Cuando a la muerte del papa Paulo VI, quien cargó sobre sus hombros las reformas del Concilio Vaticano II, la Iglesia eligió a Juan Pablo I. Aunque su pontificado fue corto e iba a ser sucedido por el primer no italiano en siglos, el paso más importante había sido dado. El hasta entonces cardenal Luciani, Primado de Venecia, era el primer pastor elegido por fuera de la Curia Romana. Las tensiones que ello implica se viven hasta nuestros días.
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Francisco reúne esas dos características: ni italiano, ni integrante de la burocracia vaticana. En sus años de pontificado ha demostrado una admirable capacidad de procurar -sin medir costos- aggiornar la iglesia a un mundo nuevo. También ha quedado en evidencia lo difícil que es el cambio dentro de su estructura milenaria. Para esta Navidad nos esperaba con un regalo especial: un cambio en el trato de lo que llamó “parejas irregulares”.
La prensa mundial informó sobre lo que no requería dos interpretaciones: “El Vaticano dice que permitirá a los sacerdotes bendecir a parejas del mismo sexo y a las divorciadas”. El propio papa se encargó de aclarar que no se trataba de un sacramento sino de una bendición, pero siempre habló de parejas. Es más, insistió, quizás para neutralizar toda posible crítica, en que en aquellos países donde había matrimonio civil para ambos (divorciados y del mismo sexo) no debían celebrarse junto con la bendición, para evitar confusiones.
Algunos se alegraron de que la Iglesia se acercara más a la gente y, en definitiva, al mundo en el tiempo que vivimos, con sus prioridades y problemas. Otros, legítimamente -aunque nos cueste entenderlo- discreparon. Pero todos entendieron el mensaje y la directiva, menos el cardenal Sturla de Uruguay. Raro, ¿no?
Yo, como cristiano y católico, tengo mi opinión. Antes de exponerla aclaro que hablo a título personal, sin comprometer a mi comunidad parroquial, ni a los grupos ecuménicos cristianos que tengo como referentes, aunque estos últimos vienen peleando por la inclusión de ambos -homosexuales y divorciados- desde hace años. A mi modo de ver la confusión que han generado, a mi juicio, las declaraciones del arzobispo de Montevideo se pueden explicar en forma clara, ordenada y contundente.
Primero, debo decir que admiro el coraje del papa que, cercano a cumplir 90 años de edad, y en el undécimo año de su pontificado, encara este tema sabiendo los dolores de cabeza que le podría traer. Habla de una valentía digna de resaltar.
Su ruta sobre este tema comienza con los abusos sexuales de sacerdotes chilenos (escándalo padre Fernando Karadima), y en un primer momento Francisco se equivoca. Luego pide perdón a las víctimas, dos de las cuales son homosexuales. En un vuelo de regreso de uno de sus viajes, interrogado sobre el tema, responde: “¿Y quién soy yo para juzgar la conducta de los homosexuales?”.
Este anuncio de Navidad fue recibido en forma contradictoria en la Iglesia uruguaya. El gran público recibió dos reacciones opuestas por los medios de difusión. Primero fue el padre Verde, muy llamado a las cámaras de televisión… “Es un regalo del santo padre. Si una pareja de homosexuales me pedía una bendición no se la podía dar, ahora sí”. Aclarando que no se trata de un sacramento matrimonial. Casi al mismo tiempo, Daniel Sturla, nuestro cardenal, dice que necesita leerlo antes de opinar, pero que había sido una mala idea hacerlo en Navidad, porque confundía.
Llegó la Nochebuena y la televisión pasó trozos de su homilía sobre la necesidad de paz en el Oriente Medio. Recuerdo cuando era sacerdote, sus relatos de su peregrinación a Tierra Santa. Luego de la misa, uno de los canales lo entrevista sobre el documento del papa.
Dijo: “Confundió que el documento se diera a conocer en vísperas de Navidad porque…” (¿?) No entiendo por qué, pero espero que el papa haya tomado nota. Afirmó que no contiene nada nuevo: “La Iglesia no le niega la bendición a nadie”. Si viene alguien y pide ser bendecido, no se le pregunta si es homosexual o no… O sea, no hay nada nuevo.
¿Y los divorciados? Porque al hablar el papa de ellos, no deja margen de duda de que habla de “parejas irregulares” para la Iglesia. Es decir, expresamente habla de bendición a parejas, no a individuos. Ahí está el meollo: el documento del 12 de diciembre de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobado por el papa, habla de PAREJAS, no de individuos.
Si no, ¿qué es lo que el padre Verde dice que hoy puede hacer y antes no podía? ¿Qué es lo que le parecía que iba a confundir al cardenal? ¿Qué es lo que era inoportuno que el papa anunciara en vísperas de Navidad?
Sigo apreciando mucho a nuestro arzobispo en lo personal y recuerdo todo el apoyo que fue para mi familia en momentos difíciles. Pero en esta voy con Francisco, cuyo corazón no sabe medir costos y se entrega con sencillez a la gente común, aun cuando ello implique enmendar errores del pasado.