopelo, que abren y cierran el espectáculo trepados a la escalera para conjurar el mundo desde su reverso.

Por si no bastara, el final es apoteósico con una farándula que baja a la platea y al foyer de la sala teatral y se continúa en la vereda, con el público detrás, para marchar en un corso a contramano hasta la esquina, para delirio de espectadores y asombro de transeúntes sorprendidos, envueltos de improviso en un carnaval que emerge del pasado pero reclama un futuro diferente, a condición de que el cambio nos cambie aunque sea un poco y ya nadie ni nada pueda seguir siendo lo mismo.

Una noche en el tablado

Creado y dirigido por Jorge Esmoris reúne a 20 artistas en escena entre músicos y comediantes.

Las funciones van los viernes y sábados a la hora 21 y domingos a la hora 20 hasta el 19 de marzo en la Sala Nelly Goitiño del Sodre (Av. 18 de Julio 930).

Entradas en Tickantel a $ 900 para platea baja, tertulia y platea alta.

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