El 20 de septiembre de 2023, a la hora 18.00, el escribano Nicolás Bruzzone Castro (42 años) y su socio Jorge Percovich (30) llegaron hasta un ómnibus que habían convertido en oficina de una fábrica de ladrillos “ticholos” ubicada en Empalme Olmos, Canelones. El tercer socio, Humberto Radiccioni (de 76 años), con el cual tenían una conflictiva relación empresarial, los había estado esperando.
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En 2019 Radiccioni necesitaba 220.000 dólares para abrir una nueva ladrillera y Bruzzone se los consiguió con su amigo Percovich. Sin embargo, buena parte del dinero fue utilizado para la campaña política de su hijo Javier, candidato a diputado por el Partido Nacional en Canelones.
Posteriormente, y necesitando más dinero, Radiccioni les propuso ser socios en la ladrillera de Empalme Olmos y el deudor quedó como socio minoritario, aunque con un hijo diputado. Los jóvenes hallaron una empresa fundida, mucho peor de cómo se les había dicho; pero pusieron empeño, invirtieron más y estaban intentando sacarla adelante. Percovich reclamó por vía judicial el dinero y le fue devuelto en marzo de 2023; pero la situación se fue complicando. Radiccioni abrió otra fábrica de ticholos en Pan de Azúcar, Maldonado, para competir con la de Empalme Olmos y hasta robándole clientes de manera desleal. La relación entre los tres socios ya era insostenible.
Todo concluyó aquella tarde cuando Humberto entró con un revólver calibre 38 en su mano y les disparó varias veces a ambos, matando a Bruzzone y dejando herido a Percovich. Una cámara de vigilancia registró al asesino retirándose para recargar el arma, mientras que el sobreviviente llamaba al 911.
El video se viralizó en las redes debido a la crudeza del audio. En un angustiante diálogo con una operaria (que no comprendiendo la situación hacía preguntas innecesarias), el joven dice que sufrieron disparos y que hay dos personas heridas en una fábrica de ticholos de Empalme Olmos.
El ejecutor había formado parte del directorio del Banco de Seguros del Estado, en representación del Partido Nacional desde el año 2000 al 2003, cuando se jubiló. El padre del escribano Nicolás Bruzzone era su amigo desde hacía muchos años.
Sin ningún apuro regresó mientras el herido pedía ayuda. El audio registra cuando Radiccioni, con total frialdad, lo comienza a rematar a la vez que le dice: “¿Querés más? Hacete el vivo ahora, mirá lo vivo que estás”. Luego dice (probablemente dirigiéndose a Bruzzone): “Vos, hijo de mi amigo”, dispara nuevamente y agrega: “La puta que te parió”.
Increíblemente, pese a la crueldad, premeditación y alevosía con que asesinó a sus socios, la jueza penal Dra. Natalia Pereyra Capó le dio prisión domiciliaria en su casa de Atlántida, lo que indignó tanto a los vecinos de Canelones como del resto del país.
Estando el terreno de la empresa a nombre de uno de los hijos de Radiccioni, pocas semanas después del crimen el diputado blanco hizo una intimación del pago por el arriendo. Estando muertos los socios, ¿quién iba a pagar? Como en las películas del lejano Oeste, la empresa volvería a la familia Radiccioni sin pagar un peso.
El periodista Leo Sarro se acercó al diputado Javier Radiccioni en un pasillo del Parlamento y le preguntó sobre el caso y qué iba a suceder con los 17 empleados de la empresa. A lo primero (y mientras seguía caminando) respondió que el tema estaba en manos de la Justicia; por lo demás, lo dejó hablando solo. En ningún momento mostró dolor por lo sucedido ni dio un mensaje de solidaridad a las familias de las víctimas. Por el contrario, inició acciones para desalojar el predio.
Desde el día del crimen, 17 trabajadores quedaron sin empleo y a la espera de cobrar sus haberes salariales del mes de septiembre más lo correspondiente a despidos, licencias vacacionales y aguinaldos. Ante la negativa del diputado Radiccioni y su hermano de abonar lo adeudado, los trabajadores han emprendido acciones legales.
Será la Justicia la que determine la responsabilidad de cada uno; pero llama la atención que un diputado nacional proceda con semejante frialdad, movido por intereses pecuniarios, y que en ningún momento haya declarado públicamente su dolor por el sangriento hecho que destrozó a dos familias. De ninguna manera le achaco lo hecho por su padre, así como jamás critiqué a Pedro Bordaberry por lo que hizo Juan María ni le critiqué a Luis Lacalle Pou las irregularidades de Luis Alberto Lacalle. Los hijos no son responsables de los crímenes, errores o faltas de los padres. Sin embargo, lo mínimo que uno espera es un poco de solidaridad con las víctimas.
Lo que se ha visto hasta ahora es que quienes se quedaron con la empresa han negociado con siete trabajadores, dejando al margen a sus representantes legales, para pagarles menos de lo que corresponde.
Esto parece una novela mexicana o brasileña; pero es nuestra realidad. Esta realidad está, de algún modo, emparentada con los dos casos de capataces que castigaron a rebencazos a sus peones, apenas la filosofía derechista comenzó a infectar al país. Se trata de un modo de ver la vida y las relaciones de poder.
Me queda, por lo menos, el alivio de saber que detrás de esto no hay un diputado frenteamplista, porque mi idea de lo que significa ser de izquierda (derivada de una frase del Che) es que te duela en lo más profundo cualquier injusticia cometida contra cualquier persona, en cualquier parte del mundo.
Sé que mucha gente no va a comprender nada de lo que escribimos; pues bien, habrá que seguir escribiendo y hablando sobre el trasfondo filosófico de todo esto hasta que se entienda.
Y hasta que la dignidad se haga costumbre.