Dice la derecha a la izquierda que ya el mundo se mueve con otros criterios. Que ni una ni otra son señal de nada. Por lo tanto, tampoco el centro, porque sería el centro de nada. El centro, hoy, es tener en la cúspide a liderazgos individuales o individualistas. Los centrismos, pues, son los que tienen a alguien por encima del bien común. Acá hemos padecido el Cuquito-centrismo y, desde su presentación en Comisión General el pasado martes, el Heber-centrismo. Este, al rescate de la 71.
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Hoy me voy a permitir compartir algunas vivencias de mis años de formación.
Recuerdo, con apenas días de ser ciudadano (enero del 71), ir a un acto con mi padre y preguntarle de qué iba a hablar. “No sé”, respondió. “De lo que la gente necesite que se le hable”. Es decir, su brillante oratoria no era propia, la hacía la gente. Un conductor debe poder mirar a los ojos a la multitud e interpretarla. Nunca lo olvidaré. Ello se repitió en otros momentos de nuestra militancia.
Pasaron los años. Comenzaba el exilio en Buenos Aires. Ya en el 74 dábamos los primeros pasos de diplomacia del exilio, coordinando con Toba y Zelmar. Empezamos en Alemania donde papá era muy amigo del canciller (primer ministro) Willy Brandt desde los sesenta. Siendo ministro de Ganadería, y aquel alcalde de Berlín, el viejo recibió su primera condecoración en la Semana Verde (Grüne Woche) del 65.
Cuando le visitamos había dejado de ser canciller de la Alemania (RFA), aunque hasta hoy se le recuerde como una de las voces más influyentes de la posguerra en su país. Renunció.
Alemania Oriental (RDA) había infiltrado su equipo y una secretaria trabajaba para el otro bando en plena Guerra Fría. El parlamento le ratificó su confianza, pero dijo: “No soy culpable, pero sí responsable, lo mejor para Alemania es que me vaya”. Fue parlamentario de la UE y presidente de la Socialdemocracia a nivel internacional. No era Brandt-centrista.
Ya en el exilio del norte, en una visita suya a Washington, donde yo vivía, fue recibido por nuestro amigo Bob Pastor, responsable de América Latina del Consejo de Seguridad Nacional de Casa Blanca, y por Jimmy Carter. También hablamos con su asesor, Warren Christopher, que sería años más tarde secretario de Estado del gobierno de Clinton.
Fue una de las visitas más jugosas que hizo estando yo ya viviendo en Washington. De estas reuniones recordaré la de Christopher. Lo esperaba con asesores, intérpretes, etc. ¡Qué trabajo le habrá dado el viejo a los mismos! Christopher era uno de los hombres más importantes de la administración Carter.
Con fuerte acento inglés -creo que no entendía el español- leyó: “Usted, señor Ferreira, tiene una muy importante responsabilidad de que no se radicalice el proceso, porque la gente le sigue”. El acento exagerado le daba un tono más gracioso al contenido.
Wilson hizo una pausa. Pensó y preguntó: “¿Usted Conoce Uruguay?”. Ante sorpresa y negativa, agregó: “Vaya y pida para ver una tropa”. He procurado infructuosamente averiguar cómo tradujeron esto. “Verá que atrás los troperos gritan para que avance el ganado. Delante de ellos la tropa misma. Y más adelante aún, va el baqueano”.
Los intérpretes estaban por pedir relevo, cuando remató su idea: “Usa un ‘ponchito mosquero’, no abriga, espanta moscas. La gente cree que guía la tropa. Yo pienso que evita que el ganado le pase por arriba. Bueno, así son los caudillos, no saben si dirigen o van yendo a donde los lleva la gente”.
La confusión formal no impidió que el mensaje se entendiera fuerte y claro. Él creía en eso. No era Wilson-centrista.
Todo me hizo acordar, más años atrás, en su primera legislatura en el Senado. Le llamaban el Fiscal de la Nación, por su campaña anticorrupción. Entre los ministros interpelados estuvo el del Interior. Las denuncias eran sobre corrupción en la Jefatura de Policía de Montevideo. El ministro se manifestó sorprendido.
Él no dudó: “Ministro, si usted sabía, se tiene que ir por saber. Pero, si no sabía, se tiene que ir por no saber lo que pasaba en su cartera”. Democráticamente, sin censura del Senado, el ministro se fue. No era ministro-centrista.
Todos estos recuerdos hacen que me cueste adaptarme al estilo del presidente y su gobierno. “Yo no sabía”, con cara de debo dar lástima. Igual Heber: con Astesiano y con Marset. Luego con Penadés. Heber confió y lo dijo en imputados ante la Justicia, y hasta fue menester una advertencia pública de que no debía hacerlo, por parte de la fiscal Ghione.
Heber fue “sorprendido en su buena fe” por Santiago González, Andrés Capretti... por Penadés. Es más, circula un video donde apoya, acompañado de Penadés, llevar un registro de violadores de menores para evitar su contacto con estos en lugares públicos.
Se tiene que ir. Por el bien del Ministerio y hasta de su propia imagen. El Heber-centrismo ensayado no sirve. Somos “gente-centrista”. Pensemos en ella.
Como en los viejos tiempos.