Por obvias y biológicas razones, antes que nada. Pero también porque el PT es dramáticamente otro, afectado por tanta corrupción que ya ha hecho mella en su imagen pública; y ha conservado solo un gobernador estadual de los 27 posibles. Porque ha aceptado y hasta invitado a un antiguo rival suyo, al centro-derechista Gerardo Alckmin a su fórmula, como vicepresidente. Porque ya ha convocado a un ministro de Economía de antecedentes nada zurdos. Porque ya Dilma Rousseff había moderado su izquierda cuando lo sucedió.
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Finalmente, porque en este siglo XXI tenemos solo una izquierda descafeinada, light, zero, pasteurizada, diet, sin alcohol, que exalta a la democracia como ideal, a la que la izquierda clásica criticó como una hipócrita maniobra envolvente de la burguesía. Le parece que solo así puede concurrir a una elección con posibilidades; ha abandonado todas las utopías que la hicieron apetecible históricamente por los postergados y por los jóvenes. Solo le irá bien como mejor forma de democracia republicana liberal, no como fuerza de ningún cambio radical, como supo serlo; Baudrillard, en 1974, tuvo toda la razón: se convertirán en los custodios morales de las democracias, gatopardismos paradigmáticos. La hiper-liberal agenda de los derechos humanos es ahora el plato fuerte de sus menús; ver lo que diría Marx al respecto (i.e. en ‘La cuestión judía’). Uno oye un discurso político electoral de cualquier candidato zurdo hoy y lo confundiría perfectamente con una alocución de un colorado de los 40-50. Se propone como revolucionario y políticamente astuto ‘estar cerca del pueblo’, propuesta liberal-republicana que ya había sido oportunamente demolida como ‘alienada’, con ‘conciencia falsa’, por una ‘ideología’ que no invertiría la realidad como la retina en el ojo para verla, recién así, como es, según la genial metáfora del mismo Marx. Se podrá decir que ‘es lo que hay, valor’, que más no se puede, que es riesgoso de sobrerreacción; puede ser; pero, entonces, ¿vale la pena? ¿Puede esperar entusiasmos? Quizás sí, quizás no.
El bloqueo político del federalismo brasileño
Pero, además de estos importantes cambios respecto de la realidad brasileña en el primer decenio del siglo XXI, es bueno tener una idea, al menos, de cómo es la estructura político-administrativa brasileña, de un federalismo fragmentado, balcanizado, que convierte a la presidencia en un verdadero infierno enmadejado, tanto más difícil de gobernar que una realidad político-administrativa como la nuestra: unitaria, con partidos básicamente estables y semejantes en el Ejecutivo nacional, en el Parlamento, en los departamentos y en los municipios.
Esa es la realidad federal del Brasil, donde la mayoría presidencial no se repite en el poder legislativo, donde ninguna de las dos se reitera ni en los estados ni en las grandes ciudades; y tampoco en los municipios; hay una autonomía muy superior del Ejecutivo respecto del Legislativo a nivel nacional, federal; pero ni siquiera son los mismos los partidos que se disputan ejecutivos y legislativos en las 5 grandes regiones, en los 27 estados, en una centena de grandes ciudades y en los 4.500 municipios; algunos de estos, aunque sean el menor nivel de agregación formal político-administrativo, tienen más gente, superficie y PIB que el Uruguay unitario, enterito. Cada una de estas realidades plurales supone partidos diferentes y coaliciones gubernamentales distintas, y cambiantes. Cada instancia en el espacio-tiempo puede variar la ecuación de alianzas más o menos coyunturales. Una alianza electoral a nivel federal puede no ser la funcional en los niveles estaduales, ni cada estadual en los niveles municipales; ni entre los mismos partidos en los diferentes niveles; peor aún: toda esa variedad de alianzas puede depender también del asunto del que se trate.
Muy difícil de entender, de vivir políticamente, y mucho más aún, de prever; el trabajo de la araña tejedora se hace mucho más necesario que el del sabio búho hegeliano para que todo funcione; la maniobra, la seducción y el trueque son las llaves maestras del funcionamiento; el ‘cómo’ hago el ‘qué’ se lleva casi todo el tiempo del ‘pienso’; esas formalidades absorben, en el aquí y ahora cotidianos, las tareas del ‘qué’ sustantivo. Es un riesgo específico de las federaciones frente a los unitarismos, pero especialmente con la geografía brasileña.
Sin embargo, hay un Lula básico que puede volver
Pero hay aspectos de aquel Lula que pueden volver, no obstante. Enumeremos esos énfasis, sobre todo por oposición a los que fueron prioridades en el discurso electoral y en la gestión gubernamental de Bolsonaro.
Uno. Mayor redistribución y mejor igualación, con crecimiento de mínimos.
Todo eso ocurrió en Brasil durante las gestiones de Lula, y debería poder reiterarse, junto con la esperanza abierta de los más desfavorecidos en esa reiteración. Al menos, esto ha sido anunciado, con apoyo en lo ya ocurrido antes, y no tanto en el período bolsonarista, que, en su bonanza relativa no lo enfatizó, salvo al final, con maniobras electoralistas que en buena parte fueron leídas como tales, como clientelismos electoralistas más que como beneficios planificados para redistribuir e igualar.
Dos. La protección de la selva amazónica, de sus riquezas y sus habitantes.
Todo esto falló clamorosa y públicamente durante el gobierno que termina con el 2022. Fue el paraíso de madereros, garimpeiros, extractores y depredadores; nunca, en tiempos contemporáneos, lucraron tanto todas estas variedades. El mundo entero presenció sus acciones y delitos. Lula ha prometido volver atrás, a mejores momentos para el país, en el ojo del mundo dada la mayor transparencia comunicacional en algunos asuntos, justamente en estos.
Tres. Quizás es lo que más me importa para el futuro del mundo, justamente en la coyuntura de poder que se vive hoy: el balance geopolítico está cambiando, luego de casi 30 años de unipolaridad liderada por EEUU con Europa a cuestas, que sucedieron a casi 50 años de bipolaridad de EEUU y aliados versus URSS y amigos, por su vez heredero de mundos imperiales multiseculares.
Se viene, imparable, la instauración de, al menos, una nueva bipolaridad: ahora de EEUU con menos aliados versus China con aliados crecientes, panorama que el sheriff unipolar menguante intenta eludir o demorar promoviendo guerras en suelo ajeno (Ucrania, Irak, África, Siria, Libia, y un largo etcétera ocultado por la prensa masiva que recibimos) y ejecutando acciones abiertamente criminales de sabotaje del casi inevitable como inminente proceso geopolítico de cambio (bombardeos en Crimea, voladura del Nordstream 2).
Porque, tanto la inesperada desobediencia de tantos países a las sanciones a Rusia ordenadas por EEUU, la OTAN y europeos, como la adhesión, también pragmática pero real de algunos (i.e. Arabia Saudita) a las nuevas realidades institucionales comerciales y financieras mundiales, ambas sorpresas documentan con muda elocuencia que la unipolaridad está resquebrajada, y que hasta la vieja bipolaridad se borra en aras de otra diferente, naciente, más temible quizás para todos los dueños del mundo en los últimos siete siglos, porque esta vez no parecen jugar un rol ni protagónico ni de estrellas invitadas o siquiera de actores de reparto.
Es justamente en este quemante asunto que esperamos que Lula protagonice el papel pionero que ya desempeñó durante su segundo mandato: el impulso al Brics, una de las palancas de destrucción de la uni y bipolaridades antiguas, mediante el impulso a una nueva bipolaridad o hasta de una multipolaridad a un plazo algo mayor.
Y no es que Bolsonaro no haya mantenido la presencia y permanencia de Brasil en el Brics; probablemente Itamaraty tenga la paternidad de esa idea, hasta más allá del pionerismo de Lula en su implantación internacional. Pero es Lula quien puede enfatizar más el significado ideológico de ella; es Lula quien puede, reforzando otras institucionalidades continentales, regionales y subregionales, quien mejor puede arropar al Brics y a la presencia brasileña y de eventualmente otros en esa estructura vital para la constitución de un nuevo equilibrio geopolítico en gestación. Ya lo ha sugerido y estaría en línea con lo que hizo antes y con lo que hacen los crecientes díscolos con la unipolaridad de EEUU.
Uruguay, como país pequeño, sin carro propio para acarrearse ni acarrear a otros en el panorama internacional, tiene que mojarse bien el dedo y elegir el viento y el carro a los cuales plegarse y subirse. Que no nos equivoquemos ahora, luego de las buenas elecciones geopolíticas que nos han caracterizado históricamente. No alcahueteemos a la occidentalidad yacente con cuidados paliativos en fase terminal; recordemos nuestra ‘orientalidad’ fundacional, siempre enfrentada a occidentalidades superordenadas sobre el Río de la Plata, sobre el río Uruguay; asumamos nuevas anti-occidentalidades; y nada más constructivo para montar un nuevo orden geopolítico que la potenciación del Brics con institucionalidades no occidentales ancilares; pocos como Lula -tan poco enfrentado a los occidentales en la actualidad-, tan apto para alimentar esos cambios continentales y regionales que impulsen al Brics. No es pedirle nada nuevo; es solicitarle y apoyarlo en el regreso a su trillo; es, hoy, aún más necesario y oportuno que hace 15 años; y la vigencia e importancia de la tarea, mayores. Amén.